Michael Connelly - Luz Perdida

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Desencantado con el cuerpo de policía de Los Ángeles, Harry Bosch decide abandonarlo tras casi treinta años como miembro del mismo. Sin embargó, desea seguir ejerciendo y retomar aquellos casos que no pudo resolver durante sus años como agente. Uno de ellos es el asesinato de Angella Benton, una joven que trabajaba en unos estudios cinematográficos. Su muerte se produjo días antes del robo de dos millones de dólares que iban a utilizarse durante el rodaje de una película, y Bosch cree que ambos hechos podrían estar relacionados.Si en el ámbito profesional Bosch prefiere ahora actuar por su cuenta, en el terreno personal también es un solitario. El recuerdo de Eleanor, su ex mujer, sigue vivo en su memoria; tanto, que Bosch decidirá visitarla en Las vegas.

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Peoples se levantó y caminó hacia mí hasta que me estuvo mirando desde arriba. Se inclinó sobre la cama, y puso la mano en la pared para apoyarse.

– Hyeronimus Bosch -gritó, de hecho pronunciándolo correctamente-. ¡Se está entrometiendo! ¡Está conduciendo en dirección contraria! ¿Lo entiende?

Después se volvió y se sentó de nuevo en su silla. Casi me reí de la actuación y por un momento pensé que no se daba cuenta de que había pasado veinticinco años trabajando en salas como ésa.

– ¿Me está entendiendo? -dijo Peoples de nuevo con voz calmada-. Usted no es policía. No lleva placa. No tiene ningún respaldo, ningún caso. No tiene autoridad.

– Esto era un país libre. Antes era autoridad suficiente.

– Ya no es el mismo país. Las cosas han cambiado. -Presentó el expediente que tenía en la mano-. El asesinato de esta mujer es importante. Por supuesto que lo es. Pero hay otras cosas en juego. Cuestiones más importantes. Debe apartarse, señor Bosch. Esta es la última advertencia. Déjelo. O nos encargaremos nosotros. Y no le va a gustar.

– Apuesto a que terminaría aquí. ¿Sí? Con Mouse y los demás. Los otros combatientes enemigos. ¿No es así como los llaman? ¿Alguien sabe que existe este sitio, agente Peoples? ¿Alguien de fuera de su pequeña brigada TV?

Pareció momentáneamente desconcertado por el hecho de que conociera el término y lo usara.

– He reconocido a Mouse al entrar. Estaba mirando escaparates.

– ¿Y a partir de eso sabe lo que ocurre aquí?

– Usted es el jefe. Es obvio y está bien. Pero ¿qué pasa si fue él quien mató a Angella Benton? ¿Y si mató al vigilante de seguridad del banco? ¿Y si también mató a una agente del FBI? ¿No le preocupa lo que le ocurrió a Martha Gessler? Era una de los suyos. ¿Tanto ha cambiado el mundo? ¿Una agente especial ya no es especial con estas nuevas normas suyas? ¿O el argumento cambia según conviene? ¿Soy un combatiente enemigo, agente Peoples?

Vi que esto le dolió. Mis palabras abrieron una vieja herida, o un viejo debate. Pero enseguida puso cara de determinación. Abrió el expediente que tenía en las manos y sacó el texto que había imprimido en la biblioteca. Vi la cara de Aziz.

– ¿Cómo supo de esto? ¿Cómo hizo esta conexión?

– Por ustedes.

– ¿De qué está hablando? ¿Nadie de aquí le diría que…?

– No tuvieron que hacerlo. Vi a su hombre siguiéndome en la biblioteca. Tome nota, no es tan bueno. Dígale que la próxima vez pruebe con Sports Illustrated . Sabía que estaba pasando algo, así que busqué en los archivos del periódico y salió eso. Lo imprimí, porque sabía que les sonrojaría. Y lo hizo. Son muy previsibles.

»E1 caso es que después vi a Mouse cuando me estaban entrando aquí y até cabos. El dinero del robo estaba bajo el asiento de su coche cuando lo detuvieron. Pero no les importó eso, ni tampoco los dos o tal vez tres asesinatos relacionados con eso. Lo único que querían era saber adónde iba el dinero. Y no querían que se entrometiera algo tan insignificante como la justicia para los muertos.

Peoples poco a poco volvió a poner el artículo impreso en la carpeta. Vi que le cambiaba la cara, que se le ponía más oscura en torno a los ojos. Había pinchado el nervio.

– No tiene ni idea de cómo es el mundo ni de lo que estamos haciendo aquí -dijo-. Puede estar sentado y ser petulante y hablar de sus ideas de justicia, pero no tiene ni idea de lo que pasa en el mundo.

Respondí con una sonrisa. Mis palabras salieron después.

– Puede guardarse ese discurso para los políticos que cambian las reglas para ustedes hasta que ya no hay más reglas. Hasta que algo como la justicia para una mujer asesinada y violada no añade nada a la ecuación. Eso es lo que pasa en el mundo.

Peoples se inclinó hacia delante. Estaba a punto de sincerarse y quería asegurarse bien de que lo entendía.

– ¿Sabe adónde iba Aziz con ese dinero? No lo sabemos, pero puedo decirle adonde creo que iba. A un campo de entrenamiento. A un campo de entrenamiento terrorista. Y no estoy hablando de Afganistán. Estoy hablando de un lugar a menos de doscientos kilómetros de nuestra frontera. Un lugar donde entrenan a gente para que nos mate. En nuestros edificios, en nuestros aviones. Mientras dormimos. Los entrenan para cruzar esa frontera y matarnos con ciego desprecio por lo que somos y por lo que creemos. ¿Va a decirme que estoy equivocado, que no deberíamos hacer todo lo que podamos para descubrir un sitio así si existe? ¿Qué no deberíamos tomar las medidas necesarias con ese hombre para obtener la información que necesitamos de él?

Me recosté en el colchón hasta que tuve la espalda apoyada en la pared. Si yo hubiera tenido una taza de café no me habría olvidado de ella de la forma en que Peoples se olvidaba de la suya.

– Yo no voy a decirle nada. Cada uno tiene que hacer lo que tiene que hacer.

– Maravilloso -dijo con sarcasmo-. Palabras de sabiduría. Voy a pedirme una placa para mi despacho y pediré que graben esas palabras.

– ¿Sabe? Una vez estaba en un juicio y la abogada de la parte contraria dijo algo que siempre trato de recordar. Citó a un filósofo cuyo nombre he olvidado ahora. Lo tengo escrito en casa. Pero este tipo dijo que quien combate a los monstruos de nuestra sociedad debería asegurarse de que no se convierte él mismo en un monstruo. Porque si es así entonces está todo perdido. Ya no tendríamos sociedad. Siempre pensé que era una buena frase.

– Nietzsche, y casi lo ha citado bien.

– Conocer bien la cita no es lo importante. Lo importe es recordar lo que significa.

Peoples buscó en el bolsillo de su abrigo. Sacó mi reloj. Me lo lanzó y yo empecé a ponérmelo. Miré la esfera. Las manecillas del reloj estaban sobre una placa dorada de detective con la imagen del ayuntamiento en ella. Me fijé en la hora y vi que había estado en la jaula más tiempo del que pensaba. No tardaría en amanecer.

– Salga de aquí, Bosch -dijo-. Si vuelve a cruzarse en nuestro camino, volverá aquí más deprisa de lo que cree posible. Y nadie sabrá que está aquí.

La amenaza era obvia.

– Entonces estaré entre los desaparecidos, ¿eh?

– Como quiera llamarlo.

Peoples levantó la mano por encima de la cabeza para que la cámara lo viera. Giró un dedo en el aire y el cierre electrónico hizo clac y la puerta se abrió unos centímetros. Me levanté.

– Vamos -dijo Peoples-. Alguien le verá fuera. Le estoy dando una oportunidad, Bosch. Recuérdelo.

Me dirigí a la puerta, pero dudé cuando la estaba cruzando. Lo miré a él y al expediente que todavía sostenía.

– Supongo que me ha desplumado, se lleva mis expedientes. Y los de Lawton Cross.

– No los recuperará.

– Sí, lo entiendo. Seguridad nacional. Lo que iba a decirle era que mirara las fotos. Busque una de las fotos de Angella Benton en el suelo. Mire sus manos.

Me dirigí a la puerta abierta.

– ¿ Qué pasa con sus manos? -dijo desde detrás de mí. -Sólo mírele las manos. Entonces sabrá de qué estoy hablando.

En el pasillo, Parenting Today me estaba esperando.

– Por ahí-dijo de manera cortante y supe que estaba decepcionado por el hecho de que me dejaran libre.

Por el pasillo busqué a Mousouwa Aziz en una de las ventanitas cuadradas, pero no lo vi. Me pregunté si por casualidad había mirado a la cara del asesino al que estaba buscando y si ése sería mi único atisbo, lo más cerca que estaría de él. Sabía que mientras permaneciera encerrado allí nunca llegaría hasta él, literal o legalmente. Había escapado de mí. Estaba entre los desaparecidos. El callejón sin salida definitivo.

Pasamos por dos puertas con dispositivo de cierre electrónico y después nos acercamos al ascensor. No había ningún botón que pulsar. Parenting Today miró a la cámara situada en la esquina del techo y giró un dedo extendido en el aire. Oí que el ascensor subía.

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