– Eso tiene sentido.
– O -prosiguió Holzman- actúa con malicia y le ha hecho algo malo a la mamaíta. Hablamos de alguien que era socio de un tío que ya ha matado a su propio padre.
Sonrió.
– Puede que hasta pida clemencia ahora que es huérfano.
– Si ese fuera el caso -replicó Petra-, puede que hayamos llegado demasiado tarde, ¿verdad?
– A no ser que esté ahora mismo torturándola.
– Eres una fuente de optimismo -apuntó Milo.
– Esto es un jardín en flor, comparado con la brigada antiterrorista.
Se dirigió a Petra:
– Conoces a Eric Stahl, ¿verdad?
– Un poco. -Petra sonrió.
– Yo no hice el viaje a Tel Aviv, cuando paró a aquel suicida idiota, y fue una pena porque tengo primos en Jerusalén. Pero estuvimos juntos en Yakarta, fui a Bali y vi los daños. De todas formas, basta de cháchara. ¿Cuáles son tus tres deseos?
– Si el mundo fuera perfecto -replicó Petra-, entraríamos ahí dentro y los dos estarían vivitos y coleando.
– Si el mundo fuera perfecto, yo estaría retorciendo el hígado de Osama y escurriendo la sangre mientras él está sentado dentro de una cuba de ácido mirando… Bueno, veamos si podemos hacer que los vecinos de detrás nos den acceso visual a la parte de atrás. Dependiendo de lo que veamos u oigamos, pensaremos en un plan. No creo que el tiempo sea apremiante.
Si ella todavía está viva, es que son colegas, si no lo está, le tocará el turno a la brigada de la fregona y las pinzas.
– El vecino de arriba es un médico llamado Stark -dijo Petra-, es el propietario del edificio y ya ha cooperado con nosotros.
– Excelente -añadió Holzman-. Integración en la comunidad y todo eso, ¿no?, Milo, ¿recuerdas aquellos seminarios que tuvimos que hacer?
Milo asintió con la cabeza.
– Pura mierda, esto es mucho mejor -replicó Holzman-. Bien, encontremos al doctor Stark e integrémoslo un poco más.
***
Byron Stark nos miraba, mientras el haz de un láser dirigido desde su habitación revelaba que la puerta trasera de la planta baja de la vivienda de Mary Whitbread estaba entreabierta.
Poco más de dos centímetros.
– Si la mujer está en la ducha -dijo Holzman-, puede que no haya oído el timbre de la puerta de entrada y él haya entrado. Eso tendría sentido, ¿verdad Milo?
– Una teoría tan buena como cualquier otra, Al.
– O simplemente es un poco descuidada.
– La deja siempre abierta -intervino Stark.
Se ruborizó.
– Supongo que la señora es bastante relajada -añadió Holzman-. Está bien, entremos, rápido.
***
Sin romper nada y sin estrépito, al contrario que en la televisión. El equipo SWAT entró silenciosamente y tomó el control del apartamento en pocos segundos.
Mary Whitbread y Robert Fisk estaban durmiendo en la cama. Una falsa chimenea desprendía una luz naranja. Una cinta simulaba los chasquidos de las llamas. Se oía música moderna a través de los altavoces de la pared, añadiendo un toque apacible al ambiente. Una bandeja en el suelo, en el lado de la cama de Mary contenía bollos de macadamia y miel, bombones Godiva, kiwis en rodajas y unas copas de champán llenas con lo que acabó siendo zumo orgánico de mango y Jichis.
Whitbread y Fisk estaban desnudos y abrazados. Para cuando se despertaron del todo, los dos estaban boca abajo y esposados.
Mary Whitbread gritaba, luego lloriqueó y acabó por empezar a hiperventilar. Fisk se revolvía como un bacalao recién pescado en una cubierta viscosa. Un golpe con el cañón de un rifle y todo se acabó.
– «La Señorita Silicona y el Supermacho Tatu Kickboxer.» -Uno de los chicos del equipo SWAT recordó viejos tiempos mientras el escuadrón se quitaba las armas y bebía Gatorade.
– «La Señorita Silicona y el pequeño Dedalín» -dijo otro.
Un tercero todavía metió baza.
– Una miniatura de salchicha deshidratada, comprimida, extrudida por un agujerito. Sin excusas, tío, la habitación estaba caldeada.
– Se le ha arrugado la cosita, al señor «Asesino Supermacho Gilipollas Kickboxer», te hemos cogido con todas las de la ley y tú babeas como un cerdo en celo.
– Mini, mini, mini, tío, incluso teniendo en cuenta el factor arrugas. Elegiste mal la carrera, no es más que un palito.
– Vaya, vaya -dijo otro con un tono de falsete-, ¿hay algo ahí, semental?
– Buen trabajo, chicos -añadió Holzman-. Ahora callaos de una vez y que algún voluntario se ocupe del papeleo.
***
La carrera de la que los polis se reían era la de actor porno. Algunos vídeos encontrados en el apartamento de Mary Whitbread documentaban una prueba de Robert Fisk, dos años antes, para un equipo de Canoga Park llamado Producciones Righteous & Raw.
Documentos financieros en el ático de Mary mostraban que ella era una de las socias de la empresa, que quebró trece meses después de su constitución.
No había ninguna prueba de que Fisk hubiera trabajado alguna vez para ella o para alguien más.
Numerosas cintas y Cd de trabajo atrasado de la productora en un semisótano, pero ningún recuerdo de la carrera de Mary.
Tampoco había ningún indicio de excavaciones allí, ni en el patio.
El miedo de Mary había hecho que manchara de orina los leotardos, pero se tranquilizó rápidamente y pidió una bata mientras exhibía su cuerpo.
Petra encontró un kimono y la ayudó a ponérselo.
– ¿Dónde está Peterson?
– ¿Ese mierdecilla? -respondió Mary- ¿Por qué tendría que saberlo? ¿O tendría que importarme?
– Robert Fisk es un…
– ¡No, no, no, no! Paren de hablarme, quiero a mi abogado.
Robert Fisk no pidió un abogado.
Le dio a Petra las gracias por darle una botella de agua y se sentó como un plácido Buda.
La amenazadora cabeza rapada de su fotografía había sido sustituida por una capa de pelo oscuro. El tono pálido del contorno de la boca evidenciaba un bigote recién afeitado. Una boca pequeña, delicada, como el resto de su cuerpo. Menos por el brocado de la tinta de su cuerpo que se extendía desde abajo de sus puños serpenteando hasta por debajo del cuello, parecía un hombre anodino.
Una postura aleatoria hacía pensar en un profesor de baile o un entrenador personal. Había tantos de esos en Los Ángeles…
Reconocerlo en la calle, a oscuras y con su fotografía como única referencia decía mucho a favor de la habilidad de Raul Biro. Biro se sentó cerca de Petra, los dos miraban a Fisk desde el otro lado de la mesa. Milo y yo estábamos al otro lado del cristal.
Fisk se bebió el agua, bajó el vaso y sonrió. El instante en que se vieron sus dientes afilados de lobo bastó para hacer retroceder a Petra. Fisk debió notar que había provocado algo. Cerró la boca y se sentó lentamente para parecer más pequeño.
– ¿Puedo ofrecerte algo más, Robert?
– No, estoy bien, detective Connor. Muchas gracias.
– Sabe por qué está aquí.
– La verdad es que no, detective Connor.
– ¿No quiere intentar adivinarlo?
– No sabría por dónde comenzar.
Petra removió unos papeles y lo miró.
Fisk no se movió.
– ¿Le suena de algo el nombre de Lester Jordan?
– Por supuesto -respondió Fisk-. Era el padre de Blaise. Blaise lo mató.
– Y usted lo sabe porque…
– Yo estaba allí, detective Connor.
– En el asesinato.
– Blaise me pidió que estuviera allí, pero lo que pasó me cogió por sorpresa.
– ¿Por qué le pidió Blaise que estuviera allí?
– Apoyo moral -contestó Fisk-. Eso es lo que pensé.
– ¿Por qué necesitaría Blaise apoyo moral?
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