Walling miró por la carpeta hasta que encontró la foto del mensaje de correo. Ella la miró con intensidad. Bosch vio el reconocimiento apareciendo en sus ojos.
– Ahora, ¿qué ves?
– El albornoz -dijo con excitación-. Cuando la dejamos que se vistiera, fue al armario a coger el albornoz. ¡No había ningún albornoz en el sillón!
Bosch asintió y empezaron a repasar la historia.
– ¿Qué nos dice eso? -preguntó Bosch-. ¿Que estos considerados terroristas colgaron el albornoz en el armario después de tomar la foto?
– O que quizá la señora Kent fue atada dos veces y movieron el albornoz entre tanto.
– Y mira otra vez la foto. El reloj de la mesita está desconectado.
– ¿Por qué?
– No lo sé, pero quizá no querían preocuparse por tener ninguna impresión de tiempo en la foto. Quizá la primera foto ni siquiera se tomó ayer. Quizá es de hace dos días o dos semanas.
Rachel asintió y Bosch sabía que la había convencido definitivamente.
– La ataron una vez para la foto y luego otra vez para el rescate -dijo.
– Exactamente. Y eso le dio libertad para ayudar con el plan en el mirador. Ella no mató a su marido, pero estaba allí, en el otro coche. Y una vez que Stanley estuvo muerto, tiraron el cesio y aparcaron el coche delante de la casa de Samir, ella y su compañero volvieron a la casa y él la volvió a atar.
– Entonces no se había desmayado cuando llegamos allí. Era una actuación y parte del plan. Y mojar la cama fue un bonito detalle que ayudó a que nos lo tragáramos todo.
– El olor de orina también disimulaba el olor de zumo de uva.
– ¿Qué quieres decir?
– Los hematomas en las muñecas y los tobillos. Ahora sabemos que no estuvo atada durante horas, pero aun así tenía moratones. Hay una botella abierta de zumo de uva en la nevera y toallas de papel empapadas con eso en el cubo de basura. Usó el zumo de uva para simular los moratones.
– Oh, Dios mío, no puedo creerlo.
– ¿Qué?
– Cuando estuve en la sala de interrogatorios con ella en Táctica. Ese espacio reducido… Me pareció oler a uva en la sala. Pensé que alguien había estado allí antes que nosotros y había estado bebiendo zumo de uva. ¡Lo olí!
– Ahí está.
Ya no había duda. Bosch la había convencido. Pero entonces la sombra de preocupación y duda apareció en la cara de Walling como una nube de verano.
– ¿Y el móvil? -preguntó ella-. Estamos hablando de un agente federal. Para actuar sobre esto necesitamos todo, incluso un móvil. No podemos dejar nada al azar.
Bosch estaba preparado para la pregunta.
– Viste el motivo. Alicia Kent es una mujer hermosa. Jack Brenner la quería y Stanley Kent estaba en medio.
Los ojos de Walling se abrieron de asombro. Bosch insistió con su tesis.
– Ése es el móvil, Rachel. Tú…
– Pero él…
– Déjame acabar. Funciona así: tú y tu compañero aparecéis aquí el año pasado para advertir a los Kent de su ocupación. Algún tipo de vibración se intercambia entre Alicia y Jack. Él se interesa, ella se interesa. Quedan para tomar café o una copa y una cosa lleva a la otra. Empieza una aventura, y dura. Y luego se prolonga hasta el punto de hacer algo. Dejar al marido, o deshacerse de él porque hay un seguro y media compañía en juego. Eso es suficiente motivo, Rachel, y de eso trataba el caso. No se trata de cesio ni de terrorismo ni de ninguna otra cosa. Es la ecuación básica: sexo y dinero igual a asesinato. Nada más.
Walling frunció el ceño y negó con la cabeza.
– No sabes de qué estás hablando. Jack Brenner está casado y tiene tres hijos; por eso lo quería de compañero. Es estable, aburrido y no interesado. No era…
– Todos los hombres están interesados. No importa que estén casados ni cuántos hijos tengan.
Ella habló lentamente.
– ¿Puedes escuchar ahora y dejarme hablar a mí? Te equivocas con Brenner. No conocía a Alicia Kent antes de esto. No era mi compañero cuando llegué el año pasado y nunca te he dicho que lo fuera.
Bosch se sintió sobresaltado por la noticia. Había supuesto que su actual compañero lo era también el año anterior. Había tenido la imagen de Brenner cargada en su mente mientras relataba la historia.
– Entonces, ¿quién era tu compañero el año pasado? -preguntó.
– Cambié de compañero y me uní con Jack al empezar el año. Básicamente, estaba cansada de que el otro me acosara. Quería seguir adelante.
– ¿Quién era, Rachel?
Ella le sostuvo la mirada un buen rato.
– Era Cliff Maxwell.
Harry Bosch casi rio, pero estaba demasiado asombrado para hacer nada salvo negar con la cabeza. Rachel Walling le estaba diciendo que Cliff Maxwell era el cómplice de Alicia Kent en el asesinato.
– No puedo creerlo -dijo finalmente-. Hace cuatro horas he tenido al asesino esposado en el suelo aquí mismo.
Rachel parecía mortificada al darse cuenta de que el asesinato de Stanley Kent era un trabajo interno y que el robo del cesio no era nada más que una maniobra de distracción muy bien concebida.
– ¿Ahora ves el resto? -preguntó Bosch-. ¿Sabes cómo lo pensaban hacer? El marido está muerto y Cliff empieza a venir por compasión y porque está en el caso. Empiezan a salir, se enamoran y nadie levanta una ceja. Todavía están intentando buscar a Moby y El-Fayed.
– ¿Y si alguna vez cogemos a esos tipos? -dijo Walling, retomando la historia-. Podrían negar ser parte de esto hasta que Osama bin Laden se muera de viejo en una cueva, pero ¿quién iba a creerles? No hay nada más ingenioso que involucrar a terroristas en un crimen que no cometieron. No pueden defenderse.
Bosch asintió.
– Un crimen perfecto -dijo-. La única razón de que saltara es que Digoberto Gonzalves vio ese contenedor. Sin él todavía estaríamos persiguiendo a Moby y El-Fayed, pensando que usaron la casa de Samir como piso franco.
– Entonces, ¿qué hacemos ahora, Bosch?
Bosch se encogió de hombros, pero enseguida respondió:
– Diría que montemos una ratonera clásica. Los ponemos en dos salas, hacemos sonar la campana y les decimos que el primero en hablar se queda con el trato. Yo apostaría por Alicia. Se quebrará y lo entregará, probablemente lo culpará de todo, dirá que ella estaba actuando bajo su influencia y control.
– Algo me dice que tienes razón. Y la verdad es que no creo que Maxwell sea lo bastante listo para concebir esto. Trabajé con… -Su móvil empezó a sonar. Ella lo sacó del bolsillo y miró la pantalla-. Es Jack.
– Averigua dónde está Maxwell.
Walling contestó la llamada y primero respondió algunas preguntas respecto al estado de Bosch, diciéndole a Brenner que estaba bien, pero que se estaba quedando afónico por el dolor de garganta. Bosch se levantó a buscar otra botella de agua, pero escuchó desde la cocina. Walling, como si tal cosa, llevó la conversación hacia Maxwell.
– Eh, por cierto, ¿dónde está Cliff? Quería hablar con él por ese asunto con Bosch en el pasillo. No me gustó lo que…
Walling se calló y escuchó la respuesta, y Bosch vio que los ojos de la agente inmediatamente se ponían alerta. Algo iba mal.
– ¿Cuándo ha sido eso? -preguntó ella.
Walling escuchó otra vez y se levantó.
– Escucha, Jack, he de colgar. Creo que están a punto de dar de alta a Bosch. Te llamaré en cuanto termine aquí. -Cerró el teléfono y miró a Bosch.
– ¿Qué ha dicho?
– Ha dicho que había demasiados agentes en la escena de recuperación del cesio. Han venido casi todos los del centro y estaban esperando al equipo de radiación. Así que Maxwell se presentó voluntario para recoger al testigo en el Mark Twain. Nadie había llegado allí, porque yo desvié al equipo de recogida original.
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