– También era un buen sitio en caso de que estuvieran siguiendo a Mackey -añadió Nord-. El asesino sabía que un coche que lo estuviera vigilando habría tenido que seguir adelante y eso lo habría dejado a solas con Mackey.
– ¿No le estábamos dando demassiado crédito a este tipo? -preguntó Pratt-. ¿Cómo iba a saber que la poli iba detrás de Mackey? ¿Sólo por un artículo de diario? Vamos.
Ni Bosch ni Rider respondieron, y todos los demás digirieron en silencio la insinuación tácita de que' el asesino tuviera una conexión con el departamento o, más concretamente, con la investigación.
– De acuerdo, ¿qué más? -dijo Pratt-. Creo que podremos contenerlo otras veinticuatro horas. Después de eso estará en los periodicos y subirá a la sexta planta, y rodarán cabezas si no lo resolvemos antes. ¿Qué hacemos?
– Nos ocuparemos de los registros de llamadas -dijo Bosch, hablando en su nombre y en el de Rider-. Ése es el punto de partida.
Bosch había estado pensando en la nota a Mackey que había visto en el escritorio del garaje el día anterior. Una llamada de Visa para verificar el empleo. Como Rider había señalado cuando oyó por primera vez, Mackey no iba a dejar rastros como tarjetas de crédito. Era algo que no encajaba y que había que investigar.
– Tenemos los listados aquí -dijo Robinson-. La línea más ocupada era la del garaje. Todo tipo de llamadas de negocios.
– Vale, Harry, Kiz, ¿queréis los registros? -preguntó Pratt.
Rider miró a Harry y después a Pratt.
– Es lo que Harry quiere. Parece que hoy está en racha. Como para dar la razón a Rider, el teléfono de Bosch empezó a sonar. Harry miró la pantalla. Era Raj Patel.
– Ahora veremos qué tipo de racha -dijo al abrir el teléfono.
Patel explicó que tenía una noticia buena y una mala.
– La buena noticia es que todavía conservamos el faldón de las huellas recogidas en la casa. Las que recuperamos esta mañana no coinciden con niguna de ellas. Has encontrado a alguien nuevo. Harry podría ser tu asesino.
Lo que significaba era que las huellas dactilares de los miembros de la familia Verloren y otros cuyo acceso a la casa estaba justificado todavía se conservaban en el laboratorio dactilográfico de la División de Investigaciones Científicas y que ninguna de ellas coincidía con las huellas del índice y de la palma recogidas esa mañana de debajo de la cama de Rebecca Verloren. Por supuesto las huellas dactilares no podían fecharse, y era posible que las huellas descubiertas esa mañana hubieran sido dejadas por quien hubiera instalado la cama. Pero parecía poco probable. Las huellas se sacaron de la parte inferior de la tabla de madera. Quien la había dejado probablemente estaba debajo de la cama.
– ¿Y la mala noticia? -preguntó Bosch.
– Acabo de comprobarlas en la red de California. No hay coincidencias.
– ¿Y el FBI?
– Es el siguiente paso, pero no será tan rápido. Han de procesarlas. Las enviaré con aviso de urgencia, pero ya sabes lo que pasa.
– Sí, Raj. Tenme al corriente, y gracias por el esfuerzo.
Bosch cerró el teléfono. Se sentía un punto abatido y su rostro lo mostraba. Se dio cuenta de que los demás también sabían cómo había ido antes de que diera la noticia.
– No hay resultados en la base de datos del Departamento de Justicia -dijo-. Probará con la base del FBI, pero tardará un poco.
– ¡Mierda! -dijo Renner.
– Hablando de Raj Patel -dijo Pratt-, su hermano ha programado la autopsia para hoy a las dos en punto. Quiero un equipo allí. ¿Quién quiere ocuparse?
Renner levantó débilmente la mano. Él y Robleta se encargarían. Era una misión fácil siempre y cuando a uno no le importara asistir a semejante espectáculo.
La reunión enseguida se levantó después de que Pratt asignara a Robinson y Nord para que se ocuparan de los interrogatorios de los compañeros de trabajo de Mackey en el garaje. Marcia y Jackson se ocuparían de reunir los informes en un expediente. Ellos todavía eran los investigadores oficiales del caso y coordinarían las operaciones desde la sala 503.
Pratt miró la factura, la dividió por nueve y pidió a cada uno de ellos que pusiera diez dólares. Eso significaba que Bosch tenía que poner un billete de diez a pesar de que ni siquiera se había tomado un café. No protestó. Era el precio por llegar tarde, y por ser el tipo que los había llevado por ese camino.
Cuando todos se levantaron, Bosch captó la mirada de Rider.
– ¿Has venido directamente o te ha traído alguien?
– Abel me ha traído.
– ¿Quieres que volvamos juntos?
– Claro.
En el exterior del restaurante, Rider le dio a Bosch un castigo de silencio mientras esperaban que el aparcacoches les trajera el Mercedes. Miró el gran novillo de plástico que formaba parte del letrero del restaurante. Debajo del brazo, Rider llevaba una carpeta que contenía los listados del registro de llamadas.
Finalmente llegó el coche y entraron. Antes de salir del aparcamiento, Bosch se volvió y la miró.
– Muy bien, dilo -dijo.
– ¿Decir qué?
– Lo que quieras decir para sentirte mejor.
– Deberías haberme llamado, Harry, eso es todo.
– Mira, Kiz, te llamé ayer y me pegaste la bronca. Sólo estaba trabajando de acuerdo con la experiencia reciente.
– Eso era diferente y lo sabes. Me llamaste ayer porque estabas excitado por algo. Hoy estabas siguiendo una pista. Debería haber estado contigo. Y no enterarme de lo que habías encontrado cuando has entrado aquí y se lo has dicho a todo el mundo. Ha sido vergonzoso, Harry. Te lo agradezco.
Bosch hizo un gesto de contrición.
– Tienes razón. Lo siento. Tendría que haberte llamado mientras venía hacia aquí. Me olvidé. Sabía que llegaba tarde y tenía las dos manos en el volante y sólo trataba de llegar aquí.
Ella no dijo nada, de manera que él intervino:
– ¿Podemos volver a ponernos a resolver el caso?
Rider se encogió de hombros y finalmente Bosch arrancó el coche. De camino al Parker Center, trató de ponerlo al día de todos los detalles que no había mencionado en la reunión del desayuno. Le contó la visita de McClellan a su casa y cómo eso le había conducido a descubrir las huellas de debajo de la cama.
Veinte minutos después estaban en su puesto de la sala 503. Bosch tenía una taza de café delante de él. Se sentaron uno delante del otro con los listados de los registros de llamadas extendidos entre ellos.
Bosch se estaba concentrando en los informes de las llamadas al garaje. El listado contaba con al menos un par de cientos de líneas -llamadas entrantes y salientes de dos teléfonos- entre las seis de la mañana, cuando empezó la vigilancia, y las cuatro de la tarde, cuando Mackey entró a trabajar y Renner y Robleto empezaron con la monitorización directaa de la línea.
Bosch repasó la lista. Nada parecía inmediatamente familiar. Muchas de las llamadas de entrada y salida eran a empresas con alguna conexión automovilística claramente aparente en el nombre. Muchas otras llegaron de la central de AAA y eran probablemente llamadas del servicio de grúas.
Había asimismo varias llamadas prcedentes de teléfonos particulares. Bosch examinó cuidadosamente esos nombres pero no vio ninguno que le llamara la atención. No había nadie cuyo nombre hubiera surgido en el caso.
Había cuatro entradas en la lista que eran atribuidas a Visa , todas al mismo número. Bosch cogió el teléfono y llamó. No sonó. Sólo oyó el fuerte chirrido de una conexión informática. Era tan alto que incluso Rider lo oyó.
– ¿Qué es eso?
Bosch colgó.
– Estoy tratando de localizar la nota que vi en la estación de servicio acerca de una llamada de Visa para confirmar el empleo de Mackey. ¿Recuerdas que dijiste que no encajaba?
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