Michael Connelly - Luna Funesta

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C. Black desea cerrar su historial delictivo para siempre. Trabaja en un concesionario de automóviles de Los Ángeles, pero un hecho inesperado le obliga a jugárselo todo a una carta. Necesita dar un golpe final que le permita realizar el último sueño. Para ello recurre a Leo Renfro, un amigo de los viejos tiempos que le propone participar en un gran robo en Las Vegas. Cassie cree que con su experiencia como ladrona de guante blanco logrará salir airosa de la operación.

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Capítulo 19

Lo primero que notó Jack Karch mientras recorría el casino del Cleopatra fue que la atalaya estaba vacía. Sabía que Vincent Grimaldi no estaría arriba en ese momento, porque conocía el paradero exacto de Grimaldi. No obstante, desde el día de su apertura, tener siempre a alguien en la atalaya había constituido uno de los usos y costumbres del casino. Y siempre significaba veinticuatro horas al día, los siete días de la semana. Cuando no estaba Grimaldi, entonces había algún otro. Karch sabía que todo era imaginería, prestidigitación. La ilusión de seguridad creaba seguridad. No obstante, en ese preciso momento nadie estaba vigilando desde lo alto, y eso significaba que Vincent lo había llamado para algo muy gordo. Darse cuenta de este hecho despertó a Karch mucho más que la taza de café del 7-Eleven que se había tomado por el camino.

Mientras pasaba entre las mesas de juego, serpenteando entre jugadores borrachos que se cruzaban a ciegas en su camino, Karch mantuvo la mirada en la puerta de detrás del púlpito, como si esperase que de un momento a otro alguien saliera de un empujón de la sala de seguridad, ajustándose la corbata mientras ocupaba su posición. Pero no salió nadie y Karch finalmente bajó la mirada al llegar a los ascensores de la torre Euphrates.

El pasillo estaba vacío, salvo por una mujer que sostenía un vaso de plástico con unas monedas. Miró el rostro severo de Karch y se volvió enseguida, tapando el vaso con la mano libre, como para salvaguardar su contenido. Karch apoyó el pie en el tarro de arena que había bajo el botón de llamada y se inclinó como si se dispusiera a atarse los cordones. Lo hizo para dar la espalda a la mujer, pero en lugar de anudarse los zapatos hundió el dedo en la arena negra, recién limpiada de colillas y alisada, hasta dar con la llave magnética que habían dejado allí para él. Se enderezó justo cuando la campanilla anunciaba la llegada del ascensor.

Después de entrar tras la mujer en la cabina, sacudió el polvo de la llave y la utilizó para desbloquear el botón del ático, después de que la mujer pulsase el de la sexta planta. De pie junto a ella, Karch atisbo el contenido del vaso de plástico entre los dedos separados de la mujer. Estaba lleno hasta la mitad de monedas de cinco centavos. Era la última de los últimos, y o bien no quería que él lo supiese o veía en Karch algo sospechoso. Tendría más o menos su edad y el pelo recio; supuso que habría llegado a Las Vegas procedente del sur. Karch era consciente de que su cara hacía que la gente se mostrase cautelosa con él. Tenía facciones muy marcadas, una tez cetrina, a pesar de haberse pasado toda una vida bajo el sol del desierto, y el pelo negro como una limusina. Pero todos estos rasgos quedaban relegados a un segundo plano al lado de sus ojos. Eran del color del hielo y miraban como los de un cadáver.

Karch hurgó en el bolsillo en busca de los cigarrillos. Manteniendo los dedos de la mano derecha unidos como un escudo contra el reflejo, extrajo dos pitillos, haciendo desaparecer uno mientras se pasaba el segundo a la zurda. Temía que su compañera de trayecto protestase ante la mera visión de un cigarrillo, pero la mujer no dijo nada. Entonces realizó expertamente el truco oreja-boca que su padre le había enseñado hacía muchos años. Sosteniendo el segundo cigarrillo entre el índice y el pulgar de la mano izquierda, generó la ilusión de meterse un cigarrillo en la oreja y luego, valiéndose de la mano derecha, sacarlo por la boca y colocarlo en su lugar entre los labios.

Observó el reflejo de la mujer y supo que se había fijado en el truco. Ella se volvió ligeramente como si estuviese a punto de decir algo, pero se contuvo. La puerta se abrió y la mujer bajó en la sexta. Cuando se dirigió hacia la izquierda y las puertas del ascensor empezaron a cerrarse, Karch la llamó.

– Háztelo mirar.

Luego rió para sus adentros mientras las puertas se cerraban cuando la mujer se volvía hacia él.

– La próxima vez vete con tu chatarra a Branson -dijo después de que la cabina reanudara su ascenso.

Karch negó con la cabeza. Hubo un tiempo en que el Cleo era toda una promesa. Sin embargo, se había convertido en el destino de gente de poca monta, un lugar donde la moqueta estaba gastada y la piscina llena de hombres con sandalias y calcetines negros. Se preguntó una vez más qué estaba haciendo, cómo y por qué se había vendido a Vincent Grimaldi.

Diez segundos después bajó en la planta veinte y salió a un pasillo completamente vacío a excepción de un carrito del servicio de habitaciones que alguien había abandonado allí. Al rodearlo para dirigirse hacia la derecha, Karch percibió un olor a rancio.

Se fijó en la primera habitación que pasó. Recordaba la 2001 de mucho tiempo atrás. Había sido en esa habitación donde había cumplido con su primera actuación para Vincent Grimaldi. Karch sintió que había transcurrido mucho tiempo y el recuerdo le molestó. ¿Hasta dónde había llegado desde entonces? No muy lejos. Quizá también él era un perdedor en un palacio de perdedores. Sus pensamientos saltaron al púlpito vacío del casino e imaginó cómo se vería la sala de juego desde allí.

Llegó a la 2014 y abrió con la llave magnética.

Al entrar vio a Grimaldi de pie junto al ventanal de la sala de estar de la suite. Daba la impresión de que estaba mirando más allá de la ciudad, al desierto que se extendía ante las montañas de color de chocolate que se perfilaban en el horizonte. Era un día claro y brillante.

Grimaldi, aparentemente, no había oído entrar a Karch y no se había dado la vuelta. Karch cruzó el recibidor hasta la sala. Se fijó en que las puertas que daban al dormitorio estaban cerradas. La estancia olía a cigarro rancio, a desinfectante y a algo más. Trató de identificar ese olor y su corazón dio un brinco al reconocerlo: pólvora quemada. Quizás esta vez Vincent iba a necesitarlo de verdad.

– ¿Vincent?

Grimaldi dio la espalda al ventanal. Era un hombre de baja estatura, con un rostro en forma de uve, severo y excesivamente bronceado, y una piel que parecía haberse estirado demasiado en los pómulos. El pelo gris estaba perfectamente peinado hacia atrás y lucía un traje de Hugo Boss impecable. Siempre iba vestido como si el casino y hotel que dirigía fuera el Mirage, aunque la realidad era que el Cleopatra se había convertido en un complejo de segunda fila y en decadencia. Su ubicación en el Strip era lo único que lo salvaba, y eso por el momento, porque no cabía duda de que Grimaldi era el capitán de una vieja barcaza en un mar de cruceros de lujo con nombres como Bellagio, Mándala Bay o Venetian.

– Jack, no te había oído. ¿Dónde te habías metido?

Karch no hizo caso de la pregunta. Miró el reloj. Eran las ocho y diez, sólo habían transcurrido cuarenta minutos desde que había recibido el aviso de Grimaldi en el busca, con el código 911 de emergencias al final. Cuarenta minutos no estaba mal, sobre todo si tenía en cuenta la negativa de Grimaldi a adelantarle nada por teléfono.

– ¿Qué pasa?

– Pasa que tenemos un problema muy gordo.

Grimaldi dio un paso adelante y extendió la mano para que Karch le entregara la llave magnética que todavía sostenía. Karch le dio la llave y consideró la posibilidad de encender el cigarrillo, pero decidió esperar.

– Eso me has dicho por teléfono. Ahora estoy aquí. ¿Qué se supone que tengo que hacer, adivinar cuál es el problema, o al final piensas decírmelo?

– No, Jack. Voy a enseñártelo.

Señaló la puerta del dormitorio con la barbilla. Se trataba de un gesto típico de Grimaldi, que siempre economizaba movimientos y palabras.

Karch lo miró un momento, en espera de más explicaciones, pero éstas no llegaron. Se acercó a la puerta del dormitorio, la abrió y entró.

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