– ¡Nos ha tocado la lotería!
– «Punto al»-se sorprendió Branson, que ahora estaba de pie detrás de ellos, leyendo por encima de sus hombros-. ¿Qué país es «al»?
– Albania -dijo Nick Nicholl.
Grace le miró.
– ¿Estás seguro?
– Sí.
– ¿Eres una especie de freak de los ordenadores o qué? -le preguntó Branson con admiración-. ¿Cómo lo sabes?
El detective se volvió hacia Branson y sonrió tímidamente.
– Era la respuesta a una pregunta del concurso que organizaron en nuestro pub hace unas semanas.
– Nunca he participado en ninguno -dijo Branson-. Quizá debería ir con Ari, para mejorar nuestra cultura general. -«Y lo que es más importante, podría mejorar nuestro matrimonio. Intentar encontrar algo que hacer juntos, aparte de discutir», pensó.
Grace estaba mirando la dirección otra vez.
– Tisana -dijo-. ¿También salió eso en el concurso?
Nicholl negó con la cabeza.
– Vamos a buscarlo en Google.
Realizó la búsqueda, pero sólo les devolvió una página web italiana con una opción de traducción. Nicholl entró en ella. Al cabo de unos momentos, estaban viendo una lista larga y detallada de patologías y plantas. «Acné», leyó Grace. «Zanahoria, vitaminas solubles de tisana, germen de trigo, aceite de borraja, lampazo». Luego, más interesante para él a esta hora tardía -o temprana-, leyó: «Fatiga. Ginsen, guaraná, eleuterococo, vitaminas y minerales de tisana. Lecitina de soja».
– Quizá sea un fanático de la salud -bromeó el sargento Branson.
Nicholl no le hizo caso, estaba demasiado cansado para chistes ahora mismo.
– Ve a la bandeja de mensajes enviados -dijo Grace.
Nicholl hizo clic en ella. Sólo contenía un mensaje: el mismo, con el mismo archivo adjunto.
– ¿Puedes ver a quién se envió? -preguntó Grace.
– Qué raro -dijo Nick Nicholl-. No aparece ningún destinatario.
Hizo doble clic y al cabo de un momento, se hizo evidente por qué. Había cientos y cientos de destinatarios, todos ocultos. Y todos tenían direcciones electrónicas que eran secuencias de números combinados con «tisana».
Grace leyó la primera: 110897@tisana.al. Luego la siguiente: 244651@tisana.al.
– La primera parte parece el nombre. En clave, claro -dijoNick Nicholl-. Tisana debe de ser el proveedor de acceso a Internet.
– Entonces, ¿por qué no ha aparecido «tisana» en la búsqueda? -preguntó Grace.
– Porque alguien no quiere que aparezca, diría yo.
– ¿Se puede esconder algo de buscadores como Google?
– Estoy seguro de que si sabes lo que haces, puedes esconder lo que quieras.
– Echemos un vistazo al archivo adjunto -dijo Grace señalándolo con la cabeza-. A ver qué nos dice.
Miró fijamente la pantalla mientras Nick Nicholl movía el cursor hacia el documento y lo clicaba. Luego, al cabo de unos momentos, se encontró deseando no haber sugerido que lo abrieran.
Durante los siguientes cuatro minutos, los tres hombres observaron la pantalla, petrificados y en silencio.
A las seis y media de la mañana, Roy Grace llamó a Dennis Ponds, el jefe de prensa, a su casa. Se disculpó por despertarle y le pidió que fuera a verle a las ocho y cuarto a su despacho temporal del centro de investigaciones.
Grace se las había arreglado para dormir mal dos horas, tumbado en posición vagamente horizontal, en dos sillones de la sala de interrogatorios, antes de dirigirse de nuevo a su mesa en el área de trabajo poco después de las seis de la mañana. Branson se lo había montado mejor: había ocupado el sofá del despacho del director. Nicholl se había ido a casa un par de horas, preocupado por haber dejado demasiado tiempo sola a su mujer, que estaba en avanzado estado de gestación.
A las siete y veinte, Grace estaba delante de la entrada del supermercado Asda que había al otro lado de la carretera, y fue el primer cliente cuando abrió sus puertas, a las siete y media. Compró un paquete de maquinillas desechables, espuma de afeitar, una camisa blanca, dos cruasanes, seis latas de Red Bull y dos paquetes de ProPlus.
A las ocho llamó a Cleo, pero su llamada fue directamente al buzón de voz. Le dejó un mensaje breve: «Hola, soy Roy. Siento haber tenido que largarme así. ¡Eres increíble! Llámame cuando puedas. Un abrazo enorme».
A las ocho y cuarto en punto, cuando Dennis Ponds entró en el pequeño y anodino despacho situado frente a la puerta del MIR Uno, Grace se sentía de maravilla. El aseo, el afeitado y el cambio de camisa le habían refrescado, y las dos latas de Red Bull y las cuatro ProPlus comenzaban a hacerle efecto. Lo único que no tenía bien era la espalda, que le escocía. Cleo se la había arañado. De pie en el servicio de caballeros, mirándose en el espejo, no podía creer en las líneas rojas y largas en carne viva que tenía en la espalda. Pero sonrió. Había valido la pena. El escozor no era nada comparado con el ardor que notaba en la tripa al pensar en ella. Dios santo, era una tigresa en la cama.
– Buenos días, Roy -dijo Ponds.
Ese día, parecía más que nunca un urbanita, con el pelo engominado hacia atrás, un llamativo traje oscuro de raya diplomática, camisa rosa sin cuello, y una corbata azul que parecía hecha de piel de serpiente.
Grace le estrechó la mano y los dos hombres se sentaron.
– Siento haberte llamado tan temprano.
– No pasa nada -dijo Ponds-. Siempre madrugo. Tengo dos niños pequeños y tres perros. -Se encogió de hombros-. ¿Y bien?
– Quiero que estés presente en nuestra reunión de las ocho y media. Hay unas imágenes que quiero que veas.
– Bueno, de acuerdo… -le dijo Ponds, que le miró con aire vacilante-. Tengo un horario bastante apretado esta mañana. Tengo que organizar la rueda de prensa del caso de Janie Stretton…
– De eso se trata, Dennis -lo interrumpió Grace-. Pero también hay algo más. Puede que aún no lo sepas, pero un vehículo al que mi equipo perseguía anoche chocó con un taxi, en Kemp Town.
Ponds puso cara larga.
– No, no lo sabía.
– Como consecuencia de intentar detener el vehículo antes de que huyera, una de mis mejores agentes jóvenes está conectada a un respirador en el hospital del condado de Sussex. Acabo de llamar por teléfono. Ha sobrevivido a una operación de cinco horas, pero la cosa no pinta bien. Arriesgó su vida para detener a ese puto vehículo, una Ford Transit. ¿Lo entiendes? Arriesgó su puta vida, Dennis. Esta chica tiene veinticuatro años. Es una de las agentes jóvenes más brillantes y valientes que he visto. Se agarró a la puerta del vehículo para intentar detenerlo, y el hijo de puta que estaba al volante la aplastó contra un coche aparcado. Intentaba hacer su trabajo, hacer respetar la ley. ¿Me sigues?
Vacilante, Ponds asintió con la cabeza.
– Tengo a una agente conectada a un respirador. Tengo a un sospechoso hijo de puta inconsciente. Tengo al pasajero inocente de un taxi con una pierna rota.
– No estoy muy seguro de adonde quieres llegar -dijo Ponds.
Grace se dio cuenta de que la cafeína tal vez le estaba poniendo un poco agresivo.
– Lo que quiero, Dennis, es que el director del Argus, y que los directores de los otros periódicos, informativos de radio y de televisión que puedan hacerse eco del suceso, aflojen un poco. No quiero tener que enfrentarme a una sala llena de buitres histéricos interesados en otra historia barata para cargarse a la policía diciendo que somos unos imprudentes por poner en peligro la vida de los ciudadanos, cuando en realidad lo que intentamos es salvar vidas arriesgando las nuestras.
– Entiendo lo que dices -dijo Ponds-, pero no es fácil.
– Por eso vas a venir a la reunión, Dennis. Voy a enseñarte algo que he visto esta mañana. Luego te daré una copia. Creo que opinarás que facilitará muchísimo las cosas. -Ofreció a Ponds una sonrisa casi diabólica.
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