Irving Wallace - Fan Club

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Sharon Fields, estrella de cine, es una mujer cuyo éxito parece irresistible a todo el mundo. Existe un silecioso grupo masculino de fans que está planeando raptarla. Su meta retorcida, sus aspiraciones, son satisfacer sus más oscuros deseos y frustraciones con ella. Sharon, a quien la vida sonreía, se ve secuestrada, atada, humillada y, lejos de rendirse, planea su propia escapada. Uno por uno engatusa a los secuestradores para salir sana y salva de su prisión.

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Pero, al parecer, ninguna de ellas se había dado cuenta de que en la estancia hubiera alguien más que Ruffalo y sus competidoras.

Obedecieron la orden y empezaron a desnudarse muy despacio.

Brunner jamás había presenciado nada parecido, tres preciosas mujeres desnudándose al mismo tiempo, haciéndolo sin vacilar y probablemente con sumo gusto.

Los ojos de Brunner iban de una a otra sin saber en cuál detenerse, procurando captar de una sola vez todos los fragmentos de epidermis que iban quedando al descubierto.

Gretchen se quitó despacio y con mucho cuidado el jersey de cuello cisne para no despeinarse el cabello platino. Llevaba un sujetador blanco con relleno que se desabrochó y arrojó sobre el diván.

Tenía los pechos pequeños, altos y cónicos, con unos pezones rosados, diminutos y puntiagudos. Se bajó la cremallera de la falda y se la quitó.

Ahora apoyó alternativamente el peso del cuerpo en cada uno de los pies para quitarse las botas de cuero y las dejó a su lado. Después se quitó también las pantimedias y se irguió.

Poseía un vientre plano, un tórax prominente y una fina mancha de vello que no ocultaba la línea de la vulva.

Vicky, la más menuda, se había quitado la camiseta y, al quitarse la banda transparente que hacía las veces de sujetador, sus pesados pechos se aflojaron ligeramente. Se quitó los zapatos y después emergió con mucha habilidad de los pantalones de terciopelo.

Debajo sólo llevaba unas bragas tipo bikini. Se las quitó también. Se alisó el vello castaño de abajo y después miró sonriente a Ruffalo, esperando.

Ruffalo había estado prestando más atención a Paula, que se había entretenido en desabrocharse lentamente los botones de la espalda y en quitarse muy despacio el vestido.

Debajo no llevaba nada, ni sujetador, ni bragas. Sólo llevaba el vestido.

Desde su rincón Leo Brunner la miró con la boca abierta.

Paula parecía la más desnuda y la más excitante de las tres, con aquellos anchos hombros carnosos, aquellos grandes y redondos pechos y aquellos anchos muslos enmarcando una alargada mancha de vello que le subía hasta la mitad del vientre.

Brunner se percató de que le estaba sucediendo algo que llevaba muchos meses sin sucederle.

Notó que se le estaba produciendo una erección.

Se acercó más al escritorio rezando para que nadie le viera.

Pero entonces volvió a recordar que ni siquiera sabían que estuviera vivo.

Brunner miró a Ruffalo, que se había levantado de su sillón de ejecutivo para acercarse a las muchachas e inspeccionarlas minuciosamente.

Guardó silencio al detenerse frente a Gretchen, le dio a Vicky una ligera palmada en el vientre y después se agachó para palparle una pantorrilla.

– Me parece que te has mantenido en forma -dijo.

– ¿Qué le había dicho? -comentó Vicky.

Ruffalo permaneció de pie frente a Paula examinándola de pies a cabeza con el ceño fruncido.

– Date la vuelta, Paula.

Ella se dio la vuelta para mostrar las nalgas y después volvió a describir un círculo completo.

– Todo el mundo dice que tengo un trasero estupendo -dijo con mucha convicción.

– No está mal -murmuró Ruffalo contrayendo los ojos-.

¿Seguro que ya no tienes nada que ver con las drogas?

– Se lo juro.

No me atrevería a correr el riesgo de que volvieran a pillarme.

– Ya veremos.

Muy bien, chicas.

Paula se queda con el empleo.

Pero vosotras dos seguid en contacto conmigo un par de días. Si no me da resultado o me engaña, os llamaré a una de vosotras. Ya podéis vestiros.

Mientras Gretchen y Vicky se vestían rápidamente, Paula se adelantó.

– Muchas gracias, señor Ruffalo. No se arrepentirá.

– Ya veremos.

Tienes dos horas libres. Pero procura estar aquí a las nueve y media. Empezarás a actuar a las diez. Pero primero habla con Sig, él te indicará lo que debes hacer y te hará ensayar los movimientos.

Te indicará el sueldo y las horas de trabajo que tendrás que hacer esta semana.

– Se dirigió hacia la puerta-.

Gracias, chicas, muchas gracias. Y se fue.

Solo en el despacho con las mujeres, dos de ellas parcialmente vestidas y una completamente desnuda, Brunner se sintió ardoroso y ruborizado.

Procuró simular no hacerles caso, enfrascado en su trabajo, pero advertía que le miraban y en su cerebro giraban en torbellino toda una serie de descabelladas posibilidades.

Miró furtivamente y vio que nadie le miraba, que Gretchen y Vicky ya se habían vestido del todo y se estaban despidiendo de Paula y deseándola buena suerte.

Se fueron y se quedó Paula, completamente desnuda.

A Brunner hasta le costaba trabajo tragar saliva. Procuró no fijarse en ella, no ser atrevido. Podía verla medio danzando y medio paseando por la estancia, canturreando alegremente.

Después la vio detenerse y mirar a su alrededor.

Su mirada cruzó la estancia más allá de Brunner y ni siquiera se detuvo en éste, cruzó más allí como si él fuera un objeto inanimado, como si fuera una calculadora, vamos.

Y su mirada descubrió lo que estaba buscando.

Empezó a cruzar la estancia acercándose cada vez más a Brunner como una torre de carne exquisita con aquellos descarados pechos oscilando levemente.

Brunner contuvo el aliento pero ella pasó por su lado sin hacerle caso y sin pronunciar ni una sola palabra.

Se detuvo ante la máquina de agua fría, tomó un vaso de papel encerado, lo llenó y bebió con evidente placer.

Después arrojó el vaso a una papelera, pasó de nuevo junto a Brunner como si éste no existiera, se acercó al sofá, se calzó las sandalias, recogió el vestido y se lo puso alegremente sin dejar de canturrear. Cinco minutos más tarde abandonó el despacho.

Y Brunner se quedó -¿con qué?-con una diminuta mancha húmeda en la bragueta y la amarga sensación de no existir para ninguna de aquellas personas que poblaban su imaginación y agitaban sus deseos.

Aquellas muchachas, la buena vida, todo aquello era para la gente de verdad, para personas visibles con identidad propia, para los triunfadores, para los que son alguien, él era un absoluto don nadie. Un cero.

Y eso no estaba bien, no estaba ni medio bien, porque dentro tenía muchas cosas ocultas pero latentes que le decían que era una persona, una persona realmente interesante que los de fuera ni siquiera se tomaban la molestia de mirar. Era una persona que se merecía algo, que se merecía cosas mejores. Reanudó tristemente su trabajo.

Tardó casi una hora en poder cerrar los libros. Al terminar comprendió que ya era demasiado tarde para poder cenar en casa. A Thelma le había dicho que no le esperara si no aparecía a las siete y media.

Ahora ya eran las siete y media pasadas. Thelma y su hermana mayor, Mae, que vivía con ellos, ya habrían cenado. Decidió llamar a su esposa, decirle que se comería un bocadillo en un restaurante de alimentación sana que había a dos manzanas de distancia y que volvería en seguida a casa.

Brunner marcó el número de su casa. Y quiso la mala suerte que contestara al teléfono su cuñada Mae. Ello significaba que tendría que soportar las bromas que ésta le repetía cada vez que finalizaba su tarea mensual en El Traje de Cumpleaños.

Su cuñada solía gastarle bromas acerca de aquel trabajo tan duro que muchos hombres le envidiarían, pasándose el día rodeados de mujeres desnudas, y que a eso se le llamara trabajar. Gruñendo para sus adentros, se reclinó en la silla y esperó a que Mae terminara con sus bromas.

Cuando ésta hubo terminado de atacarle sin piedad, Brunner le pidió que se pusiera Thelma al teléfono. Su esposa se puso al aparato.

– ¿Eres tú, Leo? ¿Dónde estás? ¿Pero sabes qué hora es?

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