David Baldacci - Los Coleccionistas

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El Camel Club entra de nuevo en acción. Son cuatro ciudadanos peculiares con una misma meta: buscar la verdad, algo difícil en Washington. Esta vez el asesinato del presidente de la Cámara de Representantes sacude Estados Unidos. Y el Camel Club encuentra una sorprendente conexión con otra muerte: la del director del departamento de Libros Raros y Especiales de la Biblioteca del Congreso. Los miembros del club se precipitarán en un mundo de espionaje, códigos cifrados y coleccionistas.

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– Ya ha llegado -dijo el hombre. Pulsó varias teclas-. Lo voy a escanear varias veces para asegurarme de que no hay virus. -Al cabo de dos minutos, alzó la vista-. Bien, todo en orden.

– Ábrelo -le ordenó Bagger.

– Supongo que puedes transferir el dinero tú mismo, ¿no? -preguntó Annabelle; aunque, gracias a la minuciosa investigación previa que había efectuado, ya sabía la respuesta.

– Nuestro sistema está conectado directamente con el banco -respondió Bagger-. No me gusta que haya terceros controlándome el dinero ni sabiendo qué hago con él. Los fondos nos llegan del banco y luego nosotros los transferimos. Así es como me gusta hacer las cosas.

«A mí también», pensó Annabelle.

Diez minutos después, el millón de dólares de Jerry Bagger iba de camino a una cuenta muy especial.

– Bien, serás mi «invitada» durante las próximas cuarenta y ocho horas -le dijo Bagger a Annabelle, mientras abandonaban el despacho-. Así tendremos tiempo de conocernos mejor. -Sonrió, y recorrió con la mirada aquel cuerpo largo y esbelto.

– Perfecto -repuso Annabelle.

– Sí, perfecto -añadió Leo.

Bagger miró a Leo como si hubiera olvidado que formaba parte del trato.

– Claro -farfulló.

Durante los dos días siguientes, desayunaron, almorzaron y cenaron con Bagger. El resto del día, los hombres de Bagger vigilaban constantemente las habitaciones del hotel del casino y los acompañaban a todas partes. Annabelle se quedaba hasta bien entrada la madrugada bebiendo con el rey de los casinos y, con mucha diplomacia, se desentendía de sus insinuaciones sin que por ello él perdiera la esperanza. Le contaba algunos detalles de su «pasado»; pero otros los ocultaba para que Bagger siguiera interesado. El hablaba mucho de sí mismo, con el engreimiento y bravuconería que cabría esperar de un personaje de su calaña.

– Creo que habrías sido un buen espía, Jerry -le dijo en tono adulador, mientras se relajaban en el sofá con un par de martinis-. Eres listo y valiente, una combinación bastante inusual.

– Mira quién fue a hablar. -Bagger se le acercó y le dio una palmadita en el muslo. Luego intentó besarla, pero ella se apartó.

– Jerry, eso no me causaría más que problemas.

– ¿Quién se va a enterar? Estamos solos. Sé que ya no soy un jovencito, pero me entreno todos los días y creo que te sorprendería debajo de las sábanas, nena.

– Necesito tiempo. No es que no me atraigas, pero están pasando muchas cosas a la vez. ¿Vale? -Le dio un besito en la mejilla y Bagger cedió.

Al cabo de dos días, Bagger era cien mil dólares más rico.

– ¿Quieres probar con cinco millones, Jerry? Ganarías medio millón en intereses en cuarenta y ocho horas. -Annabelle estaba sentada con toda naturalidad en el borde del escritorio de Bagger, con las piernas cruzadas; Leo estaba en el sofá.

– Sólo si estás presente hasta que recupere el dinero -repuso Bagger.

Ella hizo una mueca.

– Es parte del trato, Jerry. Soy toda tuya.

– Eso dices. Por cierto, ¿adonde fue el dinero?

– Ya te lo he dicho, a El Banco del Caribe.

– No, me refiero a qué operación extranjera financió.

– Ella podría decírtelo, pero entonces os tendría que matar a los dos -intervino Leo. Se produjo un incómodo silencio hasta que Annabelle soltó una carcajada. Luego, Leo y Bagger hicieron lo propio; aunque, el último, de mala gana.

Al cabo de dos días, la transferencia de cinco millones de dólares regresó con medio millón de dólares más.

– ¡Joder! -dijo Bagger-, esto es mejor que emitir dinero. -Estaba otra vez en el despacho, con Annabelle y Leo-. Sé que el Tío Sam tiene mucho dinero, pero ¿cómo puede el Gobierno permitirse algo así?

Annabelle se encogió de hombros.

– No puede; por eso tenemos un déficit que supera el billón de dólares. Si necesitamos más dinero, vendemos más letras del Tesoro a los saudíes y a los chinos. No funcionará toda la vida; sin embargo, de momento, nos vale. -Miró a Bagger y le tocó el brazo con la mano-. Pero si el Tío Sam te da pena, Jerry, podrías dejarnos tu dinero sin cobrar intereses.

Bagger se rio.

– Mi lema no ha cambiado en cuarenta años: cada gilipollas mira por sus intereses.

«Y ese lema te viene como anillo al dedo», pensó Annabelle mientras le sonreía con una admiración teñida de burla.

Bagger se inclinó hacia delante, mirando a Leo:

– ¿Alguna vez das esquinazo a tu sombra? -le preguntó en voz baja.

– Depende -respondió Annabelle.

– ¿De qué?

– De lo amigos que acabemos siendo.

– Sé cómo podemos ser excelentes amigos.

– Cuéntame.

– Hacemos una transferencia de diez millones y me llevo un millón por las molestias. ¿Puede permitírselo el Tío Sam?

– Transfiere el dinero, Jerry, así de fácil.

– ¿Y te quedarás aquí hasta que me lo devuelvan?

– Nos quedaremos los dos -respondió Leo.

Bagger hizo una mueca y bajó aún más la voz para que Leo no lo oyera.

– Supongo que, si me lo cargo, tendré un problema gordo, ¿no?

– ¿Recuerdas la escoria de la escoria de la que te hablé? Si le haces daño, te harían una visita. No te lo recomiendo.

– ¡Joder! -se quejó Bagger.

– No hay para tanto, Jerry. En dos días ganarás un millón de pavos por no hacer nada, salvo comer y beber conmigo.

– Pero quiero algo más que eso, y tú lo sabes, ¿no?

– Jerry, lo supe desde que intentaste meterme mano la primera vez.

Bagger soltó una carcajada.

– Me gustas, jovencita. Eres demasiado buena para el Gobierno. Deberías trabajar para mí. Cambiaríamos la ciudad.

– Siempre estoy abierta a nuevas propuestas. Pero, de momento, ¿por qué no nos limitamos a que ganes ese millón de dólares? Quiero que puedas permitirte el lujo de costear el tren de vida al que estoy acostumbrada. -Le dio una palmadita en la mano y le hundió ligeramente una uña en la palma. Sintió que Bagger se estremecía.

– Vas a acabar conmigo, nena -gimoteó de forma patética.

«Oh, eso vendrá luego.»

Capítulo 24

Al cabo de dos días, Bagger había ganado 1,6 millones de dólares desde que había conocido a Annabelle y a Leo sin saber, por supuesto, que el dinero procedía de los tres millones de dólares que habían acumulado gracias a las dos estafas anteriores. Tony había autorizado la transferencia de esos «intereses» de su cuenta a la de Bagger. El concepto era parecido al método de Ponzi, que casi siempre se autodestruía. Esta vez, Annabelle no iba a permitir que eso ocurriera.

Saltaba a la vista que Bagger estaba contento, sobre todo porque creía que su temido enemigo, el Gobierno, corría con los gastos. Sentada en la lujosa habitación del hotel que Bagger había transformado en la suite presidencial tras el último cobro, rodeada de las flores que le había enviado el rey de los casinos, Annabelle hojeaba los periódicos en busca de la noticia que necesitaba y al final encontró. Leo y ella no podían hablar entre sí en el casino. Debían tener presente que todo lo que dijeran podría ser escuchado mediante dispositivos electrónicos o por uno de los espías de Bagger. Su único método para comunicarse eran gestos y miradas sutiles que los dos habían perfeccionado con el paso de los años y que nadie más comprendería.

Al cruzarse en el pasillo, Annabelle le había dado los buenos días y luego se había ajustado el anillo que llevaba en el dedo índice de la mano derecha. Leo le había devuelto el saludo y luego se había tocado el nudo de la corbata y sonado la nariz, dando a entender que había entendido el mensaje y que actuaría en consecuencia.

Antes de entrar en el ascensor que la llevaría al despacho de Bagger, Annabelle respiró hondo. Pese a lo que Leo había dicho, estaba nerviosa. El último paso que estaba a punto de dar era la clave de todo. Si no lo hacía a la perfección, el trabajo realizado durante las últimas semanas no habría servido de nada. No sólo perdería el dinero que le había dado a Bagger, sino que no sobreviviría para disfrutar de la parte que le correspondía de los 1,4 millones de dólares restantes.

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