– ¿Justo? -preguntó Olivia con expresión de sarcástico asombro.
– Ya sabes lo que quiero decir -reculó Bill.
– ¿Qué deberíamos hacer con ellos? -preguntó Olivia.
– Matarlos -contestó Ramón.
– Soltarlos -dijo Bill mirando furioso a Ramón-. No pensé que fueras así.
Ramón le contestó gritando:
– ¡No pienso arriesgar mi vida por ellos! Pueden describirnos y no tengo intención de pasarme los próximos diez años como tú, mirando detrás del hombro para ver si me siguen. Quiero ser libre y eso significa nada de testigos, es así de fácil.
– Sí, muy fácil. Como tú dices, los matamos -dijo Bill sarcástico-. ¿Y entonces qué impedirá a Duncan o a Megan pasarse el resto de sus vidas buscándonos? Y si nosotros hemos sido capaces de encontrarlos, ¿qué te hace pensar que ellos no podrán? ¡Dios, mira que eres estúpido!
– Si es que tienen el resto de sus vidas -interrumpió Olivia.
– ¡Dios! -dijo Bill lleno de exasperación-. ¿Qué estás sugiriendo? ¿Un numerito a lo Charlie Manson? Esto no nos lleva a ninguna parte, yo no estoy dispuesto a asesinar a niños y ancianos, eso te lo aseguro. Tampoco quería matar a ese tipo en California, pero era tu gran plan y yo lo seguí. Pero no con un niño, además es un buen chico.
– No tendrás que hacerlo -dijo Ramón-. No todos tenemos esos escrúpulos, ni estamos tan acobardados…
– ¡Te voy a decir de lo que no estoy acobardado, hijo de puta! ¡De ti! ¡Tú sí que no me das miedo!
– Pues deberías, imbécil. ¿No te das cuenta de que vas a joderlo todo con ese ataque de sentimentalismo? ¡Ésta es mi gran oportunidad y no pienso dejar que ningún marica ex hippy me la joda!
Lewis se lanzó hacia su ex amante con los puños cerrados, pero éste saltó de la silla y tomó su revólver.
– ¡Paren ya! -gritó Olivia.
Ambos se detuvieron y la miraron. Ella los señaló a los dos.
– Van a hacer lo que yo les diga y cuando yo lo diga. Éste es mi espectáculo, y yo les diré cuándo se acaba.
Los dos hombres seguían mirándola.
– Y entonces, ¿qué vamos a hacer? ¿Matarlos a todos? -escupió Bill.
– Sea lo que sea hagámoslo ya y larguémonos -dijo Ramón.
Olivia valoró la capacidad que tenía cada uno de los dos para enfrentarse a sus órdenes. Están cansados y tensos, pensó. Tengo que darles lo que creen que quieren, y después hacer lo que yo quiero.
– De acuerdo -dijo en tono de maestra paciente explicando la lección-. Los dos están de acuerdo en que quieren que esto se termine, ¿no?
Ambos asintieron intercambiando miradas de furia.
– Y yo creo que Duncan todavía nos debe algo. -Mucho, pensó.
Seguían con los ojos fijos en ella y expresión incómoda, y notó que no se miraban entre sí. Es hora de tender la trampa, pensó, y sonrió.
– Ahora hagan el favor de tranquilizarse. ¿Ha salido algo mal hasta ahora? ¿Acaso no pasé años planeándolo hasta el último detalle?
Asintieron de nuevo y parecieron algo aliviados.
– Bien, pues éste es uno de los detalles a los que he dedicado más tiempo, el remate final, y no puede fallar. Escuchen: esta noche llamaré a Duncan, justo cuando esté a punto de volverse completamente loco y le diré que se reúna con nosotros mañana por la mañana en algún sitio bonito y aislado. Entonces le diré que no ha terminado de pagar. Para las ocho y cuarto habremos salido de aquí y a mediodía estaremos a bordo de un avión. ¿Qué les parece?
Olivia miró a los dos hombres, que seguían todavía algo reacios, aunque sólo un poco.
– Sigo pensando que deberíamos matarlos y salir de aquí -musitó Ramón.
– Muy inteligente -dijo Bill-. Suena bien, Olivia, pero ¿por qué esperar hasta la noche?
– Porque es cuando será más vulnerable, con la oscuridad la gente siempre se pone más nerviosa. El mundo parece más pequeño, más peligroso.
– Pero escucha, podríamos salir ahora mismo y llamar desde donde estemos. No tiene por qué ser desde aquí.
– Sí tiene -replicó Olivia-. ¿Crees que no se daría cuenta? Estar tan cerca de ellos es lo que los pone realmente nerviosos, saber que en cualquier momento podemos subir al piso de arriba y matar a nuestros rehenes. Con la combinación de todo, el tiempo, la espera, la oscuridad, la amenaza, Duncan hará cualquier cosa que le pidamos.
– ¿Y cómo lo haremos?
– Muy fácil -dijo Olivia-. Mi plan es mandarlo a algún lugar dejado de la mano de Dios y dejar a nuestros dos rehenes arriba. Llegado un momento se darán cuenta de que están solos, pero para entonces nosotros ya estaremos lejos. Simplemente nos iremos sin hacer ruido y dejaremos la puerta abierta; al viejo le llevará algún tiempo forzar la cerradura y después tendrá que arreglárselas para salir de aquí. Cortaremos el teléfono y tal vez los dejemos sin zapatos. Para cuando consiga contactar con Duncan y Megan nosotros estaremos en el aeropuerto de Boston de camino a algún sitio cálido. Luego, cuando hayamos gastado el dinero, haremos una escapadita a Greenfield y visitaremos a nuestro banquero particular. No querrá volver a pasar por todo esto, lo conozco. El matemático elegirá la forma más rápida de librarse de nosotros y nos dará el dinero. Fin de la historia. Hasta que volvamos a necesitar más, y más, y más.
Ramón se encogió de hombros, pero Bill parecía aliviado.
– Tienes razón -dijo-. Ese cabrón estará pagándonos toda la vida. Y además no estamos dejando testigos, simplemente recordatorios. Así no olvidará nunca qué fácil nos resultó secuestrarlos y que podríamos hacerlo de nuevo.
– ¡Ah! -dijo Olivia riendo-. Veo que vas aprendiendo.
– Yo sigo pensando que no deberíamos dejar testigos -intervino Ramón.
Olivia tardó unos segundos en contestar.
– ¿Vas a obligarme a insistir? -preguntó llevándose una mano al revólver.
Ramón se encogió de hombros y Olivia lo miró más fijamente todavía.
– No -contestó al fin.
– Bien -dijo Olivia. Se levantó y caminó hasta donde estaba Bill, le acarició una mejilla y después le dio una palmadita-. Te estás ablandando -dijo sonriendo-. Cuando empezamos esto ya sabíamos que podría haber muertos. -Entonces le hundió un dedo en el estómago con fuerza.- Tienes que ser fuerte, no un blando.
Bill negó con la cabeza, pero Olivia levantó la mano y le asió la barbilla obligándolo a asentir.
Ramón rio y Olivia sonrió, al igual que Bill mientras se frotaba la barbilla en el lugar donde Olivia lo había sujetado.
– Supongo que tienes razón -dijo-. Tengo que hacerte caso.
– Eso facilitaría las cosas -contestó Olivia dándole una palmada cariñosa en el cuello-. Bien, ahora súbeles la comida a nuestros huéspedes y diles que todavía tendrán que esperar un poco, pero no entres en detalles. Dales algo de esperanza, les ayudará a ser pacientes.
Bill asintió y salió de la habitación. Ramón se disponía a seguirlo pero se detuvo al ver a Olivia, que lo miraba fijamente con expresión dura, la mandíbula adelantada, los ojos entrecerrados y ordenándole sin palabras que no se moviera de allí. Un segundo después oyeron los pasos de Bill escaleras arriba.
– ¿Sí? -preguntó Ramón.
– El plan funcionará también con la solución que tú propones.
– ¿Ah, sí? Pero pensé…
– El dinero es una cosa -dijo Olivia-. Y la venganza otra. Ramón asintió, sonriendo.
Olivia se acercó más a él y le deslizó una mano por los enredados cabellos.
– Tú piensas más como yo -dijo-. Eres lo suficientemente duro y ves las cosas como realmente son, no entiendo cómo no me di cuenta antes.
Ramón sonrió.
– ¿Pero cuándo? Quiero decir, Bill cree…
– No hasta mañana por la noche, justo antes de irnos. Bill se pondrá furioso, así que estate preparado.
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