Movimiento rápido de los párpados.
– ¿Por qué debería yo saber algo sobre lo que preocupaba a Patty Bigelow?
– Porque Tanya te lo contó todo. A pesar de que le pedí que no lo hiciera.
– Nunca le haría daño, nunca.
Milo lanzó un gruñido.
– ¿No me creen?
– Lo haríamos, hijo, si pararas de andarte con tonterías y respondieras nuestras preguntas.
– Yo no sé nada. Todo son suposiciones.
– Como una especie de investigación científica -replicó Milo-. Podremos vivir con ello.
Kyle alcanzó una taza de espuma de poliestireno, miró dentro, frunció el ceño y la agitó. Vio una lata de Fresca cerrada, abrió la tapa y vio como el líquido echaba espuma por la abertura y se vertía sobre los papeles.
Esperamos mientras bebía.
– ¿Están convencidos de que lo que ha pasado durante todos estos años es importante?
– ¿Usted no lo está?
Puso un dedo en el refresco que se había derramado, dibujó una ameba en la alfombra. Jugó con la mancha hasta que saturó la madera.
– Todo empezó cuando tenía ocho años. Mis padres todavía estaban casados y teníamos una casa a pocas calles de la casa de mi abuelo en Muirfield. Acabábamos de comprar la propiedad de Atherton. Cuando mi padre me llevaba a sus citas, no eran solo con Mary, y yo me sentía como un traidor ante mi madre. Pero no quería causarle problemas porque él era el único que… ¿por qué estoy yéndome por las ramas?… vayamos al grano: sí, le pedí a mi padre que dejara de llevarme con Pete. Es un sociópata, o como lo llamen hoy en día. Al principio me hizo creer que quería que fuésemos colegas. Él tenía cuatro años más que yo y aquello me hizo sentir francamente bien.
Bajó los ojos.
– También me distraía y no me dejaba pensar en lo que pasaba en la habitación de Mary.
Se pasó la lata de refresco de una mano a otra.
– Al principio hacíamos cosas normales, encestábamos, jugábamos al fútbol, mirábamos la televisión. Él era pequeño para la edad que tenía, no mucho más grande que yo, pero parecía tener mucha más experiencia.
– ¿Sobre?
– En general, su actitud, era un gallito. Nunca me habló mal o me trató como el marginado social que yo era. Luego empezó todo lo demás. Empezó a enseñarme fotos de chicas desnudas que recortaba del Penthouse o el Hustler, tenía un montón debajo de su cama. Cuando ya no me sorprendía, comenzó a llevarme al garaje, donde guardaba sus cosillas hardcore. No era solo porno, aquello rayaba el límite. Mujeres amordazadas y atadas, bestialismo, cosas que todavía me repelen. Entonces sí que aluciné. Por qué no se lo dije a mi padre, no sé. Pero no lo hice y Pete dio un paso más. Tenía una caja de herramientas que escondía detrás de unas maletas. Dentro tenía carretes de películas.
Dejó la lata de refresco en el suelo, miró a Milo, luego a mí.
– Eran carretes de películas que su madre había hecho. Un montón de pelis. No se sentía avergonzado, justo lo contrario. Me las ponía enfrente de la cara y hacía comentarios soeces: «Mira, como se la traga toda. Es lo que le está haciendo a tu papaíto ahora mismo». Aún hoy sigo sin querer admitir que me molestaba.
– Era un chico más mayor que pasaba mucho tiempo con usted -dije.
– No tengo hermanos, en el colegio no era exactamente el señor «Popularidad». Supongo que las películas eran… excitantes. Fuese lo que fuese lo que aquello significara a los nueve años, quién sabe.
– Debió ser confuso.
– Regresaba a casa como si hubiera estado en trance. Mi padre nunca se dio cuenta, después de estar con Mary siempre estaba de muy buen humor. La siguiente vez que volvimos, Mary me ofreció leche y galletas, recordé sus películas y comencé a sentirme mal, estaba seguro de que estaba delatándome a mí mismo. Nadie notó nada, pero en cuanto Pete y yo nos quedamos solos, volvió a sacar la caja y empezó de nuevo. Hablaba de su madre como si fuera un trozo de carne. Lo que hacía que todo fuera tan raro es que ella intentaba ser amable conmigo. Un fuerte abrazo, leche y galletas, los deberes…
– Maternal.
– Como una madre televisiva, parecía una madre televisiva. La veía y pocos minutos después, la estaba viendo hacérselo con tres tíos. Pete se relamía y se refregaba. Cuando lo pienso, resulta obvio que disfrutaba poniéndome en tensión. Pero seguí acompañándolo al garaje. -Parpadeó-. Un día, me tocó mientras miraba una fotografía. Yo me aparté sobresaltado y él se rió. Me dijo que solo estaba bromeando y que él no era un maricón. Luego se abrió la bragueta y empezó a masturbarse.
Kyle se rascó con fuerza la cabeza.
– Nunca se lo había contado a nadie. Quizá si hubiera hablado, Pete podría haber recibido ayuda.
– Por lo que hemos oído de su madre, no se podía contar con ella -añadí.
– Lo sé, lo sé… los gustos de mi padre para las mujeres… Pero aun así…
– No era trabajo tuyo arreglar las cosas, Kyle.
– ¿No? -sonrió-. Entonces, ¿por qué estamos hablando de eso? No se preocupen por responder, lo entiendo… Supongo que la clave está en que sea lo que sea lo que Pete hiciera, nunca le dieron una oportunidad.
– Siempre se puede elegir -replicó Milo.
– ¿Siempre? Ni siquiera llego a entender del todo mis cálculos, no digamos de la naturaleza humana.
– Bienvenido a la vida real -dije-. Al final, ¿por qué dijiste que no querías volver?
– Pasó algo más… ¡Jesús!… bueno, vamos… fue un domingo, después de un largo fin de semana, un día festivo o algo así. Como era normal, mi madre estaba fuera esquiando y mi padre y yo nos habíamos quedado en casa. Fuimos a casa de Mary, pero aquel día mi padre y Mary se fueron a almorzar juntos. Yo estaba nervioso porque iban a dejarme solo con Pete, pero mi padre ni se dio cuenta. Pete notó enseguida mi estado de ansiedad y me dijo que lo sentía si me había importunado, pero que tenía algo extraordinariamente genial que enseñarme. Algo diferente.
Bajó los hombros.
– Me sentí aliviado. Se le veía muy alegre.
– ¿No tuviste nunca miedo de que te hiciera daño?
– Yo tenía el tipo de miedo que tiene un crío cuando está jugando al escondite y sabe que alguien puede estar a la vuelta de la esquina. Pero, excepto aquella vez, no. No volvió a tocarme y siempre era amable. Yo estaba molesto por no pasar tiempo a solas con mi padre, haciendo el tipo de cosas que un padre y un hijo hacen juntos. No le cuenten nada de esto, ha intentado hacerlo lo mejor que podía. Su padre lo maltrató, él nunca hizo eso conmigo. -Dio un profundo suspiró.
– Así que se veía a Pete alegre -intervine.
– Céntrate en el tema, Kyle. -Se dio con los nudillos en la frente-. Volvimos al garaje. Aquello diferente era otra caja, llena de cintas. Me dijo que eran cintas piratas y que había aprendido a unirlas para hacer su propia música, me enseñó las cuchillas que utilizaba para hacerlo, un trabajo bastante descuidado. Luego puso sus cintas caseras en un radiocasete. Terrible, una mezcla de ruido blanco y estático con trozos de canciones sin sentido. Pero era bastante mejor que mirar sus fotografías, así que le dije que era genial. Eso le alegró, fuimos a echar unas canastas y volvimos a casa para comer algo rápido. Cap'n Crunch. Lo seguí hasta el garaje de nuevo como un cachorrito obediente y fue directo a una nevera que estaba al fondo. Siempre lo había visto cerrado con una cadena, pero en aquel momento la cadena estaba suelta. Parecía que no lo hubiesen limpiado desde hacía bastante tiempo. Lo único que había dentro era una bolsa de plástico transparente. En el interior había algo que parecían trozos de carne cruda. Olía fatal, a pesar de estar sellado. Me tapé la nariz y empecé a sentir náuseas. Él se rió, extendió una Iona en el suelo, una de esas azul brillante que usan los jardineros, y vertió el contenido de la bolsa.
Читать дальше