Robin Cook - ADN

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En el hospital más grande de Nueva York tiene lugar una serie de muertes, ante los ojos de la doctora encargada de las autopsias, inexplicables. El único punto en común entre los pacientes muertos -todos gozaban de muy buena salud- es que pertenecían al mismo seguro médico. Es la primera pista de una terrible historia en la que medicina, adelantos científicos y negocios se enfrentan en una trama de gran suspense…

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Desde ese punto y hacia el norte, no tuvo problemas. En la esquina de la calle Ochenta y dos y la Segunda Avenida, subió a la acera y desmontó. Ató con un candado la bicicleta y el casco a una señal de «Prohibido Aparcar» y entró en Elios con solo tres minutos de retraso.

Fue hasta la barra de caoba que había al otro lado de la puerta y contempló el panorama: camareros de blancos delantales iban de un lado a otro comprobando que las mesas cubiertas con manteles estuvieran en orden. Había algunos clientes repartidos por el estrecho y largo interior. Justo a su derecha, tenía una mesa ocupada por un ruidoso grupo entre cuyos miembros reconoció algún rostro de la televisión a pesar de no tener televisor. Al principio no vio a Laurie, y creyó que había sido el primero en llegar.

La propietaria, una mujer alta y elegante, se le acercó. Cuando Jack le dijo que había una reserva a nombre de Montgomery, ella le cogió la cazadora de aviador, se la entregó a uno de los camareros y le pidió que lo siguiera. A medio comedor divisó a Laurie sentada a una mesa de la derecha, conversando con un bigotudo camarero. Delante tenía una botella de agua con gas italiana; no había vino. Jack sabía lo mucho que a Laurie le gustaba el vino, y también que cuando él llegaba tarde a cenar, ella ya solía haberlo encargado. Lo que ignoraba era por qué ese día no lo había hecho.

Jack se le acercó y le dio un rápido beso en la mejilla antes incluso de detenerse a pensar si debía hacerlo o no; luego, estrechó la mano al camarero, que resultó ser un tipo de lo más agradable, y se sentó. El hombre le preguntó si deseaba tomar vino.

– Sí, supongo -contestó mirando a Laurie.

– Adelante, pide lo que te apetezca. Yo me conformo con esto -contestó ella señalando el vaso de agua.

– Ah -se extrañó Jack, que no sabía qué esperar de aquella cita. Dudó un instante y después pidió una cerveza. Si Laurie no iba a tomar vino, él tampoco. Creía que era cuestión de principios, aunque no podía decir de cuál.

– Me alegro de que hayas llegado sano y salvo -le dijo Laurie-. Después del caso de aquel mensajero, confiaba en que habrías renunciado a flirtear diariamente con la muerte.

Jack asintió pero no dijo nada. Laurie tenía un aspecto radiante. Llevaba uno de los conjuntos que más le gustaban, y se preguntó si lo habría escogido a propósito. No solo se había cambiado de ropa; también se había lavado el cabello. En la oficina, Laurie se lo recogía en un moño o se lo anudaba en una trenza; pero esa noche lo llevaba suelto y le caía por los hombros enmarcándole el rostro.

– Estás muy guapa -le dijo.

– Gracias. Tú también tienes buen aspecto.

– Sí, claro -contestó Jack con evidente incredulidad mirando su arrugada camisa Oxford, su corbata de punto azul oscuro y sus gastados vaqueros. Al lado del esplendor de Laurie, parecía el pariente pobre.

Mientras el camarero iba a buscarle la cerveza, los dos charlaron de las ocasiones en que habían estado en aquel restaurante, y Laurie mencionó el día en que había llevado a Paul Sutherland para un encuentro sorpresa con él y Lou, en la época en que había pensado casarse con él.

– Bueno, no puedo decir que aquella fuera mi cena más agradable en este establecimiento -reconoció Jack.

– Y tampoco la mía -convino Laurie-. La razón por la que me he acordado es que, justo ayer, Lou me lo mencionó y me dijo que tú y él estabais celosos.

– ¿De veras? ¡Qué sabrá Lou!

– Quería decírtelo para que lo supieras. Nunca pensé que fueras celoso.

El camarero volvió con la cerveza de Jack y un cesto con pan.

– ¿Quieren que les diga lo que tenemos como platos del día o prefieren esperar?

– Creo que esperaremos un momento -contestó Laurie.

– Llámenme cuando quieran -dijo el camarero de buen humor. Jack y Laurie lo vieron desaparecer camino de la cocina.

– Siento haberte dado a entender esta mañana que cenar contigo me suponía un sacrificio -dijo Jack cuando volvieron a mirarse-. No pretendía herir tus sentimientos, solo ser gracioso.

– Gracias por tus disculpas. En circunstancias normales no habría reaccionado como lo hice. Me temo que últimamente no veo las cosas con mucho sentido del humor.

– Bueno, no tuve la oportunidad de explicarte que Mulhausen estaba limpio, tal como sospechabas, y no presentaba patología alguna. Hablando de Lou, deberías saber que le dije que tu idea del asesino en serie me parecía cada vez más convincente y que su departamento debería seguirle la pista.

– ¿De verdad? ¿Y qué te contestó?

– Quería saber cuál era la postura oficial de la oficina forense, y se lo dije.

– ¿Y?

– Me comentó que, si la oficina forense y el hospital no están dispuestos a actuar, y que si además el ayuntamiento presiona en ese sentido, se va a encontrar con las manos atadas.

– Pues yo voy a intentar cambiar eso consiguiendo una lista de posibles sospechosos.

– ¿De sospechosos de verdad? ¡Uau! Eso sin duda cambiaría el panorama. Tiene gracia que me lo digas, porque se me han ocurrido algunas ideas.

– Seguro que son interesantes.

– Aunque esa serie de muertes parecen contraproducentes para los intereses de una compañía sanitaria, hay algunos aspectos que podrían vincularlos con el fenómeno de la sanidad concertada.

– Te escucho.

– La sanidad concertada tiene que ser agresiva y a menudo se hace con el control de instituciones y especialistas de forma hostil. Tu asesino en serie podría ser alguien disgustado con AmeriCare, igual que yo. Debo reconocer que se me ocurrieron ciertos pensamientos homicidas cuando AmeriCare se hizo con mi consulta. De no ser por ellos, seguiría siendo un tradicional oftalmólogo del Medio Oeste, vestido con su traje de cuadros y luchando por llevar a mis hijas a la universidad.

– Poco importa la cantidad de veces que me hayas contado la historia de tu vida anterior. No consigo hacerme a la idea. Estoy segura de que no te reconocería.

– Yo tampoco me reconocería.

– Pero tu observación es buena. Un médico con privilegios de acceso en el Manhattan General y en el St. Francis es uno de los perfiles sospechosos en los que he pensado. ¿Cuál es tu otra idea?

– ¡Competencia entre empresas de sanidad! Se trata de un negocio a muerte. Ya sabes que las dos principales compañías, National Health y AmeriCare, ya se han enfrentado en el pasado, y que sus enfrentamientos han sacado a la luz sorprendentes maquinaciones. Sé que National Health ha cedido Nueva York a su competidora, pero podría haber cambiado de opinión. Provocar el descrédito de AmeriCare, que es lo que se puede conseguir tarde o temprano con tu serie de asesinatos, representaría sin duda una gran victoria para National Health. Según mi razonamiento, puede estar implicado cualquier individuo o grupo deseoso de ver cómo se hunden las acciones de AmeriCare porque, una vez corra la noticia de asesino múltiple, los inversores abandonarán el barco en masa.

– ¡Bien visto! -admitió Laurie-. La verdad es que no se me había ocurrido ninguna de esas posibilidades. Gracias.

– No me las des.

Jack bebió un largo trago de cerveza directamente de la botella mientras Laurie tomaba un sorbo de agua. El restaurante se estaba despertando de su letargo. Habían llegado más comensales, y en la barra se había reunido una multitud que elevaba el nivel de ruido con sus charlas y risas.

Percatándose de la pausa de Laurie y Jack en su conversación, el camarero se acercó para preguntar si querían pedir. Después de intercambiar una mirada para ver si al otro le parecía bien, Jack y Laurie asintieron; eso dio pie a una notable actuación por parte del camarero, que se lanzó a una interminable recitación con todo lujo de detalles de los platos del día. A pesar de lo tentador de la lista, Laurie se conformó con una ensalada, y Jack pidió calamares, ambos del menú normal.

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