– Sí.
De esa manera, Phate podía pasearse sin problemas por el escenario de su próximo crimen.
– ¿Están operando a alguien ahora mismo? -preguntó Bishop.
El doctor Williston se rió.
– ¿A alguien, dice? Ahora estarán practicando al menos veinte operaciones -se volvió hacia Jennie-. Estaré de vuelta en diez minutos.
Dejó la habitación.
– Vamos de caza -dijo Bishop a Shelton, Sánchez y Mott. Abrazó de nuevo a Jennie. Mientras salían el joven guardia de seguridad acercó la silla un poco más a la cama de la paciente. Cuando se adentraron en el pasillo, el guardia cerró la puerta. Bishop oyó cómo echaba el cerrojo.
Alien y Bishop recorrieron el pasillo deprisa. Mott y Shelton iban detrás, y el joven policía llevaba la mano sobre la automática y miraba a un lado y a otro, como si estuviera a punto de desenfundar y disparar al primero que se pareciera un poco a Phate.
Bishop también estaba tenso, pensando que el asesino era como un camaleón y que, gracias a sus disfraces, podrían cruzárselo por el pasillo y ni siquiera advertir su presencia.
Estaban en el ascensor cuando algo se le pasó por la cabeza. Se alarmó pensando en la puerta cerrada de la habitación de Jennie. No entró en detalles sobre las habilidades en cuestión de ingeniería social de Phate, pero le preguntó a Alien:
– Con nuestro sospechoso no se sabe muy bien qué pinta tendrá la próxima vez. No le he prestado mucha atención al guardia de la habitación de mi mujer. Tiene más o menos la edad y la altura del tipo que buscamos. ¿Está seguro de que trabaja para su departamento?
– ¿Quién? ¿Dick Hellman, el del cuarto? -contestó Alien moviendo la cabeza-. Bueno, puedo asegurarle que es el marido de mi hija y que lo conozco desde hace ocho años. Y en cuanto a si trabaja, digamos que si una jornada de cuatro horas en un turno de ocho es trabajo, entonces me temo que la respuesta es sí.
* * *
En la pequeña cocina de la Unidad de Crímenes Computarizados, el agente Art Backle se sirvió un café y buscó en vano algo de leche o de crema en la pequeña nevera. Desde que la cadena Starbucks se estableciera en la zona de la bahía, Backle no había bebido otro tipo de café, y supo de antemano que ese líquido con pinta de aguachirle y olor a quemado sabría a rayos. Desencantado, le añadió un poco de leche en polvo que hizo que la poción adquiriera un tono grisáceo.
Tomó un donut de chocolate que, al morderlo, resultó ser un bollo de plástico. «Maldición…» Arrojó el donut falso al otro lado de la habitación mientras caía en la cuenta de que Gillette lo había enviado aquí para gastarle una broma. Decidió que cuando el hacker volviera a la cárcel lo…
¿Qué era ese ruido?
Empezó a volverse hacia el pasillo.
Pero para cuando identificó el ruido como pisadas que se le acercaban a la carrera ya tenía al atacante encima. Éste golpeó al delgado agente en la espalda y lo arrojó contra la pared, sustrayéndole todo el aire de los pulmones.
El atacante apagó las luces. La habitación sin ventanas se sumió en la oscuridad más total. Luego agarró a Backle por el cuello y le empotró la cabeza contra el suelo. Su cara chocó contra el cemento haciendo un ruido sordo.
El agente buscó su pistola mientras intentaba tomar aire.
Pero una mano fue más rápida que la suya y se la arrebató.
* * *
¿Quién quieres ser?
Phate caminaba lentamente por el pasillo de la Unidad de Crímenes Computarizados de la policía estatal. Vestía un viejo uniforme manchado de la compañía de Gas y Electricidad Atlantic y un casco. Escondido bajo el sobretodo llevaba su cuchillo Kabar, y también una pistola (una Glock) con tres cargadores de repuesto. También acarreaba otra arma pero ésta no era tan fácil de reconocer como tal, no en la mano de un encargado de reparaciones: se trataba de una gran llave mecánica.
¿Quién quieres ser?
Alguien de quien los policías se fiaran, alguien de quien no sospecharan si se lo encontraban entre la bruma. Ése era quien quería ser.
Phate miró a su alrededor, sorprendido de que la UCC hubiera elegido un corral de dinosaurios como base de operaciones. ¿Había sido una coincidencia que vinieran a parar allí? ¿O tal vez había sido una decisión irónica del difunto Andy Anderson?
Se detuvo, se orientó y siguió avanzando lentamente (y sin hacer ruido) hacia un cubículo en penumbra en la zona de control central del corral. Dentro del cubículo se oía un repiqueteo furioso.
También se había sorprendido de que la UCC estuviera así de vacía, pues esperaba encontrarse al menos tres o cuatro personas (de ahí la gran pistola y la munición de reserva) pero parecía que todo el mundo se había ido al hospital, donde era probable que la señora de Bishop estuviera sufriendo un trauma, a resultas de una inyección de vitamina B rica en nutrientes que él le había prescrito esa misma mañana.
Phate había contemplado la posibilidad de asesinarla, y no le habría costado mucho ordenar a los de Medicación Central que administraran a la mujer una gran dosis de insulina, por decir algo: pero ésa no habría sido la mejor táctica en este segmento del juego MUD. Como personaje de distracción era mucho más valiosa viva y gritando. De haber muerto, la policía habría supuesto que era el objetivo y habría vuelto a la UCC de inmediato. Pero ahora la policía andaba a la carrera por el hospital tratando de encontrar a la verdadera víctima.
Y, de hecho, la víctima de Phate estaba en otro lado. Aunque esa persona no era ni un paciente ni alguien de la plantilla del Centro Médico Stanford-Packard. Esa persona se encontraba allí, en la UCC.
Y su nombre era Wyatt Gillette.
Quien se encontraba sólo a nueve metros, dentro de este cubículo desaseado.
Phate escuchó el sorprendente staccato de Valleyman al pulsar las teclas con rapidez y fuerza. Su ritmo era continuo, como si temiera que sus brillantes ideas pudieran desaparecer como agua en la arena si no las golpeaba al instante en la unidad del procesador central de su máquina.
Se acercó poco a poco al cubículo, aferrando la llave que llevaba en la mano.
En la época en la que ambos jóvenes lideraban los Knights of Access , Gillette solía repetir que los hackers debían abrazar el arte de la improvisación.
Y Phate había desarrollado esa misma disciplina y, por eso, aquel día había improvisado.
Había decidido que había demasiadas posibilidades de que Gillette hubiera encontrado sus planes de ataque al hospital cuando se había colado en su ordenador. Así que había alterado un poco sus planes. En vez de matar a varios pacientes en uno de los quirófanos, tal como se había propuesto en un principio, haría una visita a la UCC.
Cabía, por supuesto, la posibilidad de que Gillette acompañara a los policías al hospital, así que le envió un mensaje encriptado que parecía provenir de Triple-X, para que se quedara a intentar decodificarlo.
Decidió que ésa era la solución perfecta. No sólo le suponía un reto entrar en la UCC (acción que valía veinticinco sólidos puntos) sino que, de tener éxito, le brindaría por fin la oportunidad de destruir al hombre que había buscado durante años.
Volvió a mirar a su alrededor, a la escucha. En todo ese espacio inmenso no había otra alma que la de Judas Valleyman. Y contaba con defensas mucho menos férreas de lo que se esperaba. Aun así, no se arrepentía de haberse molestado tanto en los detalles: el uniforme de la compañía del gas, la falsa orden de trabajo para arreglar unas cajas de circuitos, la identificación que tanto le había costado en su máquina de hacer carnés y el tiempo gastado en abrir la cerradura. Cuando uno juega a A ccess contra un verdadero wizard toda precaución es poca, sobre todo si ese wizard se refugia en las mazmorras del mismísimo Departamento de Policía.
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