Vio que un Nova gris se acercaba petardeando hasta el bordillo, justo delante de la casa de DeHaven. De su interior salieron cuatro hombres: los tipos raros del cementerio que habían dicho que la muerte de Jonathan no tenía una causa oficial. Bueno, ya se había despedido de Jonathan y ahora pasearía por la casa; por una vez, el ojo malvado de Mamá DeHaven no seguiría el contoneo de las caderas de su nuera. Y luego se marcharía de allí en avión. Annabelle no quería estar en el mismo continente cuando Jerry Bagger averiguara que era cuarenta millones de dólares más pobre y entrara en erupción con mayor violencia que su volcán de mentira.
Las ardientes salpicaduras de lava podrían llegar fácilmente hasta Washington.
Salió del coche y se dirigió a la casa y a una vida que podría haber sido la suya si las cosas hubieran salido de otra manera.
Se acercaron a la cámara, después de enseñarle a Annabelle la planta principal de la casa. Caleb no abrió la pequeña caja fuerte oculta tras el cuadro. No quería que nadie más viese el Libro de los Salmos. En cuanto Annabelle hubo visto la colección de libros, regresaron a la planta principal, donde ella recorrió las elegantes salas con más interés del que parecía.
– Entonces ¿ya había estado aquí? -preguntó Stone.
Annabelle lo miró, inexpresiva.
– No recuerdo haber dicho ni que sí ni que no.
– Bueno, usted sabía que Jonathan vivía en Good Fellow Street, así que lo supuse.
– Si la gente no supusiera tanto, las cosas les irían mejor. -Continuó mirando a su alrededor-. La casa no ha cambiado mucho -dijo, respondiendo así a la pregunta de forma indirecta-; pero, al menos, se deshizo de algunos de los muebles más feos, seguramente tras la muerte de su madre. No creo que eso hubiera sido posible hasta que «Elizabeth» dejara de respirar.
– ¿Dónde conoció a Jonathan? -le preguntó Caleb. Ella hizo como si no lo hubiera oído-. Tal vez mencionara su nombre, pero no lo recuerdo -insistió, ante la mirada de advertencia de Stone.
– Susan Farmer. Nos conocimos en el Oeste.
– ¿También se casaron allí? -intervino Stone.
A Stone le impresionó que ella ni siquiera se inmutase, pero tampoco respondió a la pregunta.
Stone decidió apostar fuerte. Sacó la fotografía del bolsillo.
– Nos informaron de que el matrimonio de Jonathan fue anulado. Puesto que no le gusta que la gente suponga nada, deduzco por el tono con el que se ha referido a Elizabeth DeHaven que ella fue la instigadora de esa decisión. Jonathan conservó la fotografía. La mujer guarda un gran parecido con usted. Los hombres no suelen guardar fotos de mujeres porque sí. Creo que su caso era especial.
Stone le entregó la fotografía. En esa ocasión, se produjo una reacción. Mientras Annabelle tomaba la fotografía, su mano, siempre firme, le tembló un poco y los ojos parecieron humedecérsele.
– Jonathan era muy atractivo -dijo con nostalgia-. Alto, pelo castaño y abundante y una mirada que te hacía sentir bien.
– Pues usted tampoco se conserva mal -añadió Reuben con magnanimidad, mientras se le acercaba.
Annabelle pareció no haberlo oído, pero hizo algo que no había hecho desde hacía mucho tiempo: sonrió de verdad.
– Esa foto la hicieron el día de la boda. Fue mi primer, y único, matrimonio.
– ¿Dónde se casaron? -preguntó Caleb.
– En Las Vegas… ¿dónde, si no? -respondió, sin dejar de mirar la fotografía-. Jonathan estaba allí por un congreso. Nos conocimos, nos caímos bien y acabamos casándonos. Todo eso en una semana. Una locura, lo sé. Al menos, eso le pareció a su madre. -Recorrió la sonrisa de Jonathan con el dedo-. Pero fuimos felices, una temporada. Incluso vivimos aquí con sus padres, después de casarnos, hasta que encontramos una casa para nosotros dos.
– Pues es una casa grande, la verdad -comentó Caleb.
– ¡Qué curioso!, entonces parecía demasiado pequeña-repuso lacónicamente.
– ¿También estaba usted en Las Vegas por el congreso? -le preguntó Stone en tono cortés. Ella le devolvió la fotografía y Stone se la volvió a guardar en el bolsillo de la chaqueta. -¿De verdad necesita saber la respuesta a esa pregunta?
– Vale. ¿Ha estado en contacto con Jonathan durante los últimos años?
– ¿Y por qué iba a decírselo?
– No hace falta que lo diga -intervino Reuben, mientras miraba a Stone enfadado-. De hecho, es algo personal.
A Stone le molestó el comentario traicionero de su amigo.
– Tratamos de averiguar qué le sucedió a Jonathan -dijo-y toda ayuda es poca.
– El corazón dejó de latirle y murió. ¿Tan raro es?
– El forense no supo determinar la causa de la muerte -explicó Milton-. Y Jonathan acababa de hacerse una revisión cardiológica en el Johns Hopkins. Al parecer, no sufrió un ataque al corazón.
– Entonces, ¿cree que lo mataron? ¿Quién iba a tener algo contra él? Por Dios, era bibliotecario.
– No se puede decir que los bibliotecarios no tengan enemigos -dijo Caleb a la defensiva-. Es más, algunos de mis compañeros de trabajo se ponen bastante desagradables cuando se toman un par de copas de vino.
Annabelle lo miró con expresión incrédula.
– Sí, claro. Pero uno no se carga a un bibliotecario porque lo haya multado por haber rebasado el plazo de préstamo de un libro.
– Quiero enseñarle una cosa -dijo Stone-. Está en el desván. -Una vez arriba, Stone explicó-: El telescopio apunta a la casa del vecino.
– Sí, al dormitorio del propietario… -añadió Reuben.
– Si no te importa, se lo explicaré yo, Reuben -lo interrumpió Stone. -Arqueó las cejas y miró a Annabelle.
– Oh, vale -repuso Reuben-. Adelante, explícaselo, Oliv… es decir, Frank, ¿no? ¿O era Steve?
– ¡Gracias, Reuben! -le espetó Stone-. Como he dicho, el telescopio apunta a la casa del vecino, que es el director de Paradigm Technologies, uno de los principales contratistas de Defensa del país. El hombre en cuestión se llama Cornelius Behan.
– Se hace llamar CB -añadió Caleb.
– Bien -dijo Annabelle lentamente.
Stone miró por el telescopio y observó el lateral de la casa de Behan, frente al jardín de la casa de DeHaven.
– Ahí está. -Le hizo una seña a Annabelle para que ocupara su lugar y ella ajustó el ocular.
– Una oficina o estudio -dijo.
– Exacto.
– ¿Cree que Jonathan espiaba a este tipo?
– Tal vez, o puede que viera algo sin querer que lo llevó a la muerte.
– Entonces ¿Cornelius Behan mató a Jonathan?
– No tenemos pruebas de ello, pero han pasado cosas muy raras.
– ¿Por ejemplo?
Stone titubeó. No pensaba contarle que lo habían secuestrado.
– Digamos que aquí hay bastantes interrogantes para seguir investigando. Y creo que Jonathan DeHaven se lo merece.
Annabelle lo observó durante unos instantes y luego volvió a mirar por el telescopio.
– Hábleme de ese tal CB.
Stone le hizo un breve resumen sobre Behan y su empresa. A continuación, le mencionó el asesinato del presidente de la Cámara, Bob Bradley.
Annabelle parecía escéptica:
– ¿No pensará que eso tiene que ver con Jonathan? Creía que los terroristas se habían atribuido el asesinato.
Stone le explicó lo de los contratos militares que Behan había ganado durante el régimen anterior.
– El predecesor de Bradley como presidente había sido acusado de prácticas poco éticas, por lo que no es descabellado conjeturar que Behan lo tenía metido en el bolsillo. Entonces llega Bradley con el propósito de hacer una limpieza a fondo y es posible que Behan no quisiera que se investigasen ciertas cosas. Así que Bradley tiene que morir.
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