Anne Perry - El Rostro De Un Extraño

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Su nombre es William Monk, su profesión, detective de la policía. Eso, al menos, es lo que le dicen cuando despierta en un hospital londinense, ya que él no recuerda nada. Al parecer, el carruaje en que viajaba volcó y como consecuencia de este accidente el cochero murió y él quedó malherido. Tras pasar tres semanas inconsciente y otras tantas de convalecencia, Monk recupera la salud, pero no la memoria. Su primer caso cuando se reincorpora en el cuerpo de policía es el brutal asesinato de Joscelin Grey, un héroe de la guerra de Crimea que fue golpeado hasta morir en sus aposentos. Se trata de un asunto delicado, pues la familia de la víctima no está dispuesta a que un simple plebeyo hurgue en sus intimidades. Sin embargo, Monk no se deja amilanar y, mientras busca una clave que ilumine su propio pasado, empieza a investigar entre las amistades de Grey.

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Se pusieron a caminar lentamente para no llamar demasiado la atención. Caminaban muy juntos.

Hester se esforzó en trasladarse con el pensamiento a aquella época, a sus olores, a la intimidad con el dolor, al cansancio constante y a la piedad. Se imaginó a Joscelin Grey tal como lo había visto la última vez, renqueando escaleras abajo con un cabo a su lado, bajando al puerto para embarcar hacia Inglaterra.

– Era un poco más alto que la media -dijo en voz alta-, delgado, los cabellos rubios. Le quedó una ligera cojera… supongo que, de haber vivido, la habría tenido siempre. Al presentarse en casa, dio su nombre, dijo que era el hermano más pequeño de lord Shelburne, que había participado en la guerra de Crimea y que había sido declarado inválido. Les contó su historia, les habló del tiempo que había pasado en Shkodér y les dijo que su tardanza en visitarles se debía a su herida.

Al mirar a Monk, Hester leyó la pregunta antes de que él la formulara.

– Dijo que había conocido a George… antes de la batalla del Alma, en la que George perdió la vida. Por supuesto que mi familia lo recibió con los brazos abiertos por su amistad con George, pero también porque les gustó. Mamá todavía estaba muy apesadumbrada. Ya se sabe que cuando un muchacho va a la guerra tiene muchas posibilidades de morir, pero saberlo no prepara para enfrentar los sentimientos que se desencadenan cuando el hecho fatal ocurre. Para papá supuso una gran pérdida, según Imogen me contó, pero para mi madre fue el final de algo sumamente precioso. George era el hijo pequeño y ella siempre le había tenido un cariño especial. Era… -Se esforzó en rememorar la infancia, un jardín cerrado con un sol propio-. Se parecía mucho a mi padre… la misma sonrisa, el mismo cabello aunque más oscuro, como el de mi madre. Le gustaban los animales y era un excelente jinete. Supongo que sería lógico que se alistara en la caballería. Como era normal, la primera vez que estuvo en casa no le hicieron muchas preguntas sobre George. Habría sido una descortesía, una falta de consideración a su amistad, pero lo invitaron a volver cuando quisiera o tuviera tiempo disponible…

– ¿Volvió? -Monk habló por vez primera, su voz era tranquila y la pregunta era lógica, pero había preocupación en su rostro y un velo en su mirada.

– Sí, varias veces y, pasado un cierto tiempo, papá consideró que había llegado el momento de preguntar por George. Habían recibido cartas suyas, por supuesto, pero George les había dado muy pocos detalles -sonrió con tristeza-, lo mismo que yo. Ahora me pregunto si no habríamos debido contar más cosas. O por lo menos contárselas a Charles. Ahora vivimos en mundos diferentes y, si se las contara ahora, no haría más que angustiarlo inútilmente.

Miró más allá de Monk y contempló a una pareja que seguía el mismo camino, los dos cogidos del brazo.

– Ahora ya tiene muy poca importancia. Joscelin Grey volvió otra vez y se quedó a cenar y entonces empezó a contarles cosas de Crimea. Dice Imogen que él era siempre muy delicado con las palabras, que no utilizaba nunca un lenguaje impropio y que, aunque mamá estaba muy abatida y se entristeció mucho al conocer las condiciones espantosas en que estaban, Joscelin parecía tener un especial sentido de lo que podía decirse sin traspasar los límites de la pena y la admiración para caer en el horror puro y simple. Les habló de batallas, pero no les dijo nada del hambre ni de las enfermedades y siempre les habló tan encomiásticamente de George, que se sintieron orgullosos de escucharlo.

»Por supuesto que también le hicieron preguntas acerca de sus hazañas. Había sido testigo de la Carga de la Brigada Ligera en Balaclava y les habló del valor sublime de los soldados, de que nunca se había visto soldados más valientes ni más leales al deber, aunque también les confesó que aquella carnicería había sido la cosa más espantosa que había presenciado en su vida, entre otras cosas porque fue tan inútil. Se habían lanzado a caballo contra las armas enemigas; él así lo contó.

Hester se estremeció al recordar las carretas cargadas de muertos y heridos, los esfuerzos realizados durante toda la noche, la inutilidad de aquel esfuerzo, la sangre. ¿Había experimentado Joscelin Grey alguna cosa de las avasalladoras emociones de ira y piedad que ella sentía?

– Les explicó que no habían tenido la menor posibilidad de sobrevivir a la carga -dijo con voz tranquila, tan baja que casi quedó apagada por el murmullo del viento-. Imogen dijo que Joscelin estaba furioso y que comentó cosas terribles de lord Cardigan. Creo que ése debió de ser el momento en que más me habría gustado Joscelin.

Pese al profundo dolor que sentía, Monk pensó que también a él le habría gustado entonces. Había oído hablar de aquella carga suicida y, una vez disipado el arrebato de admiración que levantó, lo único que había dejado era una rabia creciente ante aquella flagrante incompetencia y aquella devastación, ante vanidades individuales, las rivalidades absurdas que de una manera tan inútil e insensata habían malbaratado tantas vidas.

¿Cómo era posible que él pudiera odiar a Joscelin Grey?

Aunque Hester siguió hablando, Monk ya no la escuchaba. La muchacha estaba muy seria, el rostro cariacontecido ante tanto dolor y tanta muerte. Él habría querido tocarla y decirle con sencillez y de una manera elemental, sin palabras, que él sentía lo mismo que ella.

¿Qué repulsión no sentiría Hester si supiera que la persona que había apaleado a Joscelin Grey hasta matarlo en aquella horrible habitación de su casa era él?

– … cuanto más intimidaban -decía ella- más le tomaban aprecio, no por su amistad con George, sino por él mismo. Mamá esperaba con ansia sus visitas y se preparaba para recibirlo con varios días de antelación. ¡Menos mal que no llegó a enterarse de cómo murió!

Monk consiguió reprimir la pregunta que ya iba a hacerle sobre la fecha en la que había muerto su madre. Se acordó de que había sufrido una especie de ataque, de que tenía el corazón destrozado.

– Siga -le dijo, sin embargo-. ¿O eso es todo?

– No -dijo Hester negando con la cabeza-, hay mucho mas. Como le he dicho, todos los de la casa le cobraron una gran simpatía, Imogen y Charles también. A Imogen le gustaba oír hablar de la valentía de los soldados y del hospital de Shkodér, supongo que en parte por mí.

Monk recordó lo que había oído acerca del hospital militar, de Florence Nightingale y de sus mujeres, del denodado esfuerzo físico que desplegaban, indiferentes a la condena social. Los hombres desempeñaban por tradición el oficio de enfermeros y las pocas mujeres que había en este sector eran las más fuertes y rudas y hacían poca cosa más que dedicarse a limpiar la basura y los desechos.

Hester volvió a hablar:

– Hacía unas cuatro semanas que se conocían cuando les habló por primera vez del reloj…

– ¿Del reloj?

Monk no sabía nada de ningún reloj, salvo que Grey llevaba el suyo encima cuando encontraron su cadáver, y que Constable Harrison había localizado uno en una casa de empeños, que después resultó no tener ninguna relación con Joscelin Grey.

– Sí, el reloj de Joscelin Grey-replicó Hester-. Parece que era un reloj de oro de gran valor personal porque se lo había regalado su abuelo, que había luchado con el duque de Wellington en Waterloo. Estaba abollado porque había recibido un impacto de bala de un mosquete francés; precisamente gracias a él, su abuelo había salvado la vida. A decirle Joscelin que él también quería ser soldado, el anciano le regaló el reloj. Joscelin Grey lo consideraba como un talismán, y al ver al pobre George muy nervioso la noche antes de la batalla del Alma, quizá porque intuía lo que acabaría por sucederle, Joscelin le dejó el reloj. Como George murió al día siguiente, Joscelin no lo recuperó. No le daba importancia, pero les encareció que, si les devolvían el reloj junto con las pertenencias de George, se lo entregaran, que les quedaría agradecidísimo. Lo describió minuciosamente, incluso la inscripción que tenía en el interior.

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