Michael Connelly - Luz Perdida

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Desencantado con el cuerpo de policía de Los Ángeles, Harry Bosch decide abandonarlo tras casi treinta años como miembro del mismo. Sin embargó, desea seguir ejerciendo y retomar aquellos casos que no pudo resolver durante sus años como agente. Uno de ellos es el asesinato de Angella Benton, una joven que trabajaba en unos estudios cinematográficos. Su muerte se produjo días antes del robo de dos millones de dólares que iban a utilizarse durante el rodaje de una película, y Bosch cree que ambos hechos podrían estar relacionados.Si en el ámbito profesional Bosch prefiere ahora actuar por su cuenta, en el terreno personal también es un solitario. El recuerdo de Eleanor, su ex mujer, sigue vivo en su memoria; tanto, que Bosch decidirá visitarla en Las vegas.

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Así estaban las cosas. Ambos esperábamos a que el otro diera el siguiente paso, aunque el hecho de que ella acudiera a la residencia cuando sabía que iba a hacerlo yo ya era un paso en cierto modo. Pero verla en ese momento me suponía un problema. Tenía que irme si quería llegar a Westwood a tiempo.

– Mejorando -contesté-. Al menos eso es lo que me dice mi maestro.

Ella sonrió.

– Genial. Algún día vas a tener que tocar para nosotros.

– Créeme, falta mucho para ese día.

Ella rió de buena gana y esperó. Era mi turno. Melissa tenía cuarenta y pocos y también estaba divorciada. Tenía el cabello castaño claro con mechones más claros todavía que me dijo que se había puesto en el salón de belleza. Su sonrisa era la clave. Le llenaba la cara y era contagiosa. Sabía que estar con ella significaría tener que trabajar día y noche para que mantuviera esa sonrisa. Y no sabía si podría hacerlo.

– ¿Qué tal tu madre?

– Ahora voy a averiguarlo. ¿Te vas? Pensaba que tal vez podía verla un momento y luego tomar algo contigo en la cafetería.

Puse cara de afligido y miré el reloj.

– Hoy no puedo. Tengo que estar en Westwood a las cuatro.

Ella asintió con la cabeza como para manifestar que lo entendía, pero vi en sus ojos que lo tomaba como un rechazo.

– Bueno, no dejes que te entretenga. Probablemente ya llegas tarde.

– Sí, debería irme.

Pero no lo hice. Me quedé mirándola.

– ¿Qué? -preguntó ella finalmente.

– No lo sé. Estoy bastante metido en este caso ahora, pero estaba intentando pensar cuándo podríamos vernos.

La sospecha entró en su mirada e hizo una ademán hacia el estuche del saxofón que llevaba en la mano.

– Me dijiste que estabas retirado.

– Lo estoy. Este trabajo es excepcional. Freelance , diría. A eso voy ahora, a hablar con un investigador del FBI.

– Oh. Bueno, vete. Ten cuidado.

– Lo tendré. Entonces, ¿podemos vernos una noche la semana que viene?

– Claro, Harry. Me encantaría.

– Vale, bueno. Me gustaría, Melissa.

Los dos nos saludamos con la cabeza y entonces se puso de puntillas. Colocó una mano en mi hombro y me besó en la mejilla. Después continuó por el pasillo. Me volví y la vi marchar.

Salí de aquel lugar preguntándome qué estaba haciendo. Le estaba dando a aquella mujer esperanzas de algo que en el fondo sabía que no podía cumplir. Era un error nacido de buenas intenciones que en última instancia la lastimaría. Al meterme en el Mercedes me dije a mí mismo que tenía que terminarlo antes de empezar. La siguiente vez que la viera tenía que decirle que no era el hombre que estaba buscando. Yo no podría mantener esa sonrisa en su rostro.

10

Cuando llegué al edificio federal de Westwood eran las cuatro y cuarto. Mientras atravesaba el aparcamiento hacia la entrada de seguridad, sonó mi móvil. Era Keisha Russell.

– Eh, Harry Bosch -dijo-. Quería decirte que he imprimido todo y ha salido en el correo. Pero estaba equivocada en una cosa.

– ¿En qué?

– Hubo una puesta al día del caso. Se publicó hace un par de meses. Yo estaba de vacaciones. Si te quedas aquí el suficiente tiempo te dan cuatro semanas de vacaciones pagadas. Las tomé todas juntas y me fui a Londres. Mientras estuve fuera fue el tercer aniversario de la desaparición de Martha Gessler. Todos quieren meterse en mi terreno. David Ferrell se ocupó de poner la noticia al día, aunque no tenía nada nuevo. Sigue ilocalizable.

– ¿Ilocalizable? Eso supone que vosotros (o el FBI) pensáis que sigue viva. Antes, dijiste que se la daba por muerta.

– Era sólo una expresión, mon . No creo que nadie tenga esperanzas de encontrarla viva.

– Ya. ¿Has puesto este último artículo en los recortes que me mandas?

– Está todo ahí. Y acuérdate de quién te lo manda. Ferrell es un buen tipo, pero no quiero que lo llames a él si de lo que estás haciendo sale algo gordo.

– Tranquila, Keisha.

– Sé que estás metido en algo. He hecho mis deberes contigo.

Eso me dio que pensar cuando caminaba hacia la fachada del edificio. Si llamaba al FBI y hablaba con Núñez, al agente no le iba a hacer ninguna gracia que involucrara en el caso a una periodista entrometida.

– ¿A qué te refieres? -pregunté con calma-. ¿Qué has hecho?

– He hecho algo más que juntar los recortes. Llamé a Sacramento. A la oficina estatal de licencias. He descubierto que tienes una licencia de investigador privado.

– ¿Ah sí? Todos los polis que se retiran lo hacen. Forma parte del proceso de dejar la placa. Piensas, ah, bueno, sacaré una licencia de detective privado y seguiré deteniendo a los chicos malos. Mi licencia está en un cajón, Keisha. No estoy trabajando para nadie.

– Vale, Harry, de acuerdo.

– Gracias por los recortes. He de colgar.

– Adiós, Harry.

Cerré el teléfono y sonreí. Me gustaba hacer guantes con Keisha Russell. Llevaba diez años tratando con los polis y no parecía más cínica que el primer día que hablé con ella. Era sorprendente en una periodista y más todavía en una periodista negra.

Miré al edificio. Desde aquella posición lo vi como un monolito de hormigón que eclipsaba el sol. Estaba a diez metros de la entrada, pero caminé hasta una fila de bancos que había a la derecha y me senté. Miré el reloj y vi que llegaba tarde a mi reunión con Núñez. El problema era que no sabía en qué iba a meterme y eso hacía que me sintiera reticente. Los federales siempre tenían una forma de desequilibrarte, de dejarte claro que era su mundo y que tú sólo eras un visitante invitado. Supuse que sin placa me tratarían más bien como un visitante al que nadie había invitado.

Abrí el teléfono y llamé al número general del Parker Center, uno de los pocos que todavía recordaba. Pregunté por Kiz Rider de la oficina del jefe y me pasaron. Contestó de inmediato.

– Kiz, soy yo, Harry.

– Hola, Harry.

Traté de interpretar su tono de voz, pero ella había dado una respuesta neutra. No sabía qué parte de la rabia y animosidad de la mañana conservaba.

– ¿Cómo estás? ¿Te sientes un poco…, eh, mejor?

– ¿Recibiste el mensaje, Harry?

– ¿Mensaje? No, ¿qué decía?

– Te he llamado a tu casa hace un rato. Me disculpé. No tendría que haber dejado que los sentimientos personales se mezclaran con la razón de mi visita. Lo siento.

– Eh, no pasa nada, Kiz. Yo también te pido disculpas.

– De verdad, ¿por qué?

– No lo sé. Supongo que por la forma en que me fui. Tú y Edgar no os merecíais eso. Especialmente tú. Tendría que haberlo hablado con vosotros. Eso es lo que hacen los compañeros. Supongo que no fui muy buen compañero en aquel momento.

– No te preocupes por eso. Es lo que te decía en el mensaje. Es agua pasada. Recuperemos la amistad.

– Me gustaría, pero…

Esperé a que ella recogiera el guante.

– Pero ¿qué, Harry?

– Bueno, no sé si querrás estar muy amistosa después de esto, porque voy a hacerte una pregunta y seguramente no te va a gustar.

Refunfuñó en el teléfono, tan alto que tuve que apartarme el auricular de la oreja.

– Harry, me vas a matar. ¿De qué se trata?

– Estoy sentado delante del edificio federal de Westwood. Se supone que tengo que entrar y ver a un tipo llamado Núñez. Un tío del FBI. Y hay algo que no me gusta. Así que me preguntaba si son éstos los tipos de los que me advertiste que estaban trabajando el caso de Angella Benton. ¿Un tipo llamado Núñez? ¿Está relacionado con Martha Gessler, la agente que desapareció hace unos años?

Hubo un largo silencio en la línea. Demasiado largo.

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