Minette Walters - La Ley De La Calle

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Acid Row es una barriada de viviendas baratas. Una tierra de nadie donde reina la miseria, ocupada por madres solteras y niños sin padre, y en la que los jóvenes, sometidos a la droga, son dueños de las calles. En este clima enrarecido se presenta la doctora Sophie Morrison para atender a un paciente. Lo que menos podía imaginar es que quien había requerido sus servicios era un conocido pederasta. Acaba de desaparecer una niña de diez años y el barrio entero parece culpar a su paciente, de modo que Sophie se encuentra en el peor momento y en el lugar menos indicado. Oleadas de rumores sin fundamento van exaltando los ánimos de la multitud, que no tarda en dar rienda suelta a su odio contra el pederasta, las autoridades y la ley. En este clima de violencia y crispación, Sophie se convierte en pieza clave del desenlace del drama.
Minette Walters toma en esta novela unos acabados perfiles psicológicos, al tiempo que denuncia la dureza de la vida de los sectores más desfavorecidos de la sociedad británica. Aunque su sombría descripción de los hechos siempre deja un lugar a la esperanza…
«La ley de la calle resuena como la sirena de la policía en medio de la noche. Un thriller impresionante.» Daily Mail
«Impresionante. Walters hilvana magistralmente las distintas historias humanas con la acción. Un cóctel de violencia terrorífico y letal.» The Times
«Una lectura apasionante, que atrapa, cuya acción transcurre a un ritmo vertiginoso… Una novela negra memorable.» Sunday Express
«Un logro espectacular.» Daily Telegraph

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Nº 9 de Humbert Street

Gaynor se sintió aliviada al enterarse de que se estaban abriendo salidas a lo largo de toda Humbert Street. Aunque entonces no lo supiera, la historia de cómo el servicio del Teléfono de la Amistad hizo uso de su red para reclutar a hijos, hijas, sobrinos, sobrinas y amigos con el propósito de crear vías de acceso a los jardines por ambos lados representó un resquicio de esperanza en el terrible trauma que supusieron los disturbios de julio. Reflejaba un sentido de la comunidad existente incluso en la más fracturada de las sociedades y sembraba la semilla de la esperanza para el futuro. En aquel momento, y dado que nadie le había dicho otra cosa, Gaynor dio por sentado que la hazaña se debía a Jimmy.

– Ya decía yo que este sí que vale -comentó a Ken Hewitt al transmitirle este la noticia-. Entonces ¿me dejan ir a por Mel y Col? Estoy preocupadísima por ellos. Estoy casi sin batería, y creo que los que están por aquí ya le han pillado el tranquillo a esto. Ya hace un buen rato que no hay empujones ni nada de eso.

– Creemos saber dónde está Melanie -le informó el agente, repitiendo la información del helicóptero-. Jimmy ha dicho que la descripción de la chica rubia concordaba con la de Melanie. En el cordón que han formado frente a la casa también hay un chaval, que la tiene cogida de la mano. Lleva una camiseta de los Saints y unos tejanos azules. ¿Podría tratarse de Colin?

– ¡Oh, gracias a Dios, gracias a Dios! -exclamó Gaynor, con la voz quebrada por un sollozo-. ¿Están bien?

– Por lo que sé, sí -respondió Ken-. Uno de los agentes encargados de observar las imágenes me mantiene al tanto, y lo último que me han dicho es que estaban apagando un fuego en el número veintitrés para impedir que se propagara. Son chicos valientes, Gaynor. Debería estar orgullosa de ellos.

La mujer soltó una risa alegre como si se hubiera quitado un peso de encima.

– Son mis hijitos, querido. Claro que estoy orgullosa de ellos. Siempre lo he estado. ¿Y dónde está Jimmy? ¿Está con ellos?

Ken titubeó un instante.

– No estamos seguros en estos momentos. Se ha quedado sin batería, así que no podemos hablar con él.

– ¿Y los pequeños? ¿Dónde están?

– ¿Se refiere a los hijos de Melanie?

– Sí. Rosie y Ben. Estaban con Mel cuando empezó la manifestación.

– No lo sabemos. No están con ella, así que creemos que debe de haberlos metido en casa. Donde está Melanie es muy peligroso, Gaynor.

La preocupación volvió a apoderarse de ella.

– ¡Ay, Dios mío! -Miró hacia el principio de la calle pero no pudo ver nada por la muchedumbre que seguía apiñada alrededor de ella-. ¿Qué pasa? Ha dicho que había fuego.

– Algunos chicos están intentando bombardear la casa con cócteles molotov. Sus hijos se han plantado delante de ella para impedírselo -le explicó-. Ya le he dicho que eran valientes, Gaynor.

Se produjo un largo silencio.

– Tendría que haberme imaginado que el cabroncete no estaba robando coches -comentó de refilón antes de cortar la comunicación.

Interior del nº 23 de Humbert Street

Había manchas de sangre en el suelo y salpicaduras en las paredes. Al verlas experimentó las mismas náuseas que había sentido en el ascensor de Glebe Tower. La sangre sumada al terrible calor y olor que reinaban en la estancia. Olor corporal y a moho debido al desuso. Jimmy vio con el rabillo del ojo un bulto humano desplomado en el rincón, pero toda su atención se centró en el hombre y la mujer que tenía enfrente, al otro lado de la habitación.

Había tardado demasiado, pensó. Demasiado ayudando a apagar el fuego. Demasiado en abrir la puerta.

La mujer yacía sobre el regazo del hombre como el muñeco de un ventrílocuo, con los ojos cerrados, el rostro destrozado hasta límites insospechados, y el mentón y el pecho bañados en sangre. Jimmy no tenía claro siquiera si estaba viva, salvo por la sangre y la saliva que le borboteaba de los labios como ectoplasma. Debía de haber luchado como una leona. El anciano tenía el rostro lleno de arañazos y rasguños como si le hubieran destrozado la piel a zarpazos con garras de cinco centímetros.

– ¿Quieres que mate a ella? -Franek puso una mano bajo la mandíbula floja de Sophie y la otra detrás de su nuca-. Romperé su cuello si haces un solo movimiento. Si mantienes a tus amigos alejados hasta que llega la policía, ella vivirá.

Jimmy no movió un músculo. Quería decir algo, pero las únicas palabras que le venían a la mente eran obscenidades y recriminaciones. ¿Acaso no se lo había advertido ya al gilipollas del doctor? Recordaba haberlo dicho. ¿Qué diferencia habrá entre un tipo o mil? El caso es que hay un psicópata hijo de puta que se la va a cargar si aquí el menda mete la pata. Ya lo advirtió. ¡Joder! Hasta un imbécil integral tendría que haberse imaginado que ocurriría aquello.

– ¿Entiendes, negro de mierda? ¿O eres demasiado tonto? -inquirió Franek furioso, desconcertado por la cara boquiabierta del hombre y su expresión de incomprensión-. Mataré a ella si acercas.

Jimmy vio aparecer una esquirla de plata entre los párpados de Sophie. Acto seguido, echó un vistazo al bulto desplomado en el rincón.

– Entiendo -respondió con la voz ronca por lo seca que tenía la boca.

Franek asintió con satisfacción.

– Tú sigue con miedo -le ordenó-. Así ella vivirá.

Jimmy hizo lo que Sophie había hecho en varias ocasiones, pasar la lengua por el paladar para despegarla de los dientes.

– Si no viene conmigo será hombre muerto, señor Hollis -le advirtió.

Un brillo trémulo de diversión destelló en los ojos del anciano, como si hubiera visto una amenaza y le hubiera hecho gracia.

– Ella será chica muerta si intentas sacar a mí de aquí.

– No, no lo entiende. -Jimmy imprimió urgencia a su voz-. Han montado barricadas en toda la urbanización y la policía no puede entrar. Hay disturbios por todas partes. En la calle hay unos tipos que quieren quemarlos vivos con cócteles molotov. Yo he quedado en sacarlos a usted y a su hijo por detrás y llevarlos hasta la policía apostada en el muro que rodea la urbanización. Tiene treinta segundos para decidirse.

Al anciano seguía pareciéndole gracioso.

– ¿Tú piensas que Franek cree eso? ¿Piensas que Franek es tonto?

Sophie empezó a parpadear a medida que recobraba la conciencia.

– Sí -contestó Jimmy, con temeridad, muriéndose de ganas por borrarle la sonrisa de la cara-. Nunca he conocido a un puto psicópata que tuviera dos dedos de frente. Son todos unos retrasados mentales. ¿Qué tiene de inteligente machacarle los piños a una mujer? Cualquier capullo puede hacerlo.

Franek le apretó más el cuello a Sophie al empezar esta a moverse.

– Quedamos aquí -sentenció-. Tú vigila la puerta. Protege a nosotros.

Ahora fue Jimmy quien sonrió.

– Van a freírle, señor Hollis, ¿Le llega la mollera para entender eso o qué? Que yo me quede aquí vigilando no va a servir de nada, porque la única manera de salir es por la ventana y ahí abajo hay un montón de tipos esperando navaja en mano. No les molan los psicópatas y van colocados hasta las cejas. Le harán picadillo en cuanto lo vean.

La mirada de Franek no vaciló en ningún momento, pero Jimrny no tenía claro si su imperturbabilidad se debía a la ausencia de temor o a la falta de comprensión. Era imposible que no oyera los gritos de la calle, más altos y persistentes desde que se había abierto la puerta de la habitación. Jimmy distinguía la voz de Wesley Barber entre las demás y eso le preocupaba, porque suponía que el chico se acercaba cada vez más a la ventana hecha añicos de abajo.

«Más vale que saques al colega de ahí dentro, Mel, o lo quemaremos a él también…»

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