Bosch negó con la cabeza. McClellan estaba tratando de soltarle un rollo.
– ¿Me está diciendo que Mackey estaba yendo a clase con un tutor en plena noche? o me toma el pelo o se creyó una sarta de mentiras de Mackey y su tutor. ¿Quién era el tutor?
– No, no, estuvieron juntos esa misma tarde. No recuerdo el nombre del tipo ahora, pero terminaron a las once como mucho, y después siguieron caminos separados. Mackey fue a su casa.
Bosch puso cara de asombro.
– Eso no es una coartada, teniente. La muerte de la chica se produjo en la madrugada. ¿No lo sabía?
– Por supuesto que lo sabía, pero la hora de la muerte no era el único punto de la coartada. Me pasaron los resúmenes recopilados por los tipos del caso. No hubo entrada forzada en la casa. Y el padre había dado una vuelta y comprobado todas las puertas y cierres después de llegar a casa esa noche a las diez. Eso significa que el asesino tenía que estar ya en la casa en ese momento. Estaba allí escondido, esperando que todos se fueran a dormir.
Bosch se sentó en el sofá y se inclinó hacia adelante, con los codos en las rodillas. De repente se dio cuenta de que NcClellan tenía razón yde que todo era diferente. Había leído el mismo informe que había estado en manos de McClellan diecisiete años antes, pero no había asimilado su significado.
El asesino estaba dentro cuando Robert Verloren llegó a casa desde el trabajo.
Bosch sabía que eso cambiaba muchas cosas. Cambiaba no sólo la forma en que veía la primera investigacoón, sino también la forma en que veíala suya.
Sin registrar la agitación interior de Bosch, McClellan continuó.
– Así que Mackey no podía haber entrado en esa casa porque estaba con su tutor. Se descartó. Todos esos pequeños capullos se descartaron. Así que le di a mi jefe un informe verbal, y después él se lo dio a los tipos que trabajaban el caso. Y ahí acabó todo hasta que surgió esa cuestión del ADN.
Bosch estaba asintiendo a lo que McClellan decía, pero estaba pensando en otras cosas.
– Si Mackey estaba limpio, ¿cómo explica su ADN en el arma homicida? -preguntó.
McClellan parecía anonadado. Negó con la cabeza.
– No sé qué decir. No puedo explicado. Los exoneré de implicación en el asesinato real, pero debió…
No terminó. Bosch pensó que realmente parecía herido por la idea de que podría haber ayudado a escapar a un asesino, o al menos a la persona que proporcionó el arma para un asesinato. Parecía como si de repente se hubiera dado cuenta de que Irving lo había corrompido. Bosch lo vio abatido.
– ¿Irving todavía planea avisar a los medios y a Asuntos Internos de todo esto? -preguntó Bosch con calma.
McClellan negó lentamente con la cabeza.
– No -dijo-. Me dijo que le diera un mensaje. Me pidió que le dijera que un pacto sólo es un pacto si cada párte cumple lo suyo. Es todo.
– Una última pregunta -dijo Bosch-. La caja de pruebas del caso Verloren ha desaparecido. ¿Sabe algo de eso?
McClellan lo miró. Bosch se dio cuenta de que había ofendido gravemente al hombre.
– Tenía que preguntarlo -dijo Bosch.
– Lo único que sé es que allí desaparecen cosas -dijo McClellan a través de la mandíbula tensa-. Cualquiera podría haber salido con ella en diecisiete años. Pero no fui yo.
Bosch asintió. Se levantó.
– Bueno, he de volver a ponerme a trabajar de nuevo en esto -dijo.
McClellan entendió la indirecta y se levantó. Pareció tragarse la rabia por la última pregunta, aceptando quizá la explicación de Bosch de que tenía que formularla.
– Muy bien, detective -dijo-. Buena suerte con esto. Espero que encuentre al culpable. Y lo digo en serio.
Le tendió la mano a Bosch. Bosch no conocía la historia de McClellan. No conocía las circunstancias de la vida en la UOP en 1988. Sin embargo, le parecía que McClellan se iba de la casa con más peso encima que cuando había entrado. Así que Bosch decidió estrecharle la mano.
Después de que McClellan se fue, Bosch volvió a sentarse, considerando la idea de que el asesino de Rebecca Verloren había estado escondido en la casa. Se levantó y fue a la mesa del comedor, donde estaban esparcidos los archivos del expediente del caso. Las fotos de la habitación de la niña muerta estaban en el centro. Miró los informes hasta que encontró el de la policía científica sobre el análisis de las huellas dactilares.
El informe tenía varias páginas y contenía el análisis de varias huellas sacadas de superficies de la casa de los Verloren. El resumen principal concluía que ninguna de las huellas obtenidas en la vivienda era desconocida, por consiguiente era probable que el sospechoso o sospechosos hubieran llevado guantes o sencillamente hubieran evitado tocar superficies susceptibles de retener huellas.
El resumen decía que todas la huellas dactilares sacadas de la casa se correspondían con muestras tomadas a miembros de la familia Verloren o gente que tenía una razón apropiada para haber estado en la casa y tocado las superficies donde fueron halladas las huellas.
Esta vez Bosch leyó el informe de manera diferente y en su totalidad. Esta vez ya no estaba interesado en el análisis, sino que quería saber dónde habían buscado huellas los técnicos.
El informe estaba fechado al día siguiente del hallazgo del cadáver de Rebecca. Detallaba una búsqueda rutinaria de huellas en la casa. Todas las superficies tópicas fueron examinadas. Todos los pomos y cierres. Todas las repisas y los marcos de las ventanas. Todos los sitios donde era lógico pensar que el asesino-secuestrador podría haber tocado una superficie al cometer el crimen. A pesar de que había varias huellas en las repisas de las ventanas y pestillos que se recuperaron e identificaron con las de Robert Verloren, el informe señalaba que no se habían recuperado huellas útiles de los pomos de las puertas de la casa. Señalaba asimismo que no era inusual debido a la frotación que se producía rutinariamente al girar los pomos.
Era en lo que no estaba incluido en el informe donde Bosch vio el resquicio a través del cual podía haber escapado un asesino. El equipo de huellas había ido a la casa al día siguiente del descubrimiento del cadáver de la víctima. Eso había sido después de que el caso se interpretara mal dos veces, primero como un caso de personas desaparecidas y después como un suicidio. A ello había que añadir que cuando se organizó una investigación por asesinato el equipo de huellas fue enviado a ciegas. En ese punto no existía ningún conocimiento del caso. La idea de que el asesino podía haberse escondido en el garaje o en algún otro lugar todavía no se había formulado. La búsquedo de huellas dactilares y otras pruebas, como cabellos y fibras, nunca fue más allá de lo obvio, más allá de la superficie.
Bosch sabía que ya era demasiado tarde. Habían pasado demasiados años. Un gato vagaba por la casa y quién sabe cuántos objetos de ventas de garaje habían entrado y salido de una vivienda en la que un asesino se había ocultado y había esperado.
Entonces su mirada se posó en las fotos esparcidas por la mesa y se dio cuenta de algo. La habitación de Rebecca era el único lugar que no estaba contaminado por el paso del tiempo. Era como un museo con sus obras de arte encajadas y casi herméticamente cerrado.
Bosch esparció las fotos del dormitorio delante de él. Había algo en aquellas fotos que le corroía desde la primera vez que las había visto. Todavía no lograba determinado, pero ahora sentía una urgencia en ello. Examinó las fotos del escritorio y la mesilla y después las del armario abierto. Por último, examinó la cama.
Pensó en la foto que se había publicado en el Daily News y sacó el ejemplar del archivo que contenía todos los informes y documentos acumulados durante la reinvestigación del caso. Desdobló el periódico y examinó la foto de Emma Ward y acto seguido la comparó con las fotografías de diecisiete años antes.
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