Michael Connelly - Luna Funesta
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Cuando hubo extraído la tapa, se colocó una linterna de boli en la boca y apuntó el haz de luz hacia el interior de la cerradura, mientras usaba un destornillador para quitar la arandela del pestillo. Entonces agarró la rueda que accionaba el pestillo con un par de alicates con la punta de goma y lo extrajo de la cerradura, valiéndose de ambas manos. Se inclinó y miró de cerca el interior del mecanismo.
Cassie se quitó la linterna de la boca y exhaló un leve suspiro de alivio. Leo había acertado en que el mecanismo de cierre se basaba en un engranaje de media vuelta para desplazar el pestillo. Pese a saber que eso había constituido un problema seis años antes, los directivos y los servicios de seguridad del hotel habían optado por no asumir el gasto de cambiar las cerraduras de las tres mil habitaciones. Esa antigua decisión permitiría a Cassie quedarse en la suite y completar la instalación. Si hubieran instalado un engranaje de vuelta entera en el mecanismo de cierre, habría tenido que arrancarlo y llevárselo a otro lugar -quizá la bañera de la habitación que quedaba al otro lado del pasillo- y cortarlo con el soplete de acetileno. Sólo entonces reparó en lo afortunada que había sido, puesto que había olvidado el soplete en el maletero del Boxster, en el Aces and Eights.
Cassie volvió a ponerse la linterna en la boca. Colocó la cabeza del destornillador en la ranura del cilindro e hizo girar el engranaje hacia la derecha, un cuarto de vuelta. Luego comprobó su trabajo bajo el haz de luz y colocó el pestillo de nuevo a su lugar. Accionó la cerradura y miró la jamba. El pestillo se extendía hacia fuera, pero llegaba justo al cerradero. Al avanzar el engranaje, había reducido a la mitad el número de dientes que movían el pestillo, con lo cual éste llegaba hasta el cerradero, pero no bloqueaba la puerta.
Hernández sólo podría apercibirse de este hecho si se arrodillaba y miraba la rendija, algo sin duda extremadamente poco probable.
Cassie se levantó y observó a través de la mirilla para asegurarse de que no había nadie en el pasillo. Sólo entonces abrió la puerta. El pestillo apenas entraba en la jamba, pero hacía un leve sonido. Cassie agarró la lima de acero y rápidamente la pasó por la parte del cerradero que el perno había raspado. Entonces dejó la lima, miró de nuevo al pasillo y una vez más cerró y abrió la puerta. En esta ocasión no se produjo ningún sonido.
Después de cerrar la habitación, se puso a trabajar en el cerrojo interior. Quitó los cuatro tornillos que fijaban la armella a la jamba y sacó ésta. Luego pasó el taladro por los agujeros dejados por los tornillos con objeto de ensancharlos. Sacó el tubo de cera para enganchar de la bolsa y aplicó una pizca en la parte posterior de la armella para volver a fijarla en la jamba. Luego se sirvió de más cera de secado rápido para sostener los tornillos en los agujeros ensanchados.
Cassie se sentó sobre los talones y observó la puerta. No había ninguna señal externa de la manipulación de las cerraduras. Sin embargo, con la tarjeta que guardaba en el bolsillo trasero podría entrar en la habitación por más que Hernández utilizara las cerraduras adicionales y su alarma portátil.
El primer paso hacia la preparación de la suite estaba completado.
Cassie consultó su reloj y vio que eran casi las nueve y media. Enrolló el estuche de herramientas y se lo llevó a la habitación junto con la bolsa de deporte y la mochila. Dejó todo en el suelo y se puso manos a la obra. Sacó la cinta conductora y la cámara ALI, colocando esta última en el interior de la tapa de un detector de humo. Luego conectó la pila, la cerró y retiró la hoja adhesiva de la parte posterior. Separó la silla del escritorio, se subió a ella para alcanzar la pared situada sobre la entrada al distribuidor que daba acceso al armario y el cuarto de baño y enganchó el detector de humo en la pared, a una distancia aproximada de treinta centímetros del techo.
El rollo de cinta conductora era tan pequeño como uno de cinta aislante. Era de color claro y tenía dos finos cables de cobre que recorrían la cinta incrustados en el adhesivo. Envolvió el borne del conector con uno de los extremos de la cinta y luego cerró la tapa del detector. Pasó la cinta por la pared hasta el techo más bajo del distribuidor y luego por éste hasta la pared situada sobre el armario. A continuación lo pasó sobre el marco de la puerta y lo metió en el armario, por cuyo interior lo bajó pegado a la puerta hasta el suelo, y luego por el zócalo hasta un lugar oculto detrás de la caja fuerte.
Cassie sacó el transmisor de una de las bolsas y lo colocó detrás de la caja, donde era poco probable que Hernández tuviera motivo alguno para mirar. Cortó la cinta conductora y la enrolló alrededor de uno de los terminales de recepción del transmisor. A continuación, conectó el transmisor y volvió a donde se hallaba su equipo. Allí sacó el receptor-grabador y lo abrió en el suelo. Lo puso en marcha y examinó la tira de cinta adhesiva protectora que Paltz había colocado bajo una línea de botones de frecuencia. Pulsó el botón marcado ALI (I) y en el monitor apareció una panorámica de la habitación con ella misma sentada en el suelo. La imagen era nítida y cubría la casi totalidad de la estancia. Lo más importante era la cama, y proporcionaba una vista perfecta de ella. Se levantó, se acercó a la puerta y apagó las luces, dejando la habitación en una oscuridad sólo rota por la luz de los reflectores en las torres del Cleopatra que se filtraba por las cortinas.
Retrocedió para examinar de cerca la pantalla. La silueta de la cama resultaba apenas visible en la imagen teñida de verde. No era tan buena como había asegurado Paltz, pero tendría que conformarse con eso. Se levantó de nuevo y se acercó a la cortina. La descorrió un par de centímetros para permitir que una esquirla de luz iluminara el centro de la habitación.
La luz añadida bastó para que los detalles de la habitación se definieran de forma más nítida en la pantalla. A Cassie sólo le faltaba encomendarse para que Hernández no notara la pequeña abertura de la cortina y la cerrara antes de acostarse.
Cassie encendió una vez más la luz y regresó con rapidez al armario. Primero debía asegurarse de que en el momento decisivo ella podría meterse en el armario en el que se hallaba la caja fuerte sin que la luz interior se encendiera automáticamente y, posiblemente, despertara al objetivo y la expusiera a ella. No podía limitarse a aflojar la bombilla del techo del armario, porque Hernández podría notarlo y sustituirla o, peor aún, empezar a sospechar. También necesitaba que la luz funcionara para las cámaras que planeaba instalar dentro del armario para grabar a Hernández abriendo la caja fuerte.
Las puertas de lamas del armario se superponían levemente, y un listón de madera de la hoja izquierda cubría la unión entre ambos batientes. Esto significaba que se podía abrir la puerta izquierda sin necesidad de tocar la derecha, en cambio, si se trataba de abrir sólo la derecha, la izquierda se abriría ruidosamente unos centímetros a causa del listón superpuesto. El problema residía en que el interruptor automático de la luz se hallaba en el interior del marco de la hoja izquierda. Un botoncito apretado por el marco superior se soltaba en cuanto la puerta se abría, cerrando el circuito eléctrico que alimentaba la luz.
Cassie abrió el cajón del escritorio y buscó algo con lo que escribir. Encontró un lápiz bien afilado y volvió al armario. En la moldura del marco dibujó una línea vertical en el punto en que se hallaba el interruptor automático.
Sacó una espátula de su utillaje, cerró las puertas del armario y colocó la herramienta plana en la marca de lápiz. Deslizó la espátula hacia abajo, ajustada a la pared, y luego presionó en dirección al marco. Con la otra mano abrió la puerta izquierda unos centímetros y luego abrió por completo la derecha, una vez liberada del listón. Entonces cerró el lado izquierdo, retiró la espátula y entró al armario por el lado derecho.
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