John Case - Código Génesis
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– Sí, ¡claro! -exclamó Massina. – ¿Se ha enterado de lo de Bepi?
– Sí. He visto la noticia en la televisión.
Massina suspiró.
– Todavía no lo puedo creer. -Volvió a suspirar.
– Lo llamo porque… No sé. Bepi seguía trabajando para mí y he pensado que puede que… Umbra Domini… Como lo han encontrado junto a una iglesia… -dijo Lassiter.
– Tratándose de Umbra Domini siempre hay rumores -replicó Massina. – ¿Pero esto? No creo. Es demasiado. Además, aunque esta iglesia es interesante, no tiene ninguna relación con Umbra Domini.
– Entonces ¿por qué dice que es interesante?
– ¡Porque lo es! Tiene más de seiscientos años y está consagrada a la Madre de Dios. Se dice que fue construida después de una gran nevada, una nevada milagrosa que al caer dibujó en el suelo el proyecto de la planta de la iglesia. ¡Ahí mismo, justo donde está ahora! Así que cada año, el día del aniversario de la construcción de la iglesia, se lanzan pétalos de flores, pétalos blancos, desde el duomo. Y además tiene valiosas reliquias. ¡Tiene trozos de madera del mismísimo portal de Belén! ¡Nada menos que cinco! ¿Qué me dice de eso?
– ¿Son auténticos?
– ¿Cómo lo voy a saber yo? Estamos hablando de religión. ¡Todo es auténtico! Y nada lo es. ¿Quiere saber lo que es auténtico? El barrio en el que está la iglesia es auténtico.
– Reuters dice que está «deteriorado».
Massina se rió.
– ¡La gente lo llama la piazza de la Mierda y las Agujas! Ni siquiera las putas se atreven a ir por ahí. No hay más que yonquis y locos…
– ¿Y qué? -replicó Lassiter.
– ¿Cómo que y qué?
– ¿Qué importancia tiene que sea un barrio asqueroso? La noticia de Reuters dice que lo torturaron antes de matarlo, así que tuvo que morir en otro sitio. La gente no va por ahí torturando a sus víctimas en la escalinata de una iglesia.
– Tiene razón. He hablado con la policía… Lo que le voy a decir es off the record, ¿vale? Por lo visto, dejaron el cadáver de Bepi delante de la iglesia hacia las cinco de la mañana. No saben dónde estaba antes pero, por la coagulación de la sangre, desde luego no murió en la escalinata. Al menos no en esa postura. Hasta es posible que ya llevara muerto un día. -Lassiter y Massina guardaron silencio unos instantes. – ¿Sabía que tenía un hijo? -dijo Massina por fin.
– Sí, me lo había dicho. -De nuevo, silencio.
– ¿Sabe cómo murió? -preguntó al cabo Massina.
– No. La verdad es que no. -Pero sabía que Massina iba a decírselo.
Massina respiró hondo.
– La policía no lo ha comunicado oficialmente, pero… le ataron las manos y las piernas detrás de la espalda y le pusieron una soga alrededor del cuello con un… No estoy seguro de cómo se dice. ¿Un nudo corrido?
– Un nudo corredizo.
– Un nudo corredizo. Mientras más se forcejea, más aprieta la soga. Ya sabe. La policía dice que puede durar muchas horas. Cuando la víctima se empieza a ahogar, el que lo está interrogando lo afloja un poco. Y así una y otra vez. Tenía múltiples abrasiones en el cuello. Y en las muñecas. Y en los tobillos. Eso quiere decir que debieron amenazarlo mientras lo tenían atado así, de modo que Bepi no podía evitar forcejear.
– ¿Qué quiere decir?
Massina volvió a respirar hondo.
– Le cubren la cabeza con una bolsa de plástico. La víctima aguanta la respiración todo el tiempo que puede, pero, al final, cuando el instinto acaba venciendo, ¡forcejea! Entonces la soga se tensa y, cuando está a punto de desmayarse, le quitan la bolsa y aflojan la cuerda. Vuelven a hacer lo mismo una y otra vez. Hasta que, una de las veces, no le quitan la bolsa. Y se acabó. Está muerto.
Lassiter no dijo nada. ¿Qué podía decir?
Massina se aclaró la garganta.
– ¿Qué cree que estaban buscando?
– Información.
– Sí, pero ¿qué información?
– No lo sé -contestó Lassiter. -Quizá sólo estuvieran… «pescando». Tal vez no sabrían lo que buscaban. Puede que sólo quisieran saber cuánto sabía él… o cuánto sabía yo. O puede que lo hicieran por diversión… Algún loco.
– No creo en los locos -replicó Massina.
– Ni yo tampoco.
Un pesado silencio volvió a apoderarse del teléfono, hasta que Lassiter por fin dijo:
– Bueno…
– Felice Natale, eh?
– Sí.
– Cuídese.
– Y usted también. Feliz Navidad.
CAPÍTULO 21
Justo después de colgar, el teléfono sonó como si fuera una alarma de incendios. Y volvió a sonar. Lassiter levantó el auricular como si fuera algo sucio.
– Lassiter -contestó con el tono de voz neutro que solía usar cuando su secretaria había salido en busca de un café.
– ¡Adivina quién soy!
– ¡Jimmy! -dijo. -Tengo muchas cosas que contarte…
– Iba a contarle lo que le habían hecho a Bepi y lo que le había pasado en Nápoles, pero no pudo competir con el torrente de voz de Riordan.
– Es increíble, ¿verdad? Cuando parece que uno está en un callejón sin salida, se va de viaje al otro lado del mundo y… ¿Puedes creerlo? Creo que tengo algo.
Lassiter se enderezó en su asiento.
Riordan se rió.
– Te he despertado la curiosidad, ¿eh?
– Sí. Desde luego.
– ¿Cuánto tardarías en llegar?
– ¿Adonde?
– A Praga. ¿Desde dónde te crees que estoy llamando?
– Jimmy. Han pasado muchas cosas. No…
– El vuelo sólo dura una hora. Es como ir de Washington a Nueva York.
Lassiter se dio cuenta de que Riordan realmente no lo estaba escuchando; parecía demasiado emocionado con algo.
– ¿Por qué no me lo cuentas por teléfono?
– ¡Porque hay alguien aquí a quien tienes que conocer! Así que súbete al próximo avión y vente a Praga.
– ¿Estás seguro de que…?
– Confía en mí. Es importante.
Después de colgar, Lassiter estuvo pensando unos minutos. Algo le decía que debía quedarse en Roma, hacer algo por Bepi, pero la verdad es que no se le ocurría qué podía hacer por él. Y, además, podía estar de vuelta en Roma al día siguiente. Puede que incluso antes.
Cinco horas después, Lassiter estaba en el aparcamiento del hotel Intercontinental, en la capital de la República Checa, observando la idea del progreso de algún antiguo dirigente comunista: un cubo de cristal y hormigón de un gusto más que dudoso que prometía recibirlo con obras abstractas insípidas, moquetas con manchas y pop europeo. Edificado en el apogeo de la Guerra Fría, el hotel pretendía ser una afirmación arquitectónica que proclamara a los cuatro vientos: ¡Marchamos hacia el futuro trabajando hombro con hombro! Pero, como ocurre tan a menudo con las afirmaciones arquitectónicas, ésta no había salido exactamente como era de esperar.
Una vez dentro, Lassiter encontró a Riordan sentado en el bar junto a un hombre checo con aspecto siniestro que llevaba un largo abrigo de cuero. Vestido con la chaqueta y la corbata de reglamento, Riordan parecía exactamente lo que era. En cambio, su compañero hacía pensar en un músico de rock en paro o en un genio huesudo con una larga melena de pelo negro y grasiento que le llegaba hasta los hombros. La mesa estaba llena de botellas vacías de Pilsner Urquell. Lassiter dejó su bolsa de viaje en el suelo y se sentó al lado de Riordan.
– Espero que de verdad sea importante -dijo.
Riordan tardó en reaccionar.
– Hombreeeee… ¡Joe! Te presento a Franz.
– Hola, Franz.
– Joe Lassiter, Franz Janacek -hizo las presentaciones Riordan.
Lassiter extendió la mano y el checo se la estrechó con fuerza. Tenía los ojos pequeños, marcas de viruela en la cara y una voz profunda, casi subterránea. Además, cada vez que abría la boca mostraba una muela de oro.
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