Robin Cook - ADN

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En el hospital más grande de Nueva York tiene lugar una serie de muertes, ante los ojos de la doctora encargada de las autopsias, inexplicables. El único punto en común entre los pacientes muertos -todos gozaban de muy buena salud- es que pertenecían al mismo seguro médico. Es la primera pista de una terrible historia en la que medicina, adelantos científicos y negocios se enfrentan en una trama de gran suspense…

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En ese instante, Riva colgó y se dio la vuelta.

– ¿Dónde te habías metido? Te he llamado una docena de veces.

– Estaba en el Manhattan General -repuso Laurie. Abrió el bolso, rebuscó dentro, sacó el móvil y comprobó la pantalla-. Ahí tienes la explicación de por qué no he recibido tus llamadas. ¡Algún día me acordaré de conectar este maldito aparato! Lo siento.

– Calvin ha estado aquí dos veces. Te escribí dos notas por si llegabas en mi ausencia. No se puede decir que estuviera precisamente contento con tu desaparición.

– Sé de qué va -dijo Laurie blandiendo ambos certificados-. Calvin estaba buscando esto. Supongo que todo está en orden ahora.

– Eso espero. Llevaba un cabreo de cuidado.

– Veo que Jack también ha venido.

– ¿Venido? Eso es el eufemismo del año. Habrá pasado unas veinte veces. Bueno, puede que exagere. De todas maneras, al final se puso un poco sarcástico y todo.

Laurie gruñó para sus adentros. Después de lo que le había costado conseguir que Jack se aviniera, esperaba que su ausencia no lo hubiera irritado lo bastante para cancelar su cita.

– ¿Te dijo Jack qué quería?

– No. Solo me contó que te andaba buscando. En cuanto al mensaje de Cheryl, me dijo que no era urgente, pero que la llamaras de todos modos.

Laurie se levantó con los certificados en la mano.

– Gracias por la mensajería. Te debo un favor.

– No pasa nada -repuso Riva-; pero, por curiosidad, ¿qué has estado haciendo tanto rato en el Manhattan General?

– La verdad es que he pasado más tiempo en el taxi de regreso que en el hospital. Fui porque se me ocurrió una idea que puede ayudarnos con nuestro potencial asesino múltiple.

– ¿Y cuál es?

– Te la contaré después. Ahora mismo me voy a llevar estos certificados a Calvin a ver si consigo calmar las aguas.

Laurie volvió sobre sus pasos hacia el ascensor sintiendo una punzada de culpabilidad por no compartir con su amiga su más acuciante problema. Sin embargo, al margen de su ginecóloga, no deseaba contar a nadie que estaba embarazada antes de habérselo dicho a Jack. Obviamente, era consciente de que si compartirlo con él acababa tan mal como podía acabar, no compartiría ese secreto con nadie más.

Mientras el ascensor bajaba, contempló los certificados de defunción. A pesar de que se podían variar, y de que según sus previsiones lo serían, seguía incomodándola el hecho de haberse visto forzada a poner en duda su profesionalidad firmándolos de aquella manera: le parecía que plegarse a los dictados de la burocracia no solo era éticamente reprobable, sino una ofensa a la memoria de las víctimas.

Una vez en Administración, Laurie tuvo que sentarse y esperar. La puerta de Calvin estaba cerrada, y su secretaria le informó de que el subdirector se hallaba reunido con el capitán de la policía. Laurie se preguntó si se trataría de Michael O'Rourke, el superior directo de Lou que también era el cuñado de la enfermera asaltada en el Manhattan General. Mientras aguardaba, pensó en lo que iba a contar a Jack. Si había estado buscándola tanto como decía Riva, iba a ser inevitable que él preguntara dónde se había metido. Si Jack era tan celoso como había dicho Lou, que supiera que ella había ido a ver a Roger justo después de haber quedado para cenar con él no iba a ayudarla en absoluto. A pesar de todo, Laurie se prometió a sí misma no caer en la trampa de la mentira.

Pensar en Jack le recordó que no había reservado para la cena. Siendo por la tarde, era el momento adecuado. Miró el teléfono que había en una mesa auxiliar cercana. Vigilando que nadie mirara, llamó a Riva para pedirle que le diera una dirección de su agenda y después llamó al restaurante. Como había imaginado, estaba todo reservado, y tuvo que conformarse con una mesa para las seis menos cuarto.

La puerta del despacho del subdirector se abrió, y salió un voluminoso arquetipo del policía irlandés vestido con traje oscuro. El hombre estrechó la mano de Calvin, se puso el sombrero, se despidió con un gesto de cabeza de Connie y también de Laurie y se marchó. Cuando los ojos de Laurie se volvieron hacia Calvin, se sintió fulminada por su mirada.

– ¡Entre! -le espetó él.

Laurie se incorporó, entró dócilmente y se quedó de pie en el despacho. Calvin cerró la puerta, se le acercó, le arrancó los papeles de la mano y se apoyó en la mesa mientras los leía. Satisfecho, los dejó en el escritorio.

– Ya era hora -dijo Calvin-. ¿Dónde demonios se había metido? Le he dado el día libre para que despachara el papeleo, no para que se fuera de paseo.

– Tenía que hacer una visita rápida al Manhattan General. Por desgracia, el tráfico no cooperó y la salida resultó mucho más larga de lo que había previsto.

Calvin la miró con suspicacia.

– ¿Y qué fue a hacer allí, si es que puedo preguntarlo?

– Fui a hablar con la persona que le dije ayer, el jefe del personal médico.

– Confío en que no estará haciendo nada que pueda poner en apuros a esta oficina…

– No, que yo pueda imaginar. Le pasé la información sobre los casos de Queens. Está en sus manos hacer lo que crea oportuno.

– Laurie, no quiero enterarme de que está yendo más allá de sus atribuciones, como ocurrió en el pasado.

– Como le dije ayer, he aprendido la lección. -Laurie sabía que no estaba diciendo toda la verdad.

– Eso espero. Ahora mueva el culo hasta su despacho y acabe de firmar los casos que tiene pendientes; de lo contrario, acabará pateando las calles en busca de otro empleo.

Laurie asintió respetuosamente y salió del despacho de Calvin. Se sentía aliviada. Había esperado lo peor, pero la visita había resultado sorprendentemente suave, y se preguntó si Calvin no se estaría ablandando.

Ya que se encontraba en la planta baja, se asomó al despacho de los investigadores forenses para ver si podía ahorrarse una llamada. Halló a Cheryl en su mesa y le preguntó qué deseaba.

– Únicamente quería decirle que llamé al St. Francis para decirles que los historiales que les había pedido eran urgentes.

– ¡Vaya! Cuando vi su mensaje creí que iba a decirme que ya los tenía.

Cheryl se echó a reír.

– ¿Servicio de historiales de un día para otro? ¡Aún tienen que inventarlo! Incluso con la calificación de «urgente», tendrá suerte si le llegan en un par de semanas.

Laurie volvió al ascensor y, mientras esperaba, se preguntó si serviría de algo la intervención de Roger para agilizar la entrega de los historiales. En el fondo tenía la convicción de que en algún punto de aquellos historiales del General o del St. Francis se ocultaba la información clave para resolver el misterio.

Al subir a la cuarta planta vaciló y se armó de valor. Quería pasar por el despacho de Jack para hablar con él; pero, después de lo que Riva le había dicho, temía lo que pudiera encontrar. A pesar de que admitía que buena parte de su distanciamiento de Jack era culpa de ella por sus coqueteos con Roger, eso no lo hacía más fácil. Por otra parte tampoco estaba dispuesta a pedir perdón.

Respiró hondo y salió al pasillo. En contraste con el día anterior, no vaciló, sino que dejó que el impulso la llevara hasta el despacho, donde encontró a Jack y Chet inclinados en sus respectivas mesas mirando por el microscopio. Aunque no lo había hecho a propósito, había entrado sin hacer ruido de modo que ninguno de los dos se enteró de que estaba allí.

– Apuesto cinco billetes a que tengo razón -decía Jack.

– Aceptados.

– ¡Perdón! -dijo Laurie.

Las cabezas de ambos se alzaron con evidente sorpresa para enfrentarse con su visitante.

– ¡Que Dios nos asista! -exclamó Jack-. ¡Hablando de la reina de Roma, por la puerta asoma! El fantasma de la ausente doctora Montgomery acaba de materializarse ante nosotros.

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