Robin Cook - ADN
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– Estás empezando a asustarme con esta nueva introspección tuya que seguramente se debe a los efectos de la anestesia -bromeó Jack-. ¿Qué te han dado, alguna especie de suero de la verdad? Será mejor que no contestes. Hablemos de algo más banal: ¿te han contado que tuviste un embarazo ectópico con ruptura?
– Estoy segura de que sí, pero mi memoria a corto plazo todavía no funciona del todo.
– Tan pronto como me enteré de que estabas bien, me invadió una extraña emoción.
– Vaya, eso sí que es raro que me lo digas -dijo Laurie con una leve sonrisa en los labios-. ¿Qué te pasó, te llevaste un chasco al saber que iba a salir de esta?
– No me he explicado bien. A lo que me refiero es que, cuando comprendí que no tenía motivos para preocuparme por ti, me di cuenta de que estaba triste porque habíamos perdido a esa criatura.
Durante un momento, Laurie no dijo palabra, y su sonrisa se desvaneció mientras miraba a Jack con expresión de incredulidad.
– ¿Hola? -dijo este-. ¿Estás ahí?
Lentamente, Laurie levantó la mano libre y se secó una lágrima con el dedo mientras meneaba la cabeza como si no pudiera dar crédito a lo dicho por Jack.
– Si te he oído bien, y teniendo en cuenta las circunstancias, puede que haya sido lo más tierno que me has dicho nunca. Vas a hacerme llorar.
– ¡No llores! -exclamó nerviosamente Jack al notar que el pulso de Laurie se aceleraba en la pantalla del monitor que había detrás de la cama. Lo que menos deseaba era alterar su estado-. Hablemos de otra cosa, eso suponiendo que tengamos tiempo -propuso mirando primero a Pete, que fingía no escuchar, y después a Thea, en el mostrador, para asegurarse de que no había visto la reacción de Laurie; por suerte, la enfermera se hallaba momentáneamente ocupada con otro asunto. Aliviado, Jack volvió su atención hacia Laurie-. No voy a poderme quedar mucho más, y no creo que me permitan entrar otra vez. Normalmente no me reprimiría tanto, pero te tienen como rehén. Temo que si me paso de la raya te lo harán pagar a ti de alguna manera. Ya sé que parece una tontería, pero me da la impresión de que este sitio lo dirige la Gestapo.
– ¿Qué has estado haciendo durante estas tres horas?
– Me he ido de juerga. No, yo… -contestó Jack intentando pensar en decir algo gracioso, pero no se le ocurrió nada. Rió, incómodo-. No lo puedo creer. Mi sentido del humor me ha abandonado.
– Lo que te pasa es que estás cansado y aburrido. ¿Por qué no te vas a casa a dormir un poco?
– ¿Dormir? -preguntó-. Eso queda descartado. En la sala de médicos me tomé dos tazas de café, así que no creo que consiga pegar ojo hasta el jueves.
– No puedes quedarte sentado aquí, en el hospital -dijo Laurie-. Si de verdad no crees que puedas dormir, ¿por qué no haces lo que te propuse antes y vas a mi oficina? Ya que vas a quedarte despierto, al menos aprovecha el tiempo.
– Pues mira, puede que lo haga -contestó mientras se le ocurría que quizá pudiera llevarse los papeles de Laurie a la sala de descanso de los médicos. Era el turno de noche, y quizá le ayudara a matar el tiempo el poder hablar con alguno de los sujetos de las listas de Roger. No obstante, cuando lo pensó de nuevo, tuvo que reconocer que el fatal destino de Roger hacía que se lo tomara con menos entusiasmo.
– Lamento interrumpir -dijo Thea, apareciendo al pie de la cama-, pero van a tener que posponer su reunión. Tenemos unos cuantos casos a punto de llegar.
– Solo un momento más -le rogó Jack.
Thea asintió y volvió a su puesto de mando.
– Escucha -dijo Jack inclinándose sobre Laurie-. Antes de marcharme quiero estar seguro de que te encuentras cómoda estando aquí. Sé sincera. De lo contrario, me instalaré al otro lado de la puerta y no me moveré.
– Me encuentro muy cómoda. Deberías dormir un poco.
– Ya te lo he dicho. No tengo intención de dormir. Estoy como una moto. ¡Listo para un triatlón!
– De acuerdo. Tranquilo. Si quieres mantenerte ocupado, vuelve a mi oficina y tráete aquí los papeles.
– ¿Seguro que estás cómoda?
– Seguro.
– De acuerdo -dijo Jack dándole un beso en la frente antes de ponerse en pie-. Tú puedes dormir por los dos. Volveré y trataré de venir a verte dentro de unas horas si esa valquiria me lo permite -comentó señalando por encima del hombro con el pulgar.
– Estaré bien -le aseguró Laurie-. No te preocupes.
Con un último apretón de la mano, Jack volvió al mostrador central. Mientras Thea hablaba por teléfono, Jack escribió su nombre y número de móvil.
– Gracias de nuevo por dejarme entrar -le dijo cuando ella se dio la vuelta y lo miró.
– No hay de qué -contestó Thea, que acto seguido se puso de puntillas mirando más allá de Jack y gritó-. ¡Sí, Claire! ¡Ese es el gota a gota al que me refería! Me parece que no funciona como es debido. -Volvió a mirar a Jack-. Lo siento. No se preocupe por su mujer, nosotros la cuidaremos.
– Le he anotado el número de mi móvil -dijo Jack entregándole el papel-. Si se produce algún cambio en su estado le agradecería que me llamara.
– Haremos lo que podamos -respondió Thea cogiendo la nota y dejándola en la mesa. Sonrió brevemente a Jack y se volvió hacia una de las enfermeras que se acercaba para preguntarle algo.
Con una última mirada hacia Laurie, Jack salió de UCPA y cruzó la sala de médicos. Los rostros habían cambiado, pero no la escena. Entró en el vestuario de caballeros y se cambió de ropa.
El vestíbulo del hospital estaba extrañamente silencioso y ofrecía un curioso contraste con el bullicio matutino. Cuando salió por la puerta principal se alegró de ver que unos cuantos taxis esperaban pacientemente en la acera. La lluvia que habían pronosticado había empezado a caer.
El taxi lo dejó en la plataforma de carga del depósito, y Jack pasó directamente ante la garita de seguridad. Carl Novak, el agente de guardia, saltó de su asiento tirando al suelo el libro de bolsillo que estaba leyendo, como si lo hubieran pillado desprevenido. Se asomó por la puerta y preguntó:
– Doctor Stapleton, ¿ocurre algo?
– Nada, Carl -contestó Jack por encima del hombro.
Mike Passano, uno de los técnicos del depósito, tuvo una reacción parecida cuando escuchó el eco de la voz de Jack resonando por el alicatado pasillo. Mientras este esperaba el ascensor, Mike sacó la cabeza y preguntó:
– ¿Hay algún caso del que debamos ocuparnos?
– No -repuso Jack-. Es que este sitio me gusta tanto que no puedo mantenerme alejado.
El cuarto piso apenas estaba iluminado, de tal modo que las puertas color naranja de los despachos se veían de un tono parduzco. Una vez dentro del despacho de Laurie, Jack encendió la luz y parpadeó bajo la relativa claridad. Se sentó al escritorio de Laurie y examinó su contenido. Había dos pilas de historiales clínicos. Al lado estaban las listas de Roger y una libreta con las anotaciones de Laurie sobre la relación que existía entre unos casos y otros. En la pared frente a la mesa había dos post-it: uno era un recordatorio para mostrar el ECG de Sobczyk a un cardiólogo; el otro, para preguntar qué clase de prueba era un MFUPN. Encima de la mesa había otro post-it lo bastante arrugado para que resultara difícil de leer. Escrito con la letra de Laurie ponía: «MEF2A positivo». Jack no tenía ni idea de qué significaba «MEF2A».
Lo que no vio fue el CD que recordaba haber visto a Laurie copiar en el despacho de Roger, y miró brevemente bajo los historiales y las listas. Incluso abrió los cajones de la mesa que, a diferencia de los suyos, estaban pulcramente ordenados. El CD no estaba. Se rascó la cabeza, perplejo. ¿Dónde podía haberlo puesto? Miró el reloj. Eran casi la una y media de la madrugada.
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