Michael Connelly - El Observatorio

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Una noche aparece un cadáver en un observatorio de las colinas de Hollywood. Aparentemente, se trata de un asesinato común, por lo que el detective de policía Harry Bosch se hace cargo del caso. No obstante, pronto se descubrirá que la víctima, Stanley Kent, trabajaba en el sector clínico y tenía acceso a sustancias radiactivas. Esto convierte un simple homicidio en un asunto de terrorismo. El FBI toma las riendas y empieza una carrera contrarreloj para encontrar a los culpables, pues saben que tienen sustancias peligrosas en su poder y pueden hacer uso de ellas -y provocar una masacre- en cualquier momento. Rachel Walling, agente del FBI y ex pareja de Harry Bosch, pondrá las cosas muy difíciles al detective, pero éste seguirá su instinto y se dará cuenta de que en este caso absolutamente nada es lo que parece.

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– ¿Y el FBI? -inquirió Ferras.

– ¿Qué pasa con ellos?

– ¿Lo saben?

– No lo he preguntado.

– ¿Y la reunión de las diez?

– Supongo que nos preocuparemos por eso a las diez.

Llegaron a Silver Lake Boulevard en cinco minutos y Bosch giró al norte. Esa parte de la ciudad tomaba su nombre del embalse de Silver Lake que se hallaba en medio de ese barrio de clase media de búngalos y casas construidas después de la Segunda Guerra Mundial con vistas al lago artificial.

Al acercarse al centro recreativo, Bosch vio dos todoterrenos negros que reconoció como los vehículos característicos de la OSN. Nunca había problema para conseguir financiación para una unidad que supuestamente perseguía a terroristas. Había asimismo dos coches patrulla y un camión municipal de recogida de basura. Bosch aparcó detrás de uno de los coches patrulla, y Ferras y él bajaron del coche.

Había un grupo de diez hombres con ropa de faena negra -también característica de la OSN- reunidos en torno a la puerta trasera plegable de uno de los todoterrenos. Bosch se acercó a ellos, con Ferras siguiéndolo a un par de pasos. Su presencia fue percibida inmediatamente y los congregados se separaron para allanar el camino hacia el capitán Don Hadley, sentado en la puerta. Bosch no lo conocía en persona, pero lo había visto con suficiente frecuencia en televisión. Era un hombre grande, con el pelo castaño. Tenía unos cuarenta años y parecía que se había pasado la mitad de ellos entrenando en el gimnasio. Su tez rubicunda le daba la apariencia de alguien exhausto o que estaba conteniendo el aliento.

– ¿Bosch? -preguntó Hadley-. ¿Ferras?

– Soy Bosch. Él es Ferras.

– Colegas, me alegro de tenerles aquí. Creo que vamos a cerrar el caso y se lo vamos a entregar con un lazo en breve. Sólo estamos esperando a que uno de mis chicos traiga la orden para proceder.

Se levantó y señaló a uno de sus hombres. Hadley tenía un inequívoco aire de seguridad.

– Pérez, confirma esa orden, haz el favor. Estoy cansado de esperar. Luego comprueba el PO y ve a ver qué está ocurriendo allí. -Volviéndose hacia Bosch y Ferras añadió-: Vengan conmigo.

Hadley se apartó del grupo, seguido de Bosch y Ferras. El capitán los condujo a la parte de atrás del camión de basura para poder departir con ellos lejos del grupo. Hadley adoptó una pose de mando, colocando el pie en la parte de atrás del camión y apoyando el codo en la rodilla. Bosch se fijó en que llevaba un arma en una cartuchera fijada con una correa en torno a su grueso muslo derecho, como un pistolero del antiguo oeste, salvo que llevaba una semiautomática. Estaba mascando chicle sin 140 tratar de ocultarlo.

Bosch había oído muchas historias sobre Hadley. Ahora tenía la sensación de que iba a convertirse en parte de una de ellas.

– Quería que estuvieran aquí para esto -dijo Hadley.

– ¿Qué es esto exactamente, capitán? -repuso Bosch.

Hadley juntó las manos antes de hablar.

– Hemos localizado el Chrysler 300 aproximadamente a dos manzanas y media de aquí, en una calle que bordea el estanque. Las placas de matrícula coincidían con la orden y yo mismo examiné el vehículo. Es el coche que hemos estado buscando.

Bosch asintió con la cabeza. Esa parte estaba bien, pensó. ¿Y el resto?

– El vehículo está aparcado delante de una casa propiedad de un hombre llamado Ramin Samir -continuó Hadley-. Es un tipo al que le echamos el ojo hace unos años. Una persona de auténtico interés para nosotros, podría decir.

El nombre le sonaba familiar a Bosch, pero al principio no logró situarlo.

– ¿Por qué es de interés, capitán? -preguntó.

– El señor Samir es un conocido defensor de ciertas organizaciones religiosas que quieren herir a los americanos y dañar nuestros intereses. Y lo que es peor, enseña a nuestra juventud a odiar a su propio país.

La última parte le disparó el recuerdo y Bosch logró atar cabos.

No podía recordar de qué país de Oriente Próximo era, pero Bosch recordaba que Ramin Samir había sido profesor visitante de política internacional en la Universidad del Sur de California y se había echado fama por defender opiniones antiestadounidenses en las aulas y en los medios.

Causaba olas en los medios antes de los atentados del 11-S, pero después de eso se convirtieron en un tsunami. Postulaba abiertamente que los atentados estaban justificados por la intrusión y agresión de Estados Unidos en todo el planeta. Consiguió aprovechar la atención que esto le atrajo para convertirse en personaje objetivo de los medios cada vez que éstos necesitaban una cita o un fragmento de audio antiamericano. Denigraba la política de Estados Unidos hacia Israel, se oponía a la acción militar en Afganistán y calificaba la guerra en Irak de una mera expoliación de petróleo.

El papel de Samir como agitador le valió unas pocas apariciones como invitado en programas de debate de noticias de las televisiones por cable, donde todos se gritaban unos a otros. Era el complemento ideal tanto para la derecha como para la izquierda, y siempre estaba dispuesto a levantarse a las cuatro de la mañana para salir en los programas matinales del domingo en el este.

Entre tanto, usó su escaparate y celebridad para ayudar a fundar, dentro y fuera de la universidad, diversas organizaciones que rápidamente fueron acusadas por grupos conservadores y por medios de comunicación de estar relacionadas, al menos tangencialmente, con organizaciones terroristas y el yihadismo antiamericano. Algunos incluso insinuaban que tenía vínculos con el gran maestre del terror, Ossama bin Laden. Había sido investigado en diversas ocasiones, pero Samir no había sido acusado de ningún delito. No obstante, fue expulsado de la Universidad del Sur de California por un tecnicismo: no había afirmado que sus opiniones eran a título personal y no de su cátedra cuando escribió un artículo de opinión para Los Ángeles Times que sugería que la guerra de Irak era un genocidio de musulmanes planeado por Washington.

A Samir se le acabaron los quince minutos de fama. Finalmente fue excluido de los medios, que lo calificaron de provocador narcisista que hacía declaraciones descabelladas para atraer la atención más que comentar reflexivamente las cuestiones del día. Al fin y al cabo, incluso había llamado a una de sus organizaciones YMCA -Young Muslim Cause in America-, sólo para que la organización juvenil cristiana largamente establecida y conocida internacionalmente con las mismas siglas presentara una demanda que atrajera atención.

La estrella de Samir declinó y él desapareció de los medios; Bosch no recordaba cuándo fue la última vez que lo había visto en la tele o en el periódico. Pero dejando de lado la retórica, el hecho de que Samir nunca fuera acusado de un delito en un período en que el clima en Estados Unidos estaba caldeado por el miedo a lo desconocido y el deseo de venganza, siempre había indicado a Bosch que no había causa. Si hubiera habido fuego detrás del humo, Samir estaría en una celda de prisión o tras un muro en la bahía de Guantánamo. Pero ahí estaba, viviendo en Silver Lake, y Bosch era escéptico con las afirmaciones de Hadley.

– Recuerdo a este tipo -dijo-. Era sólo un charlatán, capitán. Nunca hubo ningún vínculo sólido entre Samir y…

Hadley levantó un dedo como un profesor que pide silencio.

– Nunca se estableció un vínculo sólido -le corrigió pero eso no significa nada. Este tipo recauda dinero para la Yihad Palestina y para otras causas musulmanas.

– ¿ La Yihad Palestina? -preguntó Bosch ¿Qué es eso? ¿Y qué causas musulmanas? ¿Está diciendo que las causas musulmanas no pueden ser legítimas?

– Mire, lo único que estoy diciendo es que éste es un mal tipo y tiene un coche que se ha usado para un homicidio y un robo de secio delante de su casa.

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