Michael Connelly - Luna Funesta

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C. Black desea cerrar su historial delictivo para siempre. Trabaja en un concesionario de automóviles de Los Ángeles, pero un hecho inesperado le obliga a jugárselo todo a una carta. Necesita dar un golpe final que le permita realizar el último sueño. Para ello recurre a Leo Renfro, un amigo de los viejos tiempos que le propone participar en un gran robo en Las Vegas. Cassie cree que con su experiencia como ladrona de guante blanco logrará salir airosa de la operación.

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– ¿Qué pasa, Vincent? -preguntó Karch.

– Lo que pasa es que la has cagado, Jack. Dejarla marchar de ese modo es un problema para mi plan. Ahora voy a tener que ir a por ella.

– ¿De qué plan hablas?

Después de quitar los tres primeros, Cassie aflojó el último tornillo de la rejilla de entrada de aire. Tiró cuidadosamente de ésta hacia adelante y la hizo girar sobre ese único tornillo restante hasta dejar el hueco abierto y la rejilla colgando. Entonces miró hacia abajo desde el carrito del servicio de habitaciones e hizo una señal a Jodie para que subiera con ella. La niña se subió a una silla y luego al carrito. Cassie la levantó, con cuidado de no perder el equilibrio, y la empujó hacia el sistema de ventilación. Jodie se debatió y apoyó una mano en la pared, evitando así que Cassie la empujara al interior.

– Todo irá bien, Jodie -susurró Cassie-. Métete y yo te seguiré.

– Nooo -replicó la niña con un hilo de voz.

Cassie la bajó para abrazarla y le dijo al oído:

– ¿Recuerdas que me has dicho que ya no eras pequeña, que eras una niña mayor? Bueno, esto es algo que haría una niña mayor. Tienes que ir, Jodie, o tendré que dejarte aquí. -Cassie cerró los ojos, porque la amenaza la hizo sentir fatal.

La niña no dijo nada. Cassie la levantó otra vez y en esta ocasión Jodie se metió dentro. Las rodillas de la niña golpearon en el lateral de aluminio y Cassie se quedó inmóvil. Por fortuna, las voces severas de la otra habitación no se interrumpieron. Después de que Jodie se introdujera por completo, Cassie le pasó la linterna y le susurró que se adentrara. Luego fue ella quien se impulsó y se metió en el conducto. Una vez en el angosto lugar, se desabrochó la bolsa de herramientas y la empujó por delante de ella.

El espacio era tan limitado que no podía darse la vuelta para colocar de nuevo la rejilla de la ventilación en la pared del dormitorio. Instó a Jodie a seguir adelante hasta el conducto principal del aire de retorno, con la esperanza de tener espacio allí para dar la vuelta y reptar hacia atrás para colocar la rejilla de nuevo en su sitio.

Después de sólo cuatro metros había un cruce en el que se unía una vía de similar tamaño. Cassie miró por ese ramal y vio luz y escuchó voces. Se dio cuenta de que era Karch, que preguntaba: «¿Qué pasa, Vincent?».

Pasó ese túnel en silencio y luego retrocedió, se metió en él y salió en sentido contrario hacia el dormitorio. Al llegar allí, agarró la rejilla, la hizo resbalar por la pared hasta colocarla de nuevo en su lugar y empezó a retroceder por el túnel sin perder más tiempo.

Karch trataba de asimilar con rapidez la situación y hacerse una idea de lo sucedido. Pronto dio con la única explicación posible.

– Ella te ha llamado, ¿verdad, Vincent?

Grimaldi no contestó, del mismo modo que no lo había hecho acerca de su así llamado plan. Se limitó a mirar a Karch con ojos que parecían negros a causa de la ansiedad y el odio.

– Mira, Vincent, no sé lo que te ha dicho, pero es todo mentira. No ha estado aquí todavía, y yo no tengo el dinero. Estoy esperando, Vincent. Va a llamar y yo haré que suba aquí. Me dará el dinero y ella y la niña saltarán por la ventana. Como te he dicho, sincronía.

Mientras decía la última palabra, Karch reparó en un error. Recordó que había dejado escapar la palabra cuando Cassidy Black lo había llamado. Se preguntó si eso había bastado, si con esa palabra le había proporcionado la suficiente información para interpretar su plan y urdir uno que lo contrarrestara.

– Vincent, por favor, dime qué está pasando aquí.

Los ojos de Grimaldi examinaron la suite.

– ¿Qué hay en el dormitorio, Jack?

– No es qué, es quién. La niña está en el dormitorio.

Grimaldi hizo una señal al hombre que había registrado a Karch y el gorila se encaminó hacia la habitación. Desapareció en el interior y Karch y Grimaldi se limitaron a mirarse el uno al otro mientras esperaban. Romero dio dos pasos hacia su izquierda. Karch supuso que eso lo situaba en mejor posición en caso de tener que hacer un movimiento hacia la habitación.

– Te digo que está jugando contigo, Vincent -dijo Karch-. Está…

Se detuvo cuando vio al hombre surgir del dormitorio con una bolsa de deporte negra. La cremallera estaba abierta y Karch vio el rostro de Benjamin Franklin en el interior. Muchas veces. La bolsa estaba llena de fajos de billetes de cien dólares. La boca de Karch se abrió. Cassidy Black, pensó. De algún modo había hecho el cambio. Empezó a caminar hacia el dormitorio, pero el hombre con la bolsa y Romero levantaron las armas y le ordenaron que no se moviera.

– Había una niña -dijo Karch.

– Claro -dijo el de la bolsa-, pero ya no está.

Se acercó a Grimaldi y separó las dos correas de la bolsa, abriendo ésta por completo y exponiendo muchos de los fajos de billetes envueltos en plástico.

– Vincent esto no es lo…

No terminó. No sabía qué decir y advirtió que el interés de Grimaldi estaba puesto en el dinero, no en él. Grimaldi puso una mano en la bolsa y la apoyó sobre uno de los fajos, como si tocara el hombro de un viejo amigo. Luego hizo una señal al hombre que sostenía la bolsa.

– Muy bien, Martin, acaba con esto.

Karch observó cómo se cerraba la bolsa y luego levantó la mirada hacia el hombre que la sostenía. ¿Martin? Recordó la cinta de vídeo. Hidalgo subiendo en el ascensor junto con su escolta de seguridad. Martin. El que se suponía que estaba muerto. Martin, a quien Grimaldi le había pedido que enterrara en el desierto.

– ¿Martin? -dijo.

Paseó la mirada de Martin a Grimaldi, como si de pronto lo entendiera todo. Todo era un engaño, parte de un plan más elaborado.

– Tú -le dijo a Grimaldi-. Tú pusiste todo esto en marcha. Todo era un montaje.

Entonces miró a Martin, que sostenía la bolsa en la derecha y el arma en la izquierda. Recordó el cadáver de Hidalgo en la cama. La bala en el ojo derecho, disparada por una pistola empuñada con la zurda.

– Y tú -le dijo a Martin-. Tú mataste a Hidalgo.

Martin levantó un lado de la boca en algo parecido a una sonrisa de orgullo.

– No fue la chica -dijo Karch, mirando nuevamente a Grimaldi-. Lo único que hizo ella fue llevarse el dinero que tú querías que se llevara.

Cuando Cassie dio la vuelta en la intersección oyó intensas voces procedentes de la sala de estar. No se detuvo a escuchar. Se dirigió hacia el conducto principal y cubrió el terreno en unos diez segundos. Vio la luz que Jodie sostenía y se dio cuenta de que la niña seguía en el conducto secundario y que no había entrado en el principal. Al acercarse comprendió la razón. Jodie había llegado a un callejón sin salida. La abertura al túnel principal estaba cerrada por una rejilla de barras de metal. Cassie rodeó a la niña para palpar el extremo de las barras y determinar cómo estaban unidas a la pared del tubo. Sintió la suavidad metálica de una soldadura. No podían seguir adelante.

– ¿Qué…? -empezó a decir Jodie antes de que Cassie le tapara la boca. Le hizo la señal de silencio y la niña continuó en un susurro-. ¿Qué vamos a hacer?

Cassie agarró uno de los barrotes y lo sacudió. Luego apoyó la espalda contra la pared superior del tubo y tiró del barrote con todas sus fuerzas, pero éste no se movió ni mostró la menor señal de debilidad en las soldaduras. Cassie negó con la cabeza. Los gerentes del hotel habían puesto barrotes en los conductos de aire acondicionado, pero no se habían preocupado por reemplazar los engranajes de media vuelta de las cerraduras. No tenía sentido gastar dinero en un lado y descuidar el otro. Por eso llegar a ese callejón sin salida le resultaba tan sorprendente y desalentador.

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