John Katzenbach - Un Asunto Pendiente

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Megan y Duncan Richards son gente normal. Él es banquero; ella, agente inmobiliaria. Tienen dos hijas adolescentes y un hijo. Viven en una casa preciosa. Todo indica que sus días de activistas políticos, allá por 1968, han quedado muy atrás. Después de todo, cualquiera que fuera joven en 1968 tiene un pasado activista.
Pero Megan y Duncan son distintos. Ellos fueron un poco más lejos. Empujados por una hermosa mujer que se hacía llamar Tania y que dirigía un grupo radical llamado la Brigada de Phoenix, tomaron parte en un robo que, según Tania, sería sencillo y sin derramamiento de sangre, pero no fue así. Desde entonces han pasado 18 años.
Y ahora, cuando los Richards disfrutan de su tranquilidad familiar, Tania está a punto de salir de la cárcel. Lleva 18 años planeando cómo vengarse de las dos personas a las que culpa de lo que ocurrió aquel día. Su venganza será dulce, será perversa. Empezará por su hijo…

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– ¿Justo? -preguntó Olivia con expresión de sarcástico asombro.

– Ya sabes lo que quiero decir -reculó Bill.

– ¿Qué deberíamos hacer con ellos? -preguntó Olivia.

– Matarlos -contestó Ramón.

– Soltarlos -dijo Bill mirando furioso a Ramón-. No pensé que fueras así.

Ramón le contestó gritando:

– ¡No pienso arriesgar mi vida por ellos! Pueden describirnos y no tengo intención de pasarme los próximos diez años como tú, mirando detrás del hombro para ver si me siguen. Quiero ser libre y eso significa nada de testigos, es así de fácil.

– Sí, muy fácil. Como tú dices, los matamos -dijo Bill sarcástico-. ¿Y entonces qué impedirá a Duncan o a Megan pasarse el resto de sus vidas buscándonos? Y si nosotros hemos sido capaces de encontrarlos, ¿qué te hace pensar que ellos no podrán? ¡Dios, mira que eres estúpido!

– Si es que tienen el resto de sus vidas -interrumpió Olivia.

– ¡Dios! -dijo Bill lleno de exasperación-. ¿Qué estás sugiriendo? ¿Un numerito a lo Charlie Manson? Esto no nos lleva a ninguna parte, yo no estoy dispuesto a asesinar a niños y ancianos, eso te lo aseguro. Tampoco quería matar a ese tipo en California, pero era tu gran plan y yo lo seguí. Pero no con un niño, además es un buen chico.

– No tendrás que hacerlo -dijo Ramón-. No todos tenemos esos escrúpulos, ni estamos tan acobardados…

– ¡Te voy a decir de lo que no estoy acobardado, hijo de puta! ¡De ti! ¡Tú sí que no me das miedo!

– Pues deberías, imbécil. ¿No te das cuenta de que vas a joderlo todo con ese ataque de sentimentalismo? ¡Ésta es mi gran oportunidad y no pienso dejar que ningún marica ex hippy me la joda!

Lewis se lanzó hacia su ex amante con los puños cerrados, pero éste saltó de la silla y tomó su revólver.

– ¡Paren ya! -gritó Olivia.

Ambos se detuvieron y la miraron. Ella los señaló a los dos.

– Van a hacer lo que yo les diga y cuando yo lo diga. Éste es mi espectáculo, y yo les diré cuándo se acaba.

Los dos hombres seguían mirándola.

– Y entonces, ¿qué vamos a hacer? ¿Matarlos a todos? -escupió Bill.

– Sea lo que sea hagámoslo ya y larguémonos -dijo Ramón.

Olivia valoró la capacidad que tenía cada uno de los dos para enfrentarse a sus órdenes. Están cansados y tensos, pensó. Tengo que darles lo que creen que quieren, y después hacer lo que yo quiero.

– De acuerdo -dijo en tono de maestra paciente explicando la lección-. Los dos están de acuerdo en que quieren que esto se termine, ¿no?

Ambos asintieron intercambiando miradas de furia.

– Y yo creo que Duncan todavía nos debe algo. -Mucho, pensó.

Seguían con los ojos fijos en ella y expresión incómoda, y notó que no se miraban entre sí. Es hora de tender la trampa, pensó, y sonrió.

– Ahora hagan el favor de tranquilizarse. ¿Ha salido algo mal hasta ahora? ¿Acaso no pasé años planeándolo hasta el último detalle?

Asintieron de nuevo y parecieron algo aliviados.

– Bien, pues éste es uno de los detalles a los que he dedicado más tiempo, el remate final, y no puede fallar. Escuchen: esta noche llamaré a Duncan, justo cuando esté a punto de volverse completamente loco y le diré que se reúna con nosotros mañana por la mañana en algún sitio bonito y aislado. Entonces le diré que no ha terminado de pagar. Para las ocho y cuarto habremos salido de aquí y a mediodía estaremos a bordo de un avión. ¿Qué les parece?

Olivia miró a los dos hombres, que seguían todavía algo reacios, aunque sólo un poco.

– Sigo pensando que deberíamos matarlos y salir de aquí -musitó Ramón.

– Muy inteligente -dijo Bill-. Suena bien, Olivia, pero ¿por qué esperar hasta la noche?

– Porque es cuando será más vulnerable, con la oscuridad la gente siempre se pone más nerviosa. El mundo parece más pequeño, más peligroso.

– Pero escucha, podríamos salir ahora mismo y llamar desde donde estemos. No tiene por qué ser desde aquí.

– Sí tiene -replicó Olivia-. ¿Crees que no se daría cuenta? Estar tan cerca de ellos es lo que los pone realmente nerviosos, saber que en cualquier momento podemos subir al piso de arriba y matar a nuestros rehenes. Con la combinación de todo, el tiempo, la espera, la oscuridad, la amenaza, Duncan hará cualquier cosa que le pidamos.

– ¿Y cómo lo haremos?

– Muy fácil -dijo Olivia-. Mi plan es mandarlo a algún lugar dejado de la mano de Dios y dejar a nuestros dos rehenes arriba. Llegado un momento se darán cuenta de que están solos, pero para entonces nosotros ya estaremos lejos. Simplemente nos iremos sin hacer ruido y dejaremos la puerta abierta; al viejo le llevará algún tiempo forzar la cerradura y después tendrá que arreglárselas para salir de aquí. Cortaremos el teléfono y tal vez los dejemos sin zapatos. Para cuando consiga contactar con Duncan y Megan nosotros estaremos en el aeropuerto de Boston de camino a algún sitio cálido. Luego, cuando hayamos gastado el dinero, haremos una escapadita a Greenfield y visitaremos a nuestro banquero particular. No querrá volver a pasar por todo esto, lo conozco. El matemático elegirá la forma más rápida de librarse de nosotros y nos dará el dinero. Fin de la historia. Hasta que volvamos a necesitar más, y más, y más.

Ramón se encogió de hombros, pero Bill parecía aliviado.

– Tienes razón -dijo-. Ese cabrón estará pagándonos toda la vida. Y además no estamos dejando testigos, simplemente recordatorios. Así no olvidará nunca qué fácil nos resultó secuestrarlos y que podríamos hacerlo de nuevo.

– ¡Ah! -dijo Olivia riendo-. Veo que vas aprendiendo.

– Yo sigo pensando que no deberíamos dejar testigos -intervino Ramón.

Olivia tardó unos segundos en contestar.

– ¿Vas a obligarme a insistir? -preguntó llevándose una mano al revólver.

Ramón se encogió de hombros y Olivia lo miró más fijamente todavía.

– No -contestó al fin.

– Bien -dijo Olivia. Se levantó y caminó hasta donde estaba Bill, le acarició una mejilla y después le dio una palmadita-. Te estás ablandando -dijo sonriendo-. Cuando empezamos esto ya sabíamos que podría haber muertos. -Entonces le hundió un dedo en el estómago con fuerza.- Tienes que ser fuerte, no un blando.

Bill negó con la cabeza, pero Olivia levantó la mano y le asió la barbilla obligándolo a asentir.

Ramón rio y Olivia sonrió, al igual que Bill mientras se frotaba la barbilla en el lugar donde Olivia lo había sujetado.

– Supongo que tienes razón -dijo-. Tengo que hacerte caso.

– Eso facilitaría las cosas -contestó Olivia dándole una palmada cariñosa en el cuello-. Bien, ahora súbeles la comida a nuestros huéspedes y diles que todavía tendrán que esperar un poco, pero no entres en detalles. Dales algo de esperanza, les ayudará a ser pacientes.

Bill asintió y salió de la habitación. Ramón se disponía a seguirlo pero se detuvo al ver a Olivia, que lo miraba fijamente con expresión dura, la mandíbula adelantada, los ojos entrecerrados y ordenándole sin palabras que no se moviera de allí. Un segundo después oyeron los pasos de Bill escaleras arriba.

– ¿Sí? -preguntó Ramón.

– El plan funcionará también con la solución que tú propones.

– ¿Ah, sí? Pero pensé…

– El dinero es una cosa -dijo Olivia-. Y la venganza otra. Ramón asintió, sonriendo.

Olivia se acercó más a él y le deslizó una mano por los enredados cabellos.

– Tú piensas más como yo -dijo-. Eres lo suficientemente duro y ves las cosas como realmente son, no entiendo cómo no me di cuenta antes.

Ramón sonrió.

– ¿Pero cuándo? Quiero decir, Bill cree…

– No hasta mañana por la noche, justo antes de irnos. Bill se pondrá furioso, así que estate preparado.

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