– No vivo exactamente junto al mar. -Le sonó el móvil y lo sacó-. ¿Detective Branson? Ah, hola, sí. Estoy con Roy, cerca de Southampton. Tenemos previsto volver a Brighton sobre las dos de la tarde. Roy quiere celebrar una reunión a las seis y media, así que todo el mundo allí, ¿vale? Sí. ¿Hemos conseguido los refuerzos que pidió?… ¿Sólo uno? ¿Quién es?… Oh, mierda, ¡será una broma! No me puedo creer que nos lo hayan colocado a nosotros. Roy se va a cabrear. Cuando salgamos de aquí iremos directamente al piso de la chica; Roy quiere que alguien vaya al bufete, a hablar con su jefe y los que trabajan allí… Vale… Sí. Seis y media… Eso es.
Branson se guardó el teléfono en el bolsillo.
– Era Bella. Adivina, tu petición para sumar dos agentes más al equipo. ¿Sabes a quién nos han dado?
– Dispara.
– A Norman Potting.
Grace refunfuñó.
– Ya va siendo hora de que se jubile. Es más viejo que Matusalén.
– Las chicas no están muy emocionadas, precisamente. Bella no está contenta.
El sargento Norman Potting tenía casi sesenta años, una incorporación tardía al cuerpo. Era un policía de la vieja escuela, políticamente incorrecto, sin pelos en la lengua y sin ningún interés en ascender -nunca había querido responsabilidades-, pero tampoco había querido jubilarse cuando cumplió los cincuenta y cinco, la edad normal de jubilación en la policía para un sargento, razón por la cual había prolongado su servicio. Le gustaba hacer aquello que mejor se le daba, lo que él llamaba perseverar y perforar. El trabajo policial perseverante y metódico, y perforar la superficie de cualquier crimen, perforar el tiempo y a la profundidad que hiciera falta hasta dar con algún filón que le condujera a algún lugar.
Lo más destacable de Norman Potting era su constancia, además era digno de confianza y sabía conseguir resultados; pero era aburrido a morir y tenía el don de ofender a casi todo el mundo.
– Creía que estaba destinado de manera permanente en Gatwick con los de antiterrorismo -dijo Grace.
– Es obvio que se han cansado de él. Tal vez no podían seguir aguantando sus chistes -dijo Branson-. Y Bella dice que apesta a humo de pipa. Ni ella ni Emma-Jane quieren sentarse cerca de él.
– Pobrecillas.
Derek Stretton volvió al salón portando una bandeja con tres tazas de porcelana y una jarrita de leche. La dejó sobre la mesa de plástico, luego les indicó que se sentaran en uno de los sofás y él ocupó el de enfrente.
– ¿Ha dicho por teléfono que tenía noticias sobre Janie, comisario? -preguntó expectante.
De repente, Grace deseó fervientemente haber mandado a las dos agentes de la Unidad de Relaciones Familiares a encargarse del tema.
Tom prácticamente no había trabajado nada en toda la mañana. Se había quedado sentado a su mesa en su despacho con un montón de e-mails sin responder amontonándose en la pantalla; había atendido algunas llamadas que entraron para él, y también había repasado con cuidado una lista de presupuestos para los Rolex Oyster de Ron Spacks, pero el resto del tiempo había estado pensando. Pensando.
Le daba vueltas a la cabeza, pero no sacaba nada en claro.
Esa llamada de anoche de Chris para decirle que habían entrado a robar en su casa.
«En realidad, parece que sólo se han llevado una cosa… Tu CD…»
Perdón, pero había estado en el despacho que Chris Webb tenía en su casa y era increíble la de cosas que tenía allí. No sería difícil perder un CD, tenía docenas tirados por todas partes.
Sin embargo, pensó Tom, a alguien no le gustaba que tuviera el CD, y le habían destrozado el ordenador dos veces para decírselo. ¿Así que lo habían recuperado? ¿Chris Webb había intentado reproducirlo y los había puesto sobre aviso?
Si el propietario del CD, fuera quien fuera -el capullo del tren-, ahora lo había recuperado, ¿se había acabado el problema?
¿Quizás el capullo estaría otra vez en el tren esta noche? Pero Tom lo dudaba; en todos los años que había ido al trabajo en tren nunca lo había visto. Además, no estaba muy seguro de qué haría, si se acercaría a él y le gritaría o si tendría demasiado miedo para decirle algo.
Todavía no le había contado nada a Kellie. Era mejor callar, mantenerse al margen. No habían recibido más llamadas, lo que significaba que había entendido la advertencia, esperaba.
El tenía muy claro que había captado el mensaje.
– Los de la agencia inmobiliaria del piso que tiene alquilado su hija en Brighton nos dejaron entrar ayer, señor Stretton, y nos permitieron coger un par de artículos suyos para realizar pruebas de ADN. Cogimos muestras de cabellos de un cepillo que había en el baño y un trozo de chicle que encontramos en un cubo de la basura -explicó Grace.
Derek Stretton sostenía su taza sin beber, mirándolo con recelo.
– Las mandamos al laboratorio de la policía en Huntingdon y esta mañana hemos recibido los resultados. El ADN del chicle y del cabello pertenece a la misma persona, y la correspondencia con el cuerpo que encontramos el miércoles es total. Me temo que la única conclusión a la que podemos llegar, señor, es que la joven asesinada es su hija, Janie.
Hubo un largo silencio y, durante unos momentos, Grace pensó que Derek Stretton iba a echar la cabeza hacia atrás y reírse a carcajadas. Sin embargo, lo único que sucedió fue que la taza comenzó a repiquetear contra el platito, cada vez más fuerte, hasta que el hombre se inclinó hacia delante y la dejó sobre la mesa.
– Yo… Entiendo -dijo.
Volvió a mirar a Grace, luego a Branson. Entonces, despacio, como una silla plegable compleja, pareció doblarse sobre sí mismo.
– Es todo lo que tengo en el mundo -dijo-. Por favor, díganme que no es verdad. Va a venir hoy… Es mi cumpleaños… Vamos a ir a cenar. Oh, Dios mío. Yo… yo…
Grace miró al frente con rigidez, evitando la mirada de Branson, deseando desesperadamente poder decirle a aquel hombre que no era verdad, que se había cometido un error. Pero no podía añadir nada más, nada que aliviara su dolor.
– Perdí a mi mujer, su madre, hace tres años. Cáncer. Ahora he perdido a Janie. Yo…
Grace le dio espacio.
– ¿Qué clase de hija era, señor? -le preguntó luego-. Quiero decir… ¿Estaban muy unidos?
– Dicen que siempre hay un vínculo especial entre un padre y una hija -contestó Derek Stretton tras un largo silencio-. Sin duda, yo considero que así es.
– ¿Era una persona afectuosa?
– Muchísimo. Nunca se ha olvidado de mi cumpleaños, ni una sola vez, ni de las navidades o del Día del Padre. Es… simplemente… perfecta… -Su voz se apagó.
Grace se puso de pie.
– ¿Tiene una fotografía reciente de ella? Me gustaría hacer circular una foto tan deprisa como sea posible.
Derek Stretton asintió sombríamente.
– ¿Y le importaría que echáramos un vistazo en su cuarto?
– ¿Quieren que los acompañe o…?
– Podemos ir solos -dijo Grace con delicadeza.
– Primer piso, giren a la derecha en las escaleras. Es la segunda puerta a la derecha.
Era el cuarto de una chica, una chica ordenada, organizada y metódica. Había una fila de peluches recostados en los cojines. En la pared colgaba un poster de U2. Había una colección de conchas en el tocador. Las estanterías estaban repletas principalmente de libros infantiles, historias de aventuras de chicas y algunos thrillers de abogados de Scott Turrow, John Grisham y varios escritores estadounidenses más. Había unas zapatillas en el suelo y una bata anticuada colgada en la puerta.
Grace y Branson abrieron todos los cajones, hurgaron en la ropa, en la ropa interior, las camisetas, blusas y jerséis, pero no encontraron nada que sugiriera ni remotamente qué había hecho Janie Stretton para exponerse a un asesino despiadado.
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