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James Patterson: Luna De Miel

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James Patterson Luna De Miel

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Hermosa, elegante, inteligente y seductora… la mujer con la que todo hombre sueña, amante y compañera perfecta. Y también, despiadada asesina. Nora Sinclair ha conseguido triunfar en el selecto mundo de la alta decoración. Su maestría sólo rivaliza con su capacidad para elegir a hombres: famosos, políticos, estrellas de cine, atractivos y con suculentas cuentas bancarias. Acaba de encontrar una nueva presa: un joven escritor de best-sellers enamorado de ella. Desearía dejarlo con vida, llevar una existencia normal, pero ha vuelto a escuchar la voz que la impulsa a convertirlo en víctima. El FBI lleva tiempo detrás de esta viuda negra. Pero siempre un paso por delante de ellos. Sin embargo, el agente John O’Hara está dispuesto a hacer todo lo que esté en su mano para reunir las pruebas que permitan detenerla. Pulso a muerte entre una mujer fascinante y carente de escrúpulos, y un hombre decidido a meterse en el nido de la víbora para cazarla.

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– ¿Cómo te las arreglas sin dinero? -pregunté.

Se rió de mí.

– Hay mucho más allí donde lo obtuve. Está por todas partes.

– ¿Sólo se trata de eso? ¿De dinero?

– Lo dices como si fuese algo malo. Una chica tiene que preocuparse por su futuro, ¿no es así?

– Lo que tú hiciste va algo más allá de un plan de jubilación.

– Está bien, puede que también busque un poco de diversión. Estamos enfadadas, O’Hara. La mayoría de las mujeres estamos furiosas con los hombres. Despierta y verás que se te quema el desayuno, cielo.

Empezaba a parecer alterada. Quizás hubiera metido el dedo en la llaga. Un tanto en mi casillero.

– ¿Qué tienes contra los hombres, Nora?

– ¿Tienes una hora? Mejor varias.

– Las tengo. Tengo todo el tiempo que necesites.

– Pero me temo que yo no -dijo-. Es hora de irse.

– ¡Espera!

– No puedo esperar, O’Hara. Nos veremos en tus sueños.

¡Clic!

Giré la muñeca y clavé la mirada en la manecilla grande de mi reloj. «Por favor», murmuré. Llamé a los técnicos.

– ¡Decidme que la habéis localizado!

El silencio inicial me desgarró los oídos.

– Lo siento -me dijeron-. La hemos perdido.

Cogí el teléfono, base incluida, y lo estrellé contra la pared. Se rompió en pedazos.

«Nos veremos en tus sueños.»

108

El cretino de pelo gris que vino a la mañana siguiente a instalarme un teléfono nuevo miró las piezas esparcidas del anterior. Luego me miró a mí con expresión comprensiva, propia del que ha visto de todo.

– Se cayó de la mesa, ¿eh?

– Cosas más extrañas ocurren -dije-. Puede creerme.

Minutos más tarde, el teléfono nuevo ya funcionaba. Al menos había una cosa que lo hacía. Yo permanecía encadenado a mi despacho atormentado por el aburrimiento, por no hablar de las dudas sobre mí mismo y el sentimiento de culpabilidad, que me salían por las orejas.

El teléfono nuevo sonó.

Lo primero que pensé fue que Nora deseaba mantener otra conversación, que buscaba la ocasión de dar otra vuelta de tuerca. Pero, al pensarlo mejor, comprendí que cada palabra de su llamada anterior indicaba que no habría una segunda oportunidad.

Descolgué. En efecto, no era Nora. Era la otra mujer que también me la tenía jurada. Huelga decir que Susan y yo no estábamos precisamente en muy buenas relaciones. Aun así, manteníamos nuestra profesionalidad.

– ¿Se sabe algo del laboratorio de audio? -pregunté.

La grabación de mi conversación con Nora estaba siendo analizada, a la búsqueda de posibles ruidos de fondo que sugirieran al menos una localización general, ya que no podía ser específica. El sonido del mar, un idioma extranjero que hablara un transeúnte… Que no se oyera no quería decir que no estuviera ahí.

– Sí, he recibido el informe -dijo Susan-. No han captado nada.

Técnicamente eran malas noticias, pero el modo en que me las comunicó, como si fuesen irrelevantes, me dio a entender otra cosa: Susan sabía algo.

– ¿Qué sucede? -pregunté.

– ¿Que qué sucede? Sigues siendo increíble y jodidamente estúpido, John. Si aún pudieras herirme, me habrías roto el corazón de nuevo.

Me ocultaba algo.

– Eso ya lo sé, Susan. Pero hay algo más.

Soltó una risita ante mi afinada intuición.

– ¿Cuánto tardas en llegar a mi despacho?

109

Veinte minutos más tarde, Susan y yo salíamos a toda velocidad por el norte de la ciudad de Nueva York, y después de una hora y cincuenta minutos de carretera entrábamos en los terrenos del centro psiquiátrico Pine Woods de Lafayetteville, pertenecientes al estado de Nueva York.

– Esto te resultará interesante -dijo Susan cuando salíamos de mi coche y nos dirigíamos al edificio principal-. Conocerás a la mamá de Nora, O’Hara. Vive aquí.

Le dediqué una media sonrisa. Hubiera jurado que Susan disfrutaba con aquello.

Poco después nos encontrábamos sentados en una pequeña sala de juntas de la última planta del centro psiquiátrico. Frente a nosotros estaba la enfermera jefe de la división de los internos más problemáticos.

No podía asegurar si aquella corpulenta mujer estaba asustada o sólo nerviosa. En cualquier caso, parecía extremadamente incómoda. Hablar con un par de agentes del FBI causa ese efecto sobre algunas personas.

– Agente O’Hara, le presento a Emily Barrows -dijo Susan, que ya había contactado antes con el personal de Pine Woods.

Me dirigí hacia la mujer y le tendí la mano.

– Es un placer -dije.

– Creo que Emily puede proporcionarnos información muy valiosa sobre Nora -dijo Susan.

Estaba más expectante que un niño la víspera de Navidad. Ni una sola vez aparté los ojos de aquella mujer, que llevaba pantalones blancos y una sencilla blusa del mismo color, y el cabello peinado hacia atrás y recogido con horquillas. Práctica y funcional desde la cabeza hasta la suela de goma de sus zapatos.

– Pues bien -comenzó con la voz temblorosa-, uno de nuestros pacientes de Pine Woods es una mujer llamada Olivia Sinclair. -Eso ya lo sabía-. Nora es la hija de Olivia -dijo Emily-. Al menos estoy casi segura de ello. Sin embargo, no tengo ninguna prueba para asegurarlo.

– Yo sí -dijo Susan-. Después de hablar con usted por teléfono, Emily, consulté los archivos de la cárcel.

Miré a Susan con una ceja levantada.

– ¿De la cárcel?

– Olivia Sinclair fue sentenciada a cadena perpetua cuando Nora tenía seis años -dijo.

– ¿Por qué?

– Por asesinato -dijo Susan.

– Me tomas el pelo.

Susan negó con la cabeza.

– Y no sólo eso, O’Hara. Mató a su marido. Y la hija de la pareja, Nora, estaba presente cuando ocurrió. -Susan continuó-. Unos años después de ser arrestada, Olivia Sinclair perdió el contacto con la realidad y la trasladaron a Pine Woods. Mientras tanto, Nora fue de un hogar de acogida a otro. La cambiaron tantas veces que nunca se consiguió obtener un historial unificado sobre ella. -Susan miró a Emily, que ahora parecía completamente perdida-. Lo siento -le dijo Susan-. Tenemos buenas razones para creer que Nora mató a su primer marido hace un par de años. Basándonos en eso, y en todo lo ocurrido últimamente, tenemos razones aún mejores para creer que también mató a su segundo marido.

– Ella y Connor Brown sólo estaban prometidos -le recordé a Susan.

– Estoy hablando de Jeffrey Walker.

Ahora estaba más perdido que Emily.

– ¿Jeffrey Walker?

– Ya sabes, el que escribe esas absurdas novelas históricas. O al menos las escribía.

– Sí, sé quién es. ¿Quieres decir que Nora y él estaban…?

– Casados.

– Dios -dije, mientras las piezas empezaban a encajar-. La prensa dijo que había muerto de un ataque al corazón. Y déjame adivinar -dije-: vivía en Boston.

Susan se tocó la nariz con un dedo.

– Lo que nos lleva de nuevo hasta Emily -dijo, y se volvió hacia la enfermera-. Adelante, dígale lo que sabe. Esto es bueno, O’Hara.

Emily asintió y nos pidió que la siguiéramos.

– Se lo enseñaré -dijo-. Vayamos a ver a Olivia.

110

Cruzamos el pasillo del hospital para conocer a Olivia, la madre de Nora. Durante todos aquellos años había utilizado su nombre de soltera, Conover, lo que nos había dificultado su búsqueda.

– Un día estoy hablando con Nora sobre el escritor Jeffrey Walker y al siguiente leo en el periódico que ha muerto -dijo Emily mientras caminábamos. Susan y yo nos limitábamos a escuchar-. Por supuesto, no pensé que hubiera ninguna conexión. Ni siquiera sabía que Nora tenía problemas hasta que lo vi en televisión. -Emily se detuvo en el vestíbulo. Era evidente que necesitaba decirnos algo antes de entrar en la habitación de Olivia-. Hace unas semanas, un mes quizá, leí por casualidad una nota que Olivia le había pasado a Nora. La nota contenía un secreto que nos dejó a todos de piedra. Pero también nos decía mucho sobre Olivia, y tal vez sobre Nora al mismo tiempo. Lo verán dentro de un minuto. -Emily reanudó la marcha. Pasó de largo ante unas cuantas puertas, se detuvo y asió el pomo de una de ellas-. Esta es la habitación de Olivia.

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