Michael Connelly - El Observatorio

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Una noche aparece un cadáver en un observatorio de las colinas de Hollywood. Aparentemente, se trata de un asesinato común, por lo que el detective de policía Harry Bosch se hace cargo del caso. No obstante, pronto se descubrirá que la víctima, Stanley Kent, trabajaba en el sector clínico y tenía acceso a sustancias radiactivas. Esto convierte un simple homicidio en un asunto de terrorismo. El FBI toma las riendas y empieza una carrera contrarreloj para encontrar a los culpables, pues saben que tienen sustancias peligrosas en su poder y pueden hacer uso de ellas -y provocar una masacre- en cualquier momento. Rachel Walling, agente del FBI y ex pareja de Harry Bosch, pondrá las cosas muy difíciles al detective, pero éste seguirá su instinto y se dará cuenta de que en este caso absolutamente nada es lo que parece.

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De repente, oyó gritos justo delante y dos disparos al aire en rápida sucesión que causaron una estampida humana inmediata. Decenas de compradores y trabajadores llegaron gritando al pasillo donde estaban Bosch y Walling y empezaron a correr hacia ellos. Bosch se dio cuenta de que les iban a arrollar y de que les bloquearían el paso. Con un rápido movimiento hacia su derecha, Bosch agarró a Walling por la cintura y la empujó detrás de uno de los gruesos pilares de hormigón.

La multitud pasó al lado y Bosch se asomó en torno al pilar. El mercado estaba ahora vacío. No había rastro de Maxwell, pero Bosch enseguida detectó movimiento en uno de los expositores frigoríficos que ocupaban la parte delantera de una carnicería, al final del pasillo. Miró otra vez de cerca y se dio cuenta de que el movimiento se producía detrás del expositor.

Mirando a través de los paneles de cristal delantero y trasero del expositor que contenía cortes de buey y cerdo, Bosch atisbo el rostro de Maxwell. Estaba en el suelo, con la espalda apoyada contra una nevera en la parte de atrás de la carnicería.

– Está en la carnicería -le susurró a Walling-. Tú ve a la derecha y por ese pasillo. Podrás salirle por la derecha.

– ¿Y tú?

– Yo iré recto y atraeré su atención.

– O podemos esperar refuerzos.

– Yo no voy a esperar.

– Lo suponía.

– ¿Preparada?

– No, cambiemos. Yo iré de frente y atraeré su atención y tú vas por el lado.

Bosch sabía que era mejor plan, porque ella conocía a Maxwell y Maxwell la conocía a ella. Pero también significaba que Walling afrontaría mayor peligro.

– ¿Estás segura? -preguntó.

– Sí, está bien.

Bosch se asomó por detrás del pilar una vez más y vio que Maxwell no se había movido. Tenía la cara roja y sudorosa. Bosch miró a Walling.

– Sigue ahí.

– Bien. Vamos.

Se separaron y empezaron a avanzar. Bosch recorrió rápidamente el pasillo de cafeterías hasta uno más allá del que terminaba en la carnicería. Cuando llegó al final estaba en una cafetería mexicana con las paredes altas, que le facilitaba protegerse y asomarse para vigilar la carnicería. Disponía de una visión lateral de la zona de detrás del mostrador y vio a Maxwell a seis metros. Estaba repanchingado contra la pared del refrigerador y todavía sostenía el arma con las dos manos. Tenía la camisa completamente empapada de sangre.

Bosch retrocedió para ponerse a cubierto, se armó de valor y salió dispuesto a acercarse a Maxwell. Pero entonces oyó la voz de Walling.

– ¿Cliff? Soy yo, Rachel. Deja que pida ayuda.

Bosch se asomó en la esquina. Walling estaba de pie al descubierto a un metro y medio del mostrador de charcutería, con la pistola al costado.

– No hay ayuda que valga -dijo Maxwell-. Es demasiado tarde para mí.

Bosch reconoció que si Maxwell quería disparar a Walling la bala tendría que atravesar el panel posterior y anterior de vidrio del mostrador de charcutería. Con el frontal dispuesto en ángulo haría falta un milagro para que la bala la alcanzara. Pero los milagros ocurren. Bosch alzó su arma y la sostuvo pegada a la pared; estaba listo para disparar si hacía falta.

– Vamos, Cliff -dijo Walling-. Ríndete. No termines así.

– No hay otra forma.

El cuerpo de Maxwell se sacudió de repente por una tos violenta. Los labios se le llenaron de sangre.

– Joder, ese tipo me ha dado bien -dijo antes de toser otra vez.

– ¿Cliff? -rogó Walling-. Déjame entrar ahí. Quiero ayudar.

– No, si entras voy a…

Las palabras se perdieron cuando él abrió fuego sobre el mostrador de charcutería, haciendo un movimiento de barrido con la pistola y rompiendo las puertas de cristal al hacerlo. Rachel se agachó y Bosch salió y alargó los brazos empuñando el arma a dos manos. Se contuvo de disparar y se concentró en el cañón del arma de Maxwell. Si el cañón se centraba en Walling, iba a volarle la cabeza a Maxwell.

Maxwell bajó el arma a su regazo y empezó a reír. La sangre resbaló por ambas comisuras de su boca creando una imagen de payaso desquiciado.

– Creo… Creo que acabo de matar un costillar.

Se rio nuevamente, pero eso le hizo arrancar a toser una vez más y pareció dolerle mucho. Cuando la tos remitió, habló de nuevo.

– Sólo quiero decir… que fue ella. Ella lo quería muerto. Yo sólo… Yo sólo la amaba, nada más. Ella no me dejó hacer las cosas de otra forma… y yo hice lo que me pedía. Por eso… estoy condenado…

Bosch dio un paso adelante. No creía que Maxwell se hubiera fijado en él todavía. Dio un paso más y entonces Maxwell volvió a hablar.

– Lo siento -dijo-. Rachel, diles que lo siento.

– Cliff -dijo Walling-. Podrás decírselo tú mismo.

Mientras Bosch observaba, Maxwell levantó el arma y se puso el cañón bajo la barbilla. Apretó el gatillo sin dudar. El impacto echó su cabeza hacia atrás y salpicó sangre por la puerta del refrigerador. La pistola cayó en el suelo de hormigón entre sus piernas estiradas. En su suicidio, Maxwell había adoptado la misma posición que su amante, la mujer a la que acababa de matar.

Walling rodeó el expositor frigorífico y se quedó al lado de Bosch. Juntos miraron al agente muerto. Ella no dijo nada. Bosch miró el reloj, era casi la una. Había llevado el caso desde el principio hasta el final en poco más de doce horas. El saldo era de cinco muertos, un herido y uno agonizando por exposición a la radiación.

Y luego estaba él. Bosch se preguntó si iba a formar parte de ese saldo cuando todo terminara. Le ardía la garganta y tenía una sensación de pesadez en el pecho.

Miró a Rachel y vio sangre rodando por su mejilla otra vez. Necesitaría puntos para cerrar la herida.

– ¿Sabes qué? -dijo Bosch-. Te llevaré al hospital si tú me llevas a mí.

Ella lo miró y sonrió con tristeza.

– Añade a Iggy y trató hecho.

Bosch la dejó allí con Maxwell y volvió al edificio del Million Dollar Theater para ver cómo estaba su compañero. Mientras caminaba hacia allí vio llegar unidades de refuerzo por todas partes y que se formaban corros de gente. Bosch decidió que dejaría que los agentes de patrulla se hicieran cargo de las escenas de los crímenes.

Ferras estaba sentado en la puerta abierta de su coche, esperando a la ambulancia. Se sostenía el brazo en un ángulo extraño y claramente estaba sufriendo. La sangre se había esparcido por su camisa.

– ¿Quieres agua? -preguntó Bosch-. Tengo una botella en el maletero.

– No, sólo quiero esperar. Ojalá ya estuvieran aquí.

La característica sirena de una ambulancia de bomberos se oía en la distancia, acercándose.

– ¿Qué ha pasado, Harry?

Bosch se apoyó en el lateral del coche y le contó que Maxwell acababa de suicidarse cuando se le acercaban.

– Una manera horrible de morir, supongo -dijo Ferras-. Acorralado así.

Bosch asintió, pero permaneció en silencio. Mientras esperaban, sus pensamientos lo llevaron por calles y subieron la colina hasta el observatorio donde la última cosa que vio Stanley Kent fue la ciudad que se extendía ante él en hermosas luces temblorosas. Quizá a Stanley le pareció que el cielo le estaba esperando al final.

Pero, pensó Bosch, no importa si mueres acorralado en una carnicería o en un mirador con vistas a las luces del cielo. Ya no estás y el final no era la parte que importaba. «Todos estamos bordeando el desagüe -pensó-. Algunos están más cerca del agujero negro que otros; algunos lo verán venir, y otros no tendrán ninguna pista cuando la resaca los agarre y los arrastre a la oscuridad para siempre. Lo importante es luchar. No parar de dar patadas. Resistirse siempre a la resaca.»

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