Robert Crais - El último detective

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Elvis Cole se enfrenta a uno de los momentos más delicados de su vida: acaba de recibir la llamada de un hombre que asegura tener secuestrado a Ben, el hijo de Lucy, su compañera sentimental. El niño, que estaba al cuidado de Cole mientras su madre se hallaba de viaje, salió al jardín a jugar y pocos minutos después desapareció sin dejar rastro. Según las palabras del hombre que retiene a Ben, el secuestro está relacionado con un oscuro suceso del pasado de Cole. Éste fue el único superviviente de un batallón americano que fue aniquilado en Vietnam, y aunque en su momento fue premiado por su heroicidad, parece que alguien sigue resentido por el hecho. Para complicar aún más las cosas, Cole tiene que enfrentarse con Richard, ex marido de Lucy y padre de Ben, quien además de culparle por lo acontecido entorpece La búsqueda al insistir en la participación de su propio equipo de investigadores. Ayudado por su socio, Joe Pike, y la policía Carol Starkey, Cole se vuelca de pleno en el rescate en una carrera contra el reloj, mientras revive unos espinosos episodios que creía haber enterrado. Robert Crais ahonda en cuestiones vitales al retomar el pasado de su protagonista en esta novela que aúna con acierto una clásica trama detectivesca con un thriller de gran intensidad.

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– Suéltalo -grité a Ibo-. Déjalo en el suelo y vete, que no te ocurrirá nada.

Fallon se acercó a las bolsas con el dinero y Pike a Ibo. Mi socio estaba contra una pared y yo contra la otra; Ibo se había quedado entre ambos. Ben forcejeó con más empeño, estirando el brazo para alcanzar un bolsillo.

– Nosotros queremos el dinero y vosotros al niño. Todos podemos obtener lo que pretendemos -dijo Fallon.

Una vez más, dirigí la escopeta hacia Fallon.

– Sí, claro, Fallon, me parece estupendo. Ibo y tú dejad las armas en el suelo y luego lo haremos nosotros.

Sonrió con los labios apretados y se volvió para encañonar a Pike.

– Mejor soltadlas vosotros primero.

Richard intentó recoger las piernas debajo del cuerpo, pero resbaló en su propia sangre. Me imaginé que no iba a durar mucho.

– ¡Papá! -gritó entonces Ben, con una voz extraña que era como un gemido.

Me arrimé más a Ibo, que exclamó:

– ¡No te acerques!

Ben seguía luchando por soltarse. Sacó la mano del bolsillo. Al ver lo que tenía en ella comprendí cuál era su intención.

Fallon dejó de apuntar a Pike y dirigió el arma hacia mí. Estaba sudando a mares.

– Es capaz de hacerlo. Los dos lo somos. ¡Si nos dais el dinero podéis quedaros el niño!

– Lo matarías de todas formas.

Todo sucedió en décimas de segundo, quizás en menos tiempo.

Nos tenían y nosotros los teníamos a ellos, pero Ben estaba atrapado en medio.

– ¿Ben? -dije. El chico estaba aterrorizado-. Voy a llevarte con tu madre. ¿Lo oyes? Voy a devolverte a tu madre. Joe, ¿tienes controlado a Fallon?

– Sí.

Bajé la escopeta.

Fallon volvió a apuntar a Joe y al cabo de un instante me encañonó otra vez. No sabía cuál era mi plan, yeso le asustaba.

– ¡Mazi!

– ¡Me lo cargo! -gritó Ibo.

Coloqué la escopeta con la boca hacia arriba, para demostrarles que no pensaba disparar, y la apoyé en el suelo. Me enderecé, observando a Mazi, y después di un paso hacia él. Fallon volvió a apuntarme.

– ¡Vamos a matarlo, Cole! -amenazó Fallon-. ¡Y a ti también!

Me aproximé más a Ben.

– ¡Voy a hacerlo! -chilló Ibo.

– Ya lo sé. Fallon y tú sois dos animales capaces de eso y mucho más.

Les hablaba en voz baja, con un tono normal, como si estuviera haciendo un comentario de lo más corriente sobre su marca de café preferida. Me detuve a medio metro de Ben. Fallon estaba detrás de mí, por lo que no podía verlo, pero Pike también había quedado a mis espaldas. Sonreí a Ben en silencio, dándole a entender que, del mismo modo que yo confiaba en Joe, él tenía que confiar en mí. Todo saldría bien, porque había ido a buscarlo para llevarlo a casa, yeso era lo que pensaba hacer.

– Cuando quieras, campeón. Vámonos a casa.

De ese modo le daba permiso. Le decía que adelante, que hiciera lo que tenía en la cabeza y que yo lo cubriría.

Ben Chenier levantó el brazo con el que aferraba la estrella de plata, que semejaba una garra. Le clavó la condecoración a Ibo en los ojos y tiró hacia abajo. Ibo estaba concentrado en mí y lo pilló desprevenido. Se estremeció y agachó la cabeza. Fue entonces cuando actué. Coloqué los dedos detrás de la hoja y la doblé para apartarla de la garganta de Ben en el momento en que los disparos estallaban detrás de mí. La navaja me hizo cortes profundos en los dedos, pero seguí agarrándola con fuerza y doblé la mano de Ibo hacia atrás por la muñeca. Ben cayó al suelo y quedó libre. Se oyó otro disparo y después otro. No tenía ni idea de lo que sucedía en el otro extremo de la habitación. No podía mirar.

Pike

Cuando Cole dejó la escopeta en el suelo y se dirigió hacia Ibo, Fallon tomó ventaja. Pike no podía disparar mientras Ben corriera peligro; si le daba a Fallon, Ibo mataría al niño; si le daba a Ibo, Fallon acabaría con él en el mismo instante y después seguiría con Cole. Pike decidió que, si conseguía un buen ángulo desde el que acertarle en el córtex a Ibo sin problemas, lo aprovecharía aunque eso significara que Fallon lo mataría. Sí, le pegaría un tiro y después se volvería hacia Cole, pero éste podría ser lo bastante rápido y recuperar la escopeta antes de que el secuestrador girase del todo. Sin embargo, Ibo no era idiota, y a Pike casi la dio la impresión de que se daba cuenta de lo que estaba pensando; sostenía al niño bien alto, y con la cabeza de éste protegía la suya propia. Pike no podía acertar. Decidió volver a apuntar a Fallon.

Se fijó en que éste miraba de un lado a otro mientras sopesaba sus posibilidades: podía esperar a ver qué hacía Cole o pegarle un tiro a Pike y después probar suerte con Cole. De la primera forma, Fallon quedaba a expensas de Cole, pero si era el primero en apretar el gatillo la situación dependería más de él y tendría cierto control. Cole tenía la cara enrojecida y parecía aturdido. Fallon debía de considerarlo una ventaja. Estaría pensando que con Cole herido se le ofrecía una buena oportunidad de tumbar a Pike cuando quisiera, y luego aún le quedaba la posibilidad de ser también más rápido que Cole. Pike se preguntó si Fallon estaría al corriente de su lesión de hombro. Fallon era de la Delta; sería capaz de utilizar cualquier punto débil que encontrara.

«Va a disparar primero», pensó Pike.

La frente de Fallon flotó por encima de la punta de la pistola de Pike, que tembló. El corazón parecía a punto de estallarle y le caía el sudor por las sienes. Fallon también sostenía la pistola en alto, apuntando a Pike al tiempo que éste lo encañonaba a él, pero había una diferencia: tenía el pulso firme. Y debía de advertir el temblor de la pistola de Pike, quien se percató de que el otro observaba algo. Fallon había detectado su punto débil. Sus pistolas estaban casi pegadas la una a la otra.

La de Fallon subió un par de centímetros. Fallon había decidido que podía ganar y estaba preparándose para abrir fuego.

El oso cerró las mandíbulas de golpe. Estaba colocándose para lanzarse sobre la presa.

Pike miró de reojo a Elvis y luego a Ben. Sentía resbaladiza la empuñadura de madera de la pistola, y respiraba entrecortadamente, pero aquello no tenía nada que ver con el oso. El oso nunca había sido lo importante. Su madre se acurrucó bajo la mesa de la cocina; lloraba y sangraba, y su padre seguía dándole patadas; Joe tenía ocho años y no podía hacer nada; aquel hombre empezó a perseguir a su hijo, indefenso, y le rompió la nariz, y después le atizó con el cinturón; y así era siempre, noche tras noche. Lo importante era proteger a la gente que amaba, costara lo que costase: no había nada peor que no levantar un dedo, ni siquiera la muerte. Podía vencer el oso, pero había que ponerse en pie y plantarle cara. Joe Pike tenía que plantar cara.

Hizo acopio de valor en espera de la bala de Fallon y después volvió a mirar a Ibo con la esperanza de encontrar un ángulo que le permitiera disparar, pero seguía escondido detrás de Ben. Se volvió otra vez hacia Fallon, con la pistola bien firme.

«Antes de morir, te mato», pensó Pike.

Entonces Ibo gruñó de una forma que los sorprendió a los dos. Pike detectó un movimiento repentino y fugaz con el rabillo del ojo. Ibo y Cole estaban luchando. Fallon se volvió para ver qué sucedía y Pike encontró su oportunidad. Apretó el gatillo en el instante mismo en que Eric Schilling entraba a toda prisa en la habitación y se lanzaba contra la espalda de Pike, que cayó sobre Fallon. Pike sintió una terrible punzada de dolor en el hombro y la 357 escupió fuego justo a la derecha de Fallon, sin hacerle ni un rasguño. Fallon se movió a una velocidad sobrehumana. Apartó la pistola de Pike, cogió a éste por el brazo con que la empuñaba y después dirigió la suya hacia la cabeza de su adversario, que se hizo a un lado. Sin embargo, Schilling le propinó un puñetazo en el cuello y le agarró el otro brazo, el malo. El hombro soltó otro latigazo de dolor que le hizo gritar instintivamente. Cayó de rodillas para soltarse de Schilling, le envolvió las piernas con el brazo malo y se las levantó. Sintió de nuevo el dolor, pero Schilling perdió el equilibrio. En aquel mismo instante, Fallon le dio un culatazo en la cara y apoyó la boca del cañón del arma en su hombro. Fallon era rápido, pero Pike no le iba a la zaga. Aferró la muñeca de Fallon en el instante en que disparaba. No lo soltó. Lo tenía agarrado, pero con el brazo malo podía hacer poca fuerza. Se le estaba escapando. Fallon le dio un cabezazo en la mejilla y después le atizó un rodillazo en la entrepierna. Pike notó el dolor. En el rincón, Ibo y Cole seguían enredados en una lucha tan inmóvil como mortífera, pero Ben se había refugiado junto a su padre. Schilling se puso de rodillas con esfuerzo y acto seguido se dirigió hacia el montón de dinero para agarrar la pistola que había encima. Fallon le propinó otro rodillazo a Pike, pero esta vez éste lo cogió por la pierna y, sin soltarla, lo empujó. Se desmoronaron juntos. Con el impacto, Fallon soltó su arma, que salió volando. A medio metro de ellos, Schilling se hizo con la otra pistola y giró sobre sus talones para disparar contra Pike, pero éste se apartó de Fallon rodando, se hizo con su arma y apretó el gatillo desde el suelo. Alcanzó por dos veces en el pecho a Eric Schilling, que gritó y disparó como un loco contra la pared. Pike disparó otro tiro que se llevó por delante la sien de Schilling. Rodando otra vez se acercó a Fallon, pero éste atrapó la pistola con ambas manos. Los dos tenían el arma, y el arma estaba entre ambos. Fallon contaba con dos brazos buenos, en tanto que Pike sólo con uno. Ambos tenían la cara bañada de sudor y sangre e intentaban orientar el arma hacia su rival. Pike sentía punzadas cada vez más intensas en el brazo a medida que el hombro se le agarrotaba. Fallon resoplaba debido al esfuerzo. Pike llegó al límite de sus fuerzas, y la pistola empezó a girar lentamente hacia su pecho.

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