Stieg Larsson - La Chica Que Soñaba Con Una Cerilla Y Un Bidón De Gasolina

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Lisbeth Salander se ha tomado un tiempo: necesita apartarse del foco de atención y salir de Estocolmo. Trata de seguir una férrea disciplina y no contestar a las llamadas ni a los mensajes de Mikael, que no entiende por qué ha desaparecido de su vida sin dar ningún tipo de explicación. Lisbeth se cura las heridas de amor en soledad, aunque intente distraer el desencanto mediante el estudio de las matemáticas y con ciertos placeres en una playa del Caribe.
¿Y Mikael? El gran héroe vive buenos momentos en Millennium, con las finanzas de la revista saneadas y el reconocimiento profesional por parte de los colegas. Ahora tiene entre manos un reportaje apasionante sobre el tráfico y la prostitución de mujeres procedentes del Este que le ha propuesto Dag Svensson, periodista de investigación, y su mujer, la criminóloga e investigadora de género Mia Bergman.
Las vidas de los dos protagonistas parecen haberse separado por completo, pero entretanto… una muchacha, atada a una cama, soporta un día tras otro las horribles visitas de un ser despreciable y, sin decir palabra, sueña con una cerilla y un bidón de gasolina, con la forma de provocar el fuego que acabe con todo.

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Lisbeth Salander asintió pensativamente. Reflexionó durante dos minutos. Descubrió que el doctor A. Sivarnandan, con su aspecto indio y su acento finés, le caía bien.

– ¿Qué significa la «A»? -preguntó de repente.

Él la contempló divertido.

– Anders. -¿Anders?

– Nací en Sri Lanka pero fui adoptado en Abo cuando sólo tenía unos meses.

– Muy bien, Anders. ¿Y cómo puedo ayudarlo?

– Visítalo. Estimúlalo mentalmente.

– Puedo venir todos los días.

– No quiero que vengas todos los días. Lo que quiero es, si te tiene aprecio, que espere con ansia tus visitas y que no se aburra.

– ¿Hay algún tratamiento especial que pueda mejorar sus condiciones? Yo corro con los gastos.

Sonrió a Lisbeth Salander pero en seguida se puso serio.

– Me temo que somos nosotros los que ofrecemos los tratamientos más especializados. Naturalmente, me gustaría contar con más recursos y poder hacer frente a los recortes, pero te aseguro que los cuidados que recibe son de muy alto nivel.

– Y si no tuviera que preocuparse de los recortes, ¿qué podría haberle ofrecido?

– Lo ideal para pacientes como Holger Palmgren sería, por supuesto, poner a su disposición un entrenador personal a tiempo completo. Pero en Suecia hace mucho que carecemos de ese tipo de recursos.

– Contrátelo.

– ¿Perdón?

– Que contrate a un entrenador personal para Holger Palmgren. Búsquele el mejor. Para mañana. Y asegúrese de proporcionarle todo lo que necesite: equipamiento técnico o lo que sea. Yo me ocuparé de que, a finales de esta misma semana, haya dinero en una cuenta corriente para pagarle un sueldo y el material que haga falta.

– ¿Me estás tomando el pelo?

Lisbeth le lanzó al doctor Anders Sivarnandan una fría e inexpresiva mirada.

Mia Bergman frenó y situó su Fiat frente a la boca de metro de Gamia Stan, junto al bordillo de la acera. Dag Svensson abrió la puerta y, con el coche en marcha, entró en el asiento del copiloto. Se acercó a Mia y le dio un beso en la mejilla. Ella se reincorporó al tráfico y se colocó detrás de un autobús de Stockholm Lokaltrafik.

– Hola -dijo sin desviar la mirada-. Te veo muy serio, ¿ha pasado algo?

Dag Svensson suspiró y se puso el cinturón de seguridad.

– No, nada importante. Es sólo que tenemos un poco de lío con el texto.

– ¿En qué sentido?

– Falta un mes para el deadline. He hecho nueve de las veintidós confrontaciones que planeamos. Tengo problemas con Björck, el policía de la Säpo. El cabrón está de baja médica y no coge el teléfono de su casa.

– ¿Está en el hospital?

– No lo sé. ¿Alguna vez has intentado sacarles información a los de la policía de seguridad? Ni siquiera reconocen que trabajan allí.

– ¿Has intentado llamar a casa de sus padres?

– Fallecieron. Y no está casado. Tiene un hermano que vive en España. Simplemente, no sé cómo contactar con él.

De reojo, Mia Bergman miró a su compañero sentimental mientras sorteaba el tráfico de Slussen en dirección al túnel que los llevaría a Nynäsvägen.

– En el peor de los casos nos veremos obligados a quitar el párrafo sobre Björck. Blomkvist exige que todos aquellos a los que acusamos tengan la oportunidad de defenderse antes de sacarlos a la luz pública.

– Y sería una pena no incluir a un representante de la policía secreta que se va de putas. ¿Qué vas a hacer?

– Pues buscarlo, claro. Y tú, ¿cómo te encuentras? ¿No estás nerviosa?

Cariñosamente le clavó un dedo en el costado.

– La verdad es que no. El próximo mes defenderé mi tesis y por fin seré doctora, pero estoy como una balsa de aceite.

– Conoces el tema. ¿Por qué te ibas a poner nerviosa?

– Mira en el asiento de atrás.

Dag Svensson se volvió y descubrió una bolsa de plástico.

– ¡Mia, ya está impresa! -exclamó.

Cogió la tesis y la sostuvo en la mano.

FROM RUSSIA WITH LOVE

Trafficking, crimen organizado

y las medidas tomadas por la sociedad

Mia Bergman

– Pensé que no saldría hasta la semana que viene. Joder… tenemos que descorchar una botella de vino en cuanto lleguemos a casa. ¡Enhorabuena, doctora!

Se acercó y la volvió a besar en la mejilla.

– Tranquilo, hasta dentro de tres semanas no seré doctora. Y las manos quietas cuando estoy conduciendo.

Dag Svensson se rió. Luego se puso serio.

– Por cierto, y siento aguarte la fiesta, hará un año que entrevistaste a una chica llamada Irina P.

– Irina P., veintidós años, de San Petersburgo. Llegó aquí por primera vez en 1999 y luego hizo unos cuantos viajes más. ¿Por qué?

– Hoy he visto a Guibrandsen, el policía que llevaba la investigación de los burdeles de Södertälje. ¿Te has enterado de que la semana pasada encontraron a una chica flotando en el canal de Södertälje? La noticia apareció con grandes titulares en los vespertinos. Era Irina P.

– ¡Oh, no! ¡Qué horror!

Se quedaron en silencio justo al pasar por Skansktull.

– Está en la tesis -dijo finalmente Mia Bergman-. Bajo el seudónimo de Tamara.

Dag Svensson abrió From Russia with Love por el capítulo dedicado a las entrevistas y buscó a Tamara. Leyó atentamente mientras Mia pasó por Gullmarsplan y por Globen.

– La trajo una persona a la que llamas Anton.

– No puedo emplear nombres verdaderos. Me han advertido de que en la defensa de la tesis me lo podrían criticar. Las chicas han de aparecer bajo seudónimo. Se juegan la vida. Consecuentemente, tampoco nombro a los puteros, ya que entonces les sería muy fácil deducir con qué chica he estado hablando. Así que, para que no haya detalles concretos, sólo uso nombres falsos y personas anónimas en todos los casos.

– ¿Quién es Anton?

– Probablemente se llame Zala. Nunca lo he conseguido identificar, pero creo que es polaco o yugoslavo, y que en realidad tiene otro nombre. Hablé con Irina P. cuatro o cinco veces y hasta nuestro último encuentro no lo mencionó. Estaba intentando arreglar su vida y pensaba dejarlo, pero le tenía un miedo terrible.

– Mmm… -dijo Dag Svensson.

– ¿Qué?

– Me estaba preguntando… Hará un par de semanas que me topé con el nombre de Zala.

– ¿Dónde?

– Le enseñé el material a Sandström. Ese maldito periodista putero. Joder, es un verdadero hijo de puta.

– ¿Por qué?

– En primer lugar no es un auténtico periodista. Hace revistas promocionales para empresas. Lo que pasa es que tiene unas fantasías tremendamente enfermizas con violaciones que luego lleva a cabo con esa chica…

– Ya lo sé. Fui yo quien la entrevistó.

– Pero ¿has visto que ha hecho el layout de un folleto informativo para el Instituto Nacional de Salud Pública sobre enfermedades de transmisión sexual?

– No lo sabía.

– Me entrevisté con él la semana pasada y le enseñé el material. Se quedó completamente hecho polvo, claro está, cuando le presenté toda la documentación y le pregunté por qué iba con putas adolescentes de los países del Este para hacer realidad sus fantasías de violación. Al final me dio algo parecido a una explicación.

– ¿Ah sí?

– Sandström ha ido a parar a una situación en la que no sólo es cliente sino que también lleva a cabo una serie de gestiones para la mafia sexual. Me facilitó los nombres de los que conocía, entre ellos el de Zala. No dijo nada en especial sobre él, pero es un nombre bastante poco habitual.

Mia Bergman lo miró de reojo.

– ¿No sabes quién es? -preguntó Dag.

– No. Nunca he podido identificarlo. Sólo es un nombre que aparece de vez en cuando. Las chicas parecen tenerle un miedo impresionante y nadie ha querido contar nada más.

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