Jonathan Kellerman - Obsesión

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Patty Bigelow pensaba que por fin había conseguido enderezar su vida, pero de repente, su rebelde hermana Leila abandona a su hija, Tanya, en la puerta de su casa. Tía y sobrina aprenden con dificultad a vivir juntas con la ayuda profesional del doctor Alex Delaware, psiquiatra. Ahora, quince años después, Tanya acude de nuevo a la consulta de Alex porque la única madre que ha tenido, Patty Bigelow, ha fallecido dejando a la joven un extraño legado: le confesó, en su lecho de muerte, haber matado a un hombre años atrás. Este acto de barbarie abrirá inevitablemente un túnel al pasado en el que los secretos, junto con los cadáveres, han sido profundamente enterrados.

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– ¿Qué tendencias notó?

– Personalidad antisocial. Merodeaba por el vecindario a todas horas, sin ninguna intención clara. Sonreía siempre, pero no se percibía ningún afecto. Siempre andaba despreocupado, rozaba la insensatez: fumaba hachís en público. Paseaba tranquilamente por mi calle dándole caladas, ni siquiera intentaba esconderlo. Otras veces, merodeaba por allí con una botella de Jack Daniel's en el bolsillo trasero.

– Poca supervisión parental.

– Ninguna que yo supiera. Mi madre decía que su madre era una cabeza de chorlito más preocupada por la moda que por el cuidado de sus hijos. Yo tenía quince años cuando nos mudamos al barrio, mi hermano era un año menor. Mi madre captó cuál era la situación bastante rápidamente y nos prohibió a ambos tener ningún tipo de contacto con él.

– Algunos adolescentes se rebelarían ante tal restricción -repliqué.

– Algunos sí, yo no -contestó Stark-. Estaba claro que era una persona que no me haría ningún bien, lo que quedó reforzado por lo que ocurrió a los pocos meses de mudarnos. Hubo un montón de robos con allanamiento en el vecindario. Entraban a robar por la noche, mientras la gente dormía. Mis padres estaban convencido de que Pete tenía algo que ver con todo aquello. Mi padre, en particular, estaba convencido de que tenía tendencias criminales.

¿ Por qué?

– Pete le habló con un descaro total un par de veces. Y yo no pasaría por alto la opinión de mi padre. Trabajaba como orientador en un instituto, tenía experiencia con adolescentes conflictivos.

– Háblenos de las chicas -dijo Milo.

– Había dos chicas, fue el verano antes de mi último año de instituto, vivían arriba de la señora Whitbread y Pete. Eran mayores que yo, de unos veinte o veintiún años. Pocos meses después, después de mi test de aptitud escolar, antes de ir a visitar las universidades, por lo que debía ser finales de septiembre o principios de octubre, desaparecieron. Mi padre intentó despertar el interés de la Policía, pero no consiguió que nadie le tomara en serio.

¿ Dónde podemos encontrar a su padre? -preguntó Petra.

– Eugene, Oregón. Su pensión y la de mi madre dan para mucho más allí. Así que cuando me gradué me vendieron su casa y compraron una con varios acres de tierra.

– Nombre y número, por favor.

– Herbert y Myra Stark. Puedo garantizarles que cooperarán. Cuando la Policía no respondió a mi padre por lo de las chicas, se enojó tanto que puso una queja al concejal. Pero tampoco ocurrió nada. No le importaba a nadie.

– ¿Cuál era el apellido de las chicas? -dijo Petra.

– Nunca he sabido sus apellidos, sus nombres eran Roxy y Brandy. Lo sé porque siempre estaban chillándose entre ellas, no importaba la hora que fuera: «¡Branddyy!», «¡Roxxyy!»

– ¿A qué se dedicaban?

– Mis padres decían que eran nombres para bailarinas de estriptis, debían ser bailarinas, pero yo tengo mis dudas.

– ¿Por qué?

– Las bailarinas de estriptis trabajan por la noche, ¿no? Estas dos tenías horarios irregulares. A veces se iban durante el día y otras veces, por la noche. Siempre se iban juntas y volvían juntas. Durante el fin de semana, dormían, no se dejaban ver nunca. Durante la semana, siempre estaban fuera, trabajando o de fiesta.

– Háblenos sobre lo de la fiesta.

– No estoy seguro, es por lógica. Llegaban en coche a las tres o las cuatro de la madrugada, aceleraban, daban un portazo al salir del coche y por si eso no nos había despertado, acababan de arreglarlo con las risitas y el parloteo. Eran muy escandalosas y por cómo arrastraban las palabras al hablar, iban colocadas con algo.

– ¿Sus padres nunca se quejaron?

– Nunca, no era su estilo. En vez de eso, fumaban, charlaban y nos obsequiaban a Galen y a mí con cuentos sobre la moralidad, utilizando a aquellas chicas como malos ejemplos. Claro está, al final consiguieron despertar nuestro interés. ¿Un par de chicas salvajes viviendo justo al otro lado del patio? Pero nunca intentamos hablar con ellas; aunque hubiéramos tenido agallas para hacerlo, no tuvimos la oportunidad. Cuando ellas estaban en casa, nosotros estábamos en la escuela y cuando nosotros estábamos en casa, ellas dormían o no estaban.

– ¿Iban y venían siempre en el mismo coche?

– Siempre que las vi.

– ¿Recuerda la marca y el modelo?

– Seguro. Un Corvette blanco, con el interior rojo. Mi padre lo llamaba «el bombón móvil».

– Háblenos de la desaparición y de por qué sospecha de Pete -dijo Petra.

– Justo antes de pasar el test de aptitud, estaba en mi habitación y me distraje con la música, estaba muy alta. Por la orientación de mi habitación, tengo un ángulo de vista sobre el patio de la señora Whitbread. Las chicas estaban allí tomando el sol y oyendo una cinta a todo volumen, música para bailar. Estaba a punto de cerrar la ventana cuando me llamó la atención lo que estaba pasando. Estaban echándose loción una a la otra, riéndose por tonterías, jugando con su pelo, pegándose palmadas en el trasero entre sí. -Stark se ajustó la corbata-. Estaban completamente desnudas, era difícil no pararse a mirar.

– Unas chicas guapas -añadió Milo.

– De esa clase de mujeres -contestó Stark-. Pelo largo y rubio, piernas largas, bronceado de lámparas ultravioleta, pechos voluminosos. Se parecían, por lo que sé eran hermanas.

– Roxy y Brandy -intervino Milo-. ¿ Un Corvette de qué año?

– Lo siento, no soy el tipo de hombre que se fija en los coches.

¿ Con quién solían relacionarse?

– No las vi nunca con nadie, pero eso no quiere decir nada. Excepto aquel fin de semana en que preparaba el test de aptitud, apenas las veía de día. Lo que puedo decirles es que Pete se había fijado en ellas. A mediados de semana, mientras estaba memorizando campos semánticos, intentaba concentrarme en serio, la música empezó a sonar otra vez a todo volumen. Lo mismo, chicas desnudas y muchas risas. Pero como el buen estudiante que era, intenté ignorarlas. Luego vi a Pete, moviéndose sigilosamente por el camino y entrando con disimulo por la parte de atrás. Y digo con disimulo porque su cabeza se movía rápidamente de uno a otro lado, como un furtivo. Se pegó a la pared y encontró un lugar privilegiado en el que las chicas no podían verlo. Se quedó allí mirándolas un rato, luego se bajó la cremallera e hizo lo que era de esperar. Pero no de un modo normal, se tiraba tanto que pensé que se la iba a arrancar. Tenía una sonrisa muy rara dibujada en la cara.

¿ Rara en qué sentido? -pregunté.

– Enseñando los dientes, como un… coyote. Como si sintiera placer, pero estuviera enfadado. Lleno de rabia. O quizá fuese solo la intensidad sexual. Fuera lo que fuera me dio un asco horrible, me aparté de la ventana y no volví a asomarme. A pesar de que la música volvió a sonar al día siguiente y al otro.

– ¿Las chicas no sabían que las estaban viendo?

– ¿Si estaban montando un espectáculo para que él las viera? Me lo he estado preguntando.

– ¿Alguna vez vio a Pete con ellas?

– No, pero como les he dicho, no habría podido verlos. Lo que debe importarles es que pocas semanas después, habían desaparecido. Así como así. -Chasqueó los dedos-. No hubo ni furgoneta de mudanzas, no cargaron sus cosas en un camión. Cuando llegaron sí que habían utilizado una furgoneta, tenían toneladas de cosas. Sé que no estaban durmiendo porque (A) no era fin de semana, (B) las luces no se encendieron durante dos días seguidos y (C) a los dos días, mi madre dio un paseo por allí y la puerta que conducía al apartamento de arriba estaba abierta y personal de limpieza estaba trabajando a todo gas. Además, el Corvette todavía seguía allí. Aparcado en la parte de atrás, cerca del garaje. Las chicas siempre aparcaban en el camino. Me senté allí una semana entera, luego, una noche oí que lo arrancaban y miré fuera. Alguien lo estaba sacando al camino. Conducía muy, muy lentamente, con las luces apagadas. Se lo conté a mi padre y fue entonces cuando llamó a la Policía.

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