John Case - Código Génesis
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Lassiter buscó el número de teléfono de Torgoff por el escritorio. Justo cuando acababa de encontrarlo, Victoria lo llamó por el intercomunicador.
– Lo llama un tal señor Coppi, de Roma.
Lassiter dudó un momento. ¿Quién podría ser? Por fin dijo:
– Pásemelo.
– ¿Señor Lassiter? ¿Señor Joseph Lassiter? -preguntó una voz con acento italiano.
– Sí, soy yo.
– Perdone, pero… tengo que estar seguro de que estoy hablando con la persona correcta. ¿Es usted el señor Joseph Lassiter que estuvo hospedado recientemente en la pensión Aquila de Montecastello di Peglia?
Siguió un largo silencio, mientras Lassiter iba acumulando adrenalina.
– ¿Quién habla? -inquirió.
– Discúlpeme, señor Lassiter. Me llamo Marcello Coppi. Soy un letrado de Perugia.
– Ah -dijo Lassiter intentando mantener un tono de voz neutro.
– Sí. Bueno… Me ha dado su teléfono un amigo mío que es carabiniero.
– Sí, sí. ¿De qué se trata?
– Me temo que tengo malas noticias.
– Señor Coppi… Por favor.
El italiano se aclaró la garganta.
– Me temo que van a acusarlo de los asesinatos de… Un momento, por favor. Giulio Azetti y… Vincenzo Várese.
Lassiter se quedó sin respiración.
– Eso es una locura -replicó. -Si yo hubiera matado a Azetti, ¿por qué iba a decirle a nadie que iba a ir a verlo? Cuando lo encontré ya estaba muerto.
– No tengo ninguna duda acerca de su inocencia, señor Lassiter. No obstante, le recomendaría que no comentara los detalles de su defensa por teléfono. El propósito de mi llamada es tan sólo decirle que le conviene contratar un abogado que lo represente aquí, en Italia… Y ofrecerle mis servicios.
Lassiter respiró hondo.
– Señor Lassiter, le puedo garantizar que tengo muy buenas referencias. Si quiere ponerse en contacto con la Embajada de Estados Unidos, ellos le…
– ¡Todo esto es ridículo! -lo interrumpió Lassiter.
– Sí. Tiene razón. No es normal. Normalmente, la fiscalía convocaría una entrevista en Washington, pero en este caso… Me han dicho que solicitarán su extradición en cuanto el fiscal presente oficialmente los cargos contra usted. Sí, realmente no es el procedimiento acostumbrado.
Lassiter reflexionó un momento. Después preguntó:
– ¿Por qué cree que han decidido solicitar mi extradición?
– No lo sé. Tal vez exista algún tipo de presión.
– Sí, claro -repuso Lassiter. -Me imagino perfectamente de dónde puede venir. -Hizo una pausa. -Mire, éste no es el momento más indicado para que me extraditen a ninguna parte.
– Está usted bromeando, ¿verdad?
– Sí. Bueno, lo que quiero decir es que…, si usted me representara legalmente, ¿podría conseguir atrasar la solicitud de extradición?
– No sé -contestó Coppi. -Siempre existe la posibilidad, pero…
– Necesitaría una provisión de fondos. Es eso, ¿verdad?
– Pues… Sí, me temo que sí.
Se pusieron de acuerdo sobre la cantidad; Coppi prometió que lo mantendría informado y Lassiter, por su parte, dijo que encontraría un abogado para que lo representara en Estados Unidos. Después de intercambiar direcciones, Lassiter colgó el teléfono, se recostó en su asiento y exclamó:
– ¡Joder!
Lo dijo una y otra vez, hasta que Victoria llamó a la puerta y asomó la cabeza.
– Señor Lassiter.
– Sí. Pase.
– Esto acaba de llegar. -Se acercó al escritorio y le entregó un sobre de Federal Express. -Viene del National Enquirer.
– ¡Ah, sí! Muy bien. Gracias.
Mientras Lassiter abría el sobre, Victoria se dirigió hacia la puerta, pero, en el último momento, se detuvo.
Lassiter levantó la mirada.
– ¿Sí?
– Es pura curiosidad.
– Dígame.
– Buck.
Lassiter suspiró.
– Todos sentimos curiosidad acerca de Buck. ¿A qué se refiere en concreto?
– Pues -dijo ella -quería saber… Bueno… ¿Sabe si está casado?
Lassiter hizo una mueca de sorpresa.
– La verdad, no lo sé -repuso. -Nunca se lo he preguntado. ¿Quiere que se lo pregunte?
– No -contestó Victoria sonrojándose. -No tiene importancia. -Se dio la vuelta y salió del despacho.
Lassiter apoyó la cabeza entre las manos. Italia. El problema no era ganar el juicio. Estaba seguro de poder hacerlo si el caso realmente llegaba a los tribunales. Pero nunca llegaría. Ése era realmente el problema. «Si me extraditan -pensó Lassiter, -moriría antes de que se celebrara el juicio.» De eso no había duda.
A no ser que él les ganara la partida.
Miró hacia arriba, se echó hacia atrás y jugueteó con los dedos sobre el escritorio. «¿Qué puedo hacer? Mantener la calma -se dijo a sí mismo. -A no ser que las cosas se pongan al rojo vivo. Entonces tendrás que ponerte a correr como un loco.»
El sobre que le había mandado Gus Woodburn contenía una nota y una foto de una mujer sonriendo mientras se arrodillaba para abrocharle la chaqueta a un niño pequeño. Estaban delante de un McDonald’s, en algún sitio con montañas nevadas. Lassiter observó a la mujer y pensó: «Es ella. No hay duda, casi seguro que es ella.» No podía estar totalmente seguro. La mujer estaba de perfil y sólo se la veía de cintura para arriba. Además, la foto parecía un poco desenfocada. Evidentemente, era una ampliación de una fotografía tomada con una cámara barata. Sí, podía ser ella, o podía ser otra persona que se pareciese a ella.
De todas formas, tenía que ser ella, o su hermana, porque de lo que sí estaba seguro Lassiter era de que el niño que estaba delante de la mujer con un gorro en una mano y un Big Mac en la otra era su hijo. Tenía el pelo lleno de rizos oscuros y parecía mirar a la cámara desde el fondo de un pozo.
«Y éste es Jesse», había dicho ella en el funeral. Lassiter se acordaba perfectamente del niño. Tenía los ojos de color caoba, unos ojos sin fondo que miraban como si estuvieran muy lejos. Pero, además, ella también le había dicho su propio nombre. Allí, a pocos metros de la tumba de Kathy. Se había presentado. Se llamaba…
Nada. No conseguía acordarse.
Con un gesto de frustración, Lassiter cogió la nota que venía con la foto y leyó:
Joe:
Los chicos de la redacción creen que esta mujer es la auténtica Calista. Quién sabe. La foto nos llegó hace un año, pero no conseguimos encontrar la carta que venía con ella, así que no sabemos quién la hizo, ni dónde. Aun así, quizá te sirva para algo. (¡Parece ser que tiene un hijo! ¿Será un hijo del amor? ¿O un niño del terror? Llámame si averiguas algo.)
Gus
Lassiter guardaba una lupa en el cajón del escritorio. La sacó y estudió la foto detenidamente. Calista y Jesse estaban delante del McDonald’s. A la izquierda había varios coches aparcados y a lo lejos se veían unas montañas.
Si el ángulo hubiera sido distinto, Lassiter habría podido ver las matrículas de los coches y eso le habría permitido saber dónde estaban. Pero el encuadre de la fotografía sólo permitía ver la parte de arriba de los coches.
De todas formas, había algo que sí podría ayudarlo. Mirando con la lupa, Lassiter observó que en una de las montañas había pistas de esquí. Cabía la posibilidad de que alguien reconociese el sitio. Llamó a Victoria por el intercomunicador y le pidió que entrara.
– Vamos a hacer un concurso en la oficina -le dijo mientras le entregaba la foto. -Un fin de semana para dos personas en Nueva York, con todos los gastos pagados, para quien me diga dónde fue tomada esta foto.
Victoria miró la foto entrecerrando los ojos.
– ¿Y cómo podemos saberlo? -preguntó.
– Si supiera eso, no haría un concurso -replicó Lassiter. -Pero no dejes de mencionar que hay una estación de esquí al fondo. Tal vez alguien reconozca el trazado de las pistas.
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