Al cabo de un minuto, volvió con los demás.
– Mañana será un día muy largo, así que tenemos que descansar. Haremos turnos de dos horas para vigilar a Trent. Yo haré el primero.
Milton se acurrucó inmediatamente en el sofá y Reuben se tumbó en una de las camas dobles. Ambos hombres se quedaron dormidos a los pocos minutos. Stone regresó a la otra habitación, se sentó en una silla al lado de Trent y miró fijamente al suelo. Se movió de repente cuando Annabelle colocó una silla a su lado y le dio una taza de café que había preparado. Aún llevaba los vaqueros y el jersey, pero iba descalza. Se sentó sobre una de sus largas piernas.
Stone le dio las gracias por el café.
– Deberías dormir -añadió Stone.
– En realidad, me gusta la noche -explicó, mirando a Trent-. ¿Qué posibilidades tenemos de que mañana todo salga bien?
– Cero -respondió Stone-. Siempre es cero, y luego haces todo lo que puedes por superar esa cifra, pero a veces no está en tus manos.
– Hablas por experiencia, ¿verdad?
– ¿ Cómo iba a saberlo si no?
– Mucha gente no dice más que chorradas, pero tú no.
Stone tomó un sorbo de café y miró hacia otro lado.
– Alex Ford es un buen hombre. Lucharía con él en cualquier batalla. En realidad, ya lo he hecho. Lo cierto es que tenemos bastantes posibilidades de que todo salga bien.
– Quiero matar a este lameculos -dijo Annabelle, observando al inconsciente Trent.
Stone asintió y miró al hombre de arriba abajo.
– Parece un ratón, o una rata de biblioteca; para la mayoría de la gente, eso es exactamente lo que es. Alguien que no haría daño ni a una mosca. Ya ordena a los demás que lo hagan por él, y esa crueldad no tiene límites, porque él no está delante ni se ensucia las manos. Por culpa de gente como él, nuestro país corre un grave peligro.
– ¿Y todo por dinero?
– He conocido algunas personas que dicen que lo hacen por una causa, por seguir sus creencias, incluso por la emoción, pero en el fondo siempre es por dinero.
Annabelle le miró con curiosidad.
– ¿Has conocido a otros traidores?
Stone le miró de reojo.
– ¿Por qué te interesa todo esto?
– Tú eres quien me interesa -aclaró Annabelle, para proseguir luego, después de que él permaneciera en silencio-. Estábamos hablando de otros traidores, ¿verdad?
Stone se encogió de hombros.
– He conocido a más de los que habría querido, pero no les conocí por mucho tiempo. -Se levantó para dirigirse hacia la ventana-. De hecho, a la mayoría sólo les conocí unos pocos segundos antes de que murieran -añadió casi susurrando.
– ¿Acaso eso es lo que fuiste? ¿Asesino de los traidores americanos? -Stone se puso tenso-. Lo siento, John. No tendría que haberte dicho eso -añadió a toda prisa.
Stone se giró para mirarla.
– Supongo que no te mencioné que John Carr está muerto así que, ¿por qué no me llamas «Oliver» a partir de ahora? -Se sentó de nuevo sin mirarla-. Realmente creo que tienes que irte a dormir.
Annabelle se levantó y miró hacia atrás. Stone estaba sentado erguido en la silla, supuestamente observando a Albert Trent, pero Annabelle no creyó que el hombre estuviera mirando al espía esposado. Sus pensamientos seguramente estaban divagando por el pasado, quizá recordando cómo matar con rapidez a un hombre malo.
No demasiado lejos, Roger Seagraves preparaba a su propio equipo, intentando anticipar cada movimiento del grupo contrario. No había regresado a casa porque sospechó que algo le había ocurrido a Trent. El y su socio tenían un sistema por el que se llamaban a cierta hora de la tarde si todo iba bien. Obviamente no le había llamado. Hl hecho de que cogieran a Trent había complicado la situación, pero no era el fin del mundo. Suponía que Oliver Stone y los demás ya habrían ido a las autoridades, así que tendría que superar varios niveles de oposición para solucionar lo de Trent, si no le había delatado ya. Sin embargo, Seagraves no temía el mañana; al contrario, lo esperaba con ansia. Este hombre vivía para experimentar momentos de ese tipo, en los que sólo sobrevivía el mejor. Seagraves estaba convencido de que mañana él sería el mejor, igual de convencido de que Oliver Stone y sus amigos morirían.
La mañana siguiente amaneció despejada y cálida. Stone y los demás dejaron el hotel, y se llevaron a Trent en un baúl grande que cargaron en una furgoneta. En el interior de ésta, Stone se agachó para darle a Albert Trent una inyección en el brazo con una de las jeringas. Al cabo de un minuto, el hombre abrió los ojos de par en par. Al hacerlo, Trent miró como un loco a su alrededor e intentó incorporarse.
Stone le puso una mano en el pecho y luego desenvainó un cuchillo que llevaba en el cinturón. Sujetando el filo delante de la temblorosa cara de Trent, lo deslizó entre la piel del hombre y la mordaza, para cortar la tela.
– ¿Qué estás haciendo? Trabajo para el Gobierno federal. Puedes ir a la cárcel por esto -dijo Trent con voz temblorosa.
– Ahórrate el discursito, Trent. Lo sabemos todo, y si no haces ninguna tontería, te intercambiaremos por Caleb Shaw de una forma sencilla y limpia. Sin embargo, si no cooperas, te mataré con mis propias manos, a no ser que prefieras pasar el resto de tu vida en la cárcel por traición.
– No tengo ni idea…
Stone levantó el filo.
– Esto no es precisamente lo que yo llamo cooperación. Tenemos el libro, la clave y las pruebas de que delataste a Bradley para que le mataran. También sabemos lo de Jonathan DeHaven y Cornelius Behan. Casi me añadiste a mí y a ella en tu lista, pero decidimos que aún no había llegado nuestra hora.
Stone inclinó la cabeza, mirando a Annabelle.
– Si ordenas a unos matones que se echen encima de gente que ha entrado en tu casa para luego intentar matarles, deberías evitar que el espejo capte tu reflejo, Al. Si por mí fuera, te cortaría el cuello y tiraría tu cuerpo al vertedero, porque ahí es donde se deja la basura, ¿no? -explicó Annabelle, sonriendo.
Stone le quitó las esposas de las manos y los pies.
– Se trata de un intercambio de una persona por otra. Nos dan a Caleb y te liberamos.
– ¿Cómo puedo estar seguro de que lo haréis?
– Del mismo modo que Caleb; tienes que confiar en que así será. ¡Ahora levántate!
Trent se levantó con piernas temblorosas y miró a los demás, que estaban a su alrededor en la parte trasera de la furgoneta.
– ¿Sois los únicos que lo sabéis? Si habéis llamado a la policía…
– ¡Cállate de una vez! -gritó Stone-. Espero que tengas tu pasaporte falso y los billetes de avión a punto.
Reuben abrió las puertas de la furgoneta y bajaron todos, con Trent en medio.
– Dios mío -dijo Trent, al ver a la muchedumbre-. ¿Qué diablos ocurre aquí?
– ¿Acaso no lees los periódicos? Es la Feria Nacional del Libro en el Mall -explicó Stone.
– Y hay una manifestación contra la pobreza -añadió Milton.
– En total, doscientas mil personas -dijo Reuben, metiendo baza-.Qué día tan maravilloso en la capital. Leer libros y luchar contra la pobreza -dijo, empujando a Trent en el costado-. Andando, mamón; no queremos llegar tarde.
El National Mall tenía unos tres kilómetros de largo, y se extendía entre el Lincoln Memorial por la izquierda y el Capitolio por la derecha, y estaba rodeado de museos enormes e imponentes edificios gubernamentales.
La Feria Nacional del Libro era un evento anual y ya superaba la cifra de los cien mil asistentes. Se habían erguido carpas del tamaño de un circo por toda la avenida, adornadas con pancartas que señalaban dónde estaban las obras de Ficción, Historia, Literatura Infantil, Novelas de Suspense y Poesía, entre otras. En estas carpas, escritores, ilustradores, cuenta-cuentos y otros atraían a un gran público, que estaba embelesado con sus lecturas y anécdotas.
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