Jeffery Deaver - La silla vacía

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Lincoln Rhyme, está en un centro universitario especializado en neurología a la espera de una operación que podría mejorar su estado. Cuando le piden que colabore con la policía de Tanners Corner, una pequeña ciudad de Carolina del Norte, en la búsqueda de una chica secuestrada, no sabe que al aceptar pondrá en peligro su vida y la de su colega Amelia Sachs.
El secuestrador es un chico conflictivo, cuyos padres han muerto en un misterioso accidente automovilístico. Es además muy aficionado a los insectos. Su forma de vida hace que se le culpe de todas las cosas extrañas que han ocurrido en la ciudad, incluidas algunas muertes. Desde un laboratorio improvisado, Lincoln, se enfrenta a la impaciencia de la justicia por resolver este nuevo y espeluznante caso.

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El más delgado de los tres dio un codazo al más grande, un hombre enorme con una coleta trenzada y barba, y señaló con la cabeza a Rhyme. Entonces sus ojos -casi al unísono- escudriñaron el cuerpo de Sachs. El grandote captó el cuidado cabello, el físico ligero, las ropas impecables y el arete dorado de Thom. Con un rostro inexpresivo susurró algo al tercero del trío, un hombre que parecía un comerciante conservador del Sur. Se encogió de hombros. Perdieron interés en los visitantes y se subieron al Chevy.

Pez fuera del agua…

Bell, que caminaba al lado de la silla de Rhyme, notó su mirada.

– Ese es Rich Culbeau, el grandote. Y sus compinches. Sean O'Sarian -el flacucho- y Harris Tomel. Culbeau no es ni la mitad de problemático de lo que parece. Le gusta hacerse el patán pero generalmente no da trabajo.

O'Sarian les devolvió la mirada desde el asiento de pasajeros, si bien Rhyme no pudo saber si estaba mirando a Thom o a Sachs.

El sheriff se encaminó hacia el edificio. Tuvo que manipular la puerta que estaba al final de la rampa para discapacitados; la pintura la había dejado trabada.

– No hay muchos inválidos por aquí -observó Thom. Luego le preguntó a Rhyme-. ¿Cómo te encuentras?

– Estoy bien.

– No lo parece. Estás pálido. Te tomaré la tensión en cuanto estemos dentro.

Entraron al edificio. Databa de cerca de 1950, evaluó Rhyme. Pintadas de un verde institucional, las salas estaban decoradas con dibujos de dedos de una clase de primaria, fotografías de Tanner's Corner a través de su historia y una media docena de avisos de empleo para trabajadores del condado.

– ¿Esto estará bien? -preguntó Bell, abriendo una puerta-. La usamos para el almacenamiento de pruebas pero ahora estamos sacando todo eso y poniéndolo en el sótano.

Una docena de cajas se alineaban en las paredes. Un oficial se esforzaba en mover un enorme televisor Toshiba para sacarlo del cuarto. Otro llevaba dos cajas de botellas de zumo llenas de un líquido claro. Rhyme las miró. Bell se rió. Dijo:

– Todo esto resume la típica actividad delictiva en Tanner's Corner: robar artículos de electrónica y destilar alcohol ilegalmente.

– ¿Eso es licor? -preguntó Sachs.

– Auténtico. Con treinta días de añejamiento.

– ¿De la marca Ocean Spray?

Preguntó Rhyme con ironía, mirando las botellas.

– Es el envase favorito de los destiladores, a causa de su ancha boca. ¿Le gusta beber?

– Sólo whisky.

– Siga así. -Bell señaló con la cabeza las botellas que el oficial sacaba por la puerta-. Los federales y la oficina de impuestos se preocupan por sus ingresos. Nosotros nos preocupamos porque perdemos ciudadanos. Esta partida no es demasiado mala. Pero gran parte del licor destilado ilegalmente está mezclado con formaldehído, diluyente de pinturas o fertilizante. Perdemos a dos ciudadanos por año debido a malas partidas.

– ¿Por qué se suele llamar «moonshine» al alcohol ilegal? -preguntó Thom.

Bell contestó:

– Porque solían hacerlo por las noches en lugares abiertos bajo la luz de la luna llena, de manera que no necesitaban linternas y, como supondrá, para no atraer a los funcionarios.

– Ah -dijo el joven, cuyas preferencias, sabía Rhyme, se decantaban por los St Emilion, Pomerol y borgoñas blancos.

Rhyme examinó el cuarto.

– Necesitaremos más energía eléctrica. -Señaló con la cabeza el único enchufe de la pared.

– Podemos instalar algunos cables -dijo Bell-. Haré que alguien se ocupe de ello.

Envió a un policía con este encargo y luego explicó que había llamado al laboratorio de la policía estatal de Elizabeth City y había hecho un pedido urgente del equipo forense que Rhyme quería. Los elementos llegarían en una hora. Rhyme se dio cuenta de que para el condado Paquenoke eso era actuar a la velocidad del rayo y percibió una vez más la urgencia del caso.

En el caso de un secuestro sexual generalmente se tienen veinticuatro horas para encontrar a la víctima; después, ésta se deshumaniza a los ojos del secuestrador, que puede matarla sin darle importancia al hecho .

El policía volvió con dos gruesos cables eléctricos que tenían múltiples enchufes conectados en los extremos. Los fijó al suelo.

– Servirán muy bien -dijo Rhyme. Luego preguntó-: ¿Cuántas personas tenemos trabajando en el caso?

– Tengo tres policías veteranos y ocho rasos. También personal de comunicaciones: dos personas y cinco administrativos. Generalmente los compartimos con Planeamiento, Zonificación y el Departamento de Obras Públicas (DPW), lo que constituye un asunto delicado para nosotros, pero a causa del secuestro y de su venida aquí y lo demás, tendremos a todos los que necesitemos. El supervisor del condado nos apoyará. Ya hablé con él.

Rhyme miró hacia la pared, frunciendo el entrecejo.

– ¿Qué pasa?

– Necesita una pizarra -dijo Thom.

– Yo estaba pensando en un mapa de la región. Pero sí, quiero una pizarra también. Una grande.

– Hecho -dijo Bell. Rhyme y Sachs intercambiaron sonrisas. Esta era una de las expresiones favoritas del primo Roland Bell.

– ¿Luego podré ver a sus policías veteranos de aquí? Para una sesión de información.

– Y aire acondicionado -dijo Thom-. Este lugar necesita estar más fresco.

– Veremos qué podemos hacer -dijo Bell a la ligera, pues probablemente no entendía la obsesión de los del Norte con las temperaturas moderadas.

El ayudante dijo con firmeza:

– No es bueno para él soportar un calor como éste.

– No te preocupes por eso -dijo Rhyme.

Thom levantó una ceja hacia Bell y dijo con soltura:

– Tenemos que refrescar el cuarto. O si no me lo llevo de vuelta al hotel.

– Thom -le advirtió Rhyme.

– Me temo que no hay otra salida -dijo el ayudante.

Bell dijo:

– Ningún problema. Me ocuparé de ello. -Anduvo hasta la puerta y llamó-: Steve, ven aquí un momento.

Entró un joven de pelo muy corto y uniforme de policía.

– Este es mi cuñado, Steve Farr. -Era el más alto de los policías que habían visto hasta ese momento, llegaría fácilmente al metro noventa de estatura, y tenía orejas redondas que sobresalían de forma cómica. Parecía sólo medianamente incómodo al ver a Rhyme; sus anchos labios pronto esbozaron una sonrisa espontánea que sugería tanto confianza como competencia. Bell le dio la tarea de encontrar un aparato de aire acondicionado para el laboratorio.

– Me ocupo ya mismo, Jim. -Se pellizcó el lóbulo de la oreja, se dio vuelta haciendo sonar los talones como un soldado y desapareció en el hall.

Por la puerta apareció la cabeza de una mujer.

– Jim, está Sue McConnell en la línea tres. Realmente está fuera de sí.

– Bien. Hablaré con ella. Dile que ya voy -Bell le explicó a Rhyme-: Es la madre de Mary Beth. Pobre mujer… Perdió a su marido por un cáncer hace justamente un año y ahora pasa esto. Le cuento -agregó, moviendo la cabeza-, yo tengo dos niños y puedo imaginarme lo que ella…

– Jim, me pregunto si podríamos encontrar ese mapa -lo interrumpió Rhyme-. Y haz que coloquen la pizarra.

Bell parpadeó inseguro frente al tono abrupto de la voz del criminalista.

– Esta bien, Lincoln. Y si nos ponemos demasiado sureños por aquí, si nos movemos con mucha lentitud para vosotros los yanquis, nos meteréis un poco de prisa, ¿verdad?

– Oh, apuesta lo que quieras a que lo haré, Jim.

* * *

Uno de tres.

Uno de los tres policías veteranos de Jim Bell parecía contento de conocer a Rhyme y a Sachs. Bueno, al menos de ver a Sachs. Los otros dos saludaron formalmente con la cabeza y era obvio que deseaban que esa extraña pareja nunca hubiera dejado la Gran Manzana.

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