– No corresponden a nadie que tengamos fichado en el ordenador.
– ¿Lo has comprobado en la base nacional de datos?
– Sí, y en la de Interpol -respondió Connolly-. Y nada. Hay una huella impecable que encontrarnos en la puerta. Es de un dedo pulgar. Si es la del asesino, es bajo.
– Bajo -repitió Sean.
– Sí, bajo. Sin embargo, podría ser de cualquiera. Conseguimos seis huellas claras, pero no corresponden a nadie que esté fichado.
– ¿Has escuchado la cinta?
– No. ¿Debería haberlo hecho?
– Connolly, deberías familiarizarte con cualquier cosa que guarde relación con el caso, hombre.
Connolly asintió y preguntó:
– ¿Usted piensa escucharla?
– Para eso ya te tengo a ti -contestó Sean. Luego se volvió hacia Brendan Harris-. Estábamos hablando de la pistola de tu padre.
– Mi padre no tenía pistola -replicó Brendan.
– ¿De verdad que no?
– De verdad.
– ¡Qué raro! -exclamó Sean-. Entonces supongo que nos han informado mal. A propósito, Brendan, ¿solías hablar mucho con tu padre?
Brendan negó con la cabeza, y respondió:
– No. Nos dijo que salía a tomar una copa y nunca regresó. Nos abandonó a mí y a mi madre, y eso que ella estaba embarazada.
Sean, asintiendo como si él mismo pudiera sentir el dolor, comentó:
– Sin embargo, tu madre nunca comunicó su desaparición a la policía.
– Porque no había desaparecido -espetó Brendan, con una expresión airada en los ojos-. Le había dicho a mi madre que no la amaba, y que siempre le estaba agobiando. Dos días más tarde, se marchó.
– ¿Nunca intentó encontrarle ni nada de eso?
– No, como le mandaba dinero, a la mierda con él.
Sean apartó el lápiz del teclado y lo dejó sobre la mesa. Observó a Brendan Harris, intentando obtener información del chico, ya que sólo conseguía sacarle indicios de depresión y de ira acumulada.
– ¿Os mandaba dinero?
Brendan asintió y contesto:
– Una vez al mes, religiosamente.
– ¿Desde dónde?
– ¿Qué?
– ¿Desde dónde enviaba los sobres de dinero?
– Desde Nueva York.
– ¿Siempre?
– Sí.
– ¿En metálico?
– Sí. Casi siempre nos mandaba quinientos dólares al mes. En navidades, nos mandaba más.
– ¿Alguna vez os mandó alguna nota? -preguntó Sean.
– No.
– Entonces, ¿cómo sabes que lo mandaba él?
– ¿Quién más iba a mandarnos dinero una vez al mes? Se sentía culpable. Mi madre siempre decía que él era así: que hacía cosas malas, y que como luego se arrepentía, ya no contaban, ¿sabe?
– Me gustaría ver algunos de esos sobres -declaró Sean.
– Mi madre siempre los tira.
– ¡Mierda! -exclamó Sean, apartando la pantalla del ordenador fuera de su ángulo de visión.
Los detalles del caso estaban empezando a molestarle: que Dave BoyIe fuera sospechoso, que Jimmy Marcus fuera el padre de la víctima, que a ésta la hubieran asesinado con la pistola del padre de su novio. Además había algo más que le fastidiaba, aunque no tuviera nada que ver con el caso.
– Brendan -dijo-, si tu padre abandonó la familia cuando tu madre estaba embarazada, ¿por qué le puso el nombre de tu padre a tu hermano?
Brendan, con la mirada perdida, respondió:
– Mi madre no está muy bien de la cabeza, ¿sabe? Se esfuerza y todo eso, pero…
– De acuerdo.
– Dice que le puso Ray para que no se le olvidara.
– ¿El qué?
– De lo que eran capaces los hombres -se encogió de hombros-. Hasta qué punto le podían joder a uno la vida si se les daba la oportunidad, aunque sólo fuera para demostrar que eran capaces de hacerlo.
– Cuando tu hermano se quedó mudo, ¿cómo se sintió tu madre?
– Cabreada -contestó Brendan, esbozando una tímida sonrisa-.
De alguna manera, confirmaba que ella tenía razón. Por lo menos, así lo creía.
Pasó la mano sobre la bandeja sujetapapeles del escritorio de Sean, y la sonrisa se desvaneció.
– ¿Por qué me ha preguntado si mi padre tenía una pistola?
Sean, que de repente se sentía cansado de aquellos juegos, de ser educado y prudente, le respondió:
– ¡Si tú ya lo sabes!
– No -replicó Brendan-. No lo sé.
Sean se apoyó en la mesa, casi incapaz de reprimir el deseo inexplicable de continuar, de abalanzarse contra Brendan Harris y estrujarle el cuello con las manos.
– La pistola que mató a tu novia, Brendan, es la misma que tu padre usó en un atraco hace dieciocho años. ¿Te gustaría contarme algo más?
– Mi padre no tenía pistola -replicó Brendan, pero Sean se percató de que algo empezaba a funcionar en el cerebro del chico.
– ¿No? ¡A mí no me la pegas! -Golpeó la mesa con tanta fuerza que podría haber tirado al chico de la silla-. Y dices que amabas a Katie Marcus. Pues bien, Brendan, déjame que te cuente lo que me gusta a mí: me encanta mi sueldo, la habilidad que tengo para resolver los casos en setenta y dos horas. Ahora me estás mintiendo.
– No, no es verdad.
– Sí, sí que me estás mintiendo. ¿Sabes que tu padre era un ladrón?
– Trabajaba para la Asociación de Transporte…
– ¡Era un maldito ladrón! Trabajaba con Jimmy Marcus, que también era un ladrón. ¡Y ahora va y matan a la hija de Jimmy con la pistola de tu padre!
– Mi padre no tenía pistola.
– ¡Que te jodan! -vociferó Sean. Connolly pegó un salto en la silla y se volvió hacia ellos-, ¿Tienes ganas de fastidiarme, chico? Pues lo haces en tu celda.
Sean cogió las llaves del cinturón y se las lanzó por encima de la cabeza a Connolly.
– ¡Encierra a este gusano! Brendan se puso en pie y exclamó:
– ¡Yo no he hecho nada!
Sean observó cómo Connolly se colocaba detrás de Brendan, tensando las articulaciones de los pies.
– No tienes coartada, Brendan, mantuviste relaciones con la víctima, y la asesinaron con la pistola de tu padre. Hasta que no se aclare todo esto, te mantendré bajo arresto. Descansa y piensa en todo lo que me acabas de decir.
– ¡No me puede encerrar! -Brendan miró a Connolly que estaba detrás de él-. ¡No puede hacerlo!
Connolly se volvió hacia Sean, con los ojos desorbitados, ya que el chico tenía razón. En teoría, no podían encerrarle hasta que no le acusaran formalmente. Y, de hecho, no podían acusarle de nada. En aquel estado era ilegal acusar a alguien por el mero hecho de ser sospechoso.
Pero Brendan no sabía nada de eso, y Sean lanzó a Connolly una mirada que decía: «Bienvenido al Departamento de Homicidios». -Si no me cuentas algo más ahora mismo -le amenazó Sean-, pienso encerrarte.
Brendan abrió la boca, y Sean vio cómo unos oscuros pensamientos le atravesaban, cual anguila eléctrica. Después cerró la boca y negó con la cabeza.
– Sospechoso de asesinato en primer grado -sentenció Sean-. ¡A la celda con él!
Dave regresó a su casa vacía a media tarde y se fue directo a la nevera para coger una cerveza. No había comido nada y sentía el estómago vacío y lleno de aire. No era el mejor momento para beberse una cerveza, pero a Dave le hacía falta. Necesitaba suavizar su fatigada cabeza y librarse de la tensión del cuello, aliviar los violentos latidos de su corazón.
La primera la pasó muy bien mientras paseaba por la casa vacía. Celeste podría haber regresado a casa mientras él estaba fuera y haberse ido a trabajar, y pensó en llamar a la peluquería para ver si estaba allí, cortando cabellos y hablando con las señoras, flirteando con Paolo, el homosexual que hacía el mismo turno que ella y que coqueteaba de esa manera natural, aunque no del todo inofensiva, tan característica de los homosexuales. O tal vez fuera a la escuela de Michael, y le saludara efusivamente y le diera un fuerte abrazo, para luego acompañarlo hasta casa, y parar a medio camino a tomarse un batido de chocolate.
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