– Exacto. Trabajaban juntas.
– ¿Y usted llamó a Robin cuando no pudo contactar con Lilly?
– Eso es.
– Y habló con ella por teléfono y ella le dijo que Lilly se había ido a Tampa a ver su mamá.
– Dijo que no lo sabía. Pensaba que podría haber ido allí.
– ¿Conocía a Robin de antes de esta llamada telefónica?
– No.
– Voy a arriesgarme aquí, señor Pierce, y le digo que apuesto a que Robin es una chica de alterne. Una prostituta. Así que lo que me está diciendo es que esa mujer metida en esa clase de negocio recibe una llamada de un perfecto desconocido y termina contándole a ese desconocido dónde cree que está su compañera de delito desaparecida. Un poco raro, ¿no cree?
Pierce casi gimió. Renner no iba a ceder. Estaba picoteando implacablemente en los flecos de su declaración, amenazando con sacar a la luz todo el asunto. Pierce solo quería salir, irse. Y de pronto se dio cuenta de que necesitaba decir o hacer algo que se lo permitiera. Ya no le preocupaban las consecuencias a largo plazo. Sólo necesitaba salir. Si lograba llegar a Robín antes que Renner, quizá con un poco de suerte podría hacerlo funcionar.
– Bueno… supongo que de algún modo fui capaz de convencerla de que, bueno, de que de verdad quería encontrarla y asegurarme de que estaba bien. Quizá ella también estaba preocupada por Lilly.
– ¿Y eso fue por teléfono?
– Sí, por teléfono.
– Ya veo. Bueno, de acuerdo, comprobaré todo esto con Robin.
– Sí, compruébelo. ¿Puedo…?
– Y está dispuesto a someterse a la prueba del polígrafo, ¿no?
– ¿Qué?
– Un polígrafo. No tardará mucho. Podemos ir al centro y que se ocupen de esto.
– ¿Esta noche? ¿ Ahora mismo?
– Probablemente no. No creo que consiguiera sacar a nadie de la cama para que le hiciera la prueba. Pero podríamos hacerlo mañana a primera hora.
– Bien. Prepárelo para mañana. ¿Puedo irme ahora?
– Ya casi estamos, señor Pierce.
Los ojos de Pierce se fijaron de nuevo en la declaración. «Seguro -pensó- que ya hemos cubierto todo el formulario. ¿Qué es lo que falta?»
Renner buscó los ojos de Pierce sin mover la cabeza en absoluto.
– Bueno, su nombre ha surgido un par de veces en el ordenador. Pensaba que podríamos hablar de eso.
Pierce sintió que enrojecía de calor. Y de rabia. Se suponía que aquella vieja detención no debía constar en sus antecedentes. Había cumplido con la condicional y con las ciento sesenta horas de servicio a la comunidad. Eso había sido hacía mucho tiempo. ¿Cómo lo sabía Renner?
– ¿Está hablando del asunto de Palo Alto? -preguntó-. Nunca me acusaron oficialmente. Se desvió. Me suspendieron de la facultad durante un semestre. Cumplí con el servicio comunitario y la condicional. Nada más.
– Detenido como sospechoso de suplantar a un agente de policía.
– Fue hace casi quince años. Estaba en la facultad.
– Pero se da cuenta de lo que estoy viendo aquí. Suplantar a un agente de policía entonces. Ahora dando vueltas como una especie de detective. Tal vez tiene un complejo de héroe, señor Pierce.
– No, es completamente distinto. Lo que hice entonces fue hacer unas cuantas llamadas de teléfono para obtener cierta información con un poco de ingeniería social. Actué como si fuera un policía del campus para conseguir un número de teléfono. Eso fue todo. No tengo complejo de héroe, ni siquiera sé lo que es eso.
– ¿Un número de teléfono de quién?
– De un catedrático. Quería el número de su casa y no estaba en la guía. No fue nada.
– El informe dice que usted y sus amigos utilizaron el número para molestar al catedrático. Para gastarle una broma muy elaborada. Detuvieron a otros cinco estudiantes.
– Fue inofensivo, pero tuvieron que hacer un ejemplo de nosotros. Fue cuando el hacking estaba empezando a proliferar. Nos suspendieron a todos y nos cayó la condicional y servicio a la comunidad, pero el castigo fue más severo que el delito. Lo que hicimos era inofensivo. Menor.
– Lo siento, pero no considero que hacerse pasar por un agente de policía sea ni ofensivo ni menor.
Pierce estuvo a punto de protestar más, pero se mordió la lengua. Sabía que no iba a convencer a Renner. Esperó a la siguiente pregunta y al cabo de un momento el detective continuó.
– En los registros dice que cumplió el servicio a la comunidad en Sacramento, en un laboratorio del Departamento de Justicia. ¿Estaba pensando en hacerse policía?
– Fue después de que yo cambiara mi orientación a química. Sólo trabajé en el laboratorio de hematología. Comprobaba distintas muestras de sangre para ver si coincidían, trabajo básico. Distaba mucho de ser trabajo policial.
– Pero tuvo que ser interesante, ¿eh? Tratar con policías, reunir pruebas de casos importantes. Lo bastante interesante para que se quedara después de cumplir con sus horas.
– Me quedé porque me ofrecieron un trabajo y Stanford es caro. Y no me dieron los casos importantes. La mayoría de los casos me llegaban por courier. Yo hacía el trabajo y enviaba el paquete de vuelta. No era gran cosa. De hecho era bastante aburrido.
Renner continuó sin transición.
– Su detención por suplantar a un agente de policía también sucedió un año después de que su nombre apareciera en un informe criminal aquí en Los Ángeles. Está en el ordenador.
Pierce empezó a negar con la cabeza.
– No. Nunca me han detenido por nada aquí. Sólo esa vez en Stanford.
– No he dicho que lo detuvieran. He dicho que su nombre aparece en un informe criminal. Ahora todo está en el ordenador. Usted es hacker, ya lo sabe. Uno pone un nombre y a veces es sorprendente lo que descubre.
– Yo no soy hacker. Ya no tengo ni idea de eso. Y sea cual sea el informe del que está hablando tiene que ser otro Henry Pierce. No recuer…
– No lo creo. ¿Kester Avenue en Sherman Oaks? ¿Tenía una hermana llamada Isabelle Pierce?
Pierce se quedó de piedra. Estaba sorprendido de que Renner hubiera establecido la conexión.
– La víctima de un homicidio, mayo de mil novecientos ochenta y ocho.
Pierce no pudo hacer otra cosa que asentir. Era como un secreto que salía a la luz o una venda arrancada de una herida abierta.
– Se cree que fue víctima de un asesino conocido como el Fabricante de Muñecas, más tarde identificado como Norman Church. Caso cerrado con la muerte de Church, el nueve de septiembre de mil novecientos noventa.
Caso cerrado, pensó Pierce. Como si Isabelle fuera simplemente un expediente que pudiera cerrarse, guardarse en un cajón y olvidarse. Como si un asesinato pudiera resolverse de verdad.
Salió de sus pensamientos y miró a Renner.
– Sí, mi hermana. ¿Qué ocurre? ¿Qué tiene que ver con esto?
Renner dudó y luego lentamente su rostro de cansancio estalló en una leve sonrisa.
– Supongo que tiene todo y nada que ver.
– Eso no tiene sentido.
– Claro que sí. Era mayor que usted, ¿no?
– Algunos años.
– Se había fugado de casa. Usted iba a buscarla, ¿no?
Lo dice en el ordenador, así que será verdad, ¿no? Por la noche. Con su padre. Él…
– Padrastro.
– Padrastro, entonces. Él lo enviaba a los edificios abandonados a mirar porque usted era un niño y los niños de esos squats no huyen de otros niños. Eso es lo que pone el informe. Dice que nunca la encontró. Nadie lo hizo hasta que fue demasiado tarde.
Pierce cruzó los brazos y los apoyó en la mesa.
– Oiga, ¿adonde quiere ir a parar? Porque de verdad que quiero salir de aquí, si no le importa.
– La cuestión es que antes ya había buscado a la chica perdida, señor Pierce. Me pregunto si no quiere arreglar algo con esta chica Lilly. ¿Sabe a qué me refiero?
Читать дальше