Anne Perry - El Rostro De Un Extraño

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El Rostro De Un Extraño: краткое содержание, описание и аннотация

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Su nombre es William Monk, su profesión, detective de la policía. Eso, al menos, es lo que le dicen cuando despierta en un hospital londinense, ya que él no recuerda nada. Al parecer, el carruaje en que viajaba volcó y como consecuencia de este accidente el cochero murió y él quedó malherido. Tras pasar tres semanas inconsciente y otras tantas de convalecencia, Monk recupera la salud, pero no la memoria. Su primer caso cuando se reincorpora en el cuerpo de policía es el brutal asesinato de Joscelin Grey, un héroe de la guerra de Crimea que fue golpeado hasta morir en sus aposentos. Se trata de un asunto delicado, pues la familia de la víctima no está dispuesta a que un simple plebeyo hurgue en sus intimidades. Sin embargo, Monk no se deja amilanar y, mientras busca una clave que ilumine su propio pasado, empieza a investigar entre las amistades de Grey.

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– ¡Ah, bien! -Monk había vuelto a recuperar el dominio de sí mismo, abrió la puerta y salió-. Supongo que le bastó con el nombre de la comisaría.

Evan salió detrás de él y después se volvió y cerró la puerta con llave.

Sin embargo, una vez estuvieron en la calle, Monk cambió de parecer. Tenía ganas de ver qué cara ponía Runcorn cuando se enterara del robo y comprendiera que Monk no iba a necesitar andar revolviendo entre escándalos como único medio para llegar al asesino de Grey. De pronto tenía ante sí un nuevo camino, donde la peor de las posibilidades era el simple fracaso, pero entre las que se perfilaba un auténtico éxito.

Envió a Evan a hacer un recado trivial, dándole instrucciones precisas para que se volviera a reunir con él al cabo de una hora y se montó en un cabriolé que lo condujo a comisaría a través de calles ruidosas e inundadas de sol. Una vez allí fue a ver a Runcorn, que lo recibió en su despacho con cara de satisfacción.

– Buenos días, Monk -lo saludó cordialmente-. Nada nuevo, ¿verdad?

Monk dejó que la satisfacción se adueñara un poco más de Runcorn, como dejándolo demorarse en la exquisitez de un baño caliente que mereciera ser prolongado por puro deleite.

– Es un caso de lo más sorprendente -respondió con aire tranquilo, mirando directamente a los ojos de Runcorn y fingiendo preocupación.

A Runcorn se le ensombreció el rostro, pero Monk percibió nítidamente su satisfacción como quien percibe un olor.

– Por desgracia, el público no reconoce los méritos de la sorpresa-replicó Runcorn, prolongando la expectación-. El que el público esté desorientado, no nos autoriza a disfrutar de dicho privilegio. Usted no aprieta suficientemente las clavijas, Monk. -Frunció ligeramente el ceño y se recostó en su sillón, mientras un rayo de sol que se filtraba por la ventana incidía en un lado de su cabeza. Su voz se hizo untuosa-. ¿Está plenamente seguro de encontrarse recuperado del todo? No parece el mismo de antes. No solía ser tan… -sonrió como si la palabra le complaciera- tan indeciso. El objetivo primordial que se fijaba antes era la justicia; de hecho, era su único objetivo. Antes no se detenía ante el primer obstáculo, no le arredraban las pesquisas por desagradables que fueran. -En el fondo de sus ojos aleteaba la duda y también la antipatía hacia Monk. Runcorn estaba en equilibrio entre el arrojo y la experiencia, como el que aprende a ir en bicicleta-. Seguro que usted está convencido de que esta cualidad fue la que lo llevó tan lejos en tan poco tiempo.

Se interrumpió y permaneció a la espera; Monk tuvo una visión fugaz de unas arañas reposando en el centro de su tela, esperando la llegada de las moscas que, tarde o temprano, caerían irremisiblemente: todo era cuestión de tiempo, pero acabarían por caer.

Monk decidió dar largas al asunto, él también quería estudiar a Runcorn, quería que revelase sus sentimientos y descubriera su vulnerabilidad.

– Este caso es diferente -respondió titubeante, dejando que la ansiedad se reflejara en sus maneras. Se sentó en la silla delante del escritorio-. No recuerdo otro como éste. No se puede comparar a ningún otro.

– Un asesinato es un asesinato -dijo Runcorn negando con la cabeza en un gesto levemente pomposo-. La justicia no establece diferencias y, si quiere que le hable con franqueza, tampoco el público… en todo caso, éste le interesa más. Tiene todos los elementos que gustan, todos los periodistas necesitan estimular las pasiones y asustar a la gente… hacer que se sulfure.

Monk decidió hilar delgado.

– No tanto -objetó-, en ese caso no hay ninguna historia de amor y precisamente lo que más gusta a la gente son las historias de amor. Aquí no hay ninguna mujer.

– ¿Que no hay historia de amor? -Runcorn enarcó las cejas-. Mire, Monk, nunca lo he tenido por un cobarde y mucho menos por estúpido. -Hizo una mueca inverosímil en la que se mezclaban la satisfacción y una afectada preocupación-. ¿Está seguro de que se encuentra bien? -Se inclinó hacia delante para reforzar el efecto de sus palabras-. ¿No tiene dolores de cabeza, por casualidad? Se dio un golpe fuertísimo en la cabeza, ¿sabe? Supongo que ahora no lo recuerda, pero cuando lo vi la primera vez en el hospital usted ni me reconoció.

Monk se negó a darse por enterado del aterrador pensamiento que había asomado a sus pensamientos.

– ¿Una historia de amor? -preguntó a bocajarro, como si después de aquella frase no hubiera oído nada más.

– ¡Joscelin Grey y su cuñada! -Runcorn lo miró atentamente, pero con los ojos velados como si estuviera un poco confundido, pero Monk vio que sus pequeñísimas pupilas estaban alerta detrás de los pesados párpados.

– ¿El público lo sabe? -Monk fingió inocencia con igual desenvoltura-. No he tenido tiempo de leer la prensa. -Avanzó el labio en señal de duda-. ¿Le parece prudente comunicárselo? ¡No creo que a lord Shelburne le gustara demasiado!

El rostro de Runcorn se tensó.

– No, naturalmente todavía no les he dicho nada -le dijo dominando a duras penas la voz-, pero todo es cuestión de tiempo. No podemos demorarlo indefinidamente. -Había dureza en su rostro, casi avidez-. No hay duda de que usted ha cambiado, Monk. Antes era combativo, ahora parece otro, un desconocido… hasta para usted. ¿Ha olvidado cómo era?

Durante un momento Monk se sintió incapaz de contestar, incapaz de hacer otra cosa que parar el golpe. Sí, era de esperar, se había confiado demasiado, había estado estúpidamente ciego ante lo obvio. Era evidente que Runcorn sabía que había perdido la memoria. De no haberlo sabido desde el primer momento, seguramente lo habría adivinado al ver las cuidadosas maniobras de Monk, el hecho de que desconociera la relación que había entre ambos. Runcorn era un profesional, se pasaba la vida extrayendo la verdad de las mentiras, intuyendo motivos, destapando cosas escondidas. ¡Vaya estúpida arrogancia la de Monk! ¡Figurarse que había conseguido engañarlo! Se sonrojó ante tamaña tontería.

Runcorn lo estaba observando, atento a aquella oleada de calor que le había teñido la cara. Tenía que dominarse, encontrar un escudo o, mejor, un arma. Se irguió un poco más y sostuvo la mirada de Runcorn.

– Puedo ser un desconocido para usted, señor Runcorn, no para mí. Algunos no somos tan sencillos como parecemos. Me parece que no soy tan temerario como usted me juzga. Mejor así-saboreaba el momento, aunque no era tan dulce como esperaba.

Miró a Runcorn directamente a los ojos.

– He venido a verle para informarle de que han entrado en el piso de Grey o, por lo menos, de que lo han sometido a un concienzudo registro, a un saqueo, incluso que los autores del hecho son dos hombres que se hicieron pasar por policías. Parece que falsificaron unas cédulas de identificación policial y las mostraron al portero para poder entrar.

Runcorn estaba tenso y una mancha roja apareció en su piel. Monk no pudo resistirse a añadir:

– Esto arroja una luz diferente sobre todo el caso, ¿no cree? -continuó hablando con aire risueño, haciendo corno que a los dos les complacía el giro que habían tomado los acontecimientos-. No me imagino a lord Shelburne contratando a un cómplice y haciéndose pasar por policía para registrar el piso de su hermano.

A Runcorn le habían bastado unos pocos segundos para reflexionar.

– ¡Lo que quiere decir que ha contratado a dos! Así de sencillo.

Pero Monk estaba preparado.

– Si buscaban algo que merecía correr un riesgo tan grande -replicó-, ¿por qué no fueron al piso antes? La cosa ya llevaba dos meses allí dentro.

– ¿Dónde está ese riesgo tan grande? -le dijo Runcorn bajando un poco la voz, como quien no se toma en serio la idea-. Lo cogieron sin ninguna dificultad. Debió de resultarles bastante fácil: vigilar un poco el edificio para asegurarse de que los policías de verdad no merodeaban por los alrededores, entrar en el piso con documentación falsa, coger lo que hubieran ido a buscar y salir tranquilamente. Seguro que tenían a alguien apostado en la calle.

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