Llegó a la puerta y miró hacia atrás.
– Si lo hubieras intentado, Bobby, te habría clavado el bolígrafo en un ojo. O te lo habría metido por el culo.
Salió de la prisión de Parish. El sol se derramó sobre ella. Aspiró profundamente, como si necesitara limpiarse de dentro afuera.
Bobby Gautreaux era una alimaña.
Pero ¿había matado a Cassie?
Podía haberlo hecho. Pero era muy posible que estuviera diciendo la verdad. Stacy cruzó el aparcamiento, abrió su todo terreno y montó. Hacía una semana que no visitaba su apartamento y suponía que era hora de ir a echarle un vistazo.
Lo primero que advirtió al llegar fue que el buzón estaba lleno a rebosar. Lo segundo, que las llamadas a su número fijo no habían sido desviadas a su móvil.
El piloto del contestador parpadeaba. Pulsó el botón de encendido y escuchó varias llamadas interrumpidas y algunos mensajes de su hermana y de su consejero académico.
– Stacy, soy el profesor McDougal. Estoy preocupado por ti. Llámame, por favor.
El profesor McDougal. Estupendo. Genial.
Se quedó mirando el contestador, a pesar de que sabía que, aunque se quedara mirándolo hasta Navidad, ello no alteraría el hecho de que la había cagado. ¿Cuándo era la última vez que había asistido a clase? El lunes tenía que entregar un trabajo. Apenas lo había empezado. ¿Cuál era, se preguntó, el último día para anular la matrícula sin penalización académica? Estaba segura de que ya se le había pasado el plazo.
Agotada de pronto, se frotó los ojos. Se acercó al sofá y se dejó caer en él. Recostó la cabeza contra el respaldo y cerró los párpados. No iba a aprobar su primer semestre en la universidad, y, si no aprobaba, no sería bienvenida al año siguiente. Incluso en el caso de que sus profesores estuvieran dispuestos a dejar que intentara ponerse al día, no tenía tiempo para dedicarse a estudiar. Encontrar al Conejo Blanco era prioritario. Proteger a Alicia, salvar a Kay. Vivir para ver el siguiente semestre.
O quizá lo cierto fuera que no tenía espíritu de estudiante.
Zumbó su móvil. A pesar de que una parte de ella quería hacer oídos sordos a la llamada, agarró el teléfono.
– Aquí Killian.
– Aquí Billie Bellini, súper espía.
Stacy se incorporó, espabilada al instante, y todos sus pensamientos acerca de la universidad se esfumaron de pronto.
– ¿Qué has descubierto?
– No hay ninguna persona desaparecida, pero creo que te interesará saber que el doctor Carlson consagraba su tiempo y sus capacidades profesionales a ayudar a los necesitados. Una vez por semana, atendía a las personas que le enviaban los asilos y albergues del pueblo.
Stacy comprendió dónde quería ir a parar Billie: la desaparición de un indigente no solía notificarse a las autoridades. No había ningún jefe que diera la voz de alarma, ni familia, ni amigos que buscaran a esas personas.
El dentista podía haber elegido a alguien con una complexión parecida a la de Danson y haber cambiado sus registros dentales. Después, Danson se habría encargado del resto.
Danson lo planea todo cuidadosamente. Deja una nota de suicidio. Carga su coche con propano. Se ofrece a llevar en coche al pobre diablo. O le incapacita. El cuerpo calcinado es identificado gracias a la dentadura.
– ¿Te ha dicho algo Battard acerca de tu descubrimiento?
– Va a echar un vistazo al archivo de pacientes de Carlson y a sus cuentas bancarias. Volverá a abrir el caso oficialmente si encuentra algún indicio sospechoso -Billie parecía orgullosa de sí misma-. Se ha puesto en contacto con Malone, de la policía de Nueva Orleans, y ha prometido mantenernos informadas. Si Charles Richard Danson está vivo, lo atraparemos.
A Stacy le chocó aquel nombre. Frunció el ceño.
– ¿Cómo lo has llamado?
– Charles Richard Danson. Era su nombre completo, aunque todo el mundo lo llamaba Dick.
Charles Richard Danson.
Stacy se quedó paralizada mientras recordaba una conversación que había tenido con el tutor de Alicia acerca de su nombre. El había bromeado acerca de los nombres tan poco atractivos que le habían dado sus padres.
Clark Randolph Dunbar. Iniciales: C.R.D.
– Mierda -dijo Stacy-. Sé quién es.
– ¿Qué?
– Tengo que dejarte.
– No te atrevas a colgar hasta que me lo digas…
– Danson ha cometido un error fatal. El mismo que comete mucha gente que intenta esfumarse o inventarse una nueva identidad. Eligió un nombre con las mismas iniciales que el anterior. Es una debilidad humana. Un deseo de aferrarse al mismo pasado del que intentan escapar.
– ¿Y quién es? -preguntó Billie en voz baja, admirada.
– Clark Dunbar -dijo Stacy-. El tutor de Alicia.
Sábado, 19 de marzo de 2005
9:30 a.m.
Stacy cerró su móvil y se acercó a la puerta. Salió apresuradamente, cerró con llave y corrió a su coche, que había aparcado en la calle. Al verlo se detuvo y lanzó una maldición. La habían encajonado. El coche de delante y el de atrás se habían embutido en espacios demasiado pequeños, dejándole unos seis centímetros para maniobrar.
No era suficiente.
La casa de Leo estaba a poco menos de un kilómetro de allí. Podía llegar a pie en seis o siete minutos… y sin abollar ningún parachoques.
Echó a andar a toda prisa. Marcó a Malone. Él contestó enseguida.
– Malone.
– Investiga los antecedentes de Clark Dunbar, el tutor de Alicia -dijo ella.
– Hola, Killian. Estás un poco mandona esta mañana, ¿no?
– Hazlo.
Él adoptó un tono profesional.
– Ya hemos comprobado el NCIC. No tiene antecedentes.
– Da un paso más allá.
– ¿Qué está pasando?
– Clark Dunbar es el Conejo Blanco -un coche pasó a toda velocidad con las ventanillas bajadas, vomitando hip-hop-. No puedo contártelo ahora, pero confía en mí.
– ¿Dónde estás?
– Voy a casa de Leo. A pie -se detuvo ante un paso de cebra, miró en ambos sentidos y cruzó corriendo, ganándose un bocinado-. No preguntes. Avísame en cuanto sepas algo.
Colgó antes de que él contestara y marcó el número de móvil de Leo.
– Leo, soy Stacy. Creo que Clark es el Conejo Blanco. Si lo ves, mantente alejado de él. Llámame en cuanto recibas mensaje.
Luego llamó a la mansión. Contestó la señora Maitlin.
– Valerie, ¿han sabido algo de Clark?
– ¿Stacy? ¿Se encuentra bien? Parece…
– Estoy bien. ¿Han sabido algo de Clark?
– Está aquí.
A Stacy se le encogió el corazón.
– ¿Está ahí? Creía que se había ido de viaje el fin de semana.
– Sí. A mí también me sorprendió verlo. Dijo que había habido una confusión en su reserva o algo así. Espere un segundo.
Stacy oyó al fondo una voz de hombre y luego la respuesta de la asistenta. Un instante después, la señora Maitlin volvió a ponerse.
– Lo siento. ¿Qué me…?
Stacy la cortó.
– ¿Ése era Clark?
– No, era Troy.
– Valerie, esto es muy importante. ¿Dónde está Clark ahora mismo?
– Fuera. Con Alicia.
Dios, no . Cambió el semáforo y Stacy atajó hasta Esplanade atravesando a toda prisa el cruce entre City Park Avenue y Wisner Boulevard. A su izquierda quedaba City Park, con sus pistas de tenis y su campo de golf, sus estanques y el Museo de Arte de Nueva Orleans.
– ¿Y el policía? -preguntó-. ¿Sigue ahí?
– Sí, está fuera, en la puerta.
– Bien. Quiero que vaya a buscar a Alicia -dijo intentando modular la voz-. Dígale que la llaman por teléfono. No mencione mi nombre delante de Clark. ¿Me ha entendido?
– Sí, por supuesto.
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