Michael Connelly - Luna Funesta

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C. Black desea cerrar su historial delictivo para siempre. Trabaja en un concesionario de automóviles de Los Ángeles, pero un hecho inesperado le obliga a jugárselo todo a una carta. Necesita dar un golpe final que le permita realizar el último sueño. Para ello recurre a Leo Renfro, un amigo de los viejos tiempos que le propone participar en un gran robo en Las Vegas. Cassie cree que con su experiencia como ladrona de guante blanco logrará salir airosa de la operación.

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– Joder, cómo quema.

Sacudió las manos y se inclinó para mirar: había tres hornillos encendidos justo debajo del estante de aluminio en el que se hallaba el plato.

– ¡Capullos!

Miró a la niña para asegurarse de que no se estaba riendo de la situación. Jodie se limitaba a mirarlo, con una nota de miedo en su carita.

– Ya sé que hablo muy mal. Voy a echarme agua.

En cuanto Cassie oyó correr el agua en el cuarto de baño, salió arrastrándose desde debajo del otro extremo del carrito de servicio. Arrodillada en el suelo, junto a la mesa, echó un vistazo a la habitación para ver si Karch había dejado un arma cerca. No lo había hecho.

– ¡Eh!

Se volvió hacia Jodie y rápidamente se inclinó sobre la cama. La puerta del cuarto de baño estaba abierta y vio el reflejo de la espalda de Karch en un espejo. Sabía que en cuanto el agua dejara de correr tenía que estar escondida.

– Jodie, estoy aquí para llevarte lejos de este hombre -susurró a toda prisa.

– Bueno, quiero…

Cassie puso un dedo sobre los labios de la niña.

– Habla en susurros para que no nos oiga. ¿Quieres venir conmigo?

La niña aprendía pronto. Asintió.

– Muy bien, entonces tienes que hacer lo que yo te diga, ¿vale?

Jodie volvió a asentir.

Karch sacó las manos de debajo del grifo y se las miró. Los dedos pulgar e índice de ambas manos tenían marcas rojas. Soltó otro exabrupto. Tenía ganas de bajar a la cocina del hotel, agarrar al responsable y meterle la cabeza en un horno caliente. Se sumió en una ensoñación en la que se veía haciendo eso, y luego se dio cuenta de que la persona cuya cabeza mantenía en el horno era Vincent Grimaldi. Karch se contempló en el espejo y sonrió. Estaba seguro de que haría las delicias de un psiquiatra.

Cerró el grifo y volvió a la habitación. La niña estaba de pie al otro lado de la mesa, mirando debajo del mantel. Karch se apresuró y, al recordar que la veinticinco estaba en la otra habitación, metió la mano en la chaqueta en busca de la Sig Sauer. No quería sacarla delante de la niña si podía evitarlo.

– ¿Qué estás mirando?

– Nada.

La apartó y luego levantó el mantel, con la otra mano preparada para sacar el arma. No había nada debajo en ese lado.

– Buscas un sitio para esconderte, ¿eh?

– No, sólo miraba.

Karch agarró el segundo plato con una de las servilletas de encima.

– Bueno, veamos qué tenemos aquí -dijo.

Sin dejar la servilleta, levantó la tapa del primer plato. Contenía un filete Nueva York en un charco de mantequilla chisporroteante, junto a una pila de puré de patata. El bistec estaba crudo y la sangre se mezclaba con la mantequilla caliente.

– ¡Qué asco! -dijo Jodie.

– ¿De qué estás hablando? Esto es fabuloso. Bueno, a ver qué hay para ti.

Levantó la otra tapa y vio un bol de rigatoni con salsa boloñesa.

– Esto no son Spaghettios.

– Tienes razón, pero qué más te da. ¿No habías dicho que no tenías hambre?

Se acercó a la cama y sacó la funda de una de las almohadas. La dobló en cuatro y se la puso sobre la palma de la mano. Empujó el plato del bistec caliente en la funda de almohada utilizando la servilleta y luego se metió un juego de cubiertos en el bolsillo de la camisa.

– Sabes qué te digo, voy a ir a comer allí y tú te quedas aquí con los dibujos animados. Si quieres come y si no, no comas, a mí me da igual.

– Muy bien, entonces no comeré.

– Bueno, sólo ten cuidado de no quemarte con el plato.

Se llevó la comida al escritorio y luego volvió al dormitorio a por la Coca-Cola y el salero. Al salir cerró de nuevo la puerta con el cable telefónico. Recogió la veinticinco de la mesa de la entrada y la dejó en el escritorio. Empezó a cortar el bistec y a meterse grandes trozos en la boca.

– Esto está de puta madre -dijo con la boca llena.

Capítulo 44

Cassie salió rodando de debajo de la cama, se llevó un dedo a los labios para recordarle a Jodie que se mantuviera callada y cogió el mando a distancia de la tele. Subió poco a poco el volumen para que cubriera mejor los susurros y cualquier otro eventual ruido. Entonces rodeó la cama hasta donde Jodie estaba sentada y le dio un sentido abrazo a su hija, pero enseguida notó que la niña mantenía los brazos pegados al cuerpo. Jodie no tenía ni idea de quién era la mujer que la estaba abrazando. Cassie se apartó y colocó las manos sobre los hombros de la niña.

– Jodie, ¿estás bien? -susurró.

– Quiero ver a mamá y papá.

Cassie había pensado en ese momento durante mucho tiempo. No en esas circunstancias, pero sí en el momento de estar cerca de su hija y en lo que le diría y trataría de explicarle.

– Jodie, yo soy… -empezó, pero no terminó. No era el momento adecuado. La niña ya estaba confundida y asustada-. Jodie, me llamo Cassie y voy a sacarte de aquí. ¿Te ha hecho daño ese hombre?

– Me ha…

Cassie rápidamente puso un dedo en los labios de Jodie para recordarle que hablara en susurros. La niña volvió a empezar.

– Me obligó a ir en el coche con él. Me dijo que era un mago y que mi padre iba a dar una fiesta aquí para mamá.

– Bueno, es un mentiroso, Jodie. Voy a sacarte de aquí, pero tenemos que ser muy…

Cassie se detuvo al oír un ruido procedente de las puertas.

Karch desenredó el cable de teléfono de los pomos y abrió las puertas del dormitorio. Al entrar vio a la niña tumbada en la cama, con la cara entre las manos. Dio un par de pasos y escrutó la habitación, pero no apreció nada extraño.

– ¿Está bastante alto? -preguntó.

– ¿Qué?

– He dicho que si está…

Se detuvo cuando vio que la niña sonreía y captó la broma. La apuntó con un dedo amenazador y se acercó a las cortinas. Las abrió, revelando otra pared de cristal de suelo a techo. Se aproximó lo suficiente para ver su aliento en el cristal y miró hacia abajo. A través del atrio se divisaban las mesas de juego llenas.

– Son todos unos capullos -dijo-. Nadie gana a la banca.

– ¿Qué? -dijo Jodie tras él.

Él se volvió a mirarla. Entonces sus ojos se fijaron en el carrito del servicio de habitaciones y el plato de pasta sin tocar.

– Será mejor que te tomes la cena, niña. No vas a tener otra.

– Comeré cuando llegue papá.

– Como tú quieras. -Karch salió del dormitorio y cerró la puerta, aunque esta vez decidió que el cable de teléfono no era necesario.

«¿Adonde va a ir?», dijo para sus adentros cuando regresó a su bistec.

Después de oír las puertas del dormitorio, Cassie cerró la navaja suiza y bajó del inodoro, donde estaba presta a saltar sobre Karch si éste entraba a registrar el cuarto de baño. Se metió de nuevo en el dormitorio y susurró al oído de Jodie que había hecho un fantástico trabajo al manejar la visita de Karch a la habitación.

– Ahora tengo que volver al cuarto de baño, cerrar la puerta y hacer una llamada. Esta vez quiero que me acompañes. Así, si él vuelve a entrar puedes decirle que estás en el baño y que no puede entrar.

– No tengo que ir al baño.

– Ya lo sé, cariño, pero puedes decírselo.

– Vale.

– Buena chica.

Cassie la besó en la cabeza y se dio cuenta de que la última vez que lo había hecho había sido en la enfermería de High Desert. Había una enfermera impaciente junto a su cama, esperando a la niña con los brazos extendidos.

El pelo de Jodie olía a champú Johnson para niños y por alguna razón, identificar eso le sirvió a Cassie para recordarle todo lo que se había perdido. Se tambaleó un instante mientras se inclinaba en la cama sobre la niña.

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