David Baldacci - Control Total

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Cuando Sidney Archer despidió a su marido, el cual iba a tomar un avión rumbo a Los Ángeles, no podía sospechar que para ella comenzaba una nueva vida.
En primer lugar, el avión se estrelló; las investigaciones posteriores revelaron que había sido víctima de un sabotaje; después descubrió que su marido había supuestamente robado secretos de la empresa en la que trabajaba para venderlos a la competencia.
Pero con todo ello, apenas si habían comenzado sus tribulaciones: las múltiples sospechas que recaen sobre su marido colocan a Sidney en el punto de mira del FBI, que la considera cómplice de él. Pero además, la convierten en objetivo de una cacería implacable, un acoso en el que todos los caminos que llevan a ella están sembrados de cadáveres. El trofeo: controlar las redes de información del siglo XXI.

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Sidney se recostó en el asiento y realizó varias inspiraciones profundas. Tommy se sentó al volante y arrancó el motor.

– Perdone -dijo mientras miraba a la pasajera por el espejo retrovisor. No quiero ser pesado, pero ¿está segura de que se encuentra bien?

– Estoy bien, gracias -contestó con una sonrisa forzada.

Volvió a inspirar muy hondo, se desabrochó el abrigo, se alisó la falda y cruzó las piernas. En el interior del coche hacía mucho calor y después del frío que acababa de pasar, la verdad era que no se encontraba muy bien. Miró la nuca del chófer.

– Tommy, ¿ha escuchado algún comentario sobre algún accidente de avión? ¿Mientras esperaba en el aeropuerto, o en las noticias?

– ¿Accidente? -Tommy enarcó las cejas-. No he escuchado nada. Y llevo escuchando la radio toda la mañana. ¿Quién dice que se ha estrellado un avión? Eso es una locura. Tengo amigos en casi todas las líneas aéreas. Me lo hubiesen dicho.

La miró con desconfianza, como si de pronto no estuviese muy seguro de la cordura de la pasajera.

Sidney no respondió sino que se arrellanó en el asiento. Cogió el teléfono móvil del coche y marcó el número de las oficinas locales de Tylery Stone. Miró la hora. Era temprano. La reunión estaba fijada para las once. Maldijo en silencio a George Beard. Sabía que las posibilidades de que su marido hubiese sufrido un accidente aéreo eran de una entre varios millones, un supuesto accidente del que, hasta el momento, sólo un viejo aterrorizado parecía tener conocimiento. Sacudió la cabeza y sonrió. Todo el asunto era absurdo. Jason estaría trabajando en su ordenador portátil después de comer y tomar una segunda taza de café, o, lo más probable, mirando la película. Seguramente, el mensáfono de su marido dormía el sueño de los justos en la mesita de noche. Le metería una bronca cuando él volviera a casa. Jason se reiría de ella cuando le contara la historia. Pero eso sería estupendo. Ahora mismo se moría de ganas por escuchar esa risa.

– Soy Sidney -dijo por el teléfono-. Dile a Paul y a Harold que voy de camino. -Miró a través de la ventanilla el tráfico fluido-. Tardaré media hora, treinta y cinco minutos como máximo.

Guardó el teléfono y miró una vez más a través de la ventanilla. Los negros nubarrones presagiaban lluvia, e incluso el pesado Lincoln se sacudía con las rachas de viento mientras cruzaban el puente sobre el East River en su camino hacia Manhattan. Tommy la miró por el espejo retrovisor.

– Anuncian para hoy fuertes nevadas. Me parece una tontería. Ya ni me acuerdo desde cuándo los tipos del tiempo no aciertan un pronóstico. Pero si esta vez lo hacen, tendrá problemas para el viaje de regreso, señora. Ahora les ha dado por cerrar La Guardia en cuanto caen cuatro copos.

Sidney continuó mirando por la ventanilla, donde la multitud de rascacielos que formaban el famoso perfil urbano de Manhattan llenaba el horizonte. Los sólidos e imponentes edificios que se alzaban hacia el cielo le infundieron nuevos ánimos. En su imaginación veía el árbol de Navidad blanco que presidía la fiesta desde un rincón de la sala, el calor del fuego en el hogar, el contacto con el brazo de su marido que la rodeaba, la cabeza apoyada en su hombro. Y, lo mejor de todo, los ojos brillantes y encantados de su hijita. Pobre George Beard. Tendría que renunciar a esas juntas directivas. Era obvio que ya no tenía edad para aquellos trotes. Se dijo a sí misma que la fantástica historia no le habría afectado en lo más mínimo si su marido no hubiera volado hoy.

Miró a través del parabrisas y se relajó un poco.

– En realidad, Tommy, creo que a la vuelta tomaré el tren.

Capítulo 7

En la sala de conferencias principal de las oficinas de Tylery Stone, en el centro de Manhattan, acababa de terminar la presentación en vídeo de los últimos acuerdos comerciales y las estrategias legales para la compra de CyberCom. Sidney detuvo el vídeo y la pantalla recuperó su suave color azul. Observó las caras de las quince personas presentes, la mayoría hombres blancos en la cuarentena, que miraban ansiosas al hombre sentado en la cabecera. El grupo llevaba reunido horas y se palpaba la tensión.

Nathan Gamble, el presidente de Tritón Global, era un hombre con el pecho como un tonel, de mediana estatura, unos cincuenta y cinco años de edad y el pelo salpicado de gris peinado hacia atrás con una abundante cantidad de gomina. El costoso traje cruzado que vestía estaba hecho a la medida para acomodarlo a su cuerpo fornido. Tenía el rostro surcado de profundas arrugas y la piel mostraba un bronceado artificial. Su voz de barítono era autoritaria. Sidney se lo imaginó vociferando a sus temerosos subordinados en las salas de conferencias. Desde luego, era un hombre que sabía representar su condición de cabeza de una poderosa multinacional.

La mirada de los ojos castaño oscuro sombreados por las gruesas cejas canosas no se apartaba de Sidney, que le devolvió la mirada.

– ¿Tiene alguna pregunta, Nathan?

– Sólo una.

Sidney se preparó. Se lo veía venir.

– ¿Cuál es? -preguntó con un tono amable.

– ¿Por qué demonios hacemos esto?

Todos los presentes en la sala, excepto Sidney Archer, torcieron el gesto como si de pronto se hubiesen sentado sobre un alfiler gigante.

– Creo que no he entendido su pregunta.

– Claro que sí, a menos que sea estúpida, y sé que no lo es -replicó Gamble en voz baja y las facciones inescrutables a pesar de lo incisivo del tono.

Sidney se mordió la lengua para no decir una tontería.

– ¿Supongo que no quiere venderse para poder comprar CyberCom?

Gamble echó una ojeada alrededor de la mesa antes de responder.

– He ofrecido una suma astronómica por esa compañía. Al parecer, no satisfechos con obtener unas ganancias del diez mil por cien sobre la inversión, ahora quieren revisar mis cuentas. ¿Correcto? -Miró a Sidney en busca de una respuesta. La joven asintió en silencio, y Gamble continuó-: He comprado un montón de compañías y nadie antes me pidió esos informes. Ahora CyberCom los quiere. Lo que me lleva a mi primera pregunta: ¿por qué hacemos esto? ¿Por qué demonios CyberCom es especial? -Su mirada volvió a recorrer a todos los presentes antes de clavarse una vez más en Sidney.

Un hombre sentado a la izquierda de Gamble se movió. Hasta el momento, toda su atención había estado puesta en la pantalla del ordenador portátil que tenía delante. Quentin Rowe, el jovencísimo presidente de Tritón y el segundo de Nathan Gamble. Mientras los demás hombres presentes vestían trajes, él llevaba pantalones caqui, viejos zapatos náuticos, una camisa vaquera y un chaleco marrón. En el lóbulo de la oreja izquierda tenía clavados dos diamantes. Su atuendo era el apropiado para aparecer en la cubierta de un álbum y no en una sala de juntas.

– Nathan, CyberCom es especial -dijo Rowe-. Sin ellos, dentro de un par de años estaremos fuera del negocio. La tecnología de CyberCom lo reinventará todo de arriba abajo, y después dominará todo el procesamiento de la información por Internet. Y en lo que respecta al negocio de la alta tecnología eso es como Moisés bajando de la montaña con los diez mandamientos: no hay alternativa. -El tono de Rowe era cansado pero con una cierta estridencia. No miró a su jefe.

Gamble encendió un puro y apoyó como con descuido el lujoso encendedor contra una pequeña placa de latón que ponía NO FUMAR.

– Sabes, Rowe, ese es el problema con todas estas movidas de la alta tecnología: te levantas por la mañana siendo el rey del cotarro y a la noche eres un mierda. No tendría que haberme metido nunca en este maldito negocio.

– Vale, pero si lo único que te interesa es el dinero, piensa que Tritón es la compañía que domina la tecnología a nivel mundial y genera más de dos millones de dólares de beneficios al año -le contestó Rowe.

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