Martina Fransson se preguntó si habría alguna manera de pasarle ese asunto al fiscal Richard Ekström, de Estocolmo.
– Nieminen se niega a hacer declaraciones sobre lo ocurrido, pero niega tajantemente haber participado en ninguna actividad delictiva -aclaró el inspector.
– No, la verdad es que más bien parece que las víctimas del delito de Stallarholmen han sido Lundin y él -soltó Martina Fransson, tamborileando irritadamente sobre la mesa con las yemas de los dedos.
– Lisbeth Salander -añadió con aparente duda en la voz-. A ver, estamos hablando de una chica que ni siquiera tiene pinta de haber entrado en la pubertad, que mide un metro y medio y que ni de lejos posee la fuerza que se necesitaría para dominar a Nieminen y Lundin.
– Si no fuera armada… Con una pistola puede compensar en gran medida su frágil constitución.
– Ya, pero no encaja muy bien en la reconstrucción de los hechos.
– No. Ella utilizó gas lacrimógeno. A continuación, le dio un puntapié a Lundin en toda la entrepierna y, acto seguido, otro en la cara, ambos con tanta rabia que el primero le reventó un testículo y el segundo le rompió la mandíbula. El tiro que le pegó en el pie debió de producirse después del maltrato. Pero me cuesta creer que fuera ella la que iba armada.
– El laboratorio ha identificado el arma con la que se disparó a Lundin. Es una P-83 Wanad polaca con munición Makarov. Fue encontrada en Gosseberga, en las afueras de Gotemburgo, y tiene las huellas dactilares de Salander. Podemos dar prácticamente por sentado que fue ella quien la llevó a Gosseberga.
– Ya, pero el número de serie demuestra que la pistola fue sustraída hace cuatro años en el robo en una armería de Örebro. Pillaron al culpable poco tiempo después, pero para entonces ya se había deshecho de las armas. Resultó ser toda una promesa local: un tipo con problemas de droga que se movía en los círculos de Svavelsjö MC. A mí me convence más endosarle la pistola a Lundin o a Nieminen.
– Lo que tal vez ocurriera es, simplemente, que Lundin llevase la pistola, que Salander intentara quitársela y que se disparara por accidente y le diese en el pie. Quiero decir que, en cualquier caso, la intención de Salander no era matarlo, ya que, de hecho, sigue con vida.
– O que tal vez le pegara un tiro en el pie por puro sadismo. ¡Yo qué sé! Pero ¿cómo se las arregló con Nieminen? Él no presenta daños visibles.
– La verdad es que sí: tiene dos pequeñas quemaduras en el tórax.
– Yo diría que producidas por una pistola eléctrica.
– Así que hemos de suponer que Salander iba armada con una pistola eléctrica, gas lacrimógeno y una pistola. ¿Cuánto pesará todo eso?… No, yo estoy bastante convencida de que Lundin o Nieminen llevaban el arma y de que ella se la quitó. Lo que ocurrió exactamente cuando Lundin recibió el disparo no lo podremos aclarar del todo hasta que alguno de los implicados hable.
– Vale.
– En fin, la situación actual es la siguiente: dictaré prisión preventiva para Lundin por las razones que mencioné antes. En cambio, contra Nieminen no tenemos nada de nada. Así que pienso ponerlo en libertad esta misma tarde.
Sonny Nieminen estaba de un humor de perros cuando abandonó el calabozo de la jefatura de policía de Södertälje. Tenía además la boca tan seca que su primera parada fue un quiosco donde compró una Pepsi que se bebió allí mismo. También se llevó un paquete de Lucky Strike y una cajita de Göteborgs rapé. Abrió el móvil, comprobó el estado de la batería y luego marcó el número de Hans-Åke Waltari, de treinta y tres años de edad y Sergeant at Arms de Svavelsjö MC, el número tres, por lo tanto, en la jerarquía interna. Sonó cuatro veces antes de que Waltari se pusiera.
– Nieminen. He salido.
– Felicidades.
– ¿Dónde estás?
– En Nyköping.
– ¿Y qué coño haces en Nyköping?
– Cuando os detuvieron a ti y a Magge, tomamos la decisión de estarnos quietecitos hasta que supiéramos con más exactitud cómo andaban las cosas.
– Bueno, ya sabes cómo andan las cosas. ¿Dónde están los demás?
Hans-Åke Waltari le dijo dónde se encontraban los restantes cinco miembros de Svavelsjö MC. La explicación no tranquilizó ni contentó a Sonny Nieminen.
– ¿Y quién coño se encarga de los negocios mientras vosotros os escondéis como gallinas?
– Eso no es justo. Tú y Magge os metéis en un puto curro del que no tenemos ni idea y, de buenas a primeras, os veis implicados en un tiroteo con esa jodida tía a la que busca todo quisqui, y a Magge le pegan un tiro y a ti te detienen. Y luego los maderos se ponen a desenterrar cadáveres en nuestro almacén de Nykvarn.
– ¿Y?
– Y empezamos a preguntarnos si Magge y tú nos habéis ocultado algo a los demás.
– ¿Y qué cojones se supone que es? Oye, que conste que somos nosotros los que conseguimos los curros.
– Ya, pero a mí no se me ha dicho ni jota de que el almacén fuera también un cementerio. ¿Quiénes son los muertos?
Sonny Nieminen estuvo a punto de soltar una cáustica réplica, pero se contuvo. Aunque Hans-Åke Waltari era gilipollas y bastante corto, la situación no era la más idónea para ponerse a discutir con él; ahora se trataba de reunir a las fuerzas rápidamente. Además, después de haberse pasado cinco interrogatorios negándolo todo, no resultaba demasiado inteligente por su parte anunciar a bombo y platillo por el móvil, a doscientos metros de la comisaría, que tenía información sobre el tema.
– A la mierda los muertos -dijo-. De eso no sé nada. Pero Magge está metido hasta el cuello en toda esa mierda. Pasará una temporadita en el trullo y en su ausencia yo seré el jefe.
– De acuerdo. ¿Y ahora qué? -preguntó Waltari.
– ¿Quién vigilará el cuartel general si os habéis largado todos?
– Benny Karlsson está allí y mantiene nuestras posiciones. La policía hizo un registro el mismo día en que os detuvieron. No encontraron nada.
– ¡Benny K.! -exclamó Nieminen-. ¡Joder! Pero si no es más que un puto rookie al que no le han salido ni los dientes.
– Tranquilo. Está con el rubio; ya sabes, ese cabrón con el que Magge y tú soléis relacionaros.
Sonny Nieminen se quedó helado. Echó un vistazo rápido a su alrededor y se alejó unos cuantos pasos de la puerta del quiosco.
– ¿Qué has dicho? -preguntó en voz baja.
– Ese cabrón rubio al que tú y Magge soléis ver… Apareció de repente pidiéndonos que lo escondiéramos.
– Joder, Waltari, si lo están buscando por todo el puto país por el asesinato de un poli…
– Bueno… por eso quería esconderse. ¿Qué podíamos hacer? Joder, es amigo tuyo y de Magge.
Sonny Nieminen cerró los ojos diez segundos. A lo largo de los años, Ronald Niedermann le había dado a Svavelsjö MC mucho trabajo y proporcionado muy buenos beneficios. Pero en absoluto se trataba de un amigo. Era un tipo de mucho cuidado, además de un psicópata; y, por si fuera poco, un psicópata al que la policía buscaba con una lupa de mil aumentos. Sonny Nieminen no se fiaba ni un pelo de Ronald Niedermann. Lo mejor sería que alguien le pegara un tiro en la cabeza. Así, por lo menos, la atención policial disminuiría un poco.
– ¿Y dónde lo habéis metido?
– Benny K. se ha encargado de él. Lo ha llevado a casa de Viktor.
Viktor Göransson, que vivía en las afueras de Järna, era el tesorero y el experto del club en asuntos económicos. Había hecho el bachillerato especializado en economía e iniciado su carrera profesional como asesor financiero de un mafioso yugoslavo, rey del mundo de la restauración, hasta que cogieron a la banda por graves delitos económicos. Conoció a Magge Lundin en la cárcel de Kumla a principios de los noventa. Era el único miembro de Svavelsjö MC que vestía traje y corbata.
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