Sin embargo, la política de las veinticuatro horas y las razones que la justificaban no aplacaban a las preocupadas y a veces histéricas amadas de los supuestos desaparecidos. Era aquí donde entraban en escena Karch y una legión de detectives privados. Pagando a los policías de la Metro, Karch se aseguraba de que su nombre y su número eran sugeridos a menudo a la gente que denunciaba una desaparición y no deseaba esperar las ineludibles veinticuatro horas para poner el caso en marcha.
Los quinientos dólares que Karch depositaba cada mes en una cuenta bancaria a la que tenían acceso los dos policías era una ganga. Recibía mensualmente una docena de llamadas relativas a casos de personas desaparecidas. Cobraba cuatrocientos dólares diarios más gastos, con un mínimo de dos días. A menudo localizaba al supuesto desaparecido en una hora con un simple rastreo de su tarjeta de crédito, aunque nunca se lo contaba a sus clientes. Esperaba a que le giraran el pago a su cuenta bancaria antes de revelar la localización de sus seres queridos. Para Karch era otra forma más de prestidigitación. Mantener las cosas en movimiento, desviando la mirada del espectador y sin revelar nunca lo que tienes en la palma.
Su despacho era todo un santuario de un Las Vegas largo tiempo desaparecido. Las paredes eran un collage de fotografías de artistas del espectáculo de los cincuenta y sesenta. Había numerosas fotos de Frank Sinatra, Dean Martin y Sammy Davis Jr., algunas por separado y otras juntos. Tampoco faltaban fotos de bailarinas ni carteles de combates de boxeo enmarcados.
Había postales que mostraban complejos de casinos que ya no existían, una colección de fichas de juego: una de cada casino que abrió sus puertas en los cincuenta. Había también una ampliación de la foto del Sands derrumbándose después de ser dinamitado para dejar sitio al Las Vegas de la nueva era. Muchas fotos estaban autografiadas y dedicadas, pero no a Jack Karch, sino a «El Fabuloso Karch», su padre.
En el centro de la pared que quedaba frente al escritorio colgaba el cuadro más grande de todos. Se trataba de la ampliación de una foto del enorme cartel de neón que había estado a la puerta del Sands. Decía:
Hoy actúan:
FRANK SINATRA
JOEY BlSHOP
¡EL FABULOSO KARCH!
Karch miró un buen rato la foto que tenía enfrente antes de ponerse a trabajar. Él tenía nueve años cuando vio el nombre de su padre en el gran cartel. Éste se lo llevó una noche a ver el espectáculo desde un lado del escenario. Karch estaba de pie, viendo a su padre realizar una ilusión llamada El Arte de la Capa, cuando alguien le tocó el hombro. Levantó la mirada y allí estaba Frank Sinatra. El hombre que era la encarnación de Las Vegas amagó un puñetazo en la mejilla y le preguntó con una sonrisa si su nombre también se escribía entre signos de admiración. Era el recuerdo más indeleble de toda su niñez. Eso y lo que unos años más tarde le pasó a su padre en el Circus, Circus.
Karch apartó la mirada de la foto y comprobó el contestador. Tenía tres mensajes. Pulsó el botón y cogió un lápiz, presto a tomar notas. El primer mensaje era de una mujer llamada Marión Rutter, de Atlanta, quien quería contratar a Karch para que buscara a su marido, Clyde, que no había vuelto a casa después de una convención de artículos de cocina celebrada en Las Vegas. Estaba muy preocupada y deseaba que alguien empezara a buscar a Clyde de inmediato. Karch anotó el nombre y el número, aunque no pensaba llamar, porque de momento estaba comprometido.
Los siguientes dos mensajes eran de Vincent Grimaldi. Se le oía enfadado e insistía en que Karch contactara con él de inmediato.
Karch borró los mensajes y se recostó en su silla de despacho acolchada en cuero. Agarró otro puñado de cereales y examinó las dos pilas de efectivo de su escritorio mientras masticaba. Había ido al apartamento de Jersey Paltz desde el desierto y había utilizado las llaves del difunto para entrar, abrir la caja de caudales que encontró en un armario y llevarse el dinero. En una pila había 8.000 dólares en billetes de cien. En la otra 4.480 en billetes de veinte. Karch supuso que los ocho mil pertenecían a Grimaldi. Descontó 550 que había acumulado en gastos (500 a Cannon por el seguimiento del Flamingo y 50 a Iverson por la matrícula). Lo redondeó a 600 para pagar la gasolina y otros gastos. Karch pensaba quedarse todo el dinero de la otra pila. No había sido parte del golpe del Cleo, sino que aparentemente eran ahorros de Paltz.
Puso lo que era suyo en uno de los cajones del escritorio y cerró éste con llave. Sacó un talonario de recibos genérico preimpreso y extendió uno por los 7.400 que iba a devolverle a Grimaldi. No puso su nombre en ninguna parte. Cuando hubo concluido dobló el dinero dentro del recibo y lo metió en un sobre que se guardó en el bolsillo.
Se sentó al escritorio durante unos instantes, preguntándose si no debería haber deducido más dinero para cubrir los gastos de su inminente viaje a Los Ángeles. Finalmente decidió que no, se levantó y rodeó el escritorio hasta la fila de archivadores situada bajo la foto ampliada de la demolición del Sands. Abrió un cajón, miró los archivos hasta dar con el que estaba buscando y se lo llevó a la mesa.
La etiqueta del archivo decía: «Freeling, Max». Karch lo abrió sobre el escritorio y esparció su contenido. Había diversos informes de la policía y páginas de notas manuscritas. También incluía un paquete con recortes de periódico amarillentos cuidadosamente doblados. Los abrió y leyó el que tenía el titular más grande. Había ocupado la portada del Las Vegas Sun seis años y medio antes.
EL LADRÓN DE LOS JUGADORES PROFESIONALES
MUERE EN UNA CAÍDA
por Darlene Gunter
de la redacción del Sun
Un hombre al que las autoridades consideran responsable de una serie de robos en habitaciones de hotel a jugadores profesionales murió el miércoles a primera hora al saltar desde la suite de un ático del Complejo Cleopatra cuando se enfrentaba a una captura segura.
El cuerpo del hombre rompió en su caída el característico techo del atrio, proyectando una lluvia de cristales sobre los jugadores a las 4.30. El cadáver aterrizó en una mesa de crap vacía y el incidente causó momentáneas escenas de pánico entre los asistentes al casino. Sin embargo, las autoridades afirman que nadie más resultó herido en el incidente.
El portavoz de la policía de la Metro afirma que el sospechoso, identificado como Maxwell James Freeling, varón, de 34 años, natural de Las Vegas, se desplomó desde la planta veinte después de romper la ventana de una suite del ático del Cleopatra, cuando se enfrentaba a un agente de seguridad que había preparado una trampa para detenerlo.
A última hora del miércoles no estaba claro por qué la policía de la Metro no participó en la operación. Tampoco queda claro por qué Freeling eligió saltar por la ventana en un fatal esfuerzo por evitar su captura.
Vincent Grimaldi, jefe de seguridad del casino, no hizo declaraciones acerca del incidente, si bien expresó su alivio por el hecho de que éste ocurriese cuando el casino estaba menos lleno.
«Tenemos suerte de que ocurriera cuando ocurrió -declaró Grimaldi-. No había mucha gente en el casino a esa hora. Si se hubiera producido durante un momento de alta ocupación, quién sabe qué habría sucedido.»
Grimaldi aseguró que el casino permanecería abierto mientras se llevaban a cabo las obras de reparación del techo del atrio. Comentó que una pequeña área de la zona de juego sería acordonada durante las obras de reparación.
Tras la muerte de Freeling, una mujer de 26 años fue puesta bajo arresto en el hotel y entregada a los agentes de policía. La mujer fue detenida cuando corrió hacia el cuerpo de Freeling tras la caída de éste. Las autoridades afirmaron que resultó obvio por sus reacciones que estaba «vinculada» de algún modo con Freeling.
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