»Le cacheo y le encuentro una pistola calibre 22, se la quito. "Es para mi protección en la noche, agente", me dice. "Uno nunca sabe quién va a venir a llamar a su puerta". Se estaba riendo de mí, Alex. Te juro que no me lo podía creer. La vida de aquel tipo se le está cayendo a pedazos en derredor, va a ir a las primeras páginas como un molestacríos y él se lo está tomando a broma.
»Le leo sus derechos, cumplo con los requisitos legales y él parece aburrido. Se sienta en su escritorio, como si yo estuviera allí para pedirle un favor. Luego empieza a hablarme. A reírse en mi propia cara: "Que divertido", me dice, "que le envíen a usted, al policía marica, a buscarme, en un caso como éste. Usted, al menos, debería de comprenderme". Y sigue así un rato, con una sonrisa irónica, implicándolo y, al cabo, diciéndolo: que somos pájaros de la misma pluma. Compañeros de crímenes. Pervertidos. Y yo estoy allí de pie, escuchando aquello y la sangre me va hirviendo más y más. Se ríe un poco más y veo que eso es lo que busca, seguir controlando la situación. Así que me tranquilizo y le devuelvo la sonrisa. Silbo. Él empieza a contarme las cosas que les hacían a esos crios, como si supusiera que eso tendría que ponérmela dura. Como si fuéramos compinches en una fiesta para solteros. Mi estómago se revuelve y él insiste en meternos en la misma barca.
»Y, mientras habla, todo entra en foco, en un enfoque psicológico. Es como si yo pudiera ver tras esos ojos de espectro, dentro de su cerebro. Y todo lo que veo es negro y malo. No hay nada bueno allá dentro. Nada bueno puede surgir de aquel tipo. Es una basura. Y yo estoy juzgando al juez. Y profetizando. Y, en tanto, él está describiendo las orgías que acostumbraban a tener con los chicos, y cómo las va a echar de menos.»
Se detuvo y se aclaró la garganta. Tomó mi vaso y se lo acabó.
– Y yo sigo mirando más allá de él, en su futuro. Y sé lo que va a suceder. Miro en derredor de esa gran habitación y veo la clase de dinero que respalda a aquel hombre. Que le darán un veredicto de No Culpable, por no estar en posesión de sus facultades mentales, y que lo mandarán a alguna de esas bonitas residencias campestres. Y al cabo logrará sobornar su puesta en libertad y empezará de nuevo. De modo que tomo una decisión, allá en ese preciso instante.
»Voy tras él, le agarro su cabecita arrugada y la inclino hacia atrás. Saco la 22 y se la meto en la boca. Está debatiéndose, pero es un viejo débil. Es como aguantar a un insecto, un maldito bicho. Lo coloco en la postura correcta, he visto los bastantes informes del forense como para saber el aspecto que ha de tener. Le digo: "Buenas noches, Honorable", y aprieto el gatillo. El resto ya lo sabes. ¿Vale?»
– Vale.
– Y ahora, ¿qué tal si pedimos otra copa? ¡Tengo una sed de mil diablos!
***