– Sí, señor. Muy claro.
El jefe miró al aparador de cristal en el que guardaban las bandejas de donuts.
– Y, por cierto, ¿cómo sabía que estaría aquí? -preguntó.
Bosch se encogió de hombros.
– No lo recuerdo. Sólo sé que lo sabía.
Entonces se dio cuenta de que el jefe podría estar pensando que la fuente de Bosch podría ser su antigua compañera.
– No ha sido Kiz, si es lo que está pensando, jefe -dijo rápidamente-. Es sólo algo que se sabe; corre la voz por el departamento.
El jefe de policía asintió.
– Lástima -dijo-. Me gustaba este sitio. Bien situado, buenos donuts y el señor Ming que me cuida. Una pena.
Bosch se dio cuenta de que el jefe tendría que cambiar ahora su rutina. No le convenía que se supiera dónde y cuándo podían encontrarlo.
– Lo siento, señor -dijo Bosch-. Pero si me permite una recomendación, hay un sitio en el Farmer's Market llamado Bob's Donuts. Está un poco a contramano, pero merece la pena por el café y los dulces.
El jefe asintió reflexivamente.
– Lo tendré en cuenta. Ahora dígame, ¿qué es lo que quiere de mí, detective Bosch?
Bosch hizo un gesto de asentimiento. Hora de ponerse en faena.
– He de investigar el caso hasta donde me lleve, y para hacerlo necesito acceso a Alicia Kent y al socio de su marido, un tipo llamado Kelber. Los federales los tienen a los dos y creo que mi ventana de acceso se cerró hace cinco horas.
Después de una pausa, Bosch fue al meollo de la reunión improvisada.
– Por eso estoy aquí, jefe. Necesito acceso. Supongo que puede conseguírmelo.
El jefe asintió con la cabeza.
– Además de mi posición en el departamento, formo parte del operativo antiterrorista. Puedo hacer algunas llamadas, armar un buen lío y probablemente abrir la ventana. Como he dicho antes, ya tenemos a la unidad del capitán Hadley en esto y quizás él pueda abrir los canales de comunicación. Nos han marginado de estas cosas en el pasado, y puedo montar follón al respecto, llamar al director.
Bosch asintió. Todo parecía indicar que el jefe iba a jugar en su equipo.
– Pero ¿sabe qué es el reflujo, detective?
– ¿Reflujo?
– Es una afección en la cual toda la bilis te vuelve a la garganta. Arde, detective.
– Ah.
– Lo que le estoy diciendo es que si tomo estas medidas y le consigo esta ventana de oportunidad, no quiero ningún reflujo. ¿Me entiende?
– Entiendo.
El jefe se limpió la boca otra vez y puso la servilleta en la bolsa rasgada. La arrugó en una bola, con cuidado de no derramar azúcar glas en su traje negro.
– Haré las llamadas, pero va a ser complicado. No ve aquí el aspecto político, ¿eh, Bosch?
Bosch lo miró.
– ¿Señor?
– El panorama general, detective. Lo ve como una investigación de homicidio, cuando realmente hay mucho más que eso. Ha de entender que al gobierno federal le viene de perlas que este asunto del mirador forme parte de una trama de terrorismo. Una amenaza nacional bona fide iría muy bien para desviar la atención pública y facilitar la presión en otras áreas. La guerra se ha ido al cuerno, las elecciones fueron un desastre. Está lo de Oriente Próximo, el precio de la gasolina por las nubes y los índices de aprobación del presidente por los suelos. La lista sigue y sigue, y aquí habría una oportunidad de redención; una ocasión para enmendar errores del pasado, de cambiar la opinión y la atención de la población.
Bosch asintió.
– ¿Está diciendo que podrían intentar mantener esto en marcha, incluso exagerar la amenaza?
– No estoy diciendo nada, detective. Sólo estoy tratando de ampliar su perspectiva. En un caso como éste, hay que ser consciente del paisaje político. No puede entrar como un elefante en una cristalería, lo cual en el pasado fue su especialidad.
Bosch asintió.
– No sólo eso, también ha de considerar la política local -continuó el jefe-. Hay un hombre en el ayuntamiento que está al acecho de todos mis pasos.
El jefe se refería a Irvin Irving, largo tiempo subdirector del departamento cuya salida había forzado. Se había presentado con éxito a una concejalía y ahora era el crítico más severo del departamento y el jefe.
– ¿Irving? -dijo Bosch-. Sólo tiene un voto en el ayuntamiento.
– Sabe muchos secretos, y eso le ha permitido empezar a construir una base política. Me envió un mensaje después de su elección con sólo una palabra: «Espéreme». No convierta esto en algo que pueda usar, detective.
El jefe se levantó, preparado para irse.
– Piense en esto y sea cuidadoso -dijo-. Recuerde, ningún reflujo. Sin retrocesos.
– Sí, señor.
El jefe se volvió e hizo una señal a su chófer. El hombre fue a la puerta y la sostuvo para su superior.
Bosch no habló hasta que salieron del aparcamiento. Decidió que a esa hora del día la autovía de Hollywood estaría desbordada por la gente que entraba a trabajar y que se circularía mejor por las calles de superficie. Creía que Sunset sería la vía más rápida al centro.
Ferras sólo tardó dos manzanas en preguntar qué había ocurrido en la cafetería.
– No te preocupes, Ignacio. Todavía tenemos el empleo.
– Entonces, ¿qué ha pasado?
– Dijo que tenías razón. No debería haberme saltado la cadena de mando, pero también ha dicho que haría unas llamadas y trataría de allanar el terreno con los federales.
– Supongo que ya veremos, pues.
– Sí, ya veremos.
Circularon en silencio durante un rato hasta que Bosch sacó a relucir el plan de su compañero de solicitar una nueva pareja.
– ¿Vas a hablar con el teniente?
Ferras hizo una pausa antes de responder. Se sentía incómodo con la pregunta.
– No lo sé, Harry. Pienso que sería lo mejor; lo mejor para los dos. Quizá trabajas mejor con mujeres.
Bosch casi rio. Ferras no conocía a Kiz Rider, su última compañera. Ella nunca estuvo de acuerdo en estar de acuerdo con Harry. Como Ferras, protestaba cada vez que Bosch se ponía en plan perro alfa con ella. Estaba a punto de aclarárselo a Ferras cuando su teléfono móvil empezó a sonar. Era el teniente Gandle.
– Harry, ¿dónde estás?
Su voz era más alta y más urgente de lo normal. Estaba nervioso por algo, y Bosch se preguntó si ya se habría enterado de la reunión en el Donut Hole. ¿Lo había traicionado el jefe?
– Estoy en Sunset. Vamos para allá.
– ¿Ya habéis pasado por Silver Lake?
– Todavía no.
– Bien. Dirigíos a Silver Lake. Id al centro recreativo, al pie del embalse.
– ¿Qué pasa, teniente?
– Han encontrado el coche robado de Kent. Hadley y su gente ya están allí preparando el puesto de mando. Han requerido a los agentes del caso en la escena.
– ¿Hadley? ¿Por qué está ahí? ¿Por qué hay allí un puesto de mando?
– La oficina de Hadley ha recibido el chivatazo y lo ha comprobado antes de decidir darnos la pista. El coche está aparcado delante de una casa que pertenece a una persona de interés. Os quiere en la escena.
– ¿Persona de interés? ¿Qué significa eso?
– La casa es la residencia de una persona en la cual la OSN está interesada; una especie de sospechoso de simpatizar con el terrorismo. No tengo todos los detalles. Ve allí, Harry.
– Muy bien. Estoy en camino.
– Llámame y cuéntame qué está ocurriendo. Si me necesitas allí avisa.
Por supuesto, Gandle no quería realmente salir de la oficina para ir a la escena. Eso lo retrasaría en sus obligaciones de control y burocracia. Bosch cerró el teléfono y trató de aumentar la velocidad, pero el tráfico era demasiado denso. Informó a Ferras de lo poco que había averiguado mediante la llamada telefónica.
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