Minette Walters - La Ley De La Calle

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Acid Row es una barriada de viviendas baratas. Una tierra de nadie donde reina la miseria, ocupada por madres solteras y niños sin padre, y en la que los jóvenes, sometidos a la droga, son dueños de las calles. En este clima enrarecido se presenta la doctora Sophie Morrison para atender a un paciente. Lo que menos podía imaginar es que quien había requerido sus servicios era un conocido pederasta. Acaba de desaparecer una niña de diez años y el barrio entero parece culpar a su paciente, de modo que Sophie se encuentra en el peor momento y en el lugar menos indicado. Oleadas de rumores sin fundamento van exaltando los ánimos de la multitud, que no tarda en dar rienda suelta a su odio contra el pederasta, las autoridades y la ley. En este clima de violencia y crispación, Sophie se convierte en pieza clave del desenlace del drama.
Minette Walters toma en esta novela unos acabados perfiles psicológicos, al tiempo que denuncia la dureza de la vida de los sectores más desfavorecidos de la sociedad británica. Aunque su sombría descripción de los hechos siempre deja un lugar a la esperanza…
«La ley de la calle resuena como la sirena de la policía en medio de la noche. Un thriller impresionante.» Daily Mail
«Impresionante. Walters hilvana magistralmente las distintas historias humanas con la acción. Un cóctel de violencia terrorífico y letal.» The Times
«Una lectura apasionante, que atrapa, cuya acción transcurre a un ritmo vertiginoso… Una novela negra memorable.» Sunday Express
«Un logro espectacular.» Daily Telegraph

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Sophie negó con la cabeza.

– La mujer del seis solo sale de casa para ir al hospital y no creo que un sábado tenga hora concertada. Podemos refugiarnos allí, y así aprovecharé para intentar que Milosz vuelva en sí mientras usted va a por Melanie y los niños. -Sophie torció el gesto-. Me noto la cara hecha una pena, y usted no puede con todos. Así que llévenos al número seis y vaya después a por Mel. Se lo ruego por favor.

Jimmy señaló a Franek con la cabeza.

– ¿Y qué pasa con él?

– Lo ataré tan fuerte que deseará no haberse fijado nunca en mí.

– Está bien. -Jimmy incorporó a Milosz y se agachó para volver a echárselo al hombro-. ¿Y qué tiene esa paciente suya? -preguntó, haciendo un esfuerzo para erguirse y cerrar después las rodillas-. ¿Por qué no sale de casa?

– Carcinoma escamoso -contestó Sophie de manera sucinta-. Tuvieron que quitarle casi toda la nariz para erradicarlo. Tiene un hoyo en mitad de la cara.

¡Qué horror!

Centro de mando. Filmación desde el helicóptero de la policía

La cámara recogió de nuevo la imagen de Jimmy y sus acompañantes cuando el observador que les seguía el rastro comunicó que el grupo se había desviado de Bassindale Row y se encaminaban de nuevo hacia los jardines de Bassett Road. Los que veían las imágenes en la jefatura de policía identificaron la casa a la que entraron como el número 6, y tras revisar sus expedientes averiguaron que su ocupante era la señora Frensham. Se transmitió dicha información a Ken Hewitt, presente en el Centro Médico de Nightingale, de donde recibieron la confirmación inmediata de que Clara Frensham era paciente de la doctora Sophie Morrison. En consecuencia, se supuso, acertadamente, que Sophie había optado por refugiarse, y la reaparición de Jimmy por la puerta de atrás, solo, al cabo de dos minutos, lo corroboraba.

Por el modo en que se encaminó de nuevo directamente hacia el 23, estaba claro que tenía la intención de sacar a su novia de allí. Tras una identificación provisional, la mujer que se había quedado parada detrás de la casa sin saber qué hacer antes de decidirse a entrar quedó registrada como Gaynor Patterson, aunque junto al nombre se mantuvo un signo de interrogación, dado que la única descripción que había podido proporcionar el centro médico era que, según creía Jenny Monroe, la mujer tenía el pelo rubio como su hija. Todos los intentos de ponerse en contacto con ella a través del móvil resultaron infructuosos, pues, al igual que Jimmy, Gaynor se había quedado sin batería.

Junto al nombre de Melanie continuaba anotado un signo de interrogación similar, ya que la observación que Jimmy había hecho a Harry Bonfield acerca de que la chica rubia, alta y embarazada parecía «su Mel» difícilmente podía considerarse una prueba de que ella fuera la chica apostada frente a la casa. Todos los intentos por parte de Ken Hewitt y Jenny Monroe de hablar con Melanie habían fracasado. De estar comunicando sin cesar, su móvil pasó a estar desconectado, con las tripas aplastadas sin posibilidad de arreglo bajo el tacón de un alborotador después de que a Colin se le cayera al suelo al lanzarse corriendo en ayuda de Melanie. La identidad del hombre con el casco de hojalata, la razón por la que había entrado en el número 23 en primer lugar y el motivo que le había llevado a permanecer en su interior seguían intrigando a la policía.

El hecho de que Jimmy fuera directo hacia la parte de atrás del 23 permitió a la cámara recoger dentro de su campo visual los acontecimientos que se desarrollaban a ambos lados de la casa. El objetivo captó el súbito cambio de velocidad en el avance de Jimmy James al atravesar el jardín corriendo pesadamente para entrar como un rayo por la puerta trasera; la repentina arremetida de parte de la turba hacia la ventana hecha añicos del salón; y la desaparición de la chica rubia al doblarse en dos de golpe después de que Wesley Barber le propinara un puñetazo en el abultado vientre que la hizo caer bajo los pies de la multitud.

Todos los presentes en el centro de mando profirieron al unísono un grito de horror.

Capítulo 25

Sábado, 28 de julio de 2001.

Aparcamiento, hotel Hilton. Southampton

El BMW de Townsend estaba solo en un rincón del aparcamiento del Hilton.

– ¿Hay algo? -preguntó Tyler al agente que se hallaba junto al coche.

El hombre negó con la cabeza.

– El maletero está limpio como una patena, señor. Puede que un histopatólogo encontrara algo, pero yo no pondría la mano en el fuego.

– ¿Demasiado limpio? ¿A qué huele?

– A nada especial. He notado un olor a detergente.

– ¿Algo de equipaje? ¿Una cámara de vídeo?

– Solo un ordenador portátil.

– Interesante. -Tyler miró con detenimiento por la ventanilla de atrás-. ¿Y dentro?

– Loción de afeitado, de las caras. El tipo apesta a ella. -Hizo una mueca-. Es una buena pieza, señor. Según la fecha de nacimiento que consta en su permiso de conducir tiene cuarenta y cinco… pero el tipo hace todo lo posible por aparentar treinta. Un farsante de la hostia, si quiere saber mi opinión. -Una expresión reflexiva mudó su semblante-. No es presa fácil… ni se inmutó cuando me adelanté para abrir la puerta del coche.

– ¿Se opuso a que registraras el maletero?

– No. Lo abrió él mismo.

– ¿Preguntó qué estabas buscando?

– No.

– Interesante -repitió Tyler.

Sala de juntas. Hotel Hilton

Farsante o no, Tyler comprendió de inmediato por qué se había enamorado Laura de Edward Townsend. «Una buena pieza» era una descripción bastante acertada del hombre. Moreno y bien afeitado. Brazos y hombros musculosos. Pelo al rape. En comparación con la cara de San Bernardo de Tyler, de tez rubicunda y arrugada, Townsend lucía el bronceado bruñido del Ken de Barbie. (Lo que explicaría la razón por la que una joven de dieciocho años que pasaba por una niña de doce como Franny lo encontrara atractivo, pensó Tyler con mordacidad.) Pero era demasiado sintético para mantener la atención durante mucho rato. La vista ansiaba algo interesante en lo que fijarse -arrugas provocadas por la risa, marcas de expresión-, cualquier cosa que no se ajustara a la idea de la belleza masculina que tuviera una mujer hambrienta de amor.

Era una imagen que funcionaba mejor a cierta distancia. De cerca, Tyler no se extrañaba de que el gerente del Bella Vista hubiera sospechado de la relación de aquel hombre con Franny. Su cabello parecía teñido, el bronceado se veía artificial y sus ojos, claros e inquietos, no podían sostener una mirada durante más de un segundo. Tyler se esforzó en observarlo con objetividad -era demasiado fácil permitir que los prejuicios influyeran en su visión- pero aun así había algo en él que lo enfureció. Tal vez fuera la loción de afeitado.

Los dos agentes uniformados que flanqueaban, impasibles, la puerta, con los brazos cruzados, se hicieron a un lado para dejar entrar a Tyler y Butler. En el centro de la sala había una mesa con blocs de notas encima, sillas arrimadas a ella y una cafetera y tazas en un extremo. Townsend, con las mangas de la camisa remangadas, estaba sentado en el otro extremo, con la americana del traje colocada en el respaldo del asiento, el portátil abierto frente a él y un salvapantallas de nubes parpadeando en el monitor.

– Inspector jefe Tyler y sargento Butler… estamos investigando la desaparición de Amy Biddulph -explicó Tyler al tiempo que arrastraba una silla para sentarse junto al hombre, cruzaba las piernas y apoyaba el codo en la mesa. Butler tomó asiento al otro lado-. Gracias por acceder a hablar con nosotros, señor Townsend.

– Nadie me ha dicho que tuviera elección. -Era la misma voz que había respondido al móvil, si bien el acento londinense se hacía menos patente en persona que por teléfono. ¿Sería su origen algo más que quería ocultar?, se preguntó Tyler. Desde luego, tenía todo lo que acompaña a un hombre hecho a sí mismo: un BMW, un Rolex, un traje de Armani.

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