– Dos días con las luces apagadas -afirmó Milo.
– Si quieren creer que simplemente se mudaron a Kansas -continuó Byron Stark-, pues no faltaría más. Pero quizá deban esperar a que siga contándoles el resto. La noche después de que movieran el coche, mi padre paseaba el perro por la calle Cuarta. Les hablo de la una de la mañana.
– Un poco tarde para sacar de paseo al perro.
Stark sonrió.
– Puedo decirles que el perro tenía un problema de vejiga, pero sí, mi padre sentía curiosidad, todos sentíamos curiosidad. Y resultó. Había una furgoneta aparcada frente a la casa de la señora Whitbread y dos tipos estaban cargando trastos. Cuando mi padre se acercó pudo ver que eran Pete y uno de sus amigos y lo que estaban transportando eran bolsas de basura. Muchas bolsas de basura. Cuando vieron a mi padre, saltaron dentro de la furgoneta y cerraron la puerta con fuerza. No se alejaron, se quedaron allí sentados. Mi padre siguió andando, dio la vuelta al edificio de nuevo y se quedó en la esquina. La furgoneta todavía estaba allí y un segundo después salió disparada.
– ¿El perro reaccionó? -dije.
– ¿Me está preguntando si llegó a oler algo? Chester no era un sabueso. Era una mezcla de chow chow senil, sordo y casi ciego, tenía catorce años. Era todo lo que mi padre podía hacer para que saliera a hacer un poco de ejercicio. De cualquier modo, cuando mi padre volvió a casa, le contó a mi madre algo sobre una furgoneta, los dos coincidieron en que algo terrible había ocurrido, tenían que insistir con la Policía. Honestamente, creí que estaban exagerando. Pero pocas semanas después, cuando el amigo de Pete apareció muerto, empezamos a creerles. Por desgracia, ustedes no lo hicieron.
– Volvamos un poco hacia atrás, doctor Stark -intervino Petra-. ¿Quién era el amigo de Pete y cómo murió?
– Un tipo más mayor, unos treinta años más o menos. Alto, delgado, pelo largo y barba sin cuidar, un tío algo gorrón. Conducía una motocicleta, pero no era tipo Chopper. Una Honda, no muy grande. Yo tenía una 350 en la universidad y esta era bastante más pequeña. Un artefacto pequeño pero ruidoso. Recogió a Pete con ella y luego salieron zumbando. Mi padre comentó que su nombre era Roger, pero no sé decirles de dónde lo sacaron y no mencionaron nunca un apellido. Era más «El vago de Roger» o «Aquí está Roger otra vez con esa estúpida carraca». Su teoría era que él y Pete vendían droga por el vecindario y se dedicaban a entrar en las casas para robar. Escuálido, siempre distraído, caminaba con paso inseguro.
Stark se pasó la mano por el pelo, nervioso.
– Sé que suena como si mis padres estuvieran obsesionados, pero no era así. Se lo garantizo, los dos son grandes aficionados a los asesinatos misteriosos y les gustan los enigmas, pero también son perspicaces y están totalmente cuerdos. Mi madre dio clases en los barrios pobres durante veinte años, así que no es una ingenua. Y lo que dice más a su favor como asesor es que mi padre fue policía militar en Vietnam y sirvió como oficial de reserva en Bakersfield antes de mudarnos a Los Ángeles. Eso hizo que todavía le irritara más que la Policía de aquí no le atendiera.
– ¿De qué informó exactamente? -preguntó Milo.
– Tendrían que hablar con él, pero lo que recuerdo es que informó sobre la desaparición y sobre que el coche fue desplazado una semana después, además de la furgoneta y de las bolsas de basura.
– ¿No dijo nada sobre Pete masturbándose cerca de las chicas?
Stark se ruborizó.
– No, nunca se lo conté a nadie, salvo a mi hermano. ¿Quieren decir que habría habido alguna diferencia? Yo puedo decirles que no. La Policía mostró una indiferencia total.
– ¿Qué le dijo la Policía a su padre? -preguntó Petra.
– Que la muerte de Roger fue por sobredosis, caso cerrado.
– Por favor, doctor, háblenos de esa muerte.
– Por lo que entendí, encontraron el cuerpo en la alcantarilla, justo en la calle Cuarta, no muy lejos del edificio de Pete. Ocurrió por la noche y en aquel momento yo estaba despierto, la calle estaba iluminada.
– ¿Cómo lo descubrió?
– Mi padre se lo oyó a un vecino que no sabía de quién era el cuerpo. Mi padre llamó a la Policía para pedir más información y, por supuesto, no quisieron darle más datos. Finalmente, llegó a sacarles que se trataba de Roger. Aprovechó para volver a intentar que mostraran interés en lo de las chicas. Pero la persona con la que habló siguió insistiendo en que no había pruebas de ningún crimen, las chicas eran adultas, no se había abierto ningún caso por personas desaparecidas y la muerte de Roger había sido catalogada como accidental.
Petra disimuló con una mano su ceño fruncido mientras escribía con la otra.
– ¿Después de aquello, causó Pete otros problemas?
– No que yo supiera. Pero en diciembre me eché novia y dejé de interesarme por lo que pasaba en casa. Luego me fui a China como voluntario en Operación Sonrisa, luego a Cornell. Es la primera vez que vuelvo desde hace diez años.
– ¿Ha visto a Pete recientemente?
– No, ¿qué es lo que ha hecho?
Petra se levantó.
– Cuando podamos decírselo, lo haremos, doctor Stark. Gracias por su tiempo. -Sonrió con un gesto rápido-. Quizá pueda llamar a sus padres y decirles que estamos investigando.
– No creo que resultara de gran ayuda. Son muy tercos.
– A pesar de sus sospechas, no se mudaron del vecindario -dije.
– Ni pensarlo -contestó Stark-. Por fin poseían su propia casa.
– Difícil de superar -comentó Milo.
– Y que lo diga, detective. Es una cuestión de equidad.
Los datos aportados por Byron Stark habían afinado mucho las coordenadas de espacio y tiempo, haciendo más fácil la búsqueda.
Hicimos desenterrar un expediente del juez de instrucción sobre Roger Kimo Bandini en los archivos de la calle Mission, el fax le llegó a Petra sobre las cuatro de la tarde.
Varón blanco, veintinueve años, un metro ochenta y nueve, sesenta y tres kilos y medio. Multitud de viejas huellas de agujeros y puntos recientes de sutura, y con un análisis de toxicología que presentaba una cantidad considerable de anfetas y una dosis monumental de Diazepam que denunciaban a gritos una sobredosis, no había necesidad de hacer la autopsia. No había ningún dato sobre donde había sido enterrado Bandini o si su cadáver había sido reclamado.
A las cinco y media, Petra consiguió que un detective de la comisaría de Wilshire recuperara el correspondiente expediente policial, un trámite sin complicaciones, básicamente una fotocopia de los hallazgos del juez de instrucción. El sargento J. Rahab, coordinador en el escenario del crimen, había anotado que se había recibido una llamada anónima a las tres y cuarto de la madrugada para la calle Cuarta.
Insertado en la enrevesada prosa de Rahab, se mencionaban unas herramientas de ladrón encontradas bajo el cadáver de Bandini.
Una búsqueda en las bases de datos nacionales obtuvo como resultado un historial delictivo de diez años y varias encarcelaciones para el amigo de Pete Whitbread, que abarcaba desde California hasta Utah: tres allanamientos, un arresto por conducción bajo los efectos del alcohol, dos por posesión de marihuana, tres por metanfetamina, un intento de compra de anfetaminas descartado por motivos de procedimiento el año anterior a su muerte.
Ni Peterson ni De Paine aparecían en la lista de amigos de Bandini, pero sí estaban Leland Armbruster y Lester Jordan.
– Todos metidos en el mundillo de la drogas en Hollywood -apuntó Petra-. Pero ninguna referencia cruzada con el homicidio de Armbruster, por eso no lo descubrió Isaac. Chicos, todavía vivimos en la Edad de las Tinieblas.
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