Jonathan Kellerman - La Rama Rota

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Hay algo espectral en este caso. El suicidio de un violador de niños, una red oculta de pervertidos, todos ellos gente de clase alta, y una aterrada niña que podría atar cabos sueltos… si el psicólogo infantil Alex Delaware logra hacerle recordar los horrores de que ha sido testigo. Pero cuando lo hace, la policía parece falta de interés. Obsesionado por un caso que pone en peligro tanto su carrera como su vida, Alex queda atrapado en una telaraña de maldad, acercándose más y más a un antiguo secreto que hace que incluso el asesinato parezca un asunto limpio.

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Estaba hablando por teléfono cuando entramos.

– Espera un momento, Lenny -nos miró-. Gracias Denise.

La rubia desapareció y él nos dijo:

– Un instante. Siéntense, pónganse algo -y señaló a un bar repleto, que cubría la mitad de una pared -. De acuerdo, Lenny, tengo a unos polizontes aquí, así que he de cortar. Sí, policías. No, no sé, ¿quieres preguntárselo tú? Ja ja. Claro, seguro que les digo eso, so caradura. Les contaré lo que hiciste en Palm Springs la última vez que estuvimos allí. Eso. Okey, el trabajo del Sahara en lotes de trescientos mil, posavasos y cerillas… nada de cajas, libritos. Ya lo he apuntado. Te doy una fecha de entrada para dentro de dos semanas. ¿Cómo? Olvídalo -nos hizo un guiño-. De acuerdo, vete a alguien de ahí, será por lo que a mí me importa… Me quedan uno o quizá dos meses antes de que me caiga muerto de tanto trabajo… ¿te crees que me importa si me anulan un pedido? Todo se lo va a llevar el tío Sam y Shirley y el principito de mi hijo, que va por ahí con un coche alemán. No, no, un BMW. Pagado con mi dinero. Eso. ¿Y qué puedes hacer, si todo se escapa a cualquier control? ¿Diez días? -hizo gesto de masturbarse con una mano y nos dedicó una gran sonrisa-. Te la estás machacando, Lenny. Al menos cierra la puerta y así nadie te verá. Doce días es lo más que puedo hacer. ¿Vale? Pues queda en doce. Vale. Te dejo, que estos cosacos se me van a llevar a rastras en cualquier momento. Adiós.

Tras haber colgado el teléfono de un golpe, el hombre se irguió como impulsado por un resorte.

– Artie Gershman.

Alzó una mano manchada de tinta. Milo la estrechó, luego lo hice yo. Era tan dura como el granito y repleta de callos.

Se sentó de nuevo y volvió a poner los pies sobre la mesa.

– Lamento el retraso- tenía la jovialidad de alguien que está rodeado por los suficientes autómatas, como Denise, como para que su intimidad esté a salvo-. Uno trata con los casinos y se creen que tienen derecho a tenerlo todo al instante. Son de la Mafia, ¿saben? Pero… ¿qué infiernos les estoy contando? Ustedes son policías, así que lo saben, ¿no? Y bien, ¿qué puedo hacer por ustedes, agentes? Ya sé que la situación de los aparcamientos es un problema. Si son esos bastardos de al lado, de la Chemco, los que se están quejando, lo único que quiero decirles es que se pueden ir al infierno metidos en una bolsa, porque sus trabajadores mejicanos están aparcando siempre en mi aparcamiento… y además tendrían ustedes que comprobar cuántos de ellos están en el país legalmente. Si quieren jugar en plan sucio, yo también puedo jugar a eso.

Hizo una pausa para recobrar el aliento.

– No es por el aparcamiento.

– ¿No? ¿Entonces por qué?

– Queremos hablar con Maurice Bruno.

– ¿Morry? Morry está en Las Vegas. Hacemos un montón de trabajo para allí, para los casinos, los hoteles y los moteles. Miren -abrió un cajón de su escritorio y nos lanzó un puñado de cajas de cerillas. Estaban representados la mayoría de los nombres famosos.

Milo se metió en el bolsillo unas cuantas.

– ¿Cuándo volverá?

– En unos pocos días. Se fue en un viaje de ventas hace un par de semanas, primero a Tahoe, luego a Reno, para acabar en Las Vegas… probablemente esté pasándoselo un poco bien, pues paga la empresa, que para eso tiene cuenta de gastos. Aunque, ¿a quién le importa? Es un vendedor sensacional.

– Pensé que era el vicepresidente.

– Vicepresidente encargado de las ventas. Es un vendedor con un bonito título, un salario mayor, una oficina más bonita… ¿qué es lo que les parece este lugar? Es como si un maricón lo hubiera instalado, ¿no?

Busqué una reacción en el rostro de Milo y no hallé ninguna.

– Mi esposa. Ella misma lo hizo. Este lugar era antes bonito. Había papeles por todas partes, un par de sillones, las paredes blancas… paredes normales de modo que uno podía oír el ruido de la fábrica, saber que todo seguía en marcha. Esto parece ahora la muerte, ¿saben? Esto es lo que me merezco por haberme buscado una segunda esposa. La primera esposa te deja en paz, la segunda quiere transformarte en una nueva persona.

– ¿Está usted seguro de que el señor Bruno está en Las Vegas?

– ¿Y por qué no iba a estar seguro? ¿A dónde podría haber ido si no?

– ¿Cuánto tiempo hace que el señor Bruno trabaja para usted, señor Gershman?

– ¿Hey, qué es esto? ¿Es por algún retraso en el pago de la pensión a sus hijos?

– No. Queremos hablar con él con referencia a la investigación que estamos llevando a cabo sobre un homicidio.

– ¿Homicidio? -Gershman se levantó de un salto-. ¿Asesinato? ¿Morry Bruno? Deben de estar bromeando, este tío es una joya.

Una joya que había sido un maestro colocando cheques sin fondos.

– ¿Cuánto tiempo lleva trabajando para usted?

– Déjenme ver… un año y medio, quizá dos.

– ¿Y no ha tenido ningún problema con él?

– ¿Problema? Les digo que es una joya. No sabía nada de este negocio, pero tuve un presentimiento y lo contraté. Es un vendedor increíble. Ha superado en ventas a todos los demás… incluso a los más veteranos… y eso ya lo logró al cuarto mes. Fiable, amistoso, jamás ha sido un problema.

– Ha mencionado usted los pagos de la pensión a sus hijos. ¿Está casado el señor Bruno?

– Divorciado – dijo tristemente el señor Gershman -. Como todo el mundo, mi hijo incluido. Hoy en día lo dejan correr con demasiada facilidad.

– ¿Tiene familia aquí, en Los Ángeles?

– No. Su esposa y los crios… creo que son tres, se marcharon al este. A Pittsburgh, o a Cleveland, a algún sitio en el que no hay mar. El los echaba a faltar, hablaba mucho de ello. Es por eso por lo que se presentó voluntario en La Casa.

– ¿La Casa?

– Sí, ese sitio para chicos, en Malibú. Morry acostumbraba a pasar los fines de semana allí, trabajando voluntariamente con los chicos. Le dieron un diploma. Vengan, se lo enseñaré.

La oficina de Bruno era la cuarta parte de la de Gershman, pero estaba decorada en el mismo estilo eclécticamente elegante. El lugar estaba tan limpio como una patena, lo que no resultaba sorprendente, visto que Bruno pasaba la mayor parte de su tiempo de viaje. Gershman señaló una placa enmarcada que compartía pared con media docena de premios a El Número Uno en Ventas.

– ¿Ven?: «Concedida a Maurice Bruno en reconocimiento a su servicio voluntario en pro de los niños sin hogar en La Casa de los Niños y bla, bla, bal». Ya les he dicho que es una joya.

El certificado estaba firmado por el alcalde, como testigo honorífico, y por el director del asilo de niños, un tal Reverendo Augustus J. McCaffrey y era todo él caligrafía y cenefas florales. Muy impresionante.

– Muy bonito -dijo Milo-. ¿Sabe en qué hotel reside el señor Bruno?

– Acostumbraba a ir al MGM, pero después del incendio, ya no sé. Volvamos a mi despacho y averigüémoslo.

De vuelta al Despacho Bonito, Gershman tomó el teléfono, apretó el interfono y ladró por el micrófono.

– Denise, ¿dónde está residiendo Morry en las Vegas? ¡Averígüelo!

Medio minuto más tarde zumbó el interfono.

– ¿Aja? Bien. Gracias, monada – se volvió hacia nosotros-. El Palace.

– ¿El Caesar's Palace?

– Aja. ¿Quieren que llame allí, para que puedan hablar con él?

– Si no le importa… Diremos que se lo carguen al Departamento de Policía.

– ¡Nia! -Gershman hizo un gesto con la mano -. Pago yo. Denise, llame al Caesar's Palace y haga que Morry se ponga al teléfono. Si no está allí, déjele un mensaje para que llame a…

– Al detective Sturgis, de la División Oeste de Los Angeles.

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