Michael Connelly - Hielo negro

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Cal Moore, del departamento de narcóticos, fue encontrado en un motel con un tiro en la cabeza cuando estaba investigando sobre una nueva droga de diseño llamada “hielo negro”. Para el detective Harry Bosch, lo importante no son los hechos aislados, sino el hilo conductor que los mantiene unidos. Y sus averiguaciones sobre el sospechoso suicidio de Moore parecen trazar una línea recta entre los traficantes que merodean por Hollywood Boulevard y los callejones más turbios de la frontera de México.

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– No tengo ni idea -contestó.

– Pues voy a decírtelo -replicó Pounds-. Hemos investigado sesenta y seis homicidios. Y, por supuesto, todavía nos quedan cinco días hasta el final del año. Probablemente caerá alguno más, uno como mínimo. En Nochevieja siempre hay problemas. Probablem…

– ¿Y qué? El año pasado tuvimos cincuenta y nueve. Eso sólo significa que está subiendo el número de asesinatos.

– Sí, pero el número de casos que hemos resuelto está bajando. No llega al cincuenta por ciento; sólo treinta y dos de sesenta y seis. La verdad es que muchos los has resuelto tú; te has ocupado de once, has resuelto siete mediante arresto u otro método, y hay pendientes dos órdenes de detención. Y de los dos que tienes abiertos, en uno estás a la espera de información. El otro es el asunto James Kappalanni, que sigues investigando, ¿correcto?

Bosch asintió. Aunque no sabía muy bien por qué, no le gustaba el cariz que estaba tomando la conversación.

– El problema es la estadística final -concluyó Pounds-. El total…, bueno, es un porcentaje de éxitos bastante lamentable.

El teniente se golpeó la palma de la mano con la regla y sacudió la cabeza. Harry empezaba a comprender por dónde iba, pero aún le faltaba información. Todavía no estaba seguro de lo que estaba planeando Pounds.

– Piénsalo bien; todas esas víctimas y sus familias se quedan sin justicia… -continuó Pounds-. E imagínate cómo bajará la confianza del público cuando el Times proclame a los cuatro vientos que más de la mitad de los asesinos de la División de Hollywood escapan impunes.

– No te preocupes -contestó Bosch-. La confianza del público no puede bajar mucho más.

Pounds se frotó de nuevo el puente de la nariz.

– Ahórrate los comentarios cínicos, Bosch -dijo con voz tranquila-. Esa chulería tuya me sobra. Ya sabes que si me da la gana puedo echarte de Homicidios y mandarte a Automóviles o Menores. ¿Me entiendes? Por mí, ya puedes ir a llorarle al sindicato.

– ¿Y qué le pasará a tu porcentaje de casos resueltos? ¿Qué dirán los del Times ? ¿Que salen impunes dos tercios de los asesinos de Hollywood?

Pounds metió la regla en el cajón y lo cerró. A Bosch le pareció atisbar una leve sonrisa en sus labios y se dio cuenta de que acababa de caer en una trampa. Pounds abrió otro cajón y sacó una carpeta azul que puso sobre la mesa. Era la clase de carpeta que se usaba para las investigaciones de asesinato, aunque dentro había muy pocos papeles.

– Tienes razón -concedió Pounds-. Eso nos trae al motivo de esta reunión. Verás, estamos hablando de estadísticas, Harry. Si resolvemos un caso más, llegamos a la mitad justa. En vez de decir que más de la mitad salen impunes, podremos decir que hemos cogido a la mitad de los asesinos. Y si solucionamos dos más, podremos decir que hemos resuelto más de la mitad. ¿Me entiendes?

Como Bosch no dijo nada, Pounds asintió con la cabeza. Y después del ritual de colocar la carpeta perfectamente recta, miró a Bosch a los ojos.

– Lucius Porter no va a volver -le informó-. Esta mañana me ha llamado para anunciar que va a pedir la baja por estrés. Me ha dicho que ya ha hablado con el médico.

Pounds metió la mano en el cajón y sacó otra carpeta azul. Y luego otra. Finalmente Bosch comprendió lo que estaba ocurriendo.

– Espero que tenga un buen médico -comentó Pounds mientras añadía la quinta y sexta carpeta a la pila-, porque, que yo sepa, este departamento no considera que la cirrosis de hígado sea estrés. Porter es un borracho, así de claro. Y no es justo que coja la jubilación anticipada porque no pueda controlar su afición a la bebida. Nos lo vamos a cargar en la vista preliminar. Me importa un bledo quién sea su abogado como si es la madre Teresa de Calcuta; nos lo vamos a cargar.

Pounds repicó con el dedo sobre la pila de carpetas azules.

– He estado repasando estos casos (tiene ocho abiertos) y es penoso. He copiado las cronologías para verificarlas, pero estoy seguro de que están repletas de entradas falsas. Cuando dice que estaba entrevistando a testigos o pateándose la ciudad, me apuesto el sueldo a que estaba sentado en un taburete con la cabeza sobre la barra.

Pounds sacudió la cabeza con tristeza.

– Ya sabes que hemos perdido mucho control al dejar el sistema de parejas de detectives. Como no había nadie vigilando a este inútil, ahora me encuentro con ocho investigaciones abiertas. Y por lo que veo, todas podrían haber sido resueltas.

«¿Y de quién fue la idea de hacer que los detectives trabajasen solos?», quiso preguntarle Bosch, aunque al final se limitó a decir:

– ¿Sabes la historia de cuando Porter iba de uniforme hace diez años? Él y su compañero se detuvieron para ponerle una multa a un hijo de puta que estaba sentado en un bordillo, bebiendo. Era pura rutina (sólo era una falta menor), así que Porter no salió del coche. De pronto, el hijo de puta se levantó y le disparó a su compañero en la cara, entre las cejas. Lo cogió desprevenido, con las dos manos en la libreta de multas, y Porter no pudo hacer otra cosa que mirar.

Pounds hizo un gesto de exasperación.

– Sí, conozco la historia. Se la cuentan a todos los reclutas que pasan por la academia de policía como ejemplo de lo que no se debe hacer -le respondió Pounds-. Pero eso fue hace siglos. Si Porter quería una baja por estrés, tendría que haberla pedido entonces.

– A eso me refiero. No la cogió cuando podía; intentó seguir trabajando. A lo mejor lo intentó durante diez años, pero al final se ha ahogado en la mierda que hay en el mundo. ¿Qué querías que hiciese? ¿Seguir el mismo camino que Cal Moore? ¿Acaso te ponen una estrella en el expediente por ahorrarle una pensión al ayuntamiento?

Pounds permaneció en silencio unos segundos antes de decir:

– Muy elocuente, Bosch, pero lo que le pase a Porter no te concierne. No debería haber sacado el tema, pero lo he hecho para que comprendieras lo que te voy a decir ahora.

Pounds volvió a hacer su truquito de poner rectas todas las carpetas y luego le pasó la pila a Bosch.

– Vas a encargarte de los casos de Porter. Puedes aparcar el asunto Kappalanni unos días. Ahora mismo no estabas avanzando mucho, así que déjalo hasta el día uno y métete en esto. Quiero que eches un vistazo a los ocho casos de Porter y escojas el que creas que puedes resolver más rápidamente. Dedícate de lleno a él en los próximos cinco días… hasta el día de Año Nuevo. Puedes trabajar el fin de semana; yo ya daré el visto bueno para las horas extra. Si necesitas que te ayude alguien de la mesa, adelante. Pero mete a alguien en la cárcel, Harry. Arresta a alguien. Yo…, bueno, todos necesitamos resolver un caso más para alcanzar nuestro objetivo. Tienes tiempo hasta medianoche. Hasta Nochevieja.

Bosch se lo quedó mirando por encima de la pila de carpetas. Por fin comprendía a aquel hombre. Pounds ya no era un policía, sino un burócrata. Es decir, nada. Para él, un crimen, el derramamiento de sangre y el sufrimiento de la gente eran meras estadísticas en un informe. Al final de año, eran las cifras las que le decían lo bien que le había ido. No las personas. Ni la voz de su conciencia. Ésa era la clase de arrogancia impersonal que corrompía el departamento y lo aislaba de la ciudad, de la gente. No le extrañaba nada que Porter quisiera marcharse. Ni que Cal Moore se hubiera mandado a sí mismo al otro barrio. Por eso, Harry se levantó, recogió la pila de carpetas y le lanzó a Pounds una mirada que significaba: «Te he calado». Pounds desvió la mirada.

Antes de salir, Bosch dijo:

– Si te cargas a Porter, lo mandarán de nuevo a la mesa de Homicidios. ¿Qué ganaremos con eso? ¿Cuántos casos quedarán abiertos el año que viene?

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