Alzó despectivo una ceja al mirar a Towle, luego bajó la vista para mirarme a mí y se rió de nuevo. El sonido reverberó dolorosamente en el interior de mi cráneo maltratado. La sangre seguía corriéndome cara abajo. Notaba mi cabeza como esponjosa y separada de su unión con el cuerpo. Comencé a sentirme más y más mareado y lleno de náuseas, y el suelo subió hacia mí. Me dominó el terror al pensar si me habría golpeado lo bastante fuerte como para causarme daños en el cerebro. Sabía lo que le podía hacer un hematoma subdural a la frágil gelatina gris que hacía que valiese la pena vivir la vida… Alocadamente, luchando por mantener mi fuerza y claridad, me imaginé mi cerebro en la mesa del anatomista, clavado y abierto, y traté de localizar el punto dañado. La pistola había pegado contra mi lado izquierdo… el hemisferio dominante, pues yo soy diestro… eso era malo. El lado dominante controla los procesos lógicos: el razonamiento, el análisis, la deducción… las cosas a las que me había ido aficionando a lo largo de treinta y tres años. Pensé en cómo sería el perder todo aquello, el perderme entre la confusión y la estupidez, y entonces pensé en el pequeño de dos años, Willie hijo, al que le habían golpeado de un modo similar. Lo había perdido todo… lo que quizá hubiera sido lo más misericorde para él. Pues si hubiese sobrevivido, el daño hubiera sido muy grande. Lado izquierdo/lado derecho… las mareas…
– Vamos a representar una pequeña obra de teatro, Willie – le explicó McCaffrey -. Yo seré el productor y el director. Tú serás mi ayudante, serás el que moverás las cosas en el escenario.
Hizo un gesto en arco con la cámara.
– Las estrellas del espectáculo serán la pequeña Melody y nuestro amigo el doctor Alex Delaware. El título de la obra será… «La muerte de un comecocos», subtitulada «Atrapado con las manos en la masa». Una obra con mucha moraleja.
– Gus…
– El guión es como sigue: el doctor Delaware, nuestro recién hallado villano, es muy conocido como un psicólogo infantil dedicado y sensible. No obstante, lo que tanto sus colegas como sus pacientes desconocen, es que su elección de profesión no ha surgido de una virtud interna, el altruismo. No, el doctor Delaware ha elegido convertirse en un comecocos de niños porque así estará más cerca de ellos. Para poderles manosear los genitales, para poder abusar de ellos sexualmente. En resumen, es un degenerado, un oportunista, lo más bajo de todo lo bajo. Un hombre malo y terriblemente enfermo.
Hizo una pausa para mirarme, riendo entre dientes, respirando muy fuerte. A pesar del frío, estaba sudando, con sus gafas cayéndole bajas en la nariz. La coronilla de su extraña cabeza era un halo de humedad. Miré a la 38 en la mano de Towle, y medí la distancia que había entre ella y el punto en el que yo yacía. McCaffrey me vio, negó con la cabeza y pronunció la palabra no, enseñándome los dientes.
– Con esas mismas depravadas motivaciones en mente, el doctor Delaware solicita ser miembro de la Brigada de Caballeros. Visita La Casa. Le damos una vuelta por aquí. Estudiamos su historial y nuestros tests demuestran que no es apto para ser incluido en nuestra honorable fraternidad. Lo rechazamos. Furioso y frustado al serle negado un suministro de por vida de coñitos sin vello y pequeñas pollitas, le consume la ira.
Detuvo su narración e hizo sonidos burbujeantes.
– Hierve de ira -prosiguió-. Se cuece en su propio fuego. Finalmente, en la cúspide de su enfermiza ira, entra con escalo una noche en La Casa y merodea por sus terrenos, hasta que halla una víctima. Una pobre huerfanita, indefensa, sola en un dormitorio porque está enferma de gripe. El loco pierde el control. La viola, prácticamente la despedaza… la autopsia mostrará un salvajismo poco común, Will. Y toma fotos de su repugnante actuación. Un crimen asqueroso. Mientras la niña grita, gimiendo por salvar su vida, nosotros… tú y yo, Willie, resulta que por casualidad pasamos cerca. Corremos en su ayuda, aunque ya es demasido tarde. La niña ha sucumbido.
«Contemplamos la carnicería que hay ante nosotros con horror y repugnancia. Delaware, descubierto, se alza contra nosotros, con un arma en la mano. Heroicamente luchamos hasta derribarlo al suelo, tratamos de arrancarle el arma y, en el forcejeo, el asesino recibe una herida mortal. Los chicos buenos ganan, y la paz regresa al valle.»
– Amén -dije.
Me ignoró.
– No está mal, ¿eh, Will?
– Gus, no saldrá bien – Towle se interpuso de nuevo entre nosotros -. Lo sabe todo… lo de la maestra y el niño aquel, Nemeth…
– Silencio. Funcionará. El pasado es el mejor portento del futuro. Hemos tenido éxito antes, y seguiremos triunfando.
– Gus…
– ¡Silencio! ¡No te estoy preguntando tu opinión, te estoy dando una orden: desnúdala!
Me incorporé sobre mis codos y hablé a pesar de mi mandíbula hinchada y dolorida, luchando por hallar sentido en lo que iba diciendo, al tiempo que lo decía:
– ¿Qué les parecería otro guión? Éste se titula: «La gran mentira.» Trata de un hombre que se cree que ha asesinado a su esposa e hijo y que le entrega su vida entera a un chantajista…
– Cállese – McCaffrey avanzó hacia mí. Towle le cortó el camino, apuntando la 38 al medio kilómetro cuadrado de grasa cubierta de verde. Eran tablas.
– Quiero oír lo que tiene que decir, Gus. Las cosas me confunden. Las cosas me duelen. Quiero que me lo explique…
– Piense -le dije, hablando tan rápido como me lo permitía el dolor-. ¿Comprobó el cuerpo de Willie hijo para ver si realmente estaba muerto? No. Él lo hizo. Él le dijo que su hijo estaba muerto, que usted lo había asesinado; pero, ¿hallaron el cadáver? ¿Llegó usted a ver el cadáver?
El rostro de Towle se crispó por la concentración. Estaba resbalando, perdiendo su asidero a la realidad, pero clavando sus uñas en ella, tratando de seguir agarrado…
– No… no lo sé. Willie estaba muerto. Ellos me lo dijeron. Las mareas…
– Quizá, pero piense: era una oportunidad maravillosa para ellos. La muerte de Lilah no le hubiera traído nada más grave que la acusación de homicidio involuntario. En aquellos días ni siquiera se tomaban en serio la violencia doméstica. Y con los abogados que hubiera contratado su familia, quizá incluso hubiera salido en libertad condicional. Pero dos muertes, especialmente siendo una la de un niño… eso hubiera sido algo imposible de arreglar. Él necesitaba que usted creyese que su hijo estaba muerto, para poder tenerle bien agarrado.
– Will -le dijo McCaffrey, amenazadoramente.
– No sé… ha pasado tanto tiempo…
– ¡Piense! ¿Le pegó usted lo bastante fuerte como para haberle matado? Quizá no. Use su cerebro. Es un buen cerebro. Antes ha recordado.
– Antes yo tenía un buen cerebro -murmuró.
– ¡Sigue teniéndolo! Recuerde: le pegó a Willie hijo en el lado de la cabeza. ¿En qué lado?
– No lo sé…
– Will, son todo mentiras. Está tratando de envenenarte la mente – McCaffrey buscaba un modo en que hacerme callar, pero la pistola de Towle se alzó y apuntó al lugar en el que una persona normal tendría el corazón.
– ¿Qué lado, doctor? -le urgí.
– Yo soy diestro -me contestó, como si descubriese tal hecho por primera vez -. Uso mi mano derecha. Le golpeé con mi mano derecha… lo estoy viendo… Viene hacia mí desde su dormitorio. Gritando entre llantos por su mami. Viene desde la derecha, se abalanza contra mí. Yo… le golpeo… en su lado derecho. En el lado derecho.
El dolor en mi cabeza convertía el acto de hablar en toda una tortura, pero me aguanté.
– Sí. Exacto. ¡Piense! ¿Qué hubiera pasado si McCaffrey le hubiese engañado… si usted no mató a Willie? Le hizo usted daño, pero sobrevivió. ¿Qué clase de daño, qué tipo de síntomas podrían ser causados por un trauma al hemisferio derecho de un niño en desarrollo?
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