Irving Wallace - Fan Club
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Si todavía no han recogido el dinero, aún podemos hacer algo pero sólo si actuamos con rapidez.
– ¿De qué se trata? -preguntó Zigman ansiosamente.
– Procurar apresar al secuestrador o mensajero de éste en el lugar en que se ha depositado el dinero.
Rodearle y capturarle. Apresarle vivo a toda costa. Cuando le tengamos en nuestro poder, conseguiremos hacerle hablar.
Sabríamos dónde mantienen prisionera a la señorita Fields y tendríamos muchas probabilidades de rescatarla.
Culpepper se detuvo para que pudieran calibrar su propuesta.
– Tengo miedo -dijo Nellie.
– Al insertar el anuncio y depositar el dinero del rescate -dijo Zigman inclinándose hacia adelante-, dimos nuestra palabra de que no permitiríamos que la policía interviniera en el asunto.
– Lo sé -dijo Culpepper-. Accedieron ustedes a permitirles recoger el dinero sin correr ningún riesgo.
Y ellos, a su vez, prometieron poner a Sharon Fields en libertad. Pero ahora ya no creemos que vayan a cumplir su promesa. ¿Por qué se preocupa usted de cumplir la suya?
Zigman comprendió que el razonamiento era lógico.
– ¿Sería muy arriesgado intentar tenderle una emboscada al mensajero y capturarlo? -preguntó.
– Si está allí, no nos costará nada apresarle. Si está solo y ha dejado a la señorita Fields atada en algún sitio, conseguiremos que nos conduzca hasta ella.
Pero dudo mucho que lo haya hecho solo. Este caso no tiene visos de deberse a un solo hombre.
Habida cuenta de los preparativos que fueron necesarios, de la penetración en esta propiedad, de las dificultades que debió entrañar el secuestro de una persona tan célebre como Sharon Fields, llevándosela lejos y manteniéndola prisionera tantos días, es lógico suponer que los autores son dos o tal vez más. Como es natural, esta circunstancia acrecienta el peligro. ¿Desea que se lo explique?
– Por favor -dijo Zigman-. Y no lo minimice.
– Muy bien. Es posible que dos de los secuestradores se trasladen al lugar en que ha sido depositado el dinero, uno para recogerlo y el otro para vigilar y proteger a su compañero desde lejos como medida de precaución.
En tal caso, si apareciera la policía, correríamos el riesgo de apresar a uno de los hombres y dejar al otro en libertad de causarle daño a la señorita Fields.
No es probable que ocurriera porque tendríamos bloqueadas todas las salidas o puntos de huida del Topanga Canyon.
Pero tenemos que prever la posibilidad de que, aun sin poder escapar, el segundo secuestrador pueda comunicarse por medio de un transmisor con un tercer compañero o cómplice que pudiera estar vigilando a Sharon en la zona del Topanga Canyon.
En tal caso habríamos perdido la partida. Pero lo más probable es que la señorita Fields no se encuentre prisionera en aquella zona y que el dinero del rescate lo recoja una sola persona.
– Supongamos que está usted en lo cierto -dijo Zigman-. Supongamos que sus hombres rodean el lugar, bloquean todas las salidas y logran capturar a los secuestradores.
Toda esta actividad llamaría la atención, ¿no es cierto? Y se extendería el rumor de lo que ha ocurrido.
– Me temo que así sucedería, antes de que transcurriera una hora.
– El segundo secuestrador que estuviera vigilando a Sharon es posible que se entera de la captura de su compañero a través de la radio o la televisión.
– Sí, es probable que se enterara.
– Por consiguiente, es probable que antes de que el secuestrador capturado les condujera hasta Sharon, su compañero ya habría asesinado a Sharon y se habría escapado.
– Es posible.
– Peligroso, demasiado peligroso -dijo Zigman frunciendo el ceño.
– No se lo niego. De todos modos, debe usted decidir si ello es más peligroso que no actuar y confiar en que los secuestradores pongan a la señorita Fields en libertad una vez hayan recogido el dinero.
– No lo sé -dijo Zigman tragando saliva. Después miró a Nellie-. ¿Qué piensas, Nellie?
– Yo tampoco lo sé -repuso ella confusa-. Ambas cosas me parecen peligrosas. Te dejo a ti la decisión, Félix. Te secundaré en lo que decidas.
Zigman se cubrió el rostro con las manos y se frotó las sienes por encima de las gafas.
– Es posible que se propongan soltarla una vez dispongan del dinero y si intervenimos, tal vez le hagamos perder a Sharon la única oportunidad de salir con vida.
– Sí -dijo Culpepper.
– Si no se proponen soltarla y perdemos la oportunidad de apresar a uno de ellos, también habremos perdido la oportunidad de salvarla de la muerte.
– Eso también es cierto -dijo Culpepper.
– Es un dilema terrible, terrible -dijo Zigman-. ¿Podemos discutirlo un poco antes de tomar una decisión?
Con las manos metidas en los bolsillos, el capitán Culpepper miró fijamente a Zigman.
– Tenemos dos alternativas, señor Zigman. Una de ellas es no intervenir y que suceda lo que Dios quiera. La otra es que mis hombres intervengan.
En esta última alternativa el elemento tiempo es de primordial importancia. Por consiguiente, si va a elegir, tenga muy en cuenta el factor tiempo.
Muy bien, discutámoslo un poco. Pero, ¿cuánto? Le doy un minuto para que decida o nos deje decidir a nosotros.
Todo había ido como la seda, mucho mejor de lo que se había imaginado.
Tras abandonar el intenso tráfico de la autopista de la Costa del Pacífico y adentrarse en el Topanga Canyon, girando a la izquierda al llegar al cuartelillo de bomberos de la calle Fernwood Pacific, había empezado a tranquilizarse.
El camino le era conocido, y cuanto más subía menos tráfico encontraba.
Con los ojos clavados en la empinada carretera que rodeaba las colinas, había comprendido que estaba dejando atrás todas las señales de vida.
Aquí y allá, entre manchas de verdor, había visto alguna que otra choza o casa al borde de un barranco pero pronto llegó a la entrada del Templo del Fuego de la Luna. (Recordó haberles leído la guía a sus hijos en cierta ocasión en que lo visitaron: "El Templo del Fuego de la Luna, así llamado porque se cree que la luna y el fuego son para el hombre los primeros símbolos de la vida y la muerte, no está dedicado a ninguna religión determinada sino simplemente al vegetarianismo y a la abstención de matar".) Y, tras dejar el templo, experimentó la sensación de haber superado una barrera y de haberse adentrado en un mundo perdido, en un territorio vacío, abandonado y salvaje, totalmente exento de vida.
A los dieciocho minutos de haber abandonado la costa, vislumbró finalmente la Fortress Rock, aquella mellada roca de piedra arenisca color herrumbre, recortándose contra el azul del cielo, que tanto conocía por las muchas veces que, en el transcurso de los fines de semana, había realizado excursiones por aquellos parajes en compañía de Nancy y Tim explorando con ellos los alrededores.
Un minuto más y la sombra de la enorme roca cubrió la camioneta, y Yost aminoró la marcha para buscar un sitio donde aparcar.
Más allá de la roca había un promontorio de tierra junto a la carretera pero decidió no utilizarlo.
Siguió avanzando, perdió de vista la Fortress Rock por el espejo retrovisor al rodear la montaña, y buscó algún camino lateral.
Al final, unos doscientos metros más allá de la roca, más lejos de lo que había pensado teniendo en cuenta lo que iban a pesar las maletas, encontró un camino estupendo, una vereda bastante ancha para caminantes, que se curvaba más allá de unos altos arbustos y se perdía de vista.
Se adentró en el camino con su vehículo, avanzó y, al final, se detuvo en un lugar desde el que no podía divisarse la carretera.
Sin pérdida de tiempo regresó a la carretera a pie y echó a andar hacia la Fortress Rock.
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