Ian Rankin - Black & blue

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Tres mujeres jóvenes han aparecido ultrajadas y asesinadas. El criminal se ha guardado como fúnebre recuerdo un objeto de cada una de ellas. Demasiadas coincidencias en tono a una forma de actuar que recuerda a los salvajes procedimientos y la impronta de un asesino en serie que conmocionó a la sociedad escocesa en los años sesenta: el escurridizo John Biblia, cuya verdadera identidad nunca se pudo averiguar. El inspector de policía John Rebus es el vivo reflejo de la frustración de aquellos que no pudieron atrapar a aquel depravado criminal. Ahora está decidido a enfrentarse con alguien que parece querer glorificar la memoria de su macabro predecesor.
En el embarullado curso de la investigación el inspector Rebus topa con otra serie de muertes sin conexión aparente. Un trabajador de la industria del petróleo, un confidente del narcotráfico y un conocido mafioso mueres en extrañas circunstancias; unos sucesos a los que hay que añadir las extrañas implicaciones de personajes de los bajos fondos urbanos y de magnates de las altas esferas del poder económico. Inmerso en varios frentes abiertos, el carácter pendenciero, rebelde y transgresor del inspector le enfrenta además a una investigación interna dirigida por un superior vengativo. Cualquier paso en falso puede acabar con la carrera de Rebus, si bien antes habrá que poner punto final a una obsesión: dar caza a John Biblia.

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– Muy bien. A las diez.

– Hasta entonces.

Rebus colgó y se dirigió a Bain:

– El lunes a las diez estaré en Partick.

– Qué cabrón -espetó Bain como si lo dijera en serio.

– ¿Quieres que difundamos la descripción de Tony El? -preguntó Maclay.

– Ahora mismo. A ver si podemos echarle el guante antes del lunes.

John Biblia volvió en avión a Escocia una espléndida mañana de viernes. Lo primero que hizo en el aeropuerto fue comprar periódicos. Observó en el quiosco que había salido otro libro sobre la Segunda Guerra Mundial y lo compró también. Sentado entre los demás pasajeros, hojeó los diarios y no encontró ninguna nueva noticia sobre el Advenedizo. Dejó la prensa en el asiento y se acercó a la cinta transportadora de equipajes a recoger su maleta.

Un taxi le llevó a Glasgow. Había decidido no quedarse en la ciudad. No porque tuviese nada que temer, sino porque no tenía sentido quedarse. Glasgow le traía recuerdos agridulces. A finales de los sesenta, la ciudad había comenzado a reinventarse, derribando sus barrios bajos y levantando en la periferia los sucedáneos en hormigón, además de nuevas calles, puentes y autopistas: eso había afectado a toda la urbe. Y tenía la impresión de que el proceso se prolongaba, como si la ciudad no hubiese logrado aún el aspecto que le convenía.

Algo de lo que John Biblia sabía bastante.

En la estación de Queen Street tomó un tren para Edimburgo y por el móvil reservó habitación en su hotel habitual a cuenta de la empresa. Llamó a su esposa para decirle dónde iba a estar y, como llevaba el ordenador portátil, aprovechó para trabajar un poco durante el trayecto. El trabajo le apaciguaba; tener el cerebro ocupado era lo mejor. Así que a trabajar, pues «no se os dará la paja, y habéis de hacer la misma cantidad de ladrillos», Éxodo. En aquel entonces los medios de comunicación le habían hecho un favor, igual que la policía, al publicar su descripción señalando que se llamaba John y que «le gustaba citar pasajes de la Biblia». No era totalmente cierto lo uno ni lo otro, pues John era su segundo nombre de pila y sólo en ocasiones citaba algún pasaje del libro santo. Aquellos últimos años había vuelto a la iglesia, pero ahora lo lamentaba, lamentaba haber pensado que no había peligro.

Nadie estaba exento de peligro en este mundo; ni en el otro.

Se bajó en Haymarket. Allí era más fácil coger un taxi en verano, pero al salir a la luz del sol optó por caminar hasta el hotel: era un paseo de cinco o diez minutos. Llevaba una maleta con ruedas y la bolsa colgada del hombro no pesaba gran cosa. Respiró hondo: olía a humo de coches y ligeramente a lúpulo de cerveza. Cansado de entornar los ojos, se detuvo a ponerse las gafas de sol e inmediatamente se sintió más a gusto. Miró su imagen reflejada en un escaparate y vio a uno de tantos hombres de negocios cansado después de un viaje. Ningún detalle relevante en su rostro ni en su aspecto, él siempre vestía de forma conservadora: un traje de Austin Reed y camisa Double 2. Un hombre de negocios bien vestido y acomodado. Comprobó el nudo de la corbata y se pasó la lengua por los dos únicos dientes falsos, una intervención necesaria hacía veinticinco años. Cruzó la calle por el semáforo, como uno más.

Pasar por recepción le llevó poco tiempo. En la habitación, se sentó a la mesa, abrió el portátil y lo enchufó, cambiando el adaptador de 110 voltios a 240. Tecleó la contraseña, hizo doble clic en el archivo ADVENEDIZO, donde guardaba sus notas sobre el tal Johnny Biblia con su propio perfil psicológico del asesino. Le estaba quedando muy bien.

John Biblia se dijo que disponía de algo que les faltaba a las autoridades: un conocimiento profundo de cómo actuaba, pensaba y vivía un asesino en serie, las mentiras que tenía que decir, sus argucias, sus disfraces y su doble vida. Esto le confería ventaja. Con un poco de suerte cazaría a Johnny Biblia antes que la policía.

Tenía pistas. A partir de sus hábitos de trabajo estaba claro que el Advenedizo disponía de datos sobre el caso John Biblia. ¿De dónde los había sacado? Tenía veintitantos años y era demasiado joven para recordarlo. Por consiguiente, habría oído hablar de él en alguna parte, o lo habría leído, dedicándose a investigar los detalles. Había libros -algunos recientes y otros no tanto- sobre los asesinatos de John Biblia o que les dedicaban capítulos enteros. Si Johnny Biblia era meticuloso habría consultado todo lo escrito al respecto, pero como parte del material impreso estaba agotado tendría que haber buscado en librerías de viejo o haber recurrido a las bibliotecas. La búsqueda se estrechaba cada vez más.

Otra posible fuente: los periódicos. Pero era bastante improbable que el Advenedizo pudiera consultar sin más los periódicos de hacía veinticinco años. Circunstancia que ponía en primer plano las bibliotecas, y pocas bibliotecas conservaban tanto tiempo los periódicos. La búsqueda se estrechaba cada vez más.

Estaba después el propio Advenedizo. Muchos depredadores cometen errores desde el principio, equivocaciones debidas a la falta de una planificación adecuada o a simple nerviosismo. John Biblia era realmente una excepción: había cometido un único error, con la víctima número tres, al compartir un taxi con su hermana. ¿Existían víctimas que hubieran escapado del Advenedizo? Eso equivalía a tener que buscar en los periódicos recientes, verificar si se habían producido agresiones a mujeres en Aberdeen, Glasgow y Edimburgo para detectar los primeros intentos fallidos del asesino. Sería un trabajo laborioso, pero también terapéutico.

Se desvistió, se dio una ducha y se puso un atuendo más informal: un blazer azul marino y pantalones caqui. Decidió no arriesgarse utilizando el teléfono de la habitación, en recepción controlarían las llamadas, y salió del hotel. Ahora ya no había cabinas con listín; se encaminó a un pub, pidió una tónica y el listín de teléfonos a la camarera. La camarera -unos veinte años, piercing en la nariz y pelo rosa- se lo entregó sonriente. Se acomodó en una mesa, sacó la libreta y el bolígrafo, apuntó unos números y se dirigió al teléfono del fondo, junto a los servicios; un sitio discreto para sus propósitos, y más a aquella hora en que el local estaba casi vacío. Llamó a un par de libreros y a tres bibliotecas. Los resultados le parecieron satisfactorios aunque no reveladores, pero ya sabía que iba a ser un proceso muy largo. Pese a contar con la ventaja de su propia experiencia, lo cierto era que la policía disponía de centenares de personas, de ordenadores y de los medios de difusión. Y ellos podían investigar abiertamente. Era evidente que la investigación que él hacía sobre el Advenedizo requería mayor discreción. Pero, por otra parte, no podía hacerla solo y ahí estaba el riesgo. Al intervenir terceros siempre hay un riesgo. Había reflexionado sobre ese dilema durante mucho tiempo: un platillo de la balanza lo ocupaba su deseo de localizar al Advenedizo y el otro el peligro de que al hacerlo pudiera levantar sospechas.

Por todo ello se había preguntado hasta qué extremo deseaba cazar al Advenedizo.

La respuesta fue que por encima de todo. Naturalmente.

Pasó la tarde por los aledaños del puente Jorge IV y merodeó junto a la Biblioteca Nacional de Escocia y la Biblioteca Central de Préstamos. Tenía carnet de lector de la Nacional porque había realizado allí unas indagaciones para asuntos de la empresa y sobre la Segunda Guerra Mundial, su afición de entonces. Curioseó también en algunas librerías de ocasión de los alrededores y preguntó si tenían algún libro sobre crímenes auténticos, alegando que le movía su interés por los asesinatos de Johnny Biblia.

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