David Baldacci - Los Coleccionistas

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El Camel Club entra de nuevo en acción. Son cuatro ciudadanos peculiares con una misma meta: buscar la verdad, algo difícil en Washington. Esta vez el asesinato del presidente de la Cámara de Representantes sacude Estados Unidos. Y el Camel Club encuentra una sorprendente conexión con otra muerte: la del director del departamento de Libros Raros y Especiales de la Biblioteca del Congreso. Los miembros del club se precipitarán en un mundo de espionaje, códigos cifrados y coleccionistas.

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Al cabo de una hora, Bagger tenía toda la información que había pedido y rápidamente había seleccionado su lista de sospechosos. Acto seguido, interrogó al personal del hotel sobre algunos huéspedes. No tardó mucho en dar en el blanco debido a algunos servicios extra que uno de los clientes solicitó durante su estancia.

– Sí, le di un masaje -declaró una joven espabilada llamada Cindy, menuda, morena y atractiva con unas buenas curvas. Mascaba chicle y se toqueteaba el pelo mientras hablaba con Bagger en una sala privada del lujoso centro de salud y belleza del hotel.

La miró fijamente.

– ¿Sabes quién soy?

Cindy asintió.

– Es Jerry Bagger. Mi madre, Dolores, trabaja para usted en una mesa de dados del Pompeii.

– Sí, la buena de Dolores. ¿Te gusta esta mierda de hotel?

– El sueldo es penoso, pero las propinas son muy buenas. A los viejos les gusta sentir el contacto de unas manos jóvenes. A unos cuantos se les pone dura mientras les hago un masaje. Da bastante asco en un tío de ochenta años; pero, como he dicho, dan buenas propinas.

– Este tío al que le hiciste un masaje. -Bagger miró el nombre que tenía escrito-. Este tal Robby Thomas, háblame de él, dime qué pinta tiene, para empezar.

Cindy le hizo una descripción física:

– Un tío guapo, pero demasiado chulo. Se lo tenía muy creído. No me gustan los hombres así. Y era demasiado fino y guapo, no sé si me entiende. Si hubiéramos echado un pulso, probablemente le habría ganado. A mí me gustan los tíos cachas y duros.

– No me extraña. ¿Así que a este chico guapo sólo le diste un masaje? ¿O hubo algún extra?

Cindy se cruzó de brazos y dejó de hacer globos con el chicle.

– Soy profesional titulada, señor Bagger.

A modo de respuesta, Jerry extrajo diez billetes de cien dólares de la cartera.

– ¿Esto es suficiente para comprarte el título?

Cindy echó una mirada al dinero.

– Supongo que lo que hago en mi tiempo libre es asunto mío.

– Eso no te lo discuto. -Le tendió el dinero-. Cuéntamelo.

Cindy no se atrevía a coger los billetes.

– Es que podría perder el trabajo si…

– Cindy, me la suda si te follas a los muertos en este antro de mala muerte, ¿entendido? -Le introdujo el dinero por el escote-. Cuéntamelo y no me digas mentiras. Mentirme no te hará ningún bien.

Cindy empezó a hablar rápidamente:

– Bueno, desde el principio estuvo muy empalagoso conmigo. Le estaba masajeando y de repente noté que me ponía la mano en la pierna. Y luego puso la mano donde no debía.

– Ya, un verdadero animal. ¿Qué pasó a continuación?

– Empezó a tirarme los tejos sin contemplaciones. Al principio intenté quitármelo de encima. Luego se puso a hablar con arrogancia. Me dijo que estaba dando un gran golpe y que debía ser amable con él.

– Conque un gran golpe, ¿eh? Continúa.

– Me enseñó dinero y dijo que había salido de un sitio en el que había mucho más. Cuando acabé la jornada me estaba esperando. Nos tomamos un par de copas y se me subieron un poco a la cabeza. Tengo muy poco aguante con el alcohol.

– Sí, sí, sigue hablando, Cin -instó Bagger con impaciencia-. Tengo el trastorno de déficit de atención.

Cindy continuó atropelladamente:

– Pues acabamos en su habitación. Le hice una mamada para ir caldeando el ambiente, pero el imbécil se corrió enseguida. Me cabreé un montón. Es que ni siquiera conocía al tío. Él se sintió fatal y se puso a llorar como un niño. Me dio cien pavos. ¡Cien dólares de mierda! Luego se pasó por lo menos diez minutos vomitando en el baño. Cuando salió, me dijo que hacía tiempo que no follaba y que por eso se había corrido tan rápido. Como si a mí me importara.

– Menudo imbécil. ¿Qué pasó a continuación?

– Pues no pasó gran cosa. La verdad es que yo no tenía demasiados motivos para quedarme, ¿no? No es que tuviéramos una cita o algo así.

– ¿No dijo nada más? ¿De dónde era? ¿Adónde iba? ¿Cuál era el gran golpe? -Cindy negó con la cabeza. Jerry la miró fijamente y añadió-: Pareces una chica con iniciativa. ¿Le birlaste un poco de dinero de la cartera mientras estaba echando las potas?

– ¡No caigo tan bajo! -exclamó enfadada-. ¿Quién se cree que es para atreverse a acusarme de eso?

– A ver si aterrizamos de una vez, Cin. -Se tocó el pecho-. Soy Jerry Bagger. Tú eres una barriobajera de tres al cuarto que deja que los desconocidos se le corran en la boca a cambio de calderilla. Así que voy a repetirte la pregunta: ¿Le birlaste algo de dinero para compensar los cien dólares que te dio?

– No sé, a lo mejor-repuso ella-. Pero no me apetece hablar más.

Bagger la agarró con fuerza por la barbilla y le sacudió la cabeza para que lo mirara a los ojos.

– ¿Tu vieja te ha contado algo sobre mí alguna vez? -inquirió.

Cindy tragó saliva nerviosa y asustada.

– Me dijo que estaba muy contenta de trabajar para usted.

– ¿Algo más?

– Dijo que hay que ser imbécil para llevarle la contraria.

– Exacto. ¡Qué lista es tu madre! -Le apretó la barbilla con más fuerza y Cindy soltó un gritito-. Pues, si quieres volver a ver a tu mamá, respira hondo y dime qué viste en la cartera del guaperas.

– Vale, vale. Era raro, porque tenía dos documentos de identidad distintos.

– ¿Y?

– Uno se correspondía con el nombre que me había dado en el hotel, Robby Thomas, de Michigan. El otro era un carné de conducir de California.

– ¿El nombre? -preguntó Bagger con toda tranquilidad.

– Tony. Tony Wallace.

Bagger le soltó la barbilla.

– ¿Lo ves? No ha sido tan difícil. Y, ahora, ¿por qué no te vas a trotar la polla a unos cuantos viejos?

Cindy se levantó con las piernas temblorosas. Mientras se giraba para marcharse, Bagger le dijo:

– Oye, Cindy, ¿no te olvidas de algo?

Se giró lentamente.

– ¿De qué, señor Bagger? -preguntó nerviosa.

– Te he dado mil pavos. El guaperas te dio una décima parte de esto y se llevó una mamada. Ni siquiera me has preguntado si quería una. Eso no está bien, Cindy. Es algo que un hombre como yo recuerda durante mucho tiempo. -El esperó, mirándola.

– ¿Quiere que le haga una mamada, señor Bagger? -dijo ella con voz temblorosa, y añadió rápidamente-: Sería un honor.

– No, no quiero.

Capítulo 49

Annabelle y Caleb caminaban por un pasillo del edificio Jefferson. Ella llevaba una falda roja hasta la rodilla, una chaqueta negra y una blusa beis. Daba una imagen acertada, profesional y segura. Caleb parecía a punto de cortarse las venas.

– Lo único que tienes que hacer -indicó ella-es parecer triste y deprimido.

– Pues no va a resultarme nada difícil, porque estoy triste y estoy deprimido -espetó él.

Antes de entrar en la oficina de seguridad de la biblioteca, Annabelle se paró a ponerse unas gafas que llevaba colgadas del cuello con una cadena.

– ¿Estás segura de que va a funcionar? -susurró Caleb. Estaba empezando a resollar un poco.

– Nunca se sabe si un engaño va a funcionar hasta que funciona.

– ¡Oh, perfecto!

Al cabo de unos minutos, estaban sentados en el despacho del jefe de seguridad. Caleb se miraba los zapatos con la cabeza gacha mientras Annabelle hablaba.

– Como he explicado, Caleb me ha contratado como psicóloga para ayudarle durante el proceso.

El jefe estaba desconcertado.

– ¿Dice que tiene problemas para entrar en la cámara?

– Sí. Como ya sabe, encontró el cadáver de un buen amigo y colega allí. En circunstancias normales, a Caleb le encantan las cámaras. Hace muchos años que forman parte de su vida. -Miró a Caleb quien, respondiendo a su gesto, exhaló un largo suspiro y se secó los ojos con el extremo de un pañuelo-. Ahora, el sitio que tantos recuerdos positivos le traía se ha convertido en un lugar de profunda tristeza, incluso horror.

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